«Recuerdos de Aristóteles España»: Mi casa cuando huí a la Argentina

No es posible olvidar al querido amigo y notable poeta chilote, además de luchador esencial, de esos que dignificaba Bertolt Brecht para la Revolución, tan necesarios en el Chile de hoy, donde los poderes de la plutocracia, secundados por la “derecha institucional” y la “izquierda pusilánime”, aherrojan a una falaz democracia.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 27.1.2020

En el viejo Buenos Aires, rúa Lavalle, cerca de Talcahuano, tercer piso ascensor, departamento antiguo, dos ambientes: living-comedor-cocina, dormitorio grande con un enorme colchón sobre esterillas, tálamo del poeta chilote, Aristóteles España (1955 – 2011) y de su compañera, Georgina. Llegué a finales de septiembre de 1989, exiliado financiero, huyendo del descalabro y de las policías civil y militar, que me buscaban por “juicio de alimentos” y “giro doloso de cheques”. El Tote me recibió como a un hermano. Durante mes y medio compartimos el techo, el sofá donde yo descansaba y él leía, y la comida que yo mismo preparaba para los tres, sazonada con la diligente inventiva de la escasez y alguna experticia heredada de mis tías gallegas… La vida era barata bajo aquel gobierno del peronista Menem, y, con un puñado de dólares –digamos cien- nos alimentábamos durante un mes, a punta de hamburguesas y papas y arroz, a veces un matambre o un costillar de cerdo, vino en caja, “cartonet”, como decimos en Chile. Cuando se acababa la plata, comprábamos un blanco de dos litros, marca “Resero”, que traía la burda estampa publicitaria de un gaucho a caballo arreando bovinos; era imposible cualquier analogía entre el vino y las vacas o entre el gaucho y las viñas.

En el pequeño almacén de don Tirso teníamos conversa gratis y crédito para vituallas de primera necesidad y para el infaltable vino de emergencia… A la mañana siguiente de las libaciones, el dolor de cabeza no te lo despintaba ni Cristo rey; era como si te sacudiera los sesos un galope de mil reses en estampida, pero las penas iban mejor después de un par de vasos y las palabras volvían a construir los anhelos difusos.

Aristóteles, el amigo Tote, poeta precoz, que fuera llamado en su tiempo el “Rimbaud chileno”, tuvo el triste privilegio de ser el más joven de los prisioneros de Isla Dawson, torturado hasta el agotamiento físico y moral, porque su condición de chilote de áspero carácter le tornaba más porfiado e indomable que el resto de confinados, pese a los consejos que sus compañeros de infortunio le daban para que asumiera una actitud indiferente o sumisa ante los verdugos de uniforme. En el campo de concentración no servía el expediente de la minoría de edad ni de las enfermedades crónicas, como bien lo supo el padre de Osvaldo Puccio.

Para variar, teníamos un proyecto entre manos. Aristóteles había contactado a dos argentinos, de labia fácil y voluntad torcida, Francisco T. y Pablo R., representantes en Argentina de una fundación cultural hispana y clientes asiduos de algunas ONG de países hiperbóreos. El propósito que iba a ligarnos con ellos, por dos años de generosa renta fija y alegre labor, según propuesta no escrita y elucubrada en verborrea progresista, era la edición, moderna y actualizada, de doce libros fundamentales del Descubrimiento de América, entre los que destacaban El Diario de Colón, las Cartas de Hernán Cortés, las Cartas de Pedro de Valdivia, Naufragios… También el Popohl Vuh, para que no todo fuese cantar loas al invasor. Los españoles de la España tardo-democrática y postfranquista estaban invirtiendo ingentes sumas de dinero con miras a conmemorar, en distintos ámbitos y varias actividades, la efemérides del quinto centenario de la apropiación de América para los imperios católicos de Occidente… Pero es tan humano recordar la posesión de un imperio que perdiste de modo irremediable, que bien valía la pena el acopio y dispendio de millones de pesetas. Y no hay etnia sobre la tierra que viva más de añejos prestigios que la española.

A mi cargo quedaba compendiar aquel manojo de textos dispares, con miras a una masiva publicación en fascículos, destinada a jóvenes de la enseñanza media de los países iberoamericanos. Una ambiciosa propuesta que nos significaría –a Tote y a mí- cinco años de cómoda permanencia en Buenos Aires, junto a nuestras familias, viviendo del beneficio del talento literario bien administrado y con otros planes similares en mientes.

Durante tres meses sólo recibí doscientos dólares de los tres mil prometidos por P. y F. para ese período, pese a que en sesenta días concluí las compilaciones, todas mecanografiadas en la vieja Underwood proveída por Juano Villafañe, poeta argentino, mentor de la Librería y Centro Cultural Liberarte, donde me recluía por las tardes a escribir, hasta la medianoche, con el material obtenido de la Biblioteca del Congreso Argentino, en largas y gratas jornadas de investigación y lectura de esos testimonios apasionantes, pese a los cinco siglos de distancia, porque aquellos aventureros de la mentada epopeya traían consigo fuegos y apetitos descomunales, móviles poco éticos, pero llenos de humano afán.

Por la noche, nos reuníamos con amigos chilenos y paraguayos, en el bar Capri, para charlar y beber cerveza, vino y ginebra, según fuese el monto de la caja común, pues no hay solidaridad más ecuánime y perfecta que la del bar. Conocí al poeta y escritor paraguayo, Elvio Romero, radicado en Argentina desde hacía veinticinco años, exiliado por el tirano Stroessner. Elvio apoyó nuestros afanes, con la generosidad de quien no olvida su propia desgracia, pese a que entonces gozaba de tranquilidad pecuniaria. Conservo su biografía de Miguel Hernández, una de las mejores que se escribieran sobre el poeta campesino de Orihuela.

A nuestro regreso de la diaria bohemia, Georgina reprendía a Tote y éste juraba, como corresponde, enmendarse pronto. Decidí buscar un domicilio menos cálido pero más tranquilo y arrendé un cuarto en calle República de Chile, en una residencial regentada por coreanos, que olía a ajo revenido y a cebolla frita en aceite ruin. Pero los olores eran lo de menos; tenía yo una habitación oscura, pero aislada en un patio interior, que me ofrecía wáter individual y ducha fría. Un lujo en aquellos días de precariedad constante.

Una mañana de noviembre fui a la fundación para repetir el trámite de cobro, como hacía cada viernes, con paciencia más gallega que musulmana. Al volver la esquina para llegar al edificio donde funcionaba la entidad, advertí un movimiento inusual en la vereda. Varios changadores sacaban muebles y computadores de la sede y los subían a un enorme camión de mudanzas. Divisé a doña María, la portera, que hablaba con el conductor. Me acerqué, con cara de curioso bobo… Pero che, me dijo, acaso no sabés lo sucedido, no te enterás por la prensa… Ante mi callado estupor, agregó: Los directores andan prófugos, estafaron a los suecos en un millón de dólares, los busca la policía… Se largaron debiéndome dos meses de salario… Mirá, aquí tenés el periódico.

Leí los pormenores de la noticia, sin demasiado asombro, pues ya intuía la estafa detrás de las retóricas y relamidas explicaciones de ambos ejecutivos de la mentira. Regresé sobre mis pasos. Hacía un calor del demonio. Hubiese bebido con deleite una o dos cervezas frías, pero mis bolsillos carecían de monedas.

Al llegar a la residencial me topé con el coreano jefe, quien me espetó, en su castellano entrecortado y gutural:

-Si no paga hoy usted deja cuarto y quedo con cosas suyas hasta que pague…

La cara del asiático era imperturbable, pero los ojos expelían chispas de absoluta resolución. Después de una ducha, quizá la última en aquel tugurio, me lancé a la calle en espera de un milagro, intempestivo como todos los prodigios. Me encontré con el Tote España y fue como regresar a casa, una vez más.

Hilando recuerdos, como el tejedor de memorias que soy, me topé con una nota en The Clinic del 29 de julio de 2011, que daba cuenta de la triste noticia: postrer viaje del querido amigo y notable poeta chilote, además de luchador esencial, de esos que dignificaba Bertolt Brecht para la Revolución, tan necesarios en el Chile de hoy, donde los poderes de la plutocracia, secundados por la “derecha institucional” y la “izquierda pusilánime”, aherrojan la falaz democracia:

«El poeta chileno Aristóteles España, que en su adolescencia fue uno de los presos políticos más jóvenes de la dictadura de Augusto Pinochet, murió este jueves en la ciudad de Valparaíso, a causa de una dolencia hepática, informaron hoy sus familiares y amigos. Nacido en octubre de 1955 en Chiloé, España creció en Punta Arenas, donde a los 17 fue detenido por ser dirigente estudiantil tras el golpe militar de 1973 y confinado en la Isla Dawson, en el extremo austral del país, junto a colaboradores de Salvador Allende, entre ellos ministros y dirigentes de los partidos que apoyaban a su Gobierno. Tal experiencia, que marcó su vida, fue plasmada en Dawson, una de sus obras más importantes, que en 1985 le significó recibir el Premio Latinoamericano Rubén Darío, otorgado por el Ministerio de Cultura de Nicaragua. También obtuvo, en 1983, el Premio de Poesía Gabriela Mistral, otorgado por la Municipalidad de Santiago, y el Premio Alerce, del Ministerio de Educación y la Sociedad de Escritores de Chile. ‘La poesía me enseñó a ser libre y a creer en la diversidad. Escribir poesía en un campo de concentración como Dawson fue escribir un canto de amor en medio de la muerte’, relató en una entrevista con la revista chilena Punto Final, hace un tiempo. Su fallecimiento, según sus familiares, ocurrió después de diez días internado en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital «Carlos Van Buren» de Valparaíso. En los dos últimos años, el autor fue internado en varias ocasiones en ese hospital, a causa de sus complicaciones de salud. En Valparaíso continuaba escribiendo y hasta marzo de 2010 trabajó además en el Consejo de la Cultura y las Artes. Entre 1986 y 1993, Aristóteles España vivió en Argentina, donde estudió Comunicaciones y Guión Cinematográfico en la Universidad de Buenos Aires, obteniendo además una licenciatura en Derechos Humanos en el Instituto Argentino por los Derechos del Hombre».

Cada vez que regreso a Buenos Aires, esa proverbial ciudad de las luchas libertarias y también de esa otra memoria que me motiva, la de la estirpe, busco al Tote en medio de los apresurados transeúntes. Quizá esté bajo el obelisco, leyendo a los jóvenes argentinos uno de sus poemas de Dawson:

 

LA VENDA
(Del libro Dawson, 1985)

La venda es un trozo de oscuridad
que oprime,
un rayo negro que golpea las tinieblas,
los íntimos gemidos de la mente,
penetra como una aguja enloquecida,
la venda,
en las duras estaciones de la ira
y el miedo,
hiriendo, desconcertando,
se agrandan las imágenes,
los ruidos son campanas
que repican estruendosamente,
la venda,
es un muro cubierto de espejos y musgos,
un cuarto deshabitado,
una escalera llena de incógnitas,
la venda,
crea una atmósfera fantasmal,
ayuda a ingresar raudamente
a los pasillos huracanados
de la meditación y el pánico.

 

Las fuerzas oscuras insisten hoy en arrancar o vendar los ojos de Chile. Las imágenes de la atroz pesadilla de diecisiete años vuelven a surgir en la duermevela ciudadana del 2020. ¿Despertaremos de ella en otro campo de concentración o dejaremos libres para siempre a las anchas alamedas?

 

***

Edmundo Rafael Moure Rojas nació en Santiago de Chile, en febrero de 1941. Hijo de padre gallego y de madre chilena, conoció a temprana edad el sabor de los libros, y se familiarizó con la poesía española y la literatura celta en la lengua campesina y marinera de Galicia, en la cual su abuela Elena le narraba viejas historias de la aldea remota. Fue presidente de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, y director cultural de Lar Gallego en 1994. Contador de profesión y escritor de oficio y de vida fue el creador del Centro de Estudios Gallegos en la Universidad de Santiago de Chile (Usach), Casa de Estudios donde ejerció durante once años la cátedra de «Lingua e Cultura Galegas».

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Chile y seis en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es Memorias transeúntes (Editorial Etnika, 2017).

Asimismo, es redactor estable del Diario Cine y Literatura.

 

Edmundo Moure

 

 

Imagen destacada: Aristóteles España (a la izquierda) con Rolando Cárdenas en 1979.