«Metraje encontrado», de Germán Carrasco: Entrega, saqueo y resurrección

«En los poemas de este título la escritura distingue entre miedo y pudor, entre el exceso de temor que termina siempre en lectura o redacción policial (mera transcripción) y el respeto a la montaña, a la muerte, y a todo lo que, en definitiva, no es uno», especula con audacia estética el análisis multidisciplinario al último libro del -a estas alturas canónico autor chileno-, que ofrece el Diario «Cine y Literatura».

Por Juan Pablo Rodríguez

Publicado el 14.12.2018

J.W. Dunne sostenía que la muerte era una suerte de gimnasio en el que uno podría entrenarse en el manejo de la eternidad: la posibilidad de recobrar todos los instantes de nuestra vida y combinarlos como nos plazca. Porque esos instantes se pierden. Con la esperanza de recuperarlos en un futuro lejano se fijan con una cámara. Pero ya sea por voluntad, desidia o culpa, se vuelven a perder. Alguien hace una foto en un cumpleaños o graba una boda,y esas imágenes desaparecen o vagan. Hasta que otro las encuentra y hace uso de ellas. Todo comienza con este acto de saqueo y de resurrección.

En Metraje encontrado (2018), último libro del poeta chileno Germán Carrasco (1971), este método se aplica no a la exploración de un futuro reconciliado como soñaba el filósofo inglés, sino al presente vertiginoso de la escritura. Se trata, como es habitual, de un vértigo más o menos controlado. En los poemas de Metraje… la escritura distingue entre miedo y pudor, entre el exceso de temor que termina siempre en lectura o escritura policial (mera redacción) y el respeto a la montaña, a la muerte, y a todo lo que, en definitiva, no es uno.

En un país de “sismos y fascismos”, en “zona de barrancos”, el trabajo consistiría entonces en otorgar un espacio de resurrección a aquellas imágenes que alguien descartó, darles: “una historia a estas intimidades abandonadas, un contexto para que puedan desplazarse”. La escritura de Germán Carrasco hace precisamente eso: fija el sentido momentáneamente en imágenes –viajes, seres amados, compañeras y compañeros de ruta, flores de alta montaña–, para posibilitar su desplazamiento. Son momentos “detenidos mas no desaparecidos” como se lee en el poema «Amigos imaginarios».

El que recorre este espacio un repartidor Uber Eats, un recadero. A la imagen del poeta pintor o camarógrafo presente en libros anteriores, Carrasco yuxtapone la figura del poeta Chasqui, quien cruza una zona de peligros y de bellezas para llegar a tiempo con la entrega. El poeta Chasqui recorre territorios extremos, donde “no reina dios, sino el viento”, Porvenir y Pisagua, porque la ciudad no sólo expulsa hacia sus bordes sino hacia los extremos; dos límites, dos realidades lejanas que se reúnen en un instante.

Una imagen según Jean-Luc Godard (y según Carrasco) es precisamente esto: “Nupcia de dos ítems lejanos y justos, matrimonio del cielo y la tierra o quizás de la tierra y el infierno”, un encuentro precario entre dos realidades lejanas y precisas. Contra la lectura policial que aspira a una asepsia radical de la página, en Metraje encontrado se afirma el potencial político de la imagen como mezcla, como evento, un sistema de contrastes entre dos ítems no relacionables: “Una imagen no es fuerte porque es brutal o fantástica sino porque la asociación de las ideas es lejana, lejana y justa”, leemos en la sección «Imagen y cuerpo».

La fascinación por las imágenes no toma en este Metraje encontrado la forma de un seudo virtuosismo basado en asociaciones más o menos libres que más que seducir inducen a cierta hipnosis, sino a la de un delicado ejercicio de observación de las posibilidades éticas y estéticas de la realidad. La imagen es evento donde: “1) una hoja cae (en el preciso momento en que) 2) un pájaro pasa volando”. Una lechuza blanca se posa sobre una rejas sepultada por la nieve, se distingue a penas. O una niña mira las nubes fascinada por largo hasta que percibe que una flota de aviones cruza el cielo.

Pero la imagen es también una boya (otra imagen) en la que “Nadadores cansados pretendemos asir la realidad”. A la dinámica de saqueo y de resurrección se debe agregar entonces la de la entrega. Es este acto de entrega implícito en el recorrido y el viaje lo que abre la posibilidad de que las imágenes, la de los poemas y la de los fotogramas de Tiziana Panizza que dialogan con los poemas en el libro, no beban de discursos en torno a la figuración visual, o querellas que pretenden dirimir si se piensa con los ojos, la lengua o las orejas, en favor de algún u otro programa, institución, etcétera. La escritura de Carrasco es consciente de que los materiales del poema no se crean ni se inventan, sino que se encuentran. Las imágenes aparecen, y aunque el que escribe, o la documentalista acceden a un instante de soberanía creadora, hay conciencia de que los fotogramas encontrados son filmaciones ajenas, hechas por otros:

 

“materiales para construir un mundo

a soberana pinta propia

pero con el 70 % del trabajo hecho

por muertos y fantasmas:

estas filmaciones ajenas son nuestros hijos adoptivo”.

(“Bautizo y construcción”).

 

La presencia descartada de estas imágenes, estos desconocidos, “son nuestra vida social” o “hermanos adoptivos” bautizados en el poema. De ahí que las imágenes se presenten “para que uno sobreviva o resista”. Si el tiempo implica la idea de serialidad, la historia de estas “intimidades abandonadas” debe ser leída como una carrera de relevos, en las que “el que escribe” debe llegar a tiempo, a la manera de aquellos ciclistas que viajaban a toda velocidad de un cine a otro transportando la copia única de la película.

Finalmente, la entrega es un acto ético que conlleva acusar recibo de la historia (la praxis lisia) y ser afectado por ella. La lectura de las nueve partes de este metraje encontrado produce una memoria implícita, la sensación de estar concentrados ante un abismo en cuyo archivo se encuentran materiales vivos que movilizan órganos y afectos. El delivery de poemas implica el ejercicio activo de una memoria que reviva momentáneamente: “muertos que no recuerda nadie, condenados a cadena perpetua por el mercado y el olvido”. Se trata, en definitiva, de sentarnos a la mesa con los zombies que invaden nuestra vida y atraviesan con sus nombres nuestro cuerpo. Estar dispuestos a hermanar relaciones extrañas, tomar once con desconocidos, es quizás la única manera de apropiarse del pasado, dotarlo de historicidad y no relegarlo a su procesamiento mercantil, vintage.

“Cierto brillo en la mirada de alguien significa que está siendo visitado por una imagen”. Actualizando una lírica que no rehúye la elocuencia ni la claridad, Germán nos invita en su último libro a dejarnos invadir por imágenes bellas y extrañas: hijos adoptivos del chasqui que recorre en voz baja una zona de bellezas y de peligros. Porque mientras haya entrega, el desamparo del olvido y el mercado instituirá en el poema una memoria a modo de sobrevivencia.

 

Juan Pablo Rodriguez (Talca, 1985) es doctor en sociología por la Universidad de Bristol, Inglaterra. Ha obtenido el premio Juegos literarios Gabriela Mistral y la Beca de Creación Literaria del Consejo Nacional del Libro. Es autor de Shangai (Editorial Alquimia, 2015).

 

 

Poemario «Metraje encontrado» (Hueders, Santiago de Chile, 2018)

 

 

 

Crédito de la imagen destacada: Germán Carrasco.