Poemario “Perú”, de Teresa Orbegoso: El rito de la impureza

Reseña de nuestra redactora argentina en torno al volumen que la poeta incaica -residente en Buenos Aires- acaba de presentar en Lima, luego de publicar originalmente sus impactantes versos al otro lado de la Cordillera, en 2016.

Por Ana Arzoumanian

Publicado el 7.9.2018

Madre patria es el término que se emplea para designar una nación “madre” con la cual un grupo de individuos está relacionado, ya sea por ser su lugar de nacimiento o por ser el espacio de origen étnico del grupo. Patria tiene su raíz latina en “páter, -tris”, raíz que existe en palabras españolas derivadas por vía culta; así padre, impetrar o perpetrar. Detengámonos un momento en este último verbo: perpetrar, del latín perpetrare, derivado de patrare, significa ejercer la función de patres o la calidad de ciudadano romano. Su acepción principal en castellano es la que nos da el verbo cometer o realizar un delito.

Perú. Madre. Patria.

¿Será acaso porque los pueblos no son separables de los gritos que hacen oír, que patria llegue en su deriva verbal hasta la criminalidad del perpetrar? O porque todo el dolor de las iniciaciones, todos los hierros al rojo vivo y los procedimientos perversos de la ley sobre la persona no tienen más que un sentido: marcarlo en su carne, volverlo capaz de alianza, formarlo en la relación acreedor- deudor que, desde ambos lados, es cuestión de memoria. No intercambiar, dicen Deleuze y Guatarri, sino marcar los cuerpos que son de tierra. La deuda es la unidad de alianza, a través de ella se hace al hombre una memoria de palabras. Pero la deuda sólo se actualiza cuando hubo una inscripción.

Perú. Madre. Patria.

El nombre de la legalidad unificadora es el Estado. Signo consumado de la división en la sociedad en tanto es el órgano del poder político. A partir de ese momento, la sociedad se divide entre quienes ejercen el poder y quienes lo padecen. El surgimiento del Estado es la muerte de la sociedad primitiva.

Patria. Perpetrar.

Para pensarse como Nosotros exclusivo frente a los Otros, se hace necesario que lo común sea un cuerpo social homogéneo. El espacio- tiempo unitario es el tiempo utópico de las naciones. Linealmente conecta el pasado, el presente y el futuro y se convierte en condición de posibilidad para las imaginaciones de la identidad, la nacionalidad y el progreso.

Reclamar para los colonizados la libertad de imaginación. Abogar en nombre del fragmento generando un discurso que sea en sí mismo fragmentario. Porque las raíces de la miseria poscolonial no radican en la incapacidad de pensar formas modernas de comunidad, sino en el sometimiento a las viejas formas del Estado moderno. “Todo en este mundo suda crimen: el periódico, la muralla y el rostro del hombre” escribe Baudelaire.

Madre. Patria. Perpetrar.

Millones de hombres a quienes se le ha inculcado sabiamente el miedo, el temblor, el arrodillamiento, la desesperación. No es por la cabeza por donde se pudren las civilizaciones, sentencia Aimé Césaire; primero es por el corazón.

Teresa Orbegoso escribe su libro de poemas, lo llama “Perú”, lo divide en seis cantos y un epílogo. Su último canto comienza diciendo: “No más patria”.

La República del Perú lleva su nombre del desvío al castellano del vocablo Birú o Virú, palabra que designaba a un cacique. De manera tal que la designación no hace referencia a un territorio o a un grupo étnico en concreto sino a un jefe (¿padre?). San Martín, como protector del Perú, siguiendo los ideales monárquico- consitucionalistas, en ese término de un año y diecisite días de su administración, dictó una nueva demarcación política y territorial, estableció la libertad de imprenta, de comercio, pero no la de culto religioso. Sólo se permitía la religión católica.

Patria. Padre. Perpetrar.

Teresa Orbegoso escribe un libro de poemas al margen del poema. Una apuesta que desafía las reglas de composición que es un reto a la empresa contractual del Estado. Si la Nación (Madre patria) se consolida por un acuerdo de voluntad popular, y si el acuerdo es un contrato, Orbegoso da cuenta que la alianza está en ese anillo blanco, en el espacio de silencio entre esa madre y ese padre en cursiva al final de la página.

La poeta inicia cada canto con las lenguas de su tierra. Como si fuera por el camino de las huellas de Césaire en los Cuadernos de un retorno al país natal, cuando retornar es rehacer un mapa de una primavera de las lenguas allí donde el martiniqués enuncia no pertenzco a nunguna nacionalidad prevista por las cancillerías. La lengua quechua, el idioma de los incas,  es la segunda lengua del país y la tercera es la aymara. La voz quechua hace alusión al hablar del valle. Sin embargo el castellano refiere al natural de Castilla, es decir que asume una pertenencia: a una región, a un reino o a un poder.

Un Perú diglósico, no bilingüe, el Perú de Orbegoso. Una especialización de una u otra lengua, cada una con una función distinta. Así escribe la poeta, con la intención de modificar los tonos del castellano, transformarlo para expresar ese yo, ese yo- bora, ese yo- criollo, ese yo- kichwa, ese yo- aymara.

Sobre todas las páginas leídas/ sobre todas las páginas en blanco/ piedra, sangre, papel o ceniza/ escribo tu nombre, le dice Paul Éluard a la libertad. En la mitología persa, la “piedra de la paciencia” es una piedra mágica a la que uno le cuenta sus desgracias, sus sufrimientos, sus miserias. La piedra escucha, absorbe como una esponja todas las palabras, todos los secretos hasta que un buen día explota; ese día, uno queda liberado. “Todo el Perú sumergido por una piedra de papel” escribe Teresa Orbegoso, en el inicio de su poema cuyas primeras líneas rezan “Después de una guerra a nadie obliguemos a amar”. La multiplicidad de  los nosotros parciales unificada en un meta- nosotros, supresión forzada de la diferencia, abolición perversa de las distinciones, la máquina de guerra funcionando a pleno con enemigos aspirando a su recíproca destrucción.

Madre- Patria.

“Sea mi destino coser los pedazos descoloridos de nuestra bandera” canta la poeta cuando sabe “que criollos, sacerdotes, virreyes y presidentes orinaron sobre lo que fuimos”. Canta mientras ve cómo su Perú se ata una piedra al cuello, y salta al agua, salta llevándose en el salto su desesperación. Una tumba de agua. Mientras la piedra se hunde, la poeta lee los nombres escritos en ella como letras que se evaporan y deletrean el nombre de su padre. No es el agua donde se refleja Narciso. Es un agua sarcófago donde brota, flotante y sordomundo, un cuerpo: el cuerpo peruano.

El depredador dispone de un dominio de los espacios, ocupa y posee, posee y ocupa. Encierra en una bóveda de babeles el habla de cedros, de alpacas, de vicuñas. La desposesión de una lengua no sólo implica excluir en la homogeneización, sino también herir el gesto de la voz. De manera tal que la poeta no es el padre aquel del Die Traumdeutung freudiano que sueña con el ruego de un hijo muerto: ¿padre, no ves que ardo?. Aquí es el padre quien ha muerto, y la hija desconcertada le escribe “Padre, soy la mujer que fue aplastada por un sonido”.

El eco de la piedra hundiéndose con los nombres, y las paladas sobre la boca de los nombradores. “En el cementerio de los poetas” se lamenta Teresa Orbegoso. Rápidamente el cuerpo se transforma en peso y la mirada en un deseo de anulación, un desgarro. La poeta ve a los sin lengua “Aquí nadie sabe lo que es pan o chicha. Aquí todos se acercan sus manos a la boca para arrancarse la lengua. Se miran y no se reconocen”.

En “Perú”se lee la energía aprisionada en el cuerpo, bajo tierra, en los ríos, sobre las montañas, entre los animales, sobre el verde. Y si mandar exigió poder imponer el silencio al indígena, la poeta sabe que “las armas tienen múltiples formas”. Hay un batirse en el movimiento ya no érotico, ya no amoroso, sino en ese “movimiento marital. Sus pies muelen en el batán el negro frijol de su odio”. ¿Y quién nace de esas bodas?

“Sabes que, en lo profundo de tu mar, embalsamas mi cuerpo y  mi cabeza que no conoce gracia”. Una negación de la palabra hace confinar a los hombres al aspecto de una aparición más que desnuda, a un desecho, un residuo. Entonces la escritora se convierte en un trastocamiento de Atenea. No es que ella nazca de la cabeza de su padre (Patria), ni del vientre de su Madre; sino que petrificada, ella también en estado de piedra se prolonga en el mar de su padre- Patria que la retiene.

Entonces aparece la palabra. Un poema no tiene la función de ilustrar o de representar, sino de hacer presente una intensidad que pueda convertir el canto solitario en un ritual. En la liturgia coreográfica que crea Orbegoso el escándolo de la deuda repite una palabra “una palabra se repite en nuestra frágil memoria: perdón”. Y escribe perdón en cursiva como si siguiera el designio de la efigie. Como si adentrara aquello que decía en los márgenes, en medio del texto. Como si hiciera penetrar, como si acoplara, como los animales se acoplan, como si ajustara ajustando cuentas.

“Somos los incendiados”, en una danza no cristiana, en una danza religiosa, Teresa realiza esa operación social gracias a la cual repite el texto del deseo. Tiende una mano al alma. Sabe que Homero, el Mediterráneo, el minotauro y el laberinto están lejos. Intenta ir al subsuelo de todo el libro, al nivel cero de su lengua.

Perdón. Patria.

No una evocación a los muertos. No una pacificación. No el trance, ni lo convulso. Una ceremonia, especie de tartamudeo que se abra a la fisura, a la disipación. Un devenir que imposibilite la asignación de una identidad fija. “No más patria” y es allí cuando Orbegoso desata la piedra de su cuello, como si desandara siglos de predicativos, como si abandonara la cópula del ser y se dejara habitar por lo múltiple.

Contra la negociación que hizo pie a la expresión: Esto vale un Perú. No cobrar ese alto costo. Dejar la frase fuera de foco. Ni contrato, ni regalo; deseo.

“Deja de poner tu mano al pecho para cantar el himno” canta Teresa Orbegoso en su último canto. “Aprende a odiar lo que te vuelva uno. Ama no a lo repetido. Quema tu huaca y tu iglesia, quítate la ropa y abraza al que te quitó el mar. Mezcla tu sangre con el que quiere que mueras”. Desplegar el lado vedado del crimen. Imaginar otra pareja fundadora, una unión contaminante. Pedirle a ella que mezcle su sangre con aquel que la quiere aniquilar. Hacerla descender desde la lengua a la matriz. Una malinche peruana en un rito de afirmación ya no de una madre textual bautizando sus principios, sus eventos hecho historia. Una extranjera cuyo deseo dé a luz, por fin, toda impureza.

“P (una sola consonante)”.

 

 

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

La escritora, ensayista y poeta argentina, Ana Arzoumanian

 

Ana Arzoumanian nació en Buenos Aires, Argentina, en 1962. De formación abogada, ha publicado los siguientes libros de poesía: “Labios”, “Debajo de la piedra”, “El ahogadero”, “Cuando todo acabe todo acabará” y “Káukasos”; la novela “La mujer de ellos”; los relatos de “La granada”, “Mía”, “Juana I”; y el ensayo “El depósito humano: una geografía de la desaparición”. Tradujo desde el francés el libro “Sade y la escritura de la orgía”, de Lucienne Frappier-Mazur, y desde el inglés, “Lo largo y lo corto del verso en el Holocausto”, de Susan Gubar. Fue becada por la Escuela Internacional para el estudio del Holocausto Yad Vashem para realizar el seminario “Memoria de la Shoá y los dilemas de su transmisión”, en Jerusalén, el año 2008. Rodó en Armenia y en Argentina el documental “A”, bajo el subsidio del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de la República trasandina, un largometraje en torno al genocidio armenio y a los desaparecidos en la dictadura militar vivida al otro lado de la Cordillera, y que contó con la dirección del realizador Ignacio Dimattia (2010). Es miembra de la International Association of Genocide Scholars. El año 2012, en tanto, lanzó en Chile su novela “Mar negro”, por el sello Ceibo Ediciones.

El extracto que aquí presentamos fue cedido especialmente por su autora para ser publicado por el Diario Cine y Literatura.

 

 

Crédito de la imagen destacada: Mario Testino.