El presente largometraje de ficción uruguayo se exhibe como una historia para niños y jóvenes latinoamericanos que ven en este deporte la única salvación a su pobreza. Sin embargo, aquí se deconstruye eso y se opta por hacer un llamado. Que si bien es importante practicar la actividad que levanta pasiones, hay que seguir estudiando toda la vida. Pero a la vez, ese aprender no va en el sentido del éxito vertical: existe la búsqueda del mejoramiento personal por medio de la experiencia y del error, como catalizadores que permiten reintegrarse con los otros. Ese es el verdadero logro: compartir y encontrarse con los demás.
Por Rodrigo Torres Quezada
Publicado el 16.7.2018
Hace un tiempo, cuando en el mundial recién pasado en Rusia 2018, se aprestaba a jugar la selección uruguaya en cuartos de final, circuló una carta escrita por el entrenador Tabárez. En ella, este hombre, quien es profesor, pedía porque en Uruguay se destinase más presupuesto para educación pues esta es mucho más importante que un partido de fútbol. Así rezaba esta carta. Luego, se supo que este escrito era un hoax; o sea, un invento, un “fake” que se viralizó en la red. Pues bien, si olvidamos esto último y nos quedamos con el mensaje de dicho texto, entonces entenderemos mejor la película Mi mundial, la cual precisamente es uruguaya.
El filme, del año 2017, basado en la novela de Daniel Baldi y dirigido por Carlos Andrés Morelli, cuenta la historia de Tito, un joven que juega bien al fútbol y cuyo equipo de barrio tiene todas las esperanzas puestas en él para salir campeones de su liga. Pero su familia, sobre todo el padre, está muy preocupada porque Tito no rinde lo mismo en el fútbol que en el colegio, donde está a punto de repetir. Por suerte tiene la ayuda de su amiga Florencia, la cual también juega fútbol.
El padre de Tito es un hombre humilde. La escena donde está limpiando el wáter de una vecina para poder conseguir ago de dinero (están sumidos en deudas) recuerda incluso el comienzo de aquella joya llamada Manchester by the sea, con un protagonista sumido en una vida llena de miserias. Es por ello que la aparición de Rolando, un cazatalentos brasileño, quien se ofrece para hacer de Tito un jugador profesional, cambia todo para la familia. Rolando consigue para Tito un club de tercera división y un departamento con los gastos pagados (más un seguro social y médico) para la familia.
Sin embargo, sucede la dicotomía clásica que conlleva el éxito: a medida que Tito se vuelve un goleador, e incluso saca campeón a su equipo, se va distanciando de su familia. Prefiere aparentar frente a sus compañeros de equipo para que no lo vean como un niño. La escena en la cual él apunta con una pistola-joystick hacia la pantalla del computador mientras habla con su amiga Florencia, lo dice todo: el exitoso Tito ha decidido acabar con su pasado humilde. No obstante, luego de una borrachera y una discusión con sus padres, para después tomar su moto, se accidentará. Es aquí donde aparecerá el gran mensaje de Mi mundial: Tito se ve obligado a regresar en muletas a su natal Nogales, abandonar su futuro prometedor como estrella futbolística y tener que reintegrarse al colegio pero con otros compañeros quienes no respetarán su antigua calidad de ídolo del fútbol. En el colegio, Tito tendrá que reencantarse con la educación. Gracias a la ayuda de sus amigos, el apoyo de sus padres, e incluso una carta del jugador uruguayo Diego Lugano, quien le dice que lo más importante en la vida es estudiar, el joven podrá pasar de curso.
Así, Mi mundial se presenta como una historia para niños y jóvenes latinoamericanos que ven en el fútbol la única salvación a su pobreza. Sin embargo, aquí se deconstruye eso y se opta por hacer un llamado. Que si bien es importante practicar este deporte que levanta pasiones, hay que seguir estudiando toda la vida. Pero a la vez, este estudiar no va en el sentido del éxito vertical, puesto que sería lo mismo que el éxito ofrecido por el medio futbolístico. Se trata de un éxito horizontal, integrador de amigos y familia, solidario, donde no interesa si se es una megaestrella deportiva o si se es un magíster o doctorado prestigioso. No. En Mi mundial existe la búsqueda del mejoramiento personal por medio de la experiencia y el error, como catalizadores que permiten reintegrarse con los otros. Ese es el verdadero éxito: compartir y encontrarse con los demás.
Por otra parte, la película presenta una narrativa clásica que a muchos podrá recordar a la trilogía Goal, a la teleserie Cebollitas, a la película Los pibes, y a varias otras que utilizan la misma estructura. Por lo cual, la película, vista así, no pasaría de ser una más del género. Sin embargo, es la única que deja un mensaje tan potente enfocado en la educación.
Rodrigo Torres Quezada (Santiago, 1984) es egresado del Instituto Nacional “General José Miguel Carrera” y licenciado en historia de la Universidad de Chile. Ha publicado los libros de cuentos Antecesor (2014) y Filosofía Disney (2018) bajo el sello Librosdementira. También ha dado a conocer distintos relatos de su autoría en La Maceta Ediciones (2017) y la novela titulada El sello del pudú (Aguja Literaria, 2016). Lanzó, asimismo, el volumen de ficción Nueva narrativa nueva (Santiago-Ander, 2018), y obtuvo el primer lugar en el concurso V versión Cuéntate algo de Biblioteca Viva (2012). El año 2016, en tanto, se quedó con el primer lugar en el I Concurso Literario del Cementerio Metropolitano.
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