Novela «La forma de los hechos», de Fernando Jerez: El amor en fuga

El escritor nacional perteneciente a la generación literaria llamada Los Novísimos (o también del ’70), ambienta su última obra en el Chile del primer gobierno de Carlos Ibáñez del Campo (1927 – 1931), donde incursiona por épocas históricas lejanas que -a pesar de ello- surgen ligadas con la actualidad, no exentas de las mismas pasiones atemporales, de iguales apetitos, y de similares estructuras de poder, a través de la voz y de la sensibilidad de un protagonista extraviado por su soledad.

Por Juan Mihovilovich

Publicado el 28.12.2018

“Porque el tiempo no es más que la relación entre la forma en que cambian dos cosas distintas.”
Mark Haddon

Así reza el epígrafe de esta novela con que Fernando Jerez (1937) nos involucra en un apasionante juego de historias entrelazadas que, sin embargo, tienen un sustrato esencial: dos policías encuentran, por cuestiones del azar, unos lingotes de oro mientras realizaban pesquisas sobre unos restos humanos y que derivará en cómo asumir sobre aquellos su dominio. Su jefe inmediato, además de su compañero, Lucio Contreras, optan por dividir el hallazgo con el fin de terminar con sus existencias grises y anodinas. Balbino Crespi, nuestro personaje central, premunido de cierta honradez y una ética inusual, no acepta: el tesoro pertenece al fisco y con ese predicamento pareciera que su voluntad será incontrarrestable, aunque la presión se torne persistente.

Con esos elementos sumarios Jerez nos va introduciendo en otros hechos que en paralelo dan cuenta de una biografía íntima: la de Crespi, que enuncia un pasado familiar plagado de carencias, con un padre que comercializó con poco éxito un líquido extravagante (Quinium Labarraque) y que constituirá una personal carga hereditaria, unida a la temprana muerte del progenitor.

Si los hechos constituyen la realidad y son la base piramidal sobre los que se erigen las historias humanas, en esta narración la ancestralidad de Crespi y una posterior y fugaz relación sentimental serán de vital importancia para entender el mundo en que se mueve.

Además, su pasado se vio perturbado por el trato circunstancial con un individuo de nacionalidad inglesa (Míster Hawkins) de dudoso aspecto inicial y que resultará, a fin de cuentas, gerente de un Banco importante. Le propondrá un negocio envolvente que acicateará sus ansias de ganar dinero fácil y suplir con creces las carencias domésticas, esa necesidad de lograr una armonía que – presume- solo el dinero otorga, aunque los acontecimientos futuros sean otros.

En paralelo, la trama cruzada con el primer gobierno de Carlos Ibáñez del Campo (1927 – 1931), las luchas sociales y políticas de la época y como punto focal, el encuentro imprevisible con Laura y tangencialmente el detestable Zadir, en el remoto Pueblo Arcano, donde residió esa joven a la que Crespi amará entrañablemente y que, no obstante, su ligazón con un tercero, le dará claras muestras de correspondencia afectiva, así sus vidas tomen rumbos opuestos.

Por ello ese hálito de esperanza sustentada en una relación basada en la huida y la distancia será el motor que guíe los pasos de Crespi. Es cierto, la novela oscila, ineludiblemente, entre los planos de la codicia e intentar arrimarse a las veleidades del dinero y las ambiciones personales. Pero no hay que tomar esos aspectos como los únicos relevantes. Al contrario. Balbino Crespi se agitará entre el impulso vital de un amor perpetuo, el ominoso pasado familiar y la traumática visión infantil de una madre forzadamente infiel procurando alimentar el hogar a cambio de su cuerpo, así el tiempo justifique esos derroteros y el adolescente comprenda que la vida es más dura de lo que un infante puede sospechar.

Desde su vínculo con el alcalde de Pueblo Arcano, una suerte de “celestino” hacia “Laura”, cuyo nombre irreal se equipara al de “Benavente” utilizado por Crespi, pasando por las permanentes disquisiciones sobre los veintiún lingotes de oro y derivando hacia un final de antología, Fernando Jerez nos invita a incursionar por épocas históricas lejanas y que a pesar de ello surgen ligadas, no exentas de las mismas pasiones atemporales, de iguales apetitos, de similares estructuras de poder.

Y entremedio, un habitante onírico surgido de la nada, un ex líder de los movimientos anarquistas de la Patagonia y mimetizado en ese pueblo que ni siquiera figura en los mapas del país, le entregará un texto del sociólogo y economista Thorstein Bonde Veblen, como un señuelo de extraviados ideales. Allí, entre sus páginas, guardará una carta añosa de aquel sujeto inglés, entremezclada con las teorías sobre las clases ociosas que todo lo controlan, menos el sentido esencial con que Crespi procura rescatar su extravío y su soledad: el anhelo de una relación suspendida, por encima de la tentación del oro fortuito que podría alterar el inevitable curso de su destino.

Fernando Jerez nos otorga -de nuevo- una clara muestra de sus magníficas dotes como narrador, con un diestro manejo de los tiempos, con una introspección certera del alma humana y por lo mismo sus personajes nos resultan entrañables, cercanos, próximos a nuestros propios dilemas, entusiasmos y miserias, que lo realzan como un creador respetado y admirado por más de una generación.

 

Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante poeta, cuentista y novelista chileno de la generación de los ’90 nacido en la zona austral de Magallanes. De profesión abogado, se desempeña también como juez de la República en la localidad de Puerto Cisnes, en la Región de Aysén. Asimismo, es miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua.

 

 

«La forma de los hechos» (2016), de Fernando Jerez

 

 

El escritor y crítico chileno, Juan Mihovilovich

 

 

 

Imagen destacada: El escritor chileno Fernando Jerez firmando autógrafos tras el lanzamiento de su novela La forma de los hechos, en mayo de 2016, en la Librería del GAM en Santiago.

Crédito de la fotografía a Juan Mihovilovich: Ximena Jara.