Cine trascendental: «Los niños del cielo (Bacheha-Ye aseman)», de Majid Majidi: El sentir de la infancia

El director iraní nos ofrece una joya cinematográfica que brilla por su autenticidad. Una sencilla historia —la de Ali y Zahra, dos hermanos pobres que tienen que compartir unas zapatillas— sirve para reflejar un país y su cultura, todo vivenciado desde el sentir de esos seres encarnados con gran naturalidad tanto por Bahare Seddiqi (Zahra) como especialmente por Amir Farrokh Hashemian (Ali), quienes saben estar y decir incluso en los silencios.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 31.1.2020

«En cada niño nace la humanidad».
Jacinto Benavente

«Los niños han de tener mucha tolerancia con los adultos».
Antonie de Saint-Exupery

 

Preliminar

Para aquellos lectores que no hayan visto esta película y quieran hacerlo: quizás sea mejor leer este artículo tras su visionado dado que en él se explican detalles esenciales de su argumento (incluido el final).

 

Realidad árabe

La historia transcurre en Irán, un país de grandes desigualdades sociales donde una amplísima mayoría vive con muy poco. Y con muy poco el director persa construye esta película que bien refleja su país, su cultura y el sentir/ser de su pueblo. Un pueblo el árabe de naturaleza amable que comparte con generosidad lo poco que tiene con sus vecinos y en general con sus visitantes. Pero también un pueblo donde el islamismo y la tradición patriarcal son claros protagonistas hecho que se refleja en los hogares. En ellos el hombre ostenta el poder como cabeza de familia y tanto la mujer como los hijos quedan supeditados a él siendo a menudo sus vasallos. Así en la obra, aunque el padre de Ali y Zahra no tiene trabajo, nada hace de las tareas del hogar, son su mujer —a pesar de su enfermedad— e hijos —aun siendo muy niños— los que cargan con ellas. Lo vemos en una escena en la que el hombre está pendiente de su radio mientras Zahra se encarga del bebé de la familia, Ali hace recados y la madre cocina.

 

«Niños del paraíso» (1997)

 

El sentir de los niños

Es revelador que casi no sepamos los nombres de los padres protagonistas (sólo bien entrada la película descubrimos el del hombre) y sí el de los niños; se entiende como modo de dejar bien en claro que la historia se centra en ellos dos, en su sentir. Un sentir que muchos adultos desafortunadamente no alcanzan a comprender y con el que Majidi resuena plenamente. Ese resonar le da autenticidad a Niños del paraíso, todo lo vivenciamos desde la mirada, la mente y el corazón de Ali y Zahra; y en esa (su vivencia) nos recordamos y nos reconocemos niños nosotros mismos. Para mí, este aroma de infancia que cala hondo es el mayor logro de la obra.

Toda la trama se organiza a partir de un hecho simple, Ali extravía los zapatos de su hermana pequeña Zahra. Los únicos zapatos de la niña, zapatos muy desgastados que el zapatero había remendado. Esos zapatos son la poderosa imagen de la extrema pobreza en la que viven. El chico convence a Zahra para que no lo comente a sus padres y le ofrece los suyos (también únicos) para ir a la escuela mientras intenta recuperar los perdidos. Pero no lo consigue y pasan días compartiendo zapatos lo que afecta a ambos, a ella le vienen grandes y se avergüenza y él llega siempre tarde a la escuela esperando el regreso de su hermana para calzarse.

Ali es un buen alumno y sufre por sus retrasos diarios. Y acaba siendo amonestado por el director de la escuela quien no atiende a sus explicaciones, el chico le habla de la enfermedad de la madre y la falta de trabajo del padre (las causas reales de su situación) y ha de ser su maestro quien interceda evitando el castigo. Paralelamente, Zahra en sus carreras con zapatillas grandes pierde una en una acequia. En una de las mejores escenas del filme la vemos desesperada intentando cogerla y rompiendo a llorar calladamente –un llanto que uno siente dentro- en su impotencia, en su no saber qué hacer; afortunadamente un buen hombre le atiende, le entiende y consigue recuperarlo.

El profesor y ese desconocido, dos hombres cercanos al sentir de los niños frente a tantos demasiado ocupados en sus asuntos adultos y a menudo totalmente desconectados de ese sentir de infancia. Gentes para las que los niños son más bien un estorbo, como el tendero del comercio donde Ali pierde los zapatos quien para nada atiende a lo que le ocurre al niño, tan sólo a lo que le afecta a él su extraña/molesta conducta rebuscando entre los cajones expositores donde los había guardado.

Y los padres de esos niños con un solo par de zapatos a compartir, unos padres que en ningún momento advierten la situación, ellos –seguro que muy a su pesar- también están demasiado ocupados en sus dramas como para darse cuenta del drama de Ali y Zahra. Porque para los hermanos esa pérdida es un gran problema que les desborda.

Problema al que Ali ve solución en el premio a una maratón interescolar en la que el tercero gana unas bambas, el objeto de su necesidad. Nuestro protagonista consigue participar en representación de su escuela. A él “le va la vida” en esa carrera y se entrega casi hasta desfallecer teniendo siempre en mente a su querida Zahra a quien entregaría el premio. Vemos como se coloca el primero y deja pasar a otros para intentar llegar el tercero pero “no puede evitar” ganar por lo que se siente muy mal al fallarle a su hermana. Así, al hacerse las fotos de rigor con el entrenador y el director lo vemos cabizbajo pero ellos no se percatan en su inflada satisfacción, ni siquiera el fotógrafo al hacerle una individual y pedirle que alce su rostro lloroso. Nuevamente adultos centrados en sí mismos incapaces de “darse cuenta” de que el chico está mal, que algo le duele mucho. Triste ese no “darse cuenta”.

En la última escena Ali llega apenado a casa, Zahra en el patio lo ve, mira sus zapatillas gastadas y en silencio acude a atender al bebé. Ali se descalza, sus zapatillas que están deshechas como lo están sus pies que sumerge en el agua del estanque para aliviar su dolor físico y emocional.

 

Ali

El mayor de los hermanos es todo entrega, todo amor. Pero su expresión es a menudo triste, se entiende como reflejo de la carga que soporta en su responsabilidad de hermano mayor y especialmente por la pérdida de los zapatos de Zahra. Como consecuencia de su drama no acude a jugar al fútbol y tal y como se ha comentado por el mismo motivo llega tarde a la escuela en la que destaca como buen alumno.

Y gracias a Ali el padre consigue trabajar como jardinero, ambos van al barrio rico con ese objetivo y es el chico quien -por su mayor capacidad/seguridad oratoria- logra que lo empleen. El padre se alegra y le reconoce/agradece su ayuda, es entonces cuando Ali le pide que  le compre los zapatos a su hermana (ella antes que él, así es, así siente), deseo que cumple tan pronto tiene el dinero. Ali apenado y destrozado con los pies en el estanque nada sabe de que su padre –un buen hombre que ama a los suyos- en ese instante se dirige a casa con unos zapatos nuevos para Zahra.

 

«Niños del paraíso»

 

Abismo social

La película muestra las abismales diferencias en las condiciones de vida entre la inmensa mayoría pobre y la minoría rica. Lo observa Ali antes de empezar la carrera: mientras los niños ricos visten impecables equipaciones él acude con sus desgastadas prendas y zapatillas.

Y queda patente especialmente cuando padre e hijo llegan al barrio elitista en su humilde bicicleta. Los dos sudados por el esfuerzo y la calor, el sudor de la pobreza. Allí las gentes “bien” viven parapetadas en sus mansiones con muros y porteros automáticos recelosas e incluso agresivas con el desconocido. ¡Qué distintas esas gentes de las del barrio humilde al que están acostumbrados!, allí los hogares no están abiertos, allí las personas se relacionan selectivamente, allí los pocos -temerosos- se aíslan del pueblo defendiendo sus posesiones y posiciones. Triste realidad desafortunadamente común en este Mundo, no solo en el árabe.

 

El patio

En los barrios ricos los jardines son privados y habitualmente grandes. En cambio en las barriadas pobres los espacios son más reducidos y se comparten. Así es el agradable y sencillo patio del hogar de nuestra familia protagonista, un patio que da acceso a varias viviendas, un patio con un estanque y algunas plantas. Allí pasan muchos ratos los dos hermanos, allí trabajan y juegan (es bella la escena de diversión entre pompas de jabón), allí todos dejan sus zapatos para calzarse con zapatillas en el hogar.

El patio comúnmente central de tantas construcciones en tantas culturas del planeta. El patio que refresca, que abre la vivienda a la luz y a la naturaleza. La naturaleza interior creada a base de plantas, arbustos o incluso árboles; también empleando el agua a menudo en movimiento ya sea gracias a fuentes, surtidores o estanques con peces. El patio (al igual que el jardín) como espacio vital que da vida a las viviendas, que da vida a las personas que las habitan, y como espacio de inspiración y libertad.

Impacta la belleza del plano final donde se nos muestran el patio a vista de pájaro, vemos el estanque de forma circular con macetas de flores rojas alrededor y los reflejos solares en el agua. Y en el agua peces rojos acudiendo a los lastimados pies de Ali; una composición en la que tanto los reflejos como las ondas tienen al chico como centro axial. Toda una imagen simbólica en la que destaca el círculo asociado al Cielo y a los ciclos temporales de este Mundo, de esta Tierra; también son significativos el rojo de las flores y peces así como los reflejos solares representando al fuego-luz que junto a la omnipresente agua son elementos creadores de vida. Mucho simbolismo entorno a Ali entiendo que como reconocimiento a su condición de héroe: él lo es por su valor y entrega, él lo es por su amor con mayúsculas.

 

Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Los niños del cielo (1997).