“Parasite (Parásitos)”: Cultura y naturaleza, la disyuntiva final

Estrenado este jueves en las salas nacionales, el filme del realizador surcoreano Bong Joon Ho —que se encuentra nominado a seis premios Oscar, incluyendo las estatuillas destinadas para la mejor película y mejor director del año— corre como una de las grandes favoritas (junto a «1917», de Sam Mendes) a fin de ser galardonada en la próxima ceremonia de la Academia estadounidense, la cual se llevará a cabo este fin de semana.

Por Horacio Ramírez

Publicado el 6.2.2020

Hay un principio en ecología de sistemas que dice que en el balance interno de materia y energía de un ecosistema, las relaciones internas al sistema siempre habrán de tender a optimizar los recursos propios así como sus requerimientos en la interrelación con el entorno al que está sometido. Este balance nos lleva a entender que, en el complejo de relaciones ecológicas, habrán de seleccionarse aquellas relaciones que ayuden a que el sistema optimice su economía de materia y energía. En pocas palabras, el sistema en su clausura operacional así como en su apertura ambiental, debe buscar favorecer aquellas relaciones que den como resultado el mayor ahorro de energía posible y la mayor efectividad de autosustentabilidad posible. Que ahorre materia y energía y triunfe contra el paso del tiempo: ese es su objetivo, su teleonomía. Ahora bien. Para lograr ese propósito, el sistema debe —como se dijo— privilegiar las relaciones que ahorran energía así como aquellas que favorecen su perdurabilidad, así se trate de un ecosistema natural, de una sociedad humana o de una mente. En todos los casos, habrá de fomentarse, a lo largo del tiempo —y por medio de la selección natural— relaciones de simbiosis, mutualismo y comensalismo.

Supongamos que lo que tenemos en análisis es una mente humana. La misma se desenvuelve, a través de recursos materiales y energéticos (básicamente, sistema nervioso y glucosa), por medio de ideas. Ideas que van e ideas que vienen. Ideas que nacen e ideas que se olvidan (que se mueren). Ideas que no pueden vivir separadas (simbiosis); ideas que se pueden ayudar entre ellas aunque pueden también funcionar separadas (mutualismo) e ideas que se favorecen de otras ideas a las que no afectan (comensalismo). Al mismo tiempo, lo ideal es que las ideas rechacen las estrategias que cancelan el pensamiento de esa mente, y la vuelven torpe, inútil y triste. Nos referimos a las relaciones de competencia, donde las ideas se cancelan entre sí, y parasitismo, donde una idea, para sobrevivir, debe destruir a otra idea. Esta estrategia elemental se extiende a cualquier sistema. Si un grupo social, para sobrevivir, debe destruir a otro grupo social tendremos un caso de parasitismo social. Además, tal parasitismo puede llevar a todo un país a aislarse del mundo y cerrase sobre sí mismo, como es el caso de Corea del Norte. También pasa entre sociedades diferentes, aunque en este caso se suele hablar de colonialismo: si uno puede pensar hasta con cierto entusiasmo de, pongamos por caso, un héroe de ficción como “Flash Gordon” pero no puede hacer lo mismo —pensar con el mismo entusiasmo— con un personaje que se llame “Relámpago González” sin soltar cierta sonrisa de desdén, es que hay un caso de parasitismo cultural…

Así las cosas, pasemos al cine.

 

Parásitos

Tras sobrevolar estas definiciones algo nos queda claro: tanto la competencia como el parasitismo llevan a la anulación o de los dos que compiten o del parasitado primero y del parásito después… aunque el parásito, en los sistemas naturales y culturales, tiene cierta ventaja: puede intentar reproducirse o trasladarse a otro hospedador antes de morir de hambre y buscar un hospedador nuevo. El balance total del sistema que contiene a estos personajes, en todos los niveles de organización, será siempre negativo, nocivo, tóxico. El parásito enferma y destruye a lo que le sirve de alimento y cobijo… ya sea un gusano, una mente, una persona o una sociedad y así, aunque pueda seguir sobreviviendo, el balance vital, espiritual y moral será negativo. Esto es lo que nos explica el director y guionista de Parasite (Parásitos del 2019), Bong Joon Ho: “La idea de Parasite apareció en mi mente sin saber cómo ni cuándo… sólo un día estaba allí… instalada… como un parásito por unos 20 años”… pero el buen funcionamiento de una mente creadora llevó a este parásito mental a transformarse en una fuerza vitalizante y surgió esta sencilla y a la vez grande, enorme, maquinaria de relojería… efectiva y fatal obra maestra del mejor cine, que surge, cada vez con más asiduidad y calidad, desde Corea del Sur como lo es Parásitos.

El guión de Parasite tiene mucho que ver en la solidez de la película: sus idas y vueltas, así como muchos de sus travellings de avance y retroceso, generan la ilusión de ser el espectador un gusano metido en el interior de un gigantesco intestino, vagando por sus sinuosidades, por donde transcurre quizás la idea, la estética, central del argumento, pero donde no se descartarán otras formas de parasitismos, especialmente culturales: el personaje de Choi Woo-sik que se introduce primero en el sistema de la familia millonaria, lo hace a través de un falseado título de profesor de inglés y como tutor de la joven Ji-so Jung, hija mayor de una familia acomodada que está empezando a soñar con el amor.

Con este falso profesor comienza a desarrollarse la disfunción parasítica de toda una familia pobre y desempleada, que vive en un semisótano, expuestos a la mugre que se acumula en el fondo de un callejón y robando señal de wi-fi de los vecinos. El avance de la historia comienza a explorar, antes bien, nuestras propias emociones antes que las emociones de estos seres inocentes que les van dando cobijo, sumidos como están en la ignorancia de su situación. La capacidad de engaño, de astucia de estos personajes invade progresivamente una pequeña sociedad familiar que sueña con los Estados Unidos y cuyo hijo está encandilado con las historias de los indios norteamericanos. Allí se los ve, entonces, abarcados por otra cultura que los invade —el niño disfruta de sus juegos inocentes con una de las flechas de juguete entre las nalgas—… parasitosis sobre parasitosis.

No vamos a contar el desarrollo del final que abarca prácticamente la segunda mitad de la película, pero por lo antedicho sabemos que su balance general no será bueno, que las idas y vueltas del guión no pueden conducir nada más que a alguna forma de eclosión biológica —como si explotara un quiste— que simplemente dará origen a otro ciclo en la vida del parásito… quizás en ese horrible inodoro que vomita su inmundicia durante una inundación en el sitial más elevado del oscuro semisótano.

Todo es, en la historia, la oposición en simultáneo del refinamiento cultural y el olor de lo natural que delata al victimario —el parásito— y que aumenta los instantes de suspenso de la trama. La biología del conjunto se entrelaza con los parámetros culturales de la especie que enactuamos y termina resultando difícil distinguir dónde empieza la cultura de lo humano y dónde la naturaleza de lo puramente biológico, la búsqueda de la supervivencia que va de la mano de la locura y la violencia. Dónde empieza lo biológico y dónde la elevación intelectual y espiritual de una civilización.

¿Hay una salida propuesta desde la película? Quizás en el amor entre Ji-so Jung y Choi Woo-sik. No sabemos si la ensoñación final del muchacho es un sueño en realidad inalcanzable o si algún día, así como “la idea parásita” del director Bong Joon Ho floreció en una obra maestra, el amor de ambos jóvenes eleve al ser humano como individuo vital y como persona intelectual. El conjunto final que nos permita escapar de las exigencias puramente biológicas de los niveles sociales más bajos —que los induce a la conducta parasítica— y adentrarnos en las posibilidades espirituales que, por ahora y por lo visto, sólo nos las facilita el dinero.

 

También puedes leer:

Cine trascendental: «Parásitos (Parasite)», de Bong Joon Ho: En torno a la creciente brecha social.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Horacio Ramírez

 

Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años: “reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad -el Dr. Héctor Blas Lahitte- que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se autopromovían y autojustificaban”.

“La religión -el mal llamado ‘mormonismo’- terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba  sin retorno… La práctica de la pintura -realicé varias exposiciones colectivas e individuales- me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…”.

“He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…”.

Horacio Ramírez actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.

Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.

 

 

Imagen destacada: Parásitos (2019), de Bong Joon Ho.