Fragmento de la novela «Angustiosa celebración», de Felipe Risco: Dormir y festejar a intervalos

Esta es la primera ficción literaria y chilena sobre fútbol en la dictadura militar, y por una extraña coincidencia, el club Unión Española vivió su mejor época durante los años de mayor represión política, entre 1973 y 1977, periodo en el cual transcurre la primera parte de esta historia. Bajo ese entorno, cada grito de gol representaba un desahogo para Fabián Lecaros, en medio de su singular paradoja: la felicidad por los éxitos de su equipo conviviendo con el miedo ante el permanente amedrentamiento. Mucho tiempo después, en 2005, su club vuelve a ser campeón tras 27 largos años. El contexto ha cambiado, el país también, pero el relato conserva su línea social y política. Lecaros vive la contradicción de amar a un club que se declaró seguidor del régimen de Francisco Franco y del cual muchos de sus hinchas -quizás la mayoría- son hasta nuestros días partidarios de la derecha. Pero el deporte tiene la inusual capacidad de unir en un canto común a los seres más diversos. Una obra apasionante, emotiva y sobre todo entretenida que aborda con desparpajo las miserias y grandezas de la sociedad chilena de los últimos 40 años: Suspenso, drama, violencia, temores y sorpresas, pero también amor, ternura y humor prevalecen en este volumen de sugestión permanente.

Por Felipe Risco Cataldo

Publicado el 16.7.2018

 

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Extrañamente, hoy despierto ilusionado. Mis sueños deportivos han eclipsado mis pesadillas políticas por las crudas consecuencias del golpe militar. Mi querido club, Unión Española, está ad portas de obtener su tercera estrella. Se aproxima la antepenúltima fecha del Campeonato Nacional 1973 y para consumar el objetivo, al elenco hispano le sirve hasta el empate con Green Cross, en su visita a Temuco. Y yo quiero estar ahí.

Todos me recomendaron viajar en alguno de los diez buses que dispuso el club para los fanáticos, con promoción incluida. Hasta mi sabio amigo Domingo me lo aconsejó, pero testarudamente me negué, ya que generalmente esos viajes se prestan para borracheras y a estas alturas solo quiero tranquilidad. Además, por mucho que se trate de hinchas sanos por dentro, el contexto político me hace desconfiar de todos. Y no saco nada con arrepentirme ahora, porque todos los asientos de esos buses ya fueron vendidos. ¿Y la tradicional ruta del tren desde Santiago a Temuco? Lamentablemente, estará en reparaciones en los próximos días.

Para prevenir cualquier inconveniente, la dirigencia de Unión ya se ha coordinado con los militares para que no detengan ni inspeccionen esos vehículos, porque se trata de confirmados hinchas que viajan exclusivamente a presenciar el partido. Cada chofer porta un certificado firmado por un coronel de Ejército, lo que significa que si detienen el bus, el conductor solo debe exhibir el mentado papel para proseguir su recorrido.

El cotejo se disputará el próximo miércoles, pero hoy jueves comienzo a gestionar mi traslado. Comprar el pasaje en el terminal de buses debiera ser un mero trámite. Por eso, con toda calma me dirijo a la ventanilla de la línea Cruz del Sur, que, excepcionalmente, en los próximos días tendrá salidas diarias hacia Temuco.

– ¿Tiene boleto para hoy o para el fin de semana? –le pregunto confiado al cajero.

– Todo agotado, caballero –me responde de lo más normal.

– ¿Y para el lunes?

– También 

– ¿Y para el martes?

– No tengo hasta el miércoles por la noche, caballero.

Debo reconocer que la serenidad de este funcionario me colma la paciencia. Al paso que responde cada consulta, yo más me voy sulfurando, hasta que no aguanto más y absurdamente lo encaro, como si de él dependiera mi viaje.

–  Puta, pero el miércoles no me sirve, ¿o voh creís que me van a esperar a mí pa’ jugar el partido? –lo increpo con el rostro deformado. 

–  Perdone, pero no me ofenda. Primero que todo, yo a usted lo he tratado con respeto, así que no se me suba por el chorro, que o si no llamo al guardia. Y segundo, no tengo idea de lo que me habla, ya que siempre me ha cargado el peloteo –me contesta irritado. 

–  ¡Se te nota!… –le contesto furioso.

Sin esperar su respuesta, camino a la agencia Pullman Bus. Por las malas noticias de Cruz del Sur, la inquietud ha borrado de mi rostro la calma inicial. Si no me va bien aquí, no sé cómo reaccionaré. Nunca he tenido tolerancia a la frustración. Y ya presiento lo peor.

–  Vengo a adquirir un pasaje a Temuco –le informo en tono de orden al cajero.

–  Le aclaro altiro que si va por el partido, las noticias no son las más alentadoras –me advierte, sin darme lugar a la esperanza.

–  No me digái que tampoco tenís pasaje –le digo con vehemencia, frunciendo el ceño y con mi mano derecha sujetando mi cadera.

–  De aquí al miércoles, solo va una máquina a la novena región. Pero los dos asientos que quedaban se los acaba de llevar el pasajero de chaqueta negra que se va subiendo a ese taxi –me asegura, indicándome un lejano e inalcanzable Fiat 1.100.

–  ¡¿Pero qué pasa que nadie tiene pasajes!? –busco una respuesta que amortigüe mi enojo. 

–  No sé lo que pasa con la competencia, pero en el bus que le digo, casi todos los pasajes fueron comprados por los directivos de la Asociación Central de Fútbol y por los medios de comunicación que van al partido –me revela, tratando vanamente de suavizarme. 

–  ¡Por la chucha! ¡Y qué cresta hago ahora! Por lo que sé, estas dos hueás de micros son las únicas que viajan a Temuco –grito gesticulando con las manos y apuntando a la fachada de las dos empresas de transporte.

–  Señor, por esta ocasión especial, ayer se sumó la empresa Lit, así que antes de reclamar, mejor enfile hacia allá. No vaya a ser que mientras está vociferando, otro tipo más ágil se está llevando los últimos pasajes. ¡Y esos sí que serán los últimos! –me recomienda sin engancharse con mi agresividad, quizás ya acostumbrado a tanto viajero insolente. 

Mi descontrol es tan grande que ni siquiera le agradezco la sugerencia. El cajero había sido muy gentil como para irme sin, a lo menos, despedirme. Pero me perturba su última frase. Por eso, voy rápidamente al lugar señalado.

Cuando llego, me percato que hay una clienta cincuentona, con un relajo excesivo que roza la imprudencia. Es la típica persona que vive a dos por hora y que se demora una eternidad en realizar algo que perfectamente podría hacer en un minuto, sin considerar que hay gente que la espera. Al parecer no es de la capital. Yo no me aguanto y grito al aire ¡Por la conchasumadre! Sin embargo, ni el ensordecedor garabato la saca de su modorra. En efecto, cuando me toca el turno, la ansiedad ya me ha consumido por completo.

–   ¡Quiero irme a Temuco! –es mi espontánea manifestación ante la asombrada y aletargada cajera. Ya no estoy para diplomacias. La señorita, tras suspirar, retoma sus fuerzas. 

–   Caballero, no me grite por favor. No está tratando con animales. Mire, de aquí al miércoles, los únicos asientos que me van quedando son para 25 minutos más –me comunica con una parsimonia que me emputece.

–   ¿Me estái agarrando pa’l leseo o creís que las maletas me las metí en la raja? –la encaro.

Tras esto, la cajera llama al guardia, quien me solicita amablemente hacerme a un lado y terminar mi escándalo. Solo ahí logro recapacitar y comprender que me estoy desubicando. Junto a él me siento en una banca, le explico la razón de mi desesperación y tras conversar durante algunos minutos, logro tranquilizarme y le prometo que no volveré a cometer un exabrupto. Por ende, regreso donde la cajera y le ofrezco disculpas. Sin embargo, su cortante voz me anuncia lo peor: “Ya ni siquiera quedan pasajes para hoy. Lo siento”.

No hallo qué hacer. Ahora mi ira se transforma en tristeza y convertido en un estropajo humano me voy arrastrando hasta la salida. Al parecer mi aspecto conmueve al sensible guardia, quien nuevamente se me acerca.

–   Señor, antes que se vaya, deje decirle una cosita. No le había contado, pero resulta que yo también soy hincha de la Unión y no sabe cuánto me muero por estar en el partido con Green Cross. Lamentablemente no podré ir por razones de trabajo. Si voy, mi jefe me echa, quedo cesante y mi mujer con mis dos hijos se mueren de hambre. Y hoy por hoy, como están las cosas, usted sabe que no podría reclamar en ningún lado por mis derechos laborales. Pero tengo un amigo que por trabajo viaja todos los martes a Temuco. Por lo que sé, tiene rebaja y asiento asegurado por ser cliente habitual de la empresa Cruz del Sur. Hoy a la noche quedamos de juntarnos en el cabaret Minotauro. Cuando esté medio curado lo convenzo y mañana mismo le traigo el pasaje –me afirma, aunque no logro percibir si se trata de un hombre noble o de un fanfarrón más de este país. 

–   Pero cómo sabe si justo hoy va a tener el pasaje en el bolsillo –inquiero con una voz lenta y apagada. 

–   Relájese, hombre. Ese gallo es súper desconfiado. Nunca deja sus pertenencias fuera de su vista. Varias veces lo he pillado con fajos de billetes en los bolsillos porque desconfía hasta de su sombra –me asegura con una labia que me hace dudar de su veracidad.

–   Prefiero no hacerme ilusiones, porque generalmente mis sueños nunca se cumplen –le advierto aún decaído.

–   No sea tan pesimista, amigo. Acuérdese de venir mañana nomás. Si quiere viene temprano. Mi turno empieza a las 9. Eso sí, le voy a tener que cobrar el doble, porque por muy borracho que esté, a ese gallo hay que tirarle alguna moneda pa’ que suelte algo. Es lo más cagado que hay. De hecho lo conocen como el “Avaro” González. 

–   Mire, en otro momento lo hubiese mandado a la punta del cerro, pero anhelo tanto estar en ese partido que soy capaz de regalarle a mi señora con tal de que me traiga ese pasaje –le confieso, mientras mi mano derecha le toma su hombro ídem, como rogándole un milagro a un santo.

Aunque me cuesta creer en la palabra de este locuaz desconocido, ya no me queda otra opción. Si la historia del “Avaro” González es real o ficticia me da lo mismo. Lo único que me interesa es tener el boleto en mis manos.

En la noche solo duermo a intervalos, asustado de quedarme dormido y pasar de largo. Por eso, madrugo para reencontrarme con el guardia. Mi pesimismo me convence de que si el guardia llega después de las nueve, es porque ya habrá vendido el pasaje.

Con un café hirviendo en mis manos, a las 7:30 ingreso a un terminal casi vacío. Al rato llegan algunos comerciantes. La estación va paulatinamente recuperando su intensidad habitual y ya a las 9 se aprecia su rutina normal. Intranquilo, miro sin cesar para uno y otro lado, tratando de divisar la llegada del guardia. Solo a ratos tomo asiento, tras casi dos horas de espera. Ansioso, fumo varios cigarrillos Life mientras deambulo por el lugar.

Cuando empiezo a asimilar que no podré ser testigo de la vuelta olímpica, veo que a la distancia, a paso acelerado y con un bolso en la mano izquierda, camina rumbo al baño el héroe de la jornada. Eso es para mí este modesto joven huesudo, con hoyitos en la cara y de vestimenta modesta.

Al abordarlo, me pide que lo espere un momento. Está preocupado por su atraso. Teme que lo despidan, “porque no es la primera vez que llego tarde”, me dice al pasar rápido por mi lado. No obstante, su atraso es una nimiedad al lado de su nariz enrojecida y su cara de chicha fresca. De todas maneras, lo que me sigue preocupando es el pasaje. Por eso, ignoro su pedido y lo sigo hasta el baño público, que es su suerte de camarín. Mientras se cambia de ropa, lo presiono para acabar con mi angustia de una vez por todas.

–   Ya poh, ¿me trajiste el pasaje o no? –le pregunto nervioso.

–   Pero qué tipo tan desesperado. Por supuesto que se lo traje, yo soy un hombre de palabra. Acá está –me lo enseña, generando mi dicha.

–   ¡Te pasaste! ¡Eres macanudo! ¡Te adoro! –lo ensalzo porque se ha transformado en mi ídolo. 

–   No se me ponga colipato, que hasta ahí nomás llega nuestra amistad. Pasando y pasando eso sí –me exige antes de consumar el anhelado trueque, mientras se coloca apurado su tenida de trabajo.

Interpreto que su actitud se debe a que por fin se siente importante. Por eso se hace tanto de rogar. Pero no lo cuestiono, pues con seguridad siempre ha ocupado el último escalafón jerárquico y como tal ha actuado durante su vida. Ahora que tiene un botín se está dando un gustito, una pequeña revancha frente a una vida, seguramente, cargada de injusticias y precariedades. A través de él descubro que la vida es linda cuando ganan los que siempre han perdido.

Antes que me lo pida, le cancelo casi el triple del valor acordado. Prefiero evitar cualquier discusión, ya que por mi notoria ansiedad resulta esperable que me suba aun más el precio convenido.

Mi generoso desembolso lo desconcierta, porque me da el pasaje de inmediato y una mueca feliz se dibuja espontánea en su rostro amarillo. Igualmente, mi alegría es insuperable.

–   ¡Muchas gracias! Te debo una. Por ti sería capaz de conseguirte hasta la doncella más encachada de Música Libre –lo sigo halagando, aun más extasiado.

–   Ya, no me alabe tanto que no puedo seguir escuchándolo, me tengo que ir a trabajar. Lo único que le pido es que grite los goles por mí –me responde disimulando su satisfacción por esos billetes que le caen maravillosamente para su escuálida economía, mientras se hace el nudo de la corbata mirándose al espejo. 

Mi felicidad me brota por los poros y pese a mi carácter retraído, yo mismo me sorprendo al iniciar con todas mis fuerzas el grito de guerra de Unión Española, ante la incredulidad de algunos hombres que están en el baño. Por suerte el guardia abandona su transitoria soberbia y no me deja en ridículo, acompañándome en el aliento.

–   ¡Ole con E! –empiezo.

–   ¡Ole! –continúa el guardia.

–   ¡Ole con A! –sigo

–   ¡Ola! –prosigue él.

–   ¡Es-pa-ño-la / U-nión Es-pa-ño-la! –cantamos a coro junto a una voz desconocida proveniente de un retrete y a otra igual de anónima que llega desde un lavamanos. 

El grito representa un desahogo del alma, ante la imposibilidad de expresarnos abiertamente. Quizá si los desconocidos del baño también son otros mutilados verbalmente. Talvez por eso no dudan en apoyar con toda su energía, a través de un sano aliento, al virtual campeón chileno. Si tuviéramos que interpretar sus gritos, quizás nos sorprenderíamos de sus señales y mensajes entrelíneas. Quién sabe si incluso ni son hinchas del conjunto hispano y solo aprovechan la ocasión para explotar.

Tras esta verdadera arenga, el guardia se acomoda su boina azul y se golpea fuerte tres veces la palma de la mano derecha con su bastón. No sé si como cábala, para medir la fuerza de su arma o para animarse para otra eterna jornada de trabajo. Luego sale raudo del baño para cumplir sus labores. Se le nota más repuesto y fortalecido mentalmente. Yo, en tanto, me dirijo feliz a mi casa, sobre todo al confirmar en la ventanilla respectiva que se trata de un boleto legítimo.

Curiosamente, al guardia no le pregunté su nombre, lo que evidencia que mi cabeza solo está pendiente de la soñada vuelta olímpica. Sin dudas, una distracción sana y excluyente para estos agrios momentos que vive Chile. Eso sí, antes de abandonar el terminal aprovecho de averiguar su nombre. Me lo revela una señora que hace el aseo. “Pedro Montero, más conocido como Pedro ‘Mochero’”, me cuenta mientras barre con rabia.

El apodo me causa sorpresa, ya que a Pedro lo definiría de diversas maneras, pero jamás como alguien peleador, sino más bien conciliador. Así me lo había demostrado con creces.

Más allá de sobrenombres y juicios, esta situación me lleva a pensar en lo extraño que puede resultar el destino. En este caso puntual, si yo no hubiera armado un escándalo, jamás hubiese conocido al guardia y ahora me estaría lamentando por no conseguir el pasaje a Temuco. Esto me confirma que el éxito depende de estar en el momento justo y en el lugar indicado. No obstante, si tuviera que resumir mi vida, diría que, salvo esta vez, he sido la típica persona que nunca ha estado en el momento justo ni en el lugar indicado. Por eso, discrepo de quienes sostienen que nuestro destino depende exclusivamente de uno mismo. Obviamente hay que esforzarse por lograr un objetivo, pero si no estás en el momento justo ni en el lugar indicado, todo el empeño se vuelve inerte.

Ejemplifico. Un día X tú decides acudir a una reunión social, pese a que inicialmente preferías ir a otra. Y mágicamente conoces a una mujer de la cual te enamoras, después te casas y formas una linda familia. Sin embargo, si hubieras optado por concurrir a la otra reunión social, no hubieras conocido a esa mujer y la jornada hubiese pasado sin pena ni gloria.

Aquél es un ejemplo que se puede replicar en cualquier ámbito, ya sea profesional, espiritual, amistoso, deportivo… Incluso, pienso que el nacimiento y la muerte están signados por el momento justo y el lugar indicado. Si eso se llama suerte, entonces creo en ella.

 

Felipe Risco Cataldo

 

Felipe Risco Cataldo

Periodista y escritor nacido en Santiago.

Ha publicado cinco libros sobre la historia del fútbol (Campeones 2002, Con 24 años basta y sobra, Se lo merecen, También se lo merecen e Inolvidables de Unión Española), fue tres veces premiado por la Casa de la Cultura de La Florida y fue el último periodista que entrevistó en profundidad a dos glorias del balompié chileno como “Chamaco” Valdés y Luis Santibáñez.

A los 23 años ya había sido prologado por los destacados periodistas Pedro Carcuro y Julio Martínez y él mismo fue prologuista de dos libros (Mojando la camiseta, de José Lizana y Origen de una pasión. Los albos y las claves de su popularidad, de Roberto Guidotti).

En 2014, La vida en un día, un emotivo cuento testimonial sobre el último título de Unión Española, apareció en la antología de hinchas de fútbol Una forma de vida, de Roberto Rabi.

Angustiosa celebración (2014) es su primera novela.

 

 

La novela «Angustiosa celebración» (Ceibo Ediciones, Santiago, 2014) de Felipe Risco Cataldo

 

 

Crédito de las fotografías utilizadas: Ceibo Ediciones