«Prefiero que me coman los perros»: La desolación en carne viva

Hasta el próximo fin de semana se presenta en la sala Antonio Varas del Teatro Nacional Chileno el premiado montaje de Jesús Urquieta con un texto escrito por Carla Zúñiga y en un rol protagónico a cargo de Nona Fernández, quien encarna a una parvularia atormentada por su pasado y por la culpa.

Por Jessenia Chamorro Salas

Publicado el 24.6.2019

El presente montaje, que se exhibirá esta temporada hasta el 29 de junio en la sala del Teatro Nacional Chileno (TNCH), luego de un exitoso paso por las salas M100 y Teatro del Puente, y haber sido galardonada tanto en su estreno el 2017, como en su retorno a los escenarios durante la temporada Santiago a Mil 2019.

Dirigida por Jesús Urqueta (Cuestión de principios y Arpeggione) y quien fue elegido por el Círculo de Críticos como Mejor Director en 2018; Prefiero que me coman los perros retoma la impronta minimalista del director, quien potencia la reverberancia del texto a través de su propuesta escénica. Texto escrito por Carla Zúñiga, quien en esta pieza toca notas distintas a las que trabaja usualmente en la Compañía La niña horrible, y que gracias a la dirección de Urqueta, adquiere una dimensión menos espectacular pero más especular y replegada que estremece.

Resulta sumamente lúcido pensar a la sociedad actual como un gran monstruo que nos devora, nos engulle y nos va masticando día a día, destruyéndonos entre sus voraces fauces sin que podamos advertirlo o si quiera escapar. Nos va trasformando en seres cada día menos empáticos, aplastando ideales y sueños, volviéndonos cada vez menos humanos y más engranajes de un sistema corrosivo y autofágico que se regocija en sí mismo. Jornadas laborales extensas y agobiantes y un modus vivendi marcado por la necesidad del éxito económico, son prueba de aquello.

En este contexto se encuentra Eugenia –encarnada magistralmente por Nona Fernández– una parvularia que se encuentra sumida en una profunda crisis emocional y psicológica que no puede superar, y que se desencadenó diez años atrás, cuando ella cometió un error en su trabajo, un error fatal, el olvido y la muerte de uno de los niños que cuidaba. Hecho inspirado en una noticia real, en que una parvularia olvidó a uno de los niños que estaba a su cargo, y éste finalmente murió.

En esta crisis que vive y que la atormenta, Eugenia recurre a una psicóloga para encontrar alivio a su culpa. No obstante, la psicóloga rápidamente se dará cuenta de que Eugenia está enferma, vive en un mundo irreal en donde no es consciente de las implicancias de los actos que realiza. Por lo que no querrá atenderla más, y dará un sinnúmero de excusas absurdas para zafarse de esta paciente que se ha obsesionado con ella, como lo ha hecho con tantas personas anteriormente.

Eugenia no tuvo una vida fácil. De personalidad retraída, desde pequeña ella sufrió el desprecio de su padre, quien no quiso conocerla, y la indiferencia de sus compañeros, además de mantener una escuálida relación con su madre y no tener una vida social amena. Llegó a convertirse en parvularia y a trabajar en el jardín infantil, en donde era constantemente humillada, menospreciada y explotada por sus superiores, e ignorada por sus compañeras. Con el deseo de agradar al resto, trabajaba más de la cuenta, como una manera de compensar la imagen negativa que la acompañaba.

Además de desempeñarse como parvularia, Eugenia hacía el aseo e incluso se había ofrecido para ir a buscar a los niños a sus casas. Fue en esta ocasión en que ocurrió el fatídico accidente, en que Eugenia olvidó bajar a uno de los niños, y éste murió por inanición y falta de oxígeno, una calurosa mañana de enero. De esta manera, se nos presenta un personaje hondo y conflictuado, que no es victimario ni víctima en sentido estricto, sino que está sumido en una serie de situaciones desafortunadas, en donde la culpa es el eje articulador.

Desde entonces, se gatillaron en Eugenia una serie de trastornos psiquiátricos que se venían gestando desde su juventud. Ya Susan Sontag advertía en su célebre libro La enfermedad y sus metáforas: “A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar».

Eugenia, tras el accidente, se va convirtiendo cada vez más en ciudadana de aquél otro lugar, un lugar que abre en ella obsesiones, paranoia, confusión, y acciones erráticas como perseguir gente y entrar en casas ajenas. Una ciudadanía que advertía su presencia cuando en su adolescencia ella comenzó a tener amigos imaginarios, especialmente uno, el que consideraba era su padre, a quien no había conocido más que por una fotografía de su juventud, amigo imaginario que la despreciaba y humillaba, pese a verlo ella, como su único amigo en el mundo. Los amigos imaginarios para Eugenia funcionan como puntos de fuga de su mente, evasión ante una realidad caracterizada por la soledad y por la carencia afectiva, una realidad que desde la muerte del niño se va transformando en una profunda y estremecedora desolación para Eugenia.

En un intento desesperado por conectarse con otros seres humanos, Eugenia se prostituye, y se obsesiona con su psicóloga, pues debido a que un paciente de ésta se suicidó y mató a su pequeño hijo, ella cree que podrá entenderla y empatizar con su situación. Sin embargo, el duelo y la culpa son procesados de manera diferente por la psicóloga, por lo que no comprende totalmente a Eugenia y la abandona.

El agobio laboral y la desoladora soledad de la vida contemporánea, son somatizadas por las personas, llevándolos a la ciudadanía de la enfermedad, por medio una serie de patologías que caracterizan el mundo actual, y entre las que se encuentran el estrés, la depresión, los trastornos obsesivo – compulsivos, entre otros.

Cuerpos y mentes que enferman por el exceso y la carencia, por un lado, las sobreexigencias, la responsabilidad y la culpa; por otro, la falta de tiempo, de afecto, y de comunicación. Eugenia, la psicóloga y el guardia – carabinero, representan precisamente cómo afectan en nuestras mentes y cuerpos el agobio de la vida contemporánea, y las implicancias que aquello tiene en nuestra salud física y mental.

Escénicamente, Prefiero que me coman los perros destaca por la eficiente incorporación de recursos audiovisuales, sonoros y lumínicos, los que generan una atmósfera que va tocando diferentes notas a través de una musicalización infantil (la canción “Las manitos” en metalófono), y sobre todo, la proyección del amigo imaginario de Eugenia, su padre, quien brinda al montaje cierto carácter macabro y sórdido que nos permite como espectadores, internarnos en la mente de la protagonista.

Estos aspectos son condensados en una escenografía de espejos, que juega con la imagen doble de los personajes, subrayando una dimensión especular en la pieza, lo cual también es logrado a través de la disposición de los personajes en escena, en donde parvularia y psicóloga siempre están sentadas una frente a la otra, aunque a ratos cambian de puesto – e incluso de roles – y se van liberando del peso de sus vidas y de la actitud reservada y compungida que evidencian en un comienzo.

Prefiero que me coman los perros es una obra necesaria, porque evidencia la realidad a la que estamos expuestos, y nos presenta a un personaje existencialmente desnudo, de una consistencia profundamente humana y que nos invita a reflexionar sobre nuestra propia realidad.

 

Jessenia Chamorro Salas es licenciada en lengua y literatura hispánica de la Universidad de Chile, profesora de lenguaje y comunicación de la Pontificia Universidad Católica de Chile, magíster en literatura latinoamericana de la Universidad de Santiago de Chile, y doctora (c) en literatura de la Universidad de Chile. Igualmente es redactora estable del Diario Cine y Literatura.

 

El elenco de «Prefiero que me coman los perros» en una nueva temporada en el Teatro Nacional Chileno

 

 

Ficha técnica:

Prefiero que me coman los perros

En exhibición desde el 19 al 29 de junio, miércoles a sábado, a las 20:00 horas en el Teatro Nacional Chileno.

Sala Antonio Varas del Banco Estado, calle Morandé N° 25, Santiago.

Recomendación: +14 años.

Duración: 70 minutos.

Dramaturgia: Carla Zúñiga.

Director: Jesús Urqueta.

Protagonista: Nona Fernández.

 

 

Crédito de las fotografías utilizadas: Teatro Nacional Chileno.