«Los motivos de la memoria»: Una novela sobre la terrible guerra civil salvadoreña

El volumen publicado por Almava Editores está basado en hechos reales de la familia del narrador Sergio Inestrosa. Escrito con cercanía y con mucha autenticidad y profunda sensibilidad, el texto nos relata el drama de la muerte de su joven hermano Paco sirviendo al ejército salvadoreño en su confrontación con la guerrilla marxista (1980-1992), una lucha que como todas las instancias de enfrentamiento bélico fue un sin sentido que se cobró numerosísimas víctimas físicas, psíquicas y anímicas.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 17.5.2018

Esta novela de mi amigo Sergio Inestrosa publicada por Almava Editores está basada en hechos reales de su propia familia. Escrita con cercanía y con mucha autenticidad, nos relata el drama de la muerte de su joven hermano Paco sirviendo al ejército salvadoreño en su confrontación con la guerrilla (1980-1992). Una lucha que como todas las guerras fue un sin sentido que se cobró numerosísimas víctimas físicas y psíquicas-anímicas. La historia está narrada desde las entrañas de los corazones sensibles de una familia que, al igual que tantas en tantos lugares y tiempos, se ve absorvida por la negra vorágine del conflicto. Al final el autor nos ofrece una bella visión post mortem, donde el alma de Paco intenta comprender lo que ha pasado y que hay tras la muerte.

Quiero agradecer a Sergio su valentía en desnudarse y desnudar a su familia, creo que a él le habrá servido, pero quizás no es consciente hasta que punto su historia nos ayuda a entender los dramas vitales en los que desafortunadamente nos vemos envueltos todos (hay muchas formas de guerra en esta extraña Tierra).

«Cuando entiendes que algo que haces a otro es algo que te haces a tí mismo, has comprendido la gran verdad».
Lao Tsé

 

Dinámicas familiares

«Vuestros hijos no son vuestros, son hijas e hijos de la vida».
Khalil Gibran

«No espero que los demás vivan igual que yo, sino que vivan felices con su propio estilo de vida… La vida es una extraordinaria aventura, vale la pena volver a comenzar veinte veces si hace falta».
José Mujica

La historia de Paco, es el relato de tantos jóvenes que se ven arrastrados a situaciones límite como las guerras. A menudo los chavales (e incluso niños) son obligados a empuñar las armas, otras veces (como ocurre con nuestro protagonista) parece que lo militar sea la única o la mejor opción “profesional” (triste actividad cuando se requiere matar a otros), en ocasiones es una válvula de escape a una realidad difícil e incluso en algunos casos los hijos “tienen que” desarrollar una carrera por tradición familiar (también es el caso de Paco) o como proyección de aquello que no hicieron los padres con la excusa que es “lo mejor” o que es “por su bien” (desafortunadamente ocurre así en todo tipo de profesiones lucrativas).

Paco espera que su padre le libre de la carga de ser militar, él no quiere pero se siente obligado por no rendir en la escuela y para contentar a su viejo (así le llaman). Este, militar de bajo rango, ha tenido que tirar adelante a sus hijas e hijos él solo por el abandono de su esposa que se fue a trabajar a los Estados Unidos (necesitaban mayores ingresos) y acabó estableciéndose en Los Ángeles con otro hombre. La madre desaparece cuando la pequeña tenía algo más de un año y no tiene contacto con sus hijos, sólo colabora en la economía familiar.

El padre fue un niño huérfano a los seis años que encontró su seguridad ingresando a los diecisiete (la misma edad que Paco) en el cuartel. Su vida se troncó cuando se fue la mujer, “se volvió huraño, triste, hosco, acongojado” nos cuenta Sergio, pero fue padre y madre entregado a su prole. Era un hombre fiel, fiel a su patria, a sus hijos y a su mujer; no pudo o no supo rehacer su vida. Para el viejo lo más importante era que sus hijos tuvieran unos buenos estudios y se posicionaran económicamente. Cuando Sergio decidió no ser militar, el padre lloró e interpretó que su hijo despreciaba su carrera, que le despreciaba a él. Mi amigo no consiguió hacerle entender que sencillamente no tenía esa vocación. Y la pelota rebotó en su otro hijo quien ya no pudo decepcionarlo, e incluso sacrificó sus proyectos (se alejó de su novia Flor) con la pretensión de resarcir al padre que veía derrotado. Las hijas eran observadoras muy afectadas y la más pequeña Chele encarnaba la inocencia de la niñez de Paco (también la de todos los hermanos) que era enviada al matadero por su padre.

La madre intenta redimirse cuando después de doce años, una de las hijas le pide vivir con ella porque está embarazada y el padre no lo toleraría. Entonces ella accede aunque no con agrado (quería vivir en paz y no le gustaba ser abuela) e incluso se plantea acoger a Paco si abandona lo militar. Le escribe diciéndole que le quiere, que salga de allí, que puede irse a vivir a Los Ángeles con ellos… y Paco al leerlo (justo en el momento en que regresa a casa herido y traumatizado) llora diciéndose que ya no le puede ayudar, que es tarde para salvarse.

La muerte física es el triste final previsto ante la imposibilidad de acometer la necesaria muerte psicológica en Paco (como estandarte de la problemática familiar). Nuestro protagonista, gracias al “break” que le brindó su lesión en contienda y con el retorno a casa, tuvo la oportunidad de salir de la historia del padre y emprender la suya (podía salir del ejército alegando causas médicas, tal y como le aconsejó Marta). Tenía a todas sus hermanas allí apoyándole, también a su novia Flor que aguantó la relación a pesar de que Paco tomara la decisión de alistarse sin notificárselo siquiera, incluso su madre le intentó ayudar al ofrecerle su hogar. Pero se decía a sí mismo que era tarde a pesar de las ayudas que se le brindaban. Paco no supo o no pudo salir de la historia paterna heredada, estaba roto anímicamente por todo lo vivido y ya no confiaba en él, en nadie ni en nada. Y se entregó de nuevo a la guerra como esperando su liberación definitiva a través de la muerte física.

El drama familiar tras la muerte de Paco es fuerte: la impotencia de las hijas y de Sergio por lo ocurrido, el sentimiento de culpa de mi amigo por dejar la carga de la obligación militar a su hermano e irse a vivir a México, también la culpa en Marta (la hermana mayor) por no haber logrado evitar la tragedia, la desesperación del viejo al morir Paco por seguir la “tradición” militar, la culpabilidad de la madre por abandonarlos y no conseguir la felicidad de su/s hijo/s que creía lograda con su aporte económico (su sacrificio en palabras suyas).

Las historias que todos vivimos y hemos vivido tienen, en su grado, un componente dramático. Cada familia es un mundo que se remonta muy lejos en las aguas de los tiempos. Cada miembro ha ido recibiendo informaciones sobre la vida en su ambiente infantil y juvenil. Venimos todos de pasados duros y todos hemos hecho lo que hemos podido con lo vivido. Algunos niños y jóvenes han sido objeto de todo tipo de abusos, otros hemos vivenciado el abandono… No ha sido fácil. Nuestros padres, nuestros abuelos, nuestros bisabuelos… han “vivido” vidas en tiempos con menos posibilidades de comprensión que el actual.

De forma consciente o inconsciente los padres podemos dañar a “nuestros” hijos. Hay que tener una fuerza interior considerable para ser una madre o un padre consciente “a pesar de” lo vivido siendo niño. No todas las personas lo logran. Cuando el hijo llega a una edad en la que puede comprender, se le abre la posibilidad de darse cuenta de las raíces de su drama. Cada persona tiene la opción de decidir repararse o no, muchos cargan con su mochila y por muy lejos que viajen la carga sigue en ellos. Otros nos adentramos en el conocimiento del qué hay en nuestra mochila pudiendo llegar en algún momento al fondo. Si eso se logra, existe la posibilidad de liberarse de verdad de los pesos. Mi experiencia me dice que es necesario recuperar nuestra niña o niño herido comprendiéndolo y cuidándolo. A partir de aquí ir viendo a los padres no como culpables sino como otras víctimas de la cadena temporal familiar. Resulta muy duro perdonar según qué vivencias, lo sé, pero es la única forma de liberarse auténticamente de las piedras de nuestra mochila. Al liberarse uno, se abre la posibilidad de liberar al otro/otros (es la elección personal de cada cual).

Hay que tener en cuenta que vivimos en un tiempo donde, a pesar de la confusión reinante, existen multitud de herramientas para ayudarnos. Estamos en la era de la información, todo lo tenemos a nuestro alcance, nosotros podemos elegir qué medios usar para entendernos y entender. Y esta facilidad no la tuvieron nuestros padres y abuelos que vivieron tiempos de mucha incomunicación.

Cada uno tiene la posibilidad de vivir con consciencia e intentar transformar su drama en algo positivo. De hecho, creo que para eso sirve el drama: para valorar que estamos vivos “a pesar de” y poder decir que “gracias a” hemos descubierto nuestra fuerza interior logrando vivir con mayúsculas. Toda una aventura heróica que entiendo, como el gran Mujica afirma, que vale la pena vivenciar.

 

Guerras

«Cada uno de nosotros ha contribuído a desarrollar esta civilización cruel y competitiva en la que el hombre está contra el hombre. Queremos erradicar las causas de la guerra, de las barbaridades en otros, mientras nosotros mismos nos entregamos a ellas. Esto conduce a la hipocresía y a las guerras futuras. Tenemos que extirpar las causas de la guerra, de la violencia, en nosotros mismos, y eso exige paciencia y bondad, no el condenar sanguinariamente a otros».
Jiddu Krishnamurti

«Los vencedores no son los que siempre están aferrados a sus bienes y a sus “éxitos”, ni los que se pasan la vida rezando con las cuentas secas del deber… Lo son aquellos que aman porque viven, los que de veras se dan, los que aceptan el dolor con toda su alma y con toda su alma separan el dolor, los que crean porque conocen el secreto de la única alegría: el secreto del desprendimiento y el compartir».
Rabindranath Tagore

La novela nos habla de la guerra civil en el pasado reciente de El Salvador. El ejército encarnaba el orden por imposición y la guerrilla la rebelión algo caótica frente al rígido poder establecido. El conflicto concluyó afortunadamente en 1992 con un tratado de paz que trajo al país una nueva etapa con un mínimo incremento en su democracia.

Los militares siempre se presentan como garantes de la paz, el orden y el progreso. Se basan en la disciplina de mando donde el soldado obedece sumiso cualquier instrucción aunque la repudie. Según el ministro de Defensa de entonces, para quien la guerra es un arte, a la guerrilla hay que provocarla para que salgan de sus escondites y no dejar que sean ellos los que dicten las reglas del juego. El ministro ve la ayuda social que también realiza el ejército como forma de limpiar su nombre manchado de sangre hermana (el ejército es muy duro no sólo con la guerrilla sino también con los que ellos entienden que colaboran en su causa). La guerra es siempre un juego de poder en donde nadie quiere ser el “malo” y todo maquillaje vale.

Paco cuando está en una arriesgada misión recuerda los tiempos en los que jugaba a lo que sugieren las formas de las nubes. Recuerda a una que le pareció el dragón de La historia interminable, un buen simbolismo de lo que son realmente las guerras: absurdos dragones de humo, fruto de la incomprensión y el miedo que parecen no tener nunca fin.

Paco es herido y regresa a casa traumatizado por lo vivido en combate donde muchos compañeros murieron. Especialmente está muy afectado por la muerte de Ulises, un amigo guerrillero, en manos de “su” ejército. A Paco lo utilizaron para conseguir que este hablara e inocentemente le aseguró que su vida no corría peligro. Pero el amigo no colaboró y Paco fue testigo de su muerte por decapitación. Desde ese momento ya no se siente el mismo. Así cuando ve que está algo mejor decide regresar al ejército y allí, en una emboscada de la guerrilla para matar a un coronel sanguinario, encuentra ya la deseada paz en la muerte física.

Las guerras siempre son durísimas. Si no hieren o matan físicamente, hieren o matan psíquicamente haciendo muy difícil recuperar la “normalidad” tanto a quienes las han sufrido directamente como a todo su entorno familiar y amigos. La actitud de la guerra es vencer por la fuerza, destruir al “enemigo”. Todo es luchar contra lo que sea que no se comprende y se prefiere eliminar; pero como el que barre el polvo bajo la alfombra, la “mierda” queda allí. Esta actitud distante tan masculina nunca soluciona nada, al contrario crea vorágines de resentimientos que crecen exponencialmente y que suelen mutar para afirmarse. Son los sentimientos y formas no asumidas que siempre buscan ser escuchadas y ser vistas no como enemigas, y que desean ser comprendidas para ser aceptadas. Y con la aceptación de la riqueza de los distintos matices vitales construir una nueva realidad común que nos englobe a todos. Es la visión femenina que ha sido tan maltratada desde hace tantísimo tiempo y que ahora afortunadamente ya resurge con fuerza para el bien de todos (incluso de quienes la combaten por temor).

Hoy en día las guerras no son sólo las clásicas (naciones, religiones, bloques ideológicos, clases sociales…), las luchas se dan también en otros ámbitos como el económico, el judicial, el medio ambiental, en el campo de la salud… La tendencia dominante es vencer en vez de comprender. Tras cualquier “problema” hay algo que quiere ser entendido y que requiere sentirlo para comprenderlo profundamente. Si por ejemplo hablamos de la salud, las “pastillas” suelen solucionar sintomatologías pero no la problemática de la persona “enferma”. En cualquier ámbito conflictivo desde la enfermedad a lo que sea, para lograr la solución es necesaria la comprensión empática de cada persona, de cada familia, de cada grupo, de cada comunidad… De esta forma que busca abrazar sinceramente en vez de aniquilar o vencer, se puede llegar a la paz verdadera tan anhelada por todos.

 

A modo de conclusión

Entiendo que la revolución del siglo XXI no es lucha, es abrazo auténtico gracias a la comprensión de lo que ocurre/nos ocurre. Queda atrás el rojo sangre de batallas interminables sin sentido, los puños cerrados, los himnos de guerra, las guillotinas, las masacres… Es tiempo de la verdadera pasión que no es la de la cruz sino que es la de la X de la capacidad de resolución del conflicto (la incógnita matemática), del empate, del abrazo desnudo y sincero a lo distinto… En definitiva: del fin de las guerras para el reinicio de la paz verdadera que no es “ñoña” sino auténticamente pasional. Se trata de abrir los puños (para darse las manos) y abandonar las armas, vencer los miedos escuchándose y escuchando al otro distinto o enemigo (sea nuestra pareja, sea un hijo o un familiar, sea una comunidad, sea una enfermedad…). Así podremos transformar el drama perpetuo histórico en comedia dramática donde somos capaces de decir como lo hacía nuestro genial Miguel Gila (quien mucho sufrió la dureza de la Guerra Civil Española):»¿Está el enemigo? ¡Que se ponga!».

Dedicado a todas las familias, en especial a la del jardín de mi infancia.

 

El escritor y académico Sergio Inestrosa (San Salvador, 1957)

 

 

«Los motivos de la memoria» (Almava Editores, Nueva York, 2017)

 

 

Imagen destacada: Cuerpos sin vida de dos civiles salvadoreños, muertos durante la guerra civil del país centroamericano (1980-1992), por https://www.hispantv.com/