Escritor Gonzalo Contreras: «El tema del ser en el mundo no se resuelve con ninguna ideología»

«En momentos como este nos vemos asediados y asaltados de realidades de gran urgencia: son condiciones en que es muy difícil poder entregarse a otra forma de lenguaje que vaya más allá de nuestra autodefensa», afirma sobre la actualidad de estos días el novelista nacional, quizás la figura creativa de mayor resonancia dentro de la denominada Nueva Narrativa Chilena de los años 90, al Diario «Cine y Literatura», en una conversación que surge a propósito de su último libro de ficción, «Los asaltantes del cielo» (Planeta/Seix Barral, 2019), publicado tan solo semanas antes del estallido social que desde el mes de octubre remece al país.

 Por Daniel López Contreras

Publicado el 31.1.2020

En Los asaltantes de cielo (Planeta/Seix Barral, 2019), Contreras entrega una especie de segunda parte al universo narrativo que ya había construido desde El nadador (1995). Puede haber narraciones de historias, pero son los personajes quienes las vuelven posibles y permiten su devenir. En este relato, narrado a través de una tercera persona que se instala cómodamente en el hombro de los personajes, muy cerca de sus cultivadas y calculadoras mentes, nos reencontramos con Max Borda, ahora casado con su cuñada Virginia, pero especialmente con su hija Cristina, cargada de dudas sentimentales y ante un futuro poco claro junto a un novio guapillo de pretensiones artísticas tal vez desmedidas.  Ante esto, nos preguntamos: ¿se puede pretender asaltar el cielo estético en meses en que nos sentimos asaltados por la historia?

Figura consular de la controvertida Nueva Narrativa Chilena de la década de 1990 —junto a los nombres de Arturo Fontaine Talavera, Carlos Franz y Jaime Collyer—, Gonzalo Contreras Fuentes (Santiago, 1958) es asimismo el autor de una numerosa bibliografía en el campo de la ficción literaria, la cual incluye, entre otras, a las novelas La ciudad anterior (1991), El gran mal (1998), La ley natural (2004), Mecánica celeste (2013) y Mañana (2015), en un recorrido creativo que se ha ganado la admiración de respetados críticos, tales como Ignacio Valente (pseudónimo del poeta José Miguel Ibáñez Langlois), pero también la constante reprobación de otros, como es el caso de la académica feminista Patricia Espinosa.

 

Para comenzar, quería mencionar que me llamó la atención este fenómeno de retomar una historia, a estos personajes ya veinticinco años después de El nadador. ¿Por qué y cómo se vuelve a un argumento y a este elenco de caracteres?

—No estaba en mis planes hacer un nadador dos. Cuando terminé El nadador jamás pensé que iba a haber alguna secuela, pero ya lo he hecho con algunas novelas. La mecánica celeste (2013) es continuación de La ley natural (2004), y además hago algunos cameos. De hecho, la madre de Gastón, Brenda, aparece en Mañana (2015), y esa novela ocurre en 1963, entonces en Los asaltantes del cielo, Brenda, la madre de Gastón, ya es mayor.

Me gustan las líneas de tiempo y las vidas, con todas las etapas que esto implica, y me gusta mucho en ese sentido (que no lo he hecho todavía) lo que hace Proust, que usa personajes que van envejeciendo y va siguiendo su línea de vida hasta la ancianidad, la que muchas veces no es tal.

 

—Algo de lo que también me interesa conversar es sobre los paratextos que rodean a esta novela, en particular el epígrafe: «Lo bello natural se abre a una percepción ciega e inconsciente», de La salvación de lo bello (2015) de Byung-Chul-Han ¿Cómo dialogaría este epígrafe con la novela?, ¿cómo trabaja los epígrafes en su obra, en general?

—En general me gustan los epígrafes. Este tenía que ver con aquello de si la belleza era natural, que es un tema, como lo es para Cristina. Para muchas mujeres y hombres su propio físico es un tema, especialmente en el último tiempo. Hoy más que nunca la belleza es una mercancía, un objeto de consumo y transacción. Nunca la belleza ha sido más capitalizada que hoy, siendo Instagram una prueba de ello.

Baudelaire decía que la belleza debe ser antinatural y adoraba en la mujer los afeites y los maquillajes, en cierto modo su ideal de belleza estaba en lo artificial, y hay un alto componente de eso hoy en día. Cristina entra a eso y es algo absolutamente extraño a ella y a lo que era antes. Hay una especie de extrañeza con el propio cuerpo y Cristina debe asumir quién es, porque pareciera que es un personaje que no ha tenido relación con su cuerpo, se mueve en el terreno de las ideas y se considera equivocadamente una mujer poco atractiva. Esto para mí es un tema muy de hoy.

 

—En este sentido Cristina, al igual que Gastón, hacen «asalto al cielo», ¿no? Este es un concepto que se ha resignificado bastante a través del tiempo.

—Sí, y hoy en día ha tomado un cariz bastante político, pero en la novela el cielo es el parnaso en que está Eliot. La tierra baldía (1922) debe ser el salto poético más revolucionario que ha dado alguien. Hay una revolución estética de primer orden a partir de esa obra. Yo, cada vez que la leo, me asombro, además de que es un poema que me fascina. Sobre Gastón, se nos aparece como un aficionado, un diletante, un personaje de esta época. Conozco muchos Gastones.

Hoy en día hay una cosa bien curiosa que, en este mercado de las identidades que es propio de la posmodernidad, cada uno elige su ‘quien soy’, y Gastón pareciera que ha elegido una identidad que tal vez no le corresponde, está haciendo una apuesta demasiado alta y Cristina duda de si tiene las herramientas necesarias para esa puesta, al nivel de que duda sobre su inteligencia. Se ve arrojada a un mundo cierto con Gastón, en el que hay personajes como Dynamo, quien produce bastante rechazo, pese a que no quiero que ningún personaje sea absolutamente odioso.

 

—Y de una novela ambientada en el año 2001, ¿qué pasaría con estos personajes en el Chile del 2020?

—Lo que pasa es que para mí el 2001 y hoy día es lo mismo. El mundo no ha cambiado nada. La gente no tiene línea de tiempo y vive excitada por la contingencia, pero esto no es así, la vida continúa. Sucumbir a la histeria es poco inteligente.

 

—¿Cree que hay mucho ruido en los últimos años?

—Hoy el mundo es un ruido perpetuo. Es difícil encontrar el silencio y la soledad que me son necesarios para la creación. Soy un escritor y un lector de noche.

 

—A propósito de este vínculo con Flaubert (los personajes se reúnen en un café homónimo) y del aprendizaje que experimenta el personaje de Cristina, ¿hay alguna especie de educación sentimental durante la novela? Estos son personajes que aprenden a querer de nuevo…

—Sí, son personajes que se educan emocionalmente. Hay una escena muy importante, que es la antepenúltima y narra el diálogo de ella con su padre y su tía/madrastra. Es una conversación tensa, en la que ella siente que debe cobrarles algo y el resultado de esa conversación también parte de su educación sentimental que yo sabía que debía mostrar. Y en esto, que corresponde ya a decisiones estructurales, yo debía construir a Cristina en un lugar en que moralmente no fuese tan vulnerable.

 

—Y en esta especie de dicotomía entre inteligencia y emocionalidad, ¿cómo convergen estas en su escritura? Ahora en general, más allá de esta novela en particular.

—Se escribe con la mente. El arte es una cosa mental, como decía Lynch. Usamos nuestra inteligencia, disponemos las piezas de cierto modo usando nuestro intelecto, pero obviamente en la escritura hay una tensión permanente entre control y espontaneidad y entre razón e intuición. Esos son los polos en que uno se mueve.

En la época de El nadador escribía con mayor dificultad, pero hoy día trato de escribir lo más posible de primera tirada, una escritura liberada, pero cada vez estoy más seguro de que en este acto de escritura ocurre algo, a nivel cognitivo, que no está en ninguna voluntad ni intención. Cada vez llevo esto más a la práctica, con una especie de confianza audaz en la primera tirada, lo que ocurre mucho en esta novela. Siempre lo he dicho: no veo a la escritura como un acto de exposición, sino de averiguación.

 

—Hay tema que también se ha tratado harto que tiene que ver con la fecha de publicación de Los asaltantes del cielo, ¿no? Se dio la coincidencia de que un poco más de dos semanas después comenzaron las movilizaciones.

—Sí, me lo habría guardado. A mí me costó volver a leer ficción. Estuve octubre, noviembre y diciembre leyendo ensayos, porque me costaba entrar a la ficción. No era un buen momento para la novela.

 

—Pero también se suele afirmar que muchas veces la ficción parece la herramienta más propicia para abordar la realidad, sea lo que sea esta.

—Lo que pasa es que en momentos como este nos vemos asediados y asaltados de realidad, y de realidades de gran urgencia. Es como vivir en estado de peligro y supervivencia, que es más bien un estado primitivo del ser, y estas son condiciones en que es muy difícil que podamos entregarnos a otra forma de lenguaje que vaya más allá de nuestra autodefensa, entonces me parece que no es lo más propicio.

 

—En relación con esa «liberación de la mano» de la que conversábamos, surge también la reflexión sobre un aspecto que ha mencionado ya en relación con no atribuir al arte en general, y a la literatura en particular, un pedestal moral de corrección política, con no temer herir susceptibilidades…

—La batalla que ha dado el arte moderno por despojar al arte de moral ha sido una batalla bastante ardua para, al final, volver a ella. Una escritura políticamente correcta es un horror. Baudelaire y Rimbaud nos enseñaron algo, aprendamos. En este sentido, al arte no le sirve a nadie, no tiene amo, no se somete a nadie.

 

—¿Es una especie de actualización del non serviam huidobriano?

Non serviam. Yo no podría usar el arte para promocionar mis propias ideas. Mis ideas no le interesan a nadie. La gente suele pensar que sus ideas valen oro, pero en general el mundo de las ideas es bastante convencional, sin mucho de nuevo ni original. Las ideas que uno pueda tener también las tiene otro montón de gente.

 

—¿Entonces en qué órbitas circulan el arte y la escritura?

—El arte se relaciona con la vida de las cosas, y dicha vida se resiste a ser encasillada en cualquier tipo de ideología o formula que resuelva el problema de la vida y el existir. El arte no se va a hacer cargo del sistema de reparto, de la salud o de la educación. Si lo hiciera, ¿cuáles serían sus siguientes temas? El tema del ser en el mundo no se resuelve con ninguna ideología.

 

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Daniel López Contreras (Santiago, 1991) es licenciado en literatura, licenciado en ciencias jurídicas y sociales de la Universidad Diego Portales y postulante al título de abogado. Fundador, gestor y moderador de las Jornadas de Derecho y Literatura (2018 – actualidad). Ha sido expositor en el primer Congreso de Derecho y Literatura de la Universidad Austral de Chile con la ponencia «No firmó por no saber. Sobre fórmulas jurídico-literarias en testamentos y causas coloniales chilenas» (2019) y en el coloquio «El rol el arte en el proceso constituyente», organizado por la Facultad de Derecho de la Universidad de Valparaíso (2019). También ha ejercido como ayudante de investigación y de cátedra (2016 – 2019) de la Escuela de Literatura Creativa de la Universidad Diego Portales y como asistente de coordinación de la Cátedra Abierta en homenaje a Roberto Bolaño (2019 – actualidad). Impartirá, a partir de marzo de 2020 en la Casona Concha y Toro 42, dos talleres de lectura: «Literatura y derechos humanos» y «Literatura queer».

 

«Los asaltantes del cielo», de Gonzalo Contreras (Planeta, 2019)

 

 

Daniel López Contreras

 

 

Crédito de la fotografía a Gonzalo Contreras: Radio Duna.