Novela «Chile: Consejo de guerra», de Carlos Bogcam Wiss: La barbarie circular

La ficción del desaparecido escritor nacional se nos enseña tal vez como una velada admonición histórica, al modo de una nota al pie de página en la confrontación dialéctica de dos fuerzas contrapuestas, llámense patricios y plebeyos, feudales y siervos de la gleba, burgueses y proletarios o conservadores y progresistas, escenificada en su desarrollo dramático en los meses y años inmediatamente posteriores al 11 de septiembre de 1973.

Por Francisco Morales

Publicado el 28.7.2019

Qué duda cabe. El universo literario del pitrufquenino Carlos Bogcam Wiss (1934-2007), autor de Chile: Consejo de guerra (1999), cuya primera edición en castellano fue editada con apoyo del Consejo Cultural Estatal del Reino de Suecia en 1985, manifiesta límpidamente su biografía de militante socialista durante los años de la Unidad Popular, la reforma agraria y los postreros cordones industriales que antecedieron al Golpe de Estado de 1973.

Pero la obra en comento no aborda su personal proceso de captura y tortura, ya que una novela anterior, Chile: Condenado a muerte (1998), se encarga de hacerlo. Bogcam Wiss en Chile: Consejo de Guerra vertebra una historia narrada en tercera persona cuyo protagonista es su amigo Juan Bassay Alvear. Juan no engrosa las diferentes nóminas de Detenidos Desaparecidos, ni tampoco las de Ejecutados Políticos, pues logró exiliarse en los Países Bajos en 1976. Las vejaciones de que fue víctima en los años precursores, es la historia que Bogcam Wiss rubrica de forma pulcra y sin mayores pretensiones estilísticas en un total de 137 páginas.

«Muchas gracias por el aviso, pero yo no me puedo ir sin instrucciones de mi Partido», replica Juan, Secretario General de la Juventud Socialista de Riachuelo, a las advertencias de sus incondicionales de abandonar la Provincia cuando los barruntos de insurrección militar eran insolentes y procaces. Fue su estoicismo atemporal, metachileno, el que define el tipo moral del protagonista, quien pasara casi 3 años detenido ilícitamente y todos los demás adjetivos que se suele añadir cuando el Estado constitucional de Derecho se torna pretérito.

Por cierto, Chile: Consejo de Guerra es un instrumento histórico de valía que da cuenta de las prebendas que las Fuerzas Armadas y de Orden tomaron en lo que sería una guerra civil de exterminio, como la de España, Nicaragua o los Balcanes. Personajes propios de Ian Fleming o Tom Clancy manan de un libro de estricta vocación testimonial, muestra de la paranoia reinante en septiembre de 1973, como el cabo Colipán, boina negra entrenado en la Escuela de las Américas, que con ansiedad de púber ilustraba a sus oficiales en los más punteros métodos de tortura; al infame capitán de Carabineros Hans Schernberger, descendiente de colonos alemanes, que en simulacros de fusilamiento (fórmula habitual para destruir psicológicamente a los presos políticos), exclamaba jubiloso mientras hacía gala de puntería, «se me salió el nazi, mierda»; o el carismático coronel Abarca Maggi, presuntuoso con sus perfumes importados y su afición a las rosas que desperdigó por todo el Regimiento Arauco. Faces peculiares que se intercalan con torturadores anónimos, que aplican al protagonista suplicios como mezquinos golpes con culatas de fusil y tensiones en vigas semicolgado del cuello, o bárbaros interrogatorios en la parrilla eléctrica. Mas Bassay no confiesa lo que no puede confesar, pues el narrador postula que el Partido Socialista de Chile nunca tuvo falanges armadas.

La empatía con Juan Bassay es inmediata, y se acrecienta a medida que se consuma la obra. Los ejemplos criollos de sacrificio vital en pos de un ideal, premisa o deber son raros y enciclopédicos: allí tenemos al toqui Caupolicán, muerto en la pica sin dolor alguno según nos relata Ercilla; al capitán de Fragata Arturo Prat, que sabedor de la vana defensa de su posición, aborda al Huáscar concibiendo una muerte no gentil; o al teniente Luis Cruz Martínez, acribillado en la batalla de La Concepción durante la ocupación chilena del Perú, enfrentado a cientos sino miles de contendientes al mando de cuatro subalternos, inmortalizado al son de: «¡los chilenos no se rinden jamás!, ¿no es verdad, muchachos?». Recuerdo para esta brevísima serie solo a dos nombres políticos contemporáneos —obviemos a los conquistadores y autoridades coloniales—: José Manuel Balmaceda, y Salvador Allende Gossens, tal vez causa remota e involuntaria de las desgracias de Juan Bassay.

Acertadamente, Bogcam Wiss añade el apéndice «Documentos y glosarios de siglas», en el que hallamos —entre otras— la sentencia del Consejo de Guerra de Osorno, de fecha 21 de marzo de 1974, y que condena al protagonista a la pena de muerte por ser declarado culpable en calidad de autor del delito descrito en el artículo 8° de la Ley N° 17.798 de Control de Armas, que tipifica la organización de grupos armados al margen de la ley. Por supuesto, dicho Consejo de Guerra fue un anfiteatro ajeno a las garantías procesales del Código de Justicia Militar, pues fue instigado y constituido por los mismos torturadores de Carabineros y del Ejército que martirizaron a Bassay y a sus compañeros; al abogado defensor se le concedieron plazos ridículos para el estudio de un caso de tal magnitud, amén de representar no solo a Bassay, sino también a Renato Invernizze, Salvador Cano, Héctor Ulloa y Egon Kemp en el mismo proceso; y como declaración de intenciones de los conjurados, sirvieron como asistentes las poderosas familias de la actual Provincia de Osorno, cabezas de algunos partidos afines al nuevo régimen y algún presbítero ignorante en las prácticas importadas desde Panamá.

Por cuestiones de mera economía, dicha condena fue conmutada mediante el Decreto Ley N° 504 del 10 de mayo de 1975, que en la letra a) de su artículo 8°, señala que acogida la solicitud de extrañamiento, se confería la potestad al Ministerio del Interior para disponer «los trámites necesarios para que las personas que deban abandonar el país, lo hagan dentro del más breve plazo», lo que en definitiva posibilitó la partida de Juan a los Países Bajos cerca de un año después.

La novela de Carlos Bogcam Wiss se nos enseña tal vez como una velada admonición histórica. Como una nota al pie de página en la confrontación dialéctica de dos fuerzas contrapuestas, llámense patricios y plebeyos, feudales y siervos de la gleba, burgueses y proletarios o conservadores y progresistas; recuerdo el final del ensayo de Jorge Luis Borges, Historia de la eternidad, donde recrea los últimos instantes de vida de Miguel Cervet, teólogo español adepto a la reforma protestante, quien exclamó antes de morir en la hoguera: «Arderé, pero ello no es más que un hecho. Ya seguiremos discutiendo en la eternidad».

 

Francisco Morales R. Nació en Santiago en 1992. Egresado de Derecho (Universidad Central de Chile), ha participado en talleres literarios en la Corporación Cultural Balmaceda Arte Joven y en la Sociedad de Escritores de Chile (SECH), gremio en el que actualmente dirige la Comisión de Talleres y al que representa ante la Política Nacional de la Lectura y el Libro 2015 – 2020 (PNLL) en su Comisión de Creación. Ha dirigido talleres de narrativa en colegios de Maipú y Santiago. Matanzas (Narrativa Punto Aparte, 2019) es su primera novela.

 

Primera edición impresa de «Chile: Consejo de guerra», de Carlos Bongcam (Suecia, 1985)

 

 

Carlos Bongcam Wyss (1934 – 2007)

 

 

Francisco Morales

 

 

Imagen destacada: El Palacio de La Moneda, en Santiago, Chile, luego del 11 de septiembre de 1973.