«Monos»: Los chicos de la guerra civil colombiana

El filme del realizador colombo-brasileño, Alejandro Landes (ganador con esta obra audiovisual de veinticinco premios en distintos festivales e instancias de la industria cinematográfica internacional), se estrena este jueves 13 de febrero en las salas comerciales de Chile.

Por Alejandra Boero Serra

Publicado el 13.2.2020

«La guerra es así, más escandalosa cuando la cuentas que cuando la vives».
Laura Restrepo

¿Cómo reseñar esta película colombiana en donde la guerra está ensañada/encarnada en unas infancias vulneradas? ¿Cómo resistir la belleza de las imágenes sin sentir que hay una fina línea que puede llegar a correrse y romantizar/estetizar la violencia a la que son arrojados los niños de los bordes/carne de cañón? ¿Cómo mirar esta historia que incomoda, esta historia que es tantas historias que se siguen escribiendo en estos cuerpos, en estos paisajes, en este sistema?

Monos es una co-producción (Colombia-Argentina-Holanda-Alemania-Uruguay-Dinamarca-Suecia-Suiza-Estados Unidos) dirigida por Alejandro Landes (Cocalero, Porfirio) que, después de exhibirse en múltiples festivales (Sundance, Bafici, Cartagena, San Sebastián, Berlín, entre otros) y haber representado a Colombia en los Oscar a Mejor Película Internacional, llega a las salas nacionales.

Un proyecto ambicioso por varios factores: la historia basada, probablemente, en hechos reales (todos hemos leído, escuchado y visto por lo que ha pasado Colombia con las guerrillas y los paramilitares); la filmación en una locación impredecible: la naturaleza exuberante, inhóspita de montañas y selva que son casa, cueva, guarida, intemperie, libertad y trampa para los protagonistas (la fotografía a cargo de Jasper Wolf es uno de los puntos más altos de este filme); los personajes, cuerpos marcados por el abandono, el adoctrinamiento, los rituales, almas habitadas por la pertenencia, el poder, el deseo.

Una apócrifa guerrilla juvenil –cinco hombres, dos mujeres– entrenan en un «refugio» en la montaña y cuidan de una rehén –una doctora ¿diplomática? ¿norteamericana?– y de Shakira, una vaca prestada a la «organización» a la cual hay que vigilar y reguardar tanto como a la cautiva. Al principio todo parece un simulacro de entrenamiento digitado por un «superior» que los deja a la deriva confiando en que el miedo haga de tope y funja como disciplinador. Pero los jóvenes saben de reglas propias y cuando el juego los toma, van por todo, sin medir las consecuencias porque después de todo, ¿qué más pueden perder?

Entre la ley de la manada y la ley de la selva estos jóvenes van a pasar de la convivencia más o menos armónica a la confrontación, la delación y la crueldad pura y dura sin concesiones. Así es esta película: dramática, provocadora, bella, cruel, enigmática. Sin concesiones. Incómoda. Ineludible. Una mirada que va tras las huellas del derrumbe. Una historia que continúa supurando. Y los artistas que le ponen el cuerpo, las voces, las imágenes dando vueltas de tuerca a conflictos, apariencias, prejuicios.

Aquí la mistificación de los grupos disidentes se craquela y complejiza por fuera de los blancos y negros que, siempre, quedan obsoletos ante una realidad que nos excede. Y lo que se dice y muestra no es más que una metáfora de esta sociedad agujereada por la debacle de un sistema que fuerza y tensiona hasta romper todo dique.

Alejandro Landes como director y guionista, los actores protagónicos –Julianne Nicholson, Moisés Arias, Sofía Buenaventura, Julián Giraldo, Karen Quintero, Laura Castrillón, Deibi Rueda y Jorge Román–, la fotografía de Jasper Wolf y la música de Mica Levi apostaron al riesgo, a las preguntas que nos siguen inquietando mediante una aventura que nos arrastra como en los tramos finales del filme a pensar qué ley o leyes , qué selva, qué lógica nos mueve y nos habita.

 

Alejandra M. Boero Serra (1968). De Rafaela, Provincia de Santa Fe, Argentina, por causalidad. Peregrina y extranjera, por opción. Lectora hedónica por pasión y reflexión. De profesión comerciante, por mandato y comodidad. Profesora de lengua y de literatura por tozudez y masoquismo. Escribidora, de a ratos, por diversión (también por esa inimputabilidad en la que los argentinos nos posicionamos, tan infantiles a veces, tan y sin tanto, siempre).

 

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Monos (2019), de Alejandro Landes.