Reflexiones sobre poética: Una historia sin fin

Nietzsche sostenía que la relativa cordura y tranquilidad del Hombre, venía de considerar que en el mundo existía un orden previo a lo que se conoce, esto es: que hay una trama coherente detrás de lo que percibimos, una cronología a la cual no llegaremos nunca porque está reservada al escritor de tal relato eterno, pero al cual podemos arribar  en fragmentos, en noticias y en buenas nuevas, en evangelios.

Por Horacio Ramírez

Publicado el 17.6.2019

La nuestra es la única civilización que ha prescindido -desde el Renacimiento, por lo menos- del principio fundacional de lo Sagrado.

Es una civilización sin la Trascendencia como valor fundacional del pensamiento; puro presente con pretensiones de ser un demiurgo de su propio pasado y destino; un algo insustancial sin un futuro de novedades, como lo es un silogismo, donde en la premisa mayor ya está grabada a fuego la conclusión: si todos los Hombres son mortales, no necesito nada para saber que Sócrates también lo es. Una civilización sin buenas nuevas, sin evangelio: una civilización de puras noticias, simples datos de los que participamos pasivamente.

Total intrascendencia.

El eterno presente budista es otra cosa, requiere de otra civilización y esa suele ser nuestra confusión: creemos poder prescindir del tiempo, pero para nosotros el tiempo es esencial, funciona y organiza nuestra cosmovisión y nuestra visión personal…

El futuro no es una cuestión de tiempo, de relojes o almanaques: el futuro es la preñez del alma. Sin futuro, sin la posibilidad de la buena nueva, somos almas vacías, sin caminos y sin destinos… Sin significado.

Y si uno quiere fabricar esclavos lo mejor que puede hacer con un Hombre, es quitarle una noción de futuro y un significado asociado a ese futuro.

Nuestra civilización está cambiando, sin embargo, porque hace tiempo que se viene dando cuenta de que el mundo es redondo y que lo que queda por delante también nos queda por detrás… se está dando cuenta que el árbol talado le va a caer algún día -a él o a su descendencia- por detrás. Tarde o temprano esto será así.

Se va dando cuenta de que todo alejamiento implica un acercamiento por la vía opuesta. Y darse cuenta de esto es empezar a cambiar la civilización: entonces habrá esperanza y con esperanza, habrá poesía en plenitud: la ley que gobierne será ley poética, ley que libere y no prescriba.

La percepción como un gesto de creación apunta desde el presente hacia el futuro y es por lo mismo, una forma, precisamente, de la esperanza.

Estas ideas tienen que ver con la poesía, porque toda forma de arte surge de la forma en que se realiza la percepción del entorno. Lo que nosotros queremos enfatizar es el hecho de que el observador no lo es pasivo, sino que participa de la totalidad de lo existente. El resultado es siempre parcial, no podemos dejar de funcionar como funcionamos, no podemos dejar de ver cosas aisladas entre sí, pero sí podemos tratar de ir “sintiendo” la integridad.

El artista, el religioso, el místico, intuyen ese evangelio del orden superior. Más allá de los múltiples enfoques que ha recibido la intuición desde la filosofía epistemológica, a la psicología, etcétera, siempre el racionalismo ha abogado acerca del peligro que nos hace entrar en la falacia ad ignorantiam, o prejuicio cognitivo, que nos impediría eventualmente saber si el método que realiza nuestro sistema nervioso fuera de la consciencia, es correcto o no.

Los defensores de la intuición la confirman como un estado dinámico de flujo continuo que no conoce de conceptos, ni estructuras ni nada parecido y que no tiene más remedio que ser verdadero. Esto puede entenderse un poco mejor en aquellos ejercicios que espontáneamente se realizan cuando se fija la vista en, por ejemplo, una mancha de humedad: si se ve la forma de un elefante, eso es verdadero. No se piensa, obviamente, que haya elefantes “de verdad” en lo observado, sino que la realidad que genera la intuición responde a un acople espontáneo que se da entre nuestro organismo y el entorno y dio ese resultado. Es verdadero en tanto que se percibe, no en función de una cierta correspondencia entre lo dicho -“veo un elefante”- y la mancha de humedad.

En ese simple ejercicio se ve de qué manera la realidad puede ser o, de hecho, es mudable, mutable… el problema reside en la búsqueda automática que se da de la correspondencia entre lo que uno ve y lo que “objetivamente” hay: “es sólo una mancha de humedad”, y esta búsqueda es fruto del acostumbramiento… para no decir de la domesticación… el elefante se ve, el elefante está… no está como lo está en el zoológico, pero en el zoológico tampoco está como en la sabana africana, y no caben dudas de que se trata de elefantes diferentes…

En verdad, está casi tan lejos un elefante de zoológico de uno en su ambiente natural como ambos del que alguien ve en una mancha… es la idea de objetividad, de entidad concreta, de cosa, que aúna a los elefantes del zoológico y de la sabana y segrega por “fantasiosos” al elefante de la mancha.

La ecología del poeta, entonces, habrá de reconsiderar a qué llama “real”.

Nietzsche sostenía que la relativa cordura y tranquilidad del Hombre, venía de considerar que en el mundo existía un orden previo a lo que se conoce, esto es: que hay una historia coherente detrás de lo que percibimos. Una historia a la cual no llegaremos nunca porque está reservada al escritor de tal historia, pero a la que podemos llegar en fragmentos… en noticias (en buenas noticias: en evangelios) acerca de aquella gran integridad a la que nos hemos referido con el término “el todo”…

Y de “El Todo” es de lo que habla la poesía… no tiene otro tema.

 

Horacio Ramírez

 

Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años: “reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad -el Dr. Héctor Blas Lahitte- que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se autopromovían y autojustificaban”.

“La religión -el mal llamado ‘mormonismo’- terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba  sin retorno… La práctica de la pintura -realicé varias exposiciones colectivas e individuales- me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…”.

“He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…”.

Horacio Ramírez actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.

Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.

 

Imagen destacada: El filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844 – 1900).