[Premio Nacional de Literatura 2022] «Tu nuevo Anticristo»: El misterio del ser en Juan Mihovilovich

Esta es una gran novela, donde la densidad se liga a la brevedad, lográndose un resultado estético notable al constituir una obra con una complejidad de sentidos que resulta realmente impresionante y que invitan a sumergirse en su trama libres de todo prejuicio, quizás porque lo que se espera de sus páginas no pertenece a este orden de la realidad.

Por Cristián Montes Capó

Publicado el 1.9.2022

Estamos en el marco de las escrituras del yo, es decir, auto ficción, relato autobiográfico, matriz de auto narración
Punto de inicio coincide con esa fusión físico espiritual que tan bien explicaba Ortega y Gasset, esto es, por un lado, la pandemia de corte planetario que se intenta explicar y vivenciar a partir de la muerte de Vicente, hermano del narrador.

Se trata luego de una narración reflexiva, de muchas y variadas descripciones de orden sicológico, siendo que lo descriptivo predomina así por las necesidades del mismo proyecto escritural, por sobre lo narrativo

Existe en el texto una gran sobre determinación semántica (desde el título mismo que evoca a Nietzsche); de la presencia de Van Gogh, que condensa lo místico espiritual, la necesidad de absoluto, diversas modalidades de conocimiento, la dimensión de la existencia, etcétera.

Confluyen nítidamente la memoria y el narrador: en el relato se va recordando el pasado, la vida juntos, la infancia, los personajes relevantes que conocieron y fueron determinantes en su común existencia.

Desde la perspectiva del sujeto narrador es claro que su mente oscila permanentemente entre varios estados, entre luces y sombras, entre el pasado y el presente, entre ideas que aparecen y desaparecen constantemente, asociados a una idea de vida, como aquello que se realiza sólo y exclusivamente al momento de la muerte.

Entonces surge un narrador que evidencia el deseo de acceder a mundos regulados por otras lógicas, donde exista lo natural, donde no estén las miserias humanas, donde el amor si esté presente. Es un narrador que intenta acceder al misterio del ser, a través de una visión a veces un tanto panteísta o a veces francamente agnóstica: «¿De Dios venimos y hacia Dios vamos? Pero, ¿qué Dios?».

 

Planteamiento existencialista

La idea que surge es aquella de que el individuo se construye a sí mismo. No es tanto lo que es, sino lo que desea ser, lo que ha escogido ser. El ser definido como un programa de existencia imaginario (Ortega, Vives y Goethe).

En consecuencia, el narrador de Tu nuevo Anticristo se pregunta: «¿Cómo empezar a elucubrar sobre lo que deseamos ser, más de lo que somos en la realidad?».

Pero el tema es que, como se observa en las palabras del narrador, la gran dificultad es dilucidar quién es uno y para qué vino a la existencia.

Las oposiciones como ley estructural del relato, en la forma de contrastes entre los cuales se genera una constante tensión: presente/ pasado, ser/ no ser, mortalidad/inmortalidad, sueño/realidad, lo visible/ lo invisible, realidad/ irrealidad, ser/ desear ser, parecer/ser… Pero la oposición más fuerte, la matriz de todas las otras oposiciones es la oposición entre la vida y la muerte.

Vida y muerte, vida y dolor (que nos recuerda a la figura de Carlos Droguett, vista Jaime Concha). Vida también como indagación. En esta novela de Juan Mihovilovich, más que en otras del mismo autor, el dolor y el tema del sufrimiento es especialmente acuciante.

Este dolor lo entronca a los comienzos de la escritura literaria, desde los viejos textos de la humanidad, desde la historia de Gilgamesh, de Homero, etcétera. Sufrimiento que también ha sido tema de la filosofía, como en Kierkegaard, Nietzsche, Ciorán, entre otros pensadores.

También, el dolor que se encuentra desde hace siglos en la literatura anónima de las piedras y de las tablillas, donde se evoca el sufrimiento, que para ciertos pensadores puede definirse como experiencia.

En este sentido en Tu nuevo Anticristo la vida es dolor.

Al parecer nada muere realmente de manera definitiva, aunque la muerte acecha siempre y a pesar que desde un comienzo se instala en la escritura, se esboza la posibilidad de que exista «algo» después de la muerte. Es el acceso al misterio que cubre toda la representación. Es la sospecha de que más allá de la muerte física podría haber algo, esto es: «una semilla infinita que se reproducía incesante».

Es claro que en estas oposiciones hay una oscilación permanente entre sus términos. Por ejemplo: «Esta noche el sueño y la realidad se entre mezclan de tal modo que imagino ser un espantapájaros sacudido por una ventolera, incapaz de sacarme del suelo».

La narración se estructura en segunda persona, se apela al tú, que es también una suerte de viaje hacia el otro (hacia este tú). Un viaje que es también al fondo mismo del sujeto que narra.

Estamos en presencia de un relato de alguna manera catártico; le cuenta al hermano acerca de su propia vida, de sus errores, de sus miserias, sus arrebatos, su cólera. Es como si los dos escribieran el libro. El narrador escribe pensando en ambos: «Solo que las escribí —las palabras— sintiendo que eran nuestras».

Sin ir más lejos, el narrador le habla permanentemente a su hermano como si estuviese vivo, como si la escritura, el acto de escribir lo mantuviese vivo. («Escribir para no morir», decía Maurice Blanchot). Tal vez la sensación es que, si la escritura cesa, cesa definitivamente la vida del hermano.

(Hace recordar las preguntas de Sartre: ¿Por qué se escribe? ¿Para quién se escribe).

De esta forma, el narrador siente que su hermano está siempre cerca para ayudarlo, para aconsejarlo, incluso para que el proceso de sanación que desea para ambos, se pueda ir constituyendo desde la misma escritura, de ahí que a veces se reitere otorgar desde el narrador la palabra a su hermano muerto.

 

Genio y locura

Yo y el otro, yo y el otro, la idea de ser o desear ser el otro, el soñar al otro, ser el sueño del otro (subyace la idea borgeana de determinar quién es en definitiva el narrador o como se influencian ambos mutuamente).

Conciencias (yo y tú), que tienden por momentos a fundirse. El narrador siente que de alguna manera él es su hermano. Y al no haber podido ver bien a su hermano no ha podido verse bien a sí mismo. Por ello hablar del otro es como hablar de sí mismo. Siente que cada vez se parecen más los dos en muchos aspectos.

Surge a menudo el de ser el otro, ser la vida del otro. Se mira en un espejo y ve a su hermano (yo soy el otro, Rimbaud). Uno es el espejo del otro. El narrador incluso siente que ha heredado del otro su enfermedad, su dolor, su desesperación.

El narrador permanentemente establece nexos entre los dos yo, e interpreta sus propios sueños y los relaciona con la figura del hermano.

De esta forma, el narrador describe lo que piensa, siente y teme de su hermano. Se introduce en su conciencia al entrar en la suya propia.

Es la oscilación, en este caso, entre dos conciencias. Su yo está fuera, en el otro. Tienen incluso, a veces, los mismos sueños. El rostro de uno es el rostro del otro.

Los dos hermanos tienen una figura doble: la relación entre Vincent Van Gogh y su hermano Theo (es dable recordar que el hermano del narrador se llama Vicente). Expresa el narrador, evidenciando como siempre la presencia de la culpa en los momentos de realizar la comparación con la célebre pareja de hermanos: «No tuvo un hermano piadoso que lo sostuviera para no morirse de hambre? Aunque entre ellos el amor fraterno, aparentemente, fue más cercano a pesar de vivir distantes».

Vicente Van Gogh y su hermano Theo también ven y descubren realidades que los demás no ven.

La comparación y el paralelismo que el narrador establece entre el pintor y su hermano posee múltiples resonancias y es sumamente productiva en términos simbólicos. En principio se perfila la idea de la existencia de una locura que es al mismo tiempo una forma de genialidad, una locura reveladora y mística.

(Nos hace rememorar el libro de Karl Jaspers: Genio y locura, donde analiza, justamente, la figura de Van Gogh).

Código entre ellos: la mirada es una comunicación protectora, que no enjuicia, que no elimina, sino reafirma. El mira a su hermano, su hermano lo mira. Y dicha mirada se proyecta hacia la naturaleza, al universo en su conjunto.

Dentro de esta fusión es el hermano el receptor privilegiado. Al final del capítulo 24 la narración parece suspenderse y el narrador deviene sujeto de interrogantes, de preguntas a su hermano, preguntas sobre el ser y el destino de los seres humanos y del mundo, de si es posible o no la esperanza, si es factible o no entender la esencia del ser humano, entre otras interrogantes.

Presentación de mundo, se narra inserto en un mundo que no protege ni acoge a los seres humanos, un mundo que es compenetrado por la maldad del mismo. Mundo similar a la nada, sin sentido, carente de valores.

Transcurrido el relato se empieza a moldear la idea de un mundo nihilista donde «nada vale la pena» (el mundo como infierno), donde se observa:

«…un reguero de sangre invisible colmada de asesinos, de guerreros sin sentido luchando carentes de horizontes, deseando el tiempo de su resurrección», un mundo donde aumentan: «los homicidios y violaciones de los indefensos, de los irremediables abusos de niños y adolescentes».

Como en un mundo tánatos, hay un aparente triunfo de la pulsión de muerte que ha predominado en la psiquis humana. Solo importa satisfacer los impulsos destructivos, la agresividad hacia los demás y hacia uno mismo. La imagen de mundo y de sí mismo que tiene el narrador:

«¿Y mirarás hacia abajo, hacia este planeta afligido, donde yace un ser descolorido y melancólico atrapado en el encierro que lo habita?».

De esta manera, el narrador evidencia una hipersensibilidad respecto a la crueldad humana. Resuena aquí el pensamiento de Gurdief respecto al lobo y el hombre, como si la parte lobo hubiese devorado a la parte cordero.

Es el hermano que define todo esto como la «banalidad del mal» rememorando a Hannah Arendt: «Somos presa de una maldad programada, declarabas apesadumbrado. No es casual que alguien mate a otro o que las guerras surjan por arte de magia. Hay una mano siniestra detrás que nos gobierna a su antojo, repetías con esa convicción que a veces hace innecesario luchar contra la corriente».

Así, en el mundo los seres son como despojos, mundo como locura (algo así como que solo se puede habitar esquizofrénicamente el mundo, no poéticamente, como decía Hölderlin).

Ello acompaña un sentimiento de culpa del narrador, por no haber cultivado un vínculo más profundo con su hermano, con más entrega, con más genuina generosidad. Se evidencia un sentimiento de culpa por no haberlo acompañado más cercanamente en la vida, pero también en su muerte, en esa nueva soledad.

Le cuesta muchísimo asumir esa muerte. Siente muy fuerte todavía la presencia de su hermano. Todavía no puede asimilar esa carencia:

«Desde mi ventana te miro apesadumbrado, extrañado de que te niegues a dejarme, o quizás sea yo quien se resiste a tu abandono. Estás allí como esas sombras que se adhieren a los cuerpos y nos hacen confundir lo real con lo irreal. Una sombra pareciera ser la parte de nosotros que la muerte no disuelve».

Se visualizan dos grandes carencias, la que dejan los que han muerto y la carencia constitutiva del ser. La inquietud que posee el narrador es cómo poder vivir con ambas.

El hermano es un personaje que sufre de inseguridad ontológica. Cuando se produce el primer brote esquizofrénico del hermano el narrador recuerda y dice:

«Creo que fue un acto reflejo, una especie de escudo protector para no andar desafiando a cada rato a algún transeúnte que se cruzara en tu camino. (…) Un enajenado despotricando contra el delirio del mundo cuando por dentro tu propio delirio te consumía».

Personaje estigmatizado, una estigmatización que evidencia Erving Goffman en Estigma.

Asimismo, el personaje de Vicente dado su estigma de anormal y enfermo, no poseería, en términos de Goffman, un reconocimiento cognoscitivo de parte de la sociedad.

Dice el sociólogo: «Utilizaré el término reconocimiento cognoscitivo para referirme al acto perceptual de ‘ubicar’ a un individuo, en tanto poseedor de una identidad social o persona particular».

Al no tener reconocimiento cognoscitivo, aquél que no encaja en la expectativas de la supuesta normalidad, se convierte en el individuo extraño, al cual se le pueden adscribir, en situaciones extremas, las características de un ser peligroso, enfermo, anormal, etcétera.

Entonces se activa la acción estigmatizadora y el sujeto deviene víctima del estigma:

«De ese modo, dejamos de verlo como una persona total y corriente para reducirlo a un ser inficionado y menospreciado. Un atributo de esa naturaleza es un estigma, en especial cuando él produce en los demás, el efecto, un descrédito amplio; a veces recibe también el nombre de defecto, falla o desventaja. Esto constituye una discrepancia especial entre la identidad social virtual y la real».

Además de ser víctima de la estigmatización, se produce en el sujeto una introyección de la violencia externa y la vuelca hacia sí mismo:

«Creemos, por definición, desde luego, que la persona que tiene un estigma no es totalmente humana. Valiéndonos de este supuesto practicamos diversos tipos de discriminación, mediante la cual reducimos en la práctica, aunque a menudo sin pensarlo, sus posibilidades de vida. El sujeto estigmatizado interioriza la violencia que sobre él se ejerce y puede terminar haciéndose eco del rechazo, al asumir que algunos de sus atributos justifican dicho rechazo social».

Personaje «anormal» que nos rememora a Foucault y Los anormales. Dicha clasificación se realiza según parámetros pertinentes a cada sociedad y a partir de éstos los sujetos se distribuyen en las categorías de normales o anormales.

La nave de los locos: implica dejar fuera al enfermo. Personaje que no calza en el mundo «normal». Nos sugiere Vigilar y castigar (El alma, prisión del cuerpo).

El mundo no está preparado para personas que no encajan en los parámetros convencionales de lo que se entiende por normalidad.

También el narrador relata de otros casos, de un amigo que pasaba por las mismas torturas médicas. Se relata las estadías de ese amigo en el hospital psiquiátrico, cuando tuvo que someterse a electroshock, diagnosticado por esquizofrenia. El narrador se hermana con ese dolor pues sabe que es también el dolor de su hermano.

Parte luminosa de su «locura», pero su locura es también una forma de superioridad, el loco genial. Es una locura de extrema lucidez. Personaje que revela, más bien, la locura de los demás, que no es creativa, sino cruel. Personaje que, a pesar de todo, espera que el temor desparezca del mundo, de ambos, pero también de los demás seres humanos, que dejen de tener temor por el resto de la vida que les queda. Según el narrador, dicha esperanza la heredó de su hermano.

El hermano es más bien como una voz profética, que ve el futuro, pero como todo profeta entrega sus mensajes en lenguaje cifrado. Es como una voz que anuncia el apocalipsis.

 

El tono apocalíptico

El narrador reproduce las palabras o las eventuales palabras que decía o podría haber dicho su hermano.
Otro aspecto relevante, las conciencias (yo y tú), que tienden por momentos a fundirse. El narrador siente que de alguna manera él es su hermano. Y al no haber podido ver bien a su hermano no ha podido verse bien a sí mismo.

Por ello hablar del otro es como hablar de sí mismo. Siente que cada vez se parecen más los dos en variados aspectos. Desea muchas veces ser el otro, ser la vida del otro. Se mira en un espejo y ve a su hermano (yo soy el otro, al modo de Rimbaud). Uno es el espejo del otro, el narrador incluso siente que ha heredado del otro su enfermad, su dolor, su desesperación.

El narrador permanentemente establece nexos entre los dos yo, interpreta sus propios sueños y los relaciona con la figura del hermano.

De esta forma el narrador describe lo que piensa, siente y teme de su hermano. Se introduce en su conciencia al entrar en la suya propia.

Es la oscilación, en este caso, entre dos conciencias. Su yo está fuera, en el otro, tienen incluso, a veces, los mismos sueños. El rostro de uno es el rostro del otro.

Los dos hermanos tienen una figura doble: la relación entre Vincent Van Gogh y su hermano Theo (recordar que el hermano del narrador se llama Vicente). Dice el narrador, evidenciando como siempre la presencia de la culpa en los momentos de realizar la comparación con la célebre pareja de hermanos:

«No tuvo un hermano piadoso que lo sostuviera para no morirse de hambre? Aunque entre ellos el amor fraterno, aparentemente, fue más cercana a pesar de vivir distantes».

Vicente Van Gogh y su hermano Theo también ven cosas que los demás no ven. La comparación y el paralelismo que el narrador establece entre el pintor y su hermano posee múltiples resonancias y es sumamente productiva en términos simbólicos.

En principio se perfila la idea de la existencia de una locura que es al mismo tiempo una forma de genialidad, una locura reveladora y mística.

Código entre ellos la mirada, una mirada protectora, que no enjuicia, que no elimina, sino reafirma. El mira a su hermano, su hermano lo mira. Y dicha mirada se proyecta hacia la naturaleza, al universo.

Dentro de esta fusión es el hermano el receptor privilegiado. Al final del capítulo 24 la narración parece suspenderse y el narrador deviene sujeto de interrogantes, de preguntas a su hermano, preguntas sobre el ser y el destino de los seres humanos y del mundo, de si es posible o no la esperanza, si es factible o no entender la esencia del ser humano, etcétera.

El Covid-19, la pandemia, anda ya por todo el mundo y ha llegado al lugar desde donde el narrador narra. Es un aspecto del punto de hablada de la novela (lugar físico y espiritual): «Hasta hoy el Anticristo merodeaba en la periferia ciudadana».

Así, el hermano, Vicente, señala: «No puedes luchar contra un enemigo tan abstracto y material al mismo tiempo…», afirmabas con pasmosa seguridad (…): «Te atora, te asfixia, y te deja sin respiración. Pero a la vez se hace invisible, actúa con esa sed latente de quienes sienten en su interior que nadie es justo en esta tierra…».

En el texto van quedando esparcidos distintos indicios de muerte. La muerte avanza en la medida que los indicios de vida se van desdibujando cada vez más. Todo ello va acompañado del miedo generalizado. En un mundo nihilista, relación con el apocalipsis como anuncios del término de la civilización es, luego, indesmentible.

La novela se inserta en una corriente de textos hispanoamericanos desde los cuales el apocalipsis es motor de la ficción. Pero es un tipo de apocalipsis diferente al relato bíblico, pues éste no se vincula a una matriz religiosa, desde donde sea posible visualizar una iluminación futura o una cierta redención.

Así, lo que se advierte, en cambio, en el modo que tienen los escritores de reconocerse al rememorar el pasado, es un generalizado sentimiento de desesperanza y una sensación de apocalipsis sostenido que articula pasado, presente y futuro y se experimenta como una sensación de catástrofe constante.

Es un tipo de apocalipsis que se expresa más bien en un tono apocalíptico, el que no supone directamente la presencia de un evento terminal al modo de una iluminación posterior a la crisis generalizada.

Según Klaus Sherpe, las versiones posmodernas del apocalipsis se caracterizan por desdramatizar la tradición apocalíptica, al desechar cualquier esperanza de renovación. Son escrituras que se concentran más bien en el aspecto catastrófico y no en un supuesto fin de la historia, revelando así una fascinación por estar en el borde de un final que nunca llega.

Así, el tono apocalíptico puede existir fuera de las narrativas redentoras y vivirse como una especie de apocalipsis sin apocalipsis, sin una propuesta de verdad última, es decir, como un final sin final, como un fin que nunca cesa.

En la novela que hoy presentamos se trata de un apocalipsis de este tipo, de un apocalipsis que ya viene sucediendo, ya antes de la muerte que ha generado el Covid-19, es decir el nuevo Anticristo: «El contagio viral se esparce como una explosión atómica semejante a la que un día destruyó dos ciudades japonesas».

Visión apocalíptica y pesimista del futuro, como un futuro definitivamente clausurado, debido a la maldad y la corrupción generalizada, al estado deplorable en que está el planeta y las instituciones que vilmente lo representan:

“Las calles y avenidas serán cubiertas día y noche por esa nubosidad asfixiante, hasta que seamos sencillos cadáveres pudriéndose a la vera del camino. Por ende tu Anticristo, a estas alturas el nuestro, nos habrá derrotado parcialmente. La humanidad irá despareciendo paso a paso, con ella la corrupción general, los gobernantes, ministros de salud, economistas, fondo monetario, la organización de naciones Unidas, la Organización mundial de la salud, etcétera».

El contexto apocalíptico se nutre y densifica con algunos relatos apocalípticos de distintos pueblos y culturas del pasado. Eso lo percibe el hermano: «Me llamaste alterado, ¿lo recuerdas? Sí, es probable. He tenido sueños catastróficos que anuncian el fin del mundo».

 

Una necesaria contrapartida de Nietzsche

Revela por momentos un deseo de morir, de una psiquis colectiva, debido a la decepción profunda en el ser humano.
Por otro lado, frente al virus, es decir, el nuevo Anticristo, ante las profusas muertes y hechos trágicos la gente vive una psicosis generalizada, las sospechas acerca de la real veracidad del virus, la validez de las vacunaciones, todo lo que se elucubra al respecto: «Nuestras frágiles anatomías oscilan al borde del abismo alucinante reproducido en cada parpadeo».

La muerte reaparece con más consistencia que nunca. Inscrita en la imaginación del narrador, en cómo percibe lo que ve y describe. Como si fuera que desde la muerte los hechos y gestos humanos pudieran revelar su sentido.

Se percibe un posicionamiento filosófico que remite a ciertas ideas de Heidegger y también a Rilke, a sus reflexiones acerca de la muerte propia:

«Uno se acostumbra a todo, a vivir y hasta morir, siempre que la muerte sea ajena. Si es propia, el miedo a morir es evidente, a pesar de que uno se convenza de que la muerte no es para quien se va, sino para quien se queda».

Estos momentos reafirma la matriz básica del texto, que como se dijo anteriormente, era la posición vida y muerte, oposición que va siendo desmantelada y de cierta marea «deconstruida», por momentos, por el mismo texto. Y también resignificada: «De eso se trata, en síntesis, del miedo de morir, aunque siento que tu figura desmiente el temor».

Con todo, estas palabras son relevantes, pues se sugiere que en el mundo de los vivos también la muerte parece estar más presente, aunque de otra forma. Aquí se experimenta la soledad, las enfermedades.

Entre los vivos se da también y tal vez con más fuerza la tensión vida y muerte. Aquí la muerta rodea todo signo de vida. Desde el mundo de los vivos la duda existencial remite a si se podrán encontrar después de la muerte de ambos: «Ahora que voy al encuentro de tu supuesto descanso final, tengo serias dudas de que en verdad estés allí».

De esta forma, en la medida que el texto va concluyendo y se recuerda el funeral del hermano todavía sigue sintiendo que él, de alguna manera, está vivo.

No es gratuito que emerjan en el texto reflexiones y descripciones del mundo sobre natural, al que se accede cuando se han superado los prejuicios estrechamente racionalistas, la presencia del misterio, de la fuerza de la duda, del deseo de fundirse con el todo y con el otro. El valor de cuando una existencia individual se funde con las otras.

Ante los signos y la comprobación física de la muerte del hermano, ante su tumba, renace la creencia, que es a la vez expresión de un deseo, de que seguramente su alma ya está en otro lugar. Es decir, que la idea de la muerte no considera de manera tajante la desaparición total.

La narración revela, en sordina, por supuesto, de manera implícita, al modo de intertextos virtuales que permiten develar ciertos planos de sentido de la novela. El hermano no está ya más, pero a la vez puede estar en otra dimensión, pues al parecer: «las almas ya emprendieron vuelo».

Al mismo tiempo se devela el miedo a perderlo definitivamente. Son los momentos donde la emoción concentrada se funde con las dudas existenciales que venía exponiéndose desde los comienzos de la novela.

Pareciera insinuarse la idea de que la vida de un ser humano solo se realiza en el momento de la muerte y que es desde ahí que la vida pareciera adquirir un sentido.

Los segmentos finales del texto aúnan todas las líneas de sentido de las cuales se ha intentado aquí dar cuenta: «Aunque tu nuevo Anticristo siga merodeando por los alrededores. Y yo siga preguntándome por qué te fuiste el día de la transfiguración».

Resulta inevitable terminar refiriéndose al título Anticristo como una necesaria contrapartida de Nietzsche. En esta obra se desprende como corolario la falta del Cristo, el olvido de la humanidad respecto de esta figura mítica y que se relaciona solo con la cáscara del mito cristiano. Por lo mismo es imprescindible asociarla también con el mito de la autenticidad de la que nos habla Giannini.

En definitiva, estamos frente a una gran novela donde la densidad se liga a la brevedad lográndose un resultado notable.

Una novela breve, pero con una complejidad de sentidos que resulta realmente impresionante y que invitan a sumergirse en ella libres de todo prejuicio, quizás porque lo que de ella se espera no pertenece a este orden de realidad.

 

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Cristian Montes Capó es profesor de la Universidad de Chile.

 

«Tu nuevo Anticristo», de Juan Mihovilovich (Simplemente Editores, 2022)

 

 

 

Cristián Montes Capó

 

 

Imagen destacada: Juan Mihovilovich.