Poemario «Trilce», de César Vallejo: La revelación del tiempo

Un análisis e introducción a los versos del autor peruano que son un verdadero tránsito literario, un viaje sin ruta, en palabras donde la imagen no es estática, es kinésica, se desplaza, y parece huir, entre neologismos, disociaciones de significado y significante, y esenciales contradicciones humanas, sentimentales, existenciales.

Por Victoria Herreros Schenke

Publicado el 14.11.2018

Trilce, es sin duda alguna, el  gran poemario de César Vallejo, y uno de los más importantes de la vanguardia latinoaméricana. Desarrolla las bases de su universo poético en Los heraldos negros, alejado de la herencia modernista con que éste fue escrito, para dar paso a un lenguaje y expresión nuevos y libres.

Se ha hablado, que en esta búsqueda, hasta desesperada, de alcanzar una escritura propia y auténticamente nueva, que: “descuartiza la muñeca de la retórica”, como bien escribió Orrego (1922), su prologador, Vallejo alcanzó tal hermetismo, que es necesario recurrir a la exégesis o incluso a la hermenéutica para interpretarlo, y hasta se ha abandonado la idea de encontrar coherencia, ya que sus textos no representan ideas, sino emociones, sin embargo, pienso que esta creación, en apariencia absurda e ininteligible, tiene sentido, estructura, y un sistema organizativo central, pero escapa a la gramática y la lógica. Es un poemario que entabla una continuidad con el pasado en la consciencia de que la vida es una muerte progresiva.

Trilce es un tránsito, un viaje sin ruta, la imagen no es estática, es kinésica, se desplaza, y parece huir, entre neologismos, disociaciones de significado y significante,  y contradicciones. Vallejo se sumerge en el inconsciente y la exploración humana presentando los textos de forma casi onírica, y de alguna manera, primitiva, se puede percibir una animalidad, un instinto de conservación del lenguaje (consciente de ello Vallejo (1939) escribe en poemas humanos: “quiero escribir, pero siento puma” [1]). Hay un componente frenético, orgánico, como si tuviera la necesidad de inventarse, como si el verbo fuera la carne de eso que construye y que tiene tantas ganas de vivir.

 

En el poema LV dice:

Vallejo dice hoy la Muerte está soldando cada

lindero a cada hebra de cabello perdido, desde la cubeta

de un frontal, donde hay algas, toronjiles que

cantan divinos almácigos en guardia, y versos antisépticos

sin dueño. [2]

 

Lo primero que llama la atención, es que el poeta habla de sí en tercera persona, como si el escritor no existiera hasta que escribe y se pronuncia a sí mismo, el ser y el estar, son dos conceptos antagónicos delimitados por una línea imaginaria. La figura que relaciona la muerte soldando cada lindero y a cada hebra de cabello perdido, puede interpretarse como el pasado, una trascendencia de lo que fuimos. Nos define lo que perdemos, y parece irrevocable e implacable, ya que el fin nos persigue como actividad fundamental en oposición a la vida que se define como las algas y toronjiles que cantan divinos almácigos, es decir, se remontan a su inicio, tan etéreo, como tangible, pero sobretodo, fundado en la palabra, que tiene autonomía propia, y de este modo niega la existencia de Dios al despojar de dueño alguno a los versos antisépticos, y explora así un vacío esencial.

Ortega (1970) señala que. “el poeta intenta testimoniar sobre el otro lado de la condición humana, acerca de la trama o el revés que él quiere manifestar en la experiencia” [3]. Podríamos hablar entonces, de un conocimiento de expresión verbal que se configura en el revés del lenguaje a partir de contradicciones y singularidades, que no tienen lugar en la lógica, sino en lo absurdo e incoherente. Una paradoja que puede ser descrita como una parábola que traspasa el plano cartesiano.

Resulta difícil cuestionarse el tiempo, imaginarse en una atemporalidad supone una ingravidez en su precepción lineal e intransigente, sin embargo, nos encontramos ante una indeterminación en cuanto a su conocimiento, y pensar en él, a través de un lenguaje formal resulta tautológico, por eso a Vallejo le es necesario ignorar el significado común de la palabra y los usos comunes de la expresión poética, para crear una posibilidad de comprensión. Ortega (1970) sostiene que: “el tiempo en Trilce se constituye en medida humana fundamental: el hombre es temporalidad, y el tiempo equivalencia del dolor” [4]. Y podemos pensar que tal vez sea cierto, por ejemplo, en el poema LXX:

 

“Amémonos los vivos a los vivos, que las buenas

cosas muertas será después. Cuánto tenemos que

quererlas y estrecharlas, cuánto. Amemos las

actualidades, que siempre no estaremos como estamos”.

 

El tema del carpe diem es producto de la conciencia de la muerte, podemos relacionarlo también con la figura de la muerte soldando los linderos, como si el poeta pudiera verla tras de sí, y llegara a la angustiosa conclusión de que el presente no es más que un instante, el pasado está más cerca que el recuerdo, y éste precisa de la mente, por lo tanto, el presente es una suspensión casi animal.

Podemos encontrar el mismo problema en el poema LXXV: (Vallejo, 1922)

 

“Estais muertos

Que extraña manera de estarse muertos. Quienquiera

diría no lo estais. Pero, en verdad, estais muertos.

Flotais, nadamente detrás  de aquesa membrana que,

péndula del zenit al nadir, viene y va de crepúsculo

a crepúsculo, vibrando ante la sonora caja de

una herida que a vosotros no os duele.” [5]

 

Al hablar de la membrana, aparece otra línea divisoria, similar a la ya descrita, en ella parece haber una transmutación de presente a pasado, el filo del tiempo transcurriendo. Los muertos se transportan del presente al pasado flotando nadamente, y parece dejar en interrogación si son o están, si no están pero son, si no son pero están. La membrana, por lo tanto, bien podría ser el presente, ya que no puede contener nada, simplemente oscila y el pasado se presenta con volumen, es la herida fundamental, esa que a los muertos no les duele.

En el poema II Vallejo (1922) expresa las dimensiones contradictorias del tiempo con imágenes concretas:

 

“Tiempo Tiempo

Mediodía estancado entre relentes.

Bomba aburrida del cuartel achica

tiempo tiempo tiempo tiempo.

Era Era

Gallos cancionan escarbando en vano.

Boca del claro día que conjuga

era era era era.

Mañana Mañana

El reposo caliente aun de ser.

Piensa el presente guárdame para

mañana mañana mañana mañana.

Nombre Nombre.

¿Qué se llama cuanto heriza nos?

Se llama Lomismo que padece

nombre nombre nombre nombre.” [6]

 

En el mismo texto conviven todos los tiempos verbales, en un tránsito doloroso, son un ciclo cerrado y sufriente. La palabra cancionan, tiene una indeterminación verbal, y es lo que cantan los gallos, que paradójicamente, por su condición animal, transitan el presente, y crean así el futuro, una proyección del mañana, que quiere existir, pero encuentra un sustento en un presente que apenas tiene realidad. El nombre es una identidad que transita en esta angustiosa indeterminación, al respecto, Ferrari (2009) define su relación con el tiempo como: “la concepción estática, cerrada de la temporalidad, que reposa en una visión de la identidad a través del nombre”. [7]

De este modo, el poeta estructura el tiempo en una función  más o menos constante, que puede ser percibida en el análisis de la obra en su totalidad, pero difícilmente distinguida en los textos de manera individual. El presente será investigado como una frágil línea que se extingue, vasta dar un paso para dejar el anterior atrás, como si no tuviera sustancia, y requiriera imaginarse dos adelante. El futuro se califica en términos de vacuidad y aniquilación, es intuido como una dimensión en potencia, que pareciera querer sustentarse en el presente, pero bien podría ser al revés, y se balancea en esta dicotómica posibilidad para poder sustanciarse y agotarse inmediatamente. El pasado está planteado con cierta mixtura, resulta la verdadera unidad de existencia, quizás sea la única relación verdadera con el tiempo, y que permite percibirlo, sin embargo, el poeta transita en la angustia de que ya pasó, la idea de ser finito lo desborda, presiente el vértigo de la ausencia propia, se abstrae y consigue la numinosa, pero dolorosa revelación que la condición humana parece ser la idea eterna que no perdura.

 

Citas:

[1] C.Vallejo, Poemas humanos (1939), p.36.

[2] C. Vallejo, Trilce (1922), p 68.

[3]  J.Ortega (1970), Lectura de Trilce, p.166.

[4] J.Ortega (1970), Lectura de Trilce, p.222.

[5] C.Vallejo (1922), Trilce, p.92.

[6] C.Vallejo (1922) Trilce, p.8.

[7] A.Ferrari, (2009)  Prólogo a la Obra poética completa, p. 26.

 

 

Portada de la primera edición del poemario «Trilce» (Lima, Perú, 1922)

 

 

Imagen destacada: César Vallejo Mendoza (1892 – 1938).