Rodrigo Arriagada-Zubieta, ese poeta chileno aclamado por la crítica europea, pero silenciado en su propio país

Cuando parte de su reciente producción lírica acaba de ser publicada de manera impresa en las páginas del prestigioso diario español «La Razón» —de circulación nacional en la península ibérica, y propiedad del influyente grupo editorial Planeta— el nombre del autor viñamarino se perfila como uno de los grandes favoritos —si no el con mayores posibilidades, la verdad— para adjudicarse el tradicional Premio Pablo Neruda de Poesía Joven 2020, el cual se concederá próximamente a través de la Fundación homónima. Mientras, presentamos un ensayo analítico que entrega las principales claves de su ya valorada obra artística y creativa, tanto a nivel latinoamericano como intercontinental.

Por Mario Chávez Carmona

Publicado el 16.10.2020

 

Arriagada–Zubieta y su temporada en la cabeza

Propongo una «lectura arquitectónica» de la obra del poeta chileno Rodrigo Arriagada-Zubieta (Viña del Mar, 1982), para apreciar su estética gótica, compuesta por poemas oscuros, desrealizados, extraños y luctuosos, rara vez apreciables en la tradición nacional.

En su Trilogía, compuesta por los poemarios Extrañeza (2017), Hotel Sitges (2018) y Zubieta (2019), asistimos a la puesta en escena de un hablante lírico que comúnmente se pierde en la contemplación de espacios góticos, al modo de un flâneur que se extraña de sí mismo y debe recurrir —desesperadamente— a imágenes de obras de arte, música, poesía y cine para enfrentar sus propios fantasmas. Mi lectura acoge las referencias a David Lynch, a Frankenstein y a los poetas malditos, entre otros.

Así se observará cómo Arriagada—Zubieta construye su imagen de poeta —aún perteneciente a la modernidad— proponiendo incluso un “arte poética”, a partir del desdoblamiento, la exploración de lo desconocido y lo inquietante.

Me detengo especialmente en Hotel Sitges, su segunda publicación, cuyos poemas se presentan como escenas separadas, como las habitaciones de un hotel de voraz hospitalidad, cada una con su particularidad y panorámica.

En toda su obra el poeta muestra una fascinación melancólica por el Barrio Gótico, los castillos de Praga, los paisajes estrechos de la urbanidad catalana y los recintos malogrados del Santiago neoliberal. Una mirada al pasado del poeta que descubre sus perversiones, frustraciones y lo que ya dejó de ser, quedando para él solo el vacío y la soledad.

Vale la pena enfocarse en el modo de explorar el horizonte desconocido de su propia humanidad “siniestra” para sacar a relucir la imagen de un poeta que construye laberintos y edificios, que luego terminarán por devorar su propia cabeza.

 

«Extrañeza» (2017), de Rodrigo Arriagada-Zubieta

 

Maldición de la «extrañeza poética»

Rodrigo Arriagada- Zubieta ha publicado recientemente tres poemarios, entre 2017 y 2019. Se ha desempeñado como docente de Literatura en diferentes universidades en Chile y actualmente se encuentra realizando un doctorado en Madrid, cuya investigación se centra en la obra de Enrique Lihn.

Estos datos no son antojadizos de presentar, si atendemos a que los temas recurrentes de sus críticas literarias, sus traducciones de poesía, y su interés por autores tan diversos —que va desde Rabelais a la poesía chilena contemporánea— se imbrican en una producción compleja que gira principalmente en torno a los conceptos de extrañamiento y alienación. Sus trabajos en la editorial Buenos Aires Poetry lo acercan a la obra de Rimbaud y de otros poetas malditos, temáticas que se encuentran en diálogo con bibliografía.

Desde 2017 he venido señalando que Arriagada–Zubieta pone en escena «una serie de imágenes casi fotográficas de las relaciones humanas en el momento de su espasmódico final». Desde la publicación de su debut poético, Extrañeza, y hasta su reciente poemario, Zubieta, mantiene una coherencia estética, cuyo modo de organización lo encontramos en Hotel Sitges, donde se aprecia una estructura general que respalda mi propuesta; esto es, las bases para una “lectura arquitectónica” en clave gótica.

El primero en identificar aspectos góticos en la obra de Arriagada–Zubieta, fue el premio Pablo Neruda de poesía joven 2018, Ernesto González Barnert, quien señala que en la obra del viñamarino se presenta: «una observancia obsesiva y fascinante de sí mismo y el medio en que se desenvuelve, literaria, existencial, llena de flashes y penumbras de temple gótico, vistas y recogidas del mar, lejos de la uniformidad turística del voyeur, en la localidad de Sitges.»

Estas características obsesivas (similares a la de los personajes de Poe) las encontramos en un hablante lírico que se detiene en los detalles de habitaciones vacías o de pinturas como las de Edward Hopper, donde generalmente vemos figuras humanas en habitáculos vacíos.

En el caso de los poemas de Arriagada–Zubieta, la afinidad con el pintor norteamericano se establece a través de  un hablante solitario o escenas de parejas que emiten signos de vitalidad en estado espasmódico, en “cubículos”, pudiendo asociarse también con la geometría que establece Francis Bacon para sus figuras a medio camino entre la bestia y el hombre.

Su poesía muestra a menudo el efecto de espejos, por ende, especulativo. Se trata de una poesía cerrada sobre sí misma, con ausencia de versificación, filosófica, y con un ritmo avasallador, poemas extenuantemente extraños como si la búsqueda de un paisaje interior revelase una zona de indiscernibilidad entre el hombre real, el fantasma posible y la animalidad contenida en los excesos de sí mismo, en inquietante amenaza de disgregación.

Cada poema se detiene en un juego de búsqueda del yo, donde al hablante se le hace imposible reconocerse, en lo que constituye una suerte de dialéctica que termina por revelar imágenes solitarias, espeluznantes, inquietantes y a veces horribles.

En base a la declaración de González Barnert, la obra del viñamarino va, «conformando un correlato mental y espiritual exigente de las materias y sus formas. Aventurando como pocos en Chile, con resultados brillantes, en el poema de mediana extensión, de corte narrativo. Tal como decía la irlandesa Edna O’Brien: ‘Los escritores viven realmente en la mente y en los hoteles del alma’».

Pienso que la obra de Rodrigo Arriagada–Zubieta se organiza como si estuviésemos recorriendo un hotel, cuyas habitaciones nos revelan alguna escena donde, de ser posible abrir una puerta, veríamos al poeta viéndose a sí mismo desde fuera, en una especie de puesta en abismo o cajas chinas. Téngase en cuenta, para este efecto, que el vocablo latino extraneus nos remita a las palabras castellanas de fuera y ajeno.

En el recorrido de su lectura, el poeta nos traslada a diferentes escenarios que desafían nuestra identidad como lectores. Y del mismo modo, como una casa embrujada, cada poema consume a los visitantes que se reconocen en la inestabilidad de los espejos contemporáneos.

En ese sentido, el Hotel que yergue Arriagada-Zubieta es voraz, nos lleva a reconocer nuestros propios límites, en directa proporción al riesgo que asume el hablante lírico al hacerse objeto de contemplación de sí mismo hasta su extremo, tal como ilustra el poema Hotel Sitges, que da el tono y el nombre al conjunto:

Me habitan mis soledades

como agujeros en las cuerdas del patíbulo,

enfermeras sin urgencia,

cenicientas a media sombra

de un baile interminable

sobre el salón blanco,

mi propia cama un merodeo rutinario

en el patio de los locos

lo suficientemente a oscuras

y, sin embargo, luminoso tragaluz

bajo la tediosa cúpula del cielo.

 

Espérenme en pie los muertos

como a la buena nueva

que provoca en todos un pavor inexplicable.

Aguarden en vela

mientras se aprueba sin dolores la eutanasia

y yo sea la vida, la insoportable vida…

Un imbroglio de cables sin oxígeno.

La respiración artificial

ante la ausencia de suicidio.

 

Si consideramos el rasgo anterior y observamos la Trilogía en su totalidad, nos damos cuenta de que el poeta nos invita a un viaje hacia un lugar extraño, pero estático, a tal punto que limita con la desesperación: un viaje en la quietud que no lleva a ninguna parte, vamos hacia una lejanía claustrofóbica donde el desplazamiento sólo pareciera ocurrir en la cabeza del poeta y en la nuestra.

El encierro, a su vez, sugiere un temple anímico que colinda con la locura y que lleva a explorar los pasadizos sin salida de la propia personalidad que no logra hallarse a sí misma. En concordancia con esta mirada, el reconocido crítico y académico chileno Braulio Fernández Biggs introduce a la opera prima de Arriagada-Zubieta, señalando que: «Extrañeza es una memoria doliente que surca un ayer del todo deseado precisamente porque nunca logró verificarse».

A esto cabe agregar que el epígrafe de la misma obra refuerza lo señalado según la formulación de Baudelaire: «Yo tengo recuerdos como si tuviera mil años». Por ello, desde los primeros poemas de Arriagada-Zubieta es posible establecer, casi como un postulado de un arte poética, que la verificación de la experiencia no es lo que le importa al poeta, sino que la incapacidad de asir aquello en lo que alguna vez ha estado presente.

En Hotel Sitges se profundizan los procedimientos de Extrañeza, y así encontramos que las diversas habitaciones del alma o de la cabeza abren extrañas dimensiones del pasado, de recuerdos que no ocurrieron, pero que pudiesen ocurrir en tanto se despliegan los mismos poemas: de ahí la zona inquietante y la belleza ominosa que emana de estos poemas.

La Trilogía puede resumirse como un enfrentamiento extraño con «lo que llamamos realidad que constantemente es negada a la vez que la re-producida en imagen, una realidad intuida como borradura o extrañamiento», donde el espacio del Hotel que recorremos a ratos está lleno de «ciertas situaciones que el sujeto sólo termina de resolver en su cabeza».

Así mismo lo declara Arriagada-Zubieta: «Creo que siempre estoy escribiendo sobre zonas vacías y fantasmas que me ponen en la órbita de la idea proustiana de que la vida se crea en el arte y que nunca existe en sí misma.»

Un desdoblamiento poético, cuyas raíces encontraremos en las claras influencias de autores que bien podrían remitir a los mencionados por Hugo Friedrich en La estructura de la lírica moderna. Por lo mismo, no es raro encontrar referencias a Baudelaire, Mallarmé y Rimbaud. Las imágenes a las que asistimos están siempre rodeadas de términos relacionados con un rigor frío y metódico, de modo que pareciera que el viñamarino se ha lanzado en una aventura en la que se encuentran contenidas, «todas las fases que nacen obligadamente de la modernidad: el miedo, la imposibilidad de evasión, la claudicación ante el ideal, ardientemente deseado, pero que constantemente se aleja hacia el vacío».

Semejante a Baudelaire, Arriagada-Zubieta pareciera tener una obsesión por arrostrar el destino hacia lo desconocido. Así es como vemos en diferentes habitaciones los conceptos de “obsesión» y “destino” y que de algún modo siempre intentan dar con la “centralización del yo”.

En poemas como Condenación del aún joven Narciso II, el hablante lírico intenta retraer dicho proceso de expansión de sí mismo para fijar una imagen estática que nunca es del todo posible, porque no hay la comprobación de la propia identidad, más bien, concurre la disociación de la imagen a través de la verificación de la otredad, dispersado en la fatiga, en la soledad y en el exceso del sí mismo:

No te mires al espejo, Narciso,

la belleza es lo de menos

Es tu soledad la que verdaderamente da en la cara,

resplandece unos minutos en el espejo

llena la habitación con su sola presencia

hasta que la música, tu compañera de fatiga,

la desaloja con su tenue calma

No para seducirte

con el eco de lo idéntico es que vives,

sino para brillar por tu ausencia en este baile

y moldear una máscara a tu medida

que en poco se parece al alma del hombre

para ahogarte en los minutos

excedido de tus pensamientos

como en un estanque lleno de ti

sin que en realidad ocurra nada

Para eso y no para otra cosa

te ha sido dado ese rostro que, fastidiado de ti,

te comienza a deshabitar a mediodía

vacío de ser nunca él mismo.

 

En otros casos, esas habitaciones son espacios abiertos que recuerdan a Les Illuminations, donde el texto se despreocupa del lector, a veces lanzado a su suerte ¡Que se salve solo! y no pretende que se lo comprenda, puesto que los versos son una tempestad de descargas alucinantes que a lo sumo esperan despertar aquel miedo ante el peligro que hace brotar precisamente la afición a éste.

Aquel efecto es preponderante en Hotel Sitges, donde algunos poemas son voraces y a ratos producen un arrebato y que llegan a tomar cualidades, según las palabras del poeta y crítico argentino Juan Arabia, «proféticos», como ocurre en el poema «Punctum (Fuera de Plano)»:

Hermosos son los siglos que vendrán.

Todo se expande arrastrado por un barco ebrio

para iluminar este monstruoso agujero

que hasta ahora hemos muerto:

vientres de mujeres encintas

como relojes llenos de arena

nueve meses de secreta paciencia

cápsulas de aire

repletas

del temor a lo desconocido.

Se avecina una nueva estación.

 

Es necesario mirar por la ventana

en el momento exacto en que el tren está en marcha

ahora que nadie dice “póngase en su lugar”

nos separamos de nuestra imagen frente al estanque

como nenúfares en el charco.

 

La alusión a la fotografía y al término barthesiano de Punctum, da cuenta de que el poeta identifica las imágenes que produce como habitaciones que se llenan de detalles íntimos y a menudo innombrables en la vida cotidiana, pero que se revelan precisamente a modo de azar, en el proceso de la misma escritura.

Son retazos de vida que despuntan y que, en general, se traslucen en oscurecimientos finales, como si el poeta nos invitara a su hotel pero al mismo tiempo nos expulsara en el acto de cerrar las puertas de los compartimentos y contempláramos su desaparición.

En fin, como si se tratara de un teatro en que se cierra un telón en plena escena, incluso cuando existen posibilidades de establecer contacto con otros o de encontrar atisbos de sentido en la figura femenina, tal como ocurre en «Extranjera»:

Ella quiere aprender mi idioma,

revolver con su lengua los fonemas en mi boca

y todo por temor al silencio,

esa orilla a la que nadie le está dado alcanzar

pero que ella, turista del vacío, igualmente bordea

como al Castillo de Kafka en la luna del Moldava

desde donde siempre es necesario regresar,

desistir

antes que sea tiempo

de perderse en ninguna parte

y amanecer en el laberinto que ambos formamos

como dos vendedores de hilo

luego de enseñarnos

todas las señales

de impaciencia en el desierto.

 

De cualquier modo se las arregla

para robarme unas palabras

sobre mí

sobre poesía

sobre nada.

Cuando mañana despierte

contaminada de una gramática sin alma

abrirá las ventanas

murmurando un desconocido

contra el cielo de Praga:

un escenario borroso

para nombrarlo todo de nuevo

bajo el dictado de una voz sin nadie.

Ella escribe este poema.

 

Rodrigo Arriagada-Zubieta

 

De la maldición a la arquitectura gótica del Hotel: soledad y esquizofrenia

En toda la obra de Arriagada–Zubieta nos encontramos con referencias directas a la cultura popular, ya sea al cine, la música y la literatura. Estas relaciones sugieren lo raro y lo espeluznante. Podemos encontrar un punto de apoyo para esta relación si nos basamos en Mark Fisher, quien nos explica acerca de lo sobrenatural, lo extraño y lo horripilante como categorías.

Lo raro corresponde al ámbito de la subjetividad, es una percepción de una realidad deformada, lo que nos resulta familiar, pero nos asusta por no ajustarse a nuestra naturaleza. Señala Fisher: «Lo cierto es que, cuando se trata de ficción, con lo generalmente reconocibles que son criaturas como los vampiros o los hombres lobo, estos personajes no consiguen evocar una sensación de extrañeza.»

Si bien, en Arriagada–Zubieta no se trata estrictamente de este tipo de criaturas, sí existe en su obra la consumación de una permanente deshumanización, no invocada al modo de figuras o criaturas, sino bajo la especie de una impronta ominosa que produce la memoria en su deformación, aspecto que se asemeja al «efecto de lo espeluznante en alguna de las novelas de Priest, donde dicho efecto «depende de vacíos en la memoria, vacíos que minan de manera fatídica la percepción que tienen los personajes de su propia identidad».

En el poeta chileno esos vacíos intentan ser colmados con imágenes del cine y la literatura. Esenciales son, a este respecto, las evocaciones a David Lynch en diversos poemas, en particular, la que ocurre en «Eraser Head, 1977», poema que se plantea como una especie de “descenso de los afectos”, donde la cabeza/mente del hablante lírico irá borrando las imágenes-recuerdos, sus relaciones con la ciudad, liquidará todo lo que puede volver a ser fértil, para establecer la idea de que nunca nada ha existido y de que el mundo se reduce finalmente al vacío donde nuevamente los planos, las habitaciones de hotel, la posibilidad del amor, se cierran:

Él quiere ser otra fuga de sí mismo

como un baile de los astros dispersos

un túnel sin ventanas

donde asomar hacia lo más hondo del frío

una noche de insomnio en la cabeza.

Quizás él duerme a medias su vacío

se cansa de ayunar

en un mundo tan fácilmente repleto

lo perturba el ruido del metal,

el aroma a cámaras cerradas

y cada día esplende inconmovible

la ciudad de la que se oye hablar,

que se presiente a lo lejos

donde nunca habita el hombre.

La terrible criatura es él

como un día sin frutos y sin espigas

y sin preguntar por la cosecha;

aplasta con el pie los espermios

que no deben volver a florecer

como sangre en los jardines.

Finalmente, el gran arquitecto de los sueños

le regala ese abrazo de la Mujer del Radiador:

una fracción de segundos

para que entre algo de luz

y arda

se consuma

se ciegue

sediento de tragar su ser baldío

por arte de una boca lejana.

No es verdad – como quisiera el autor-

que el espíritu lo alcance.

El deseo hecho irrealidad

corta la escena sin llegar a iluminar lo oscuro,

un cierre de plano que tributa al instante

que sin memoria lo humilla

y el amor se aleja.

 

Lynch estará presente con nosotros no tan solo con una cuestión temática, sino también técnica. Arriagada-Zubieta hace uso de diferentes recursos para delimitar los espacios como ocurre con las cortinas en Twin Peaks, al modo en que señala su director: “Tanto la película como la serie se construyen —al menos en un principio— en torno a la oposición entre un Estados Unidos de pequeños pueblos idealizados y diversos mundos subterráneos o ajenos (criminales, ocultos)”.

La división entre mundos suele estar marcada por uno de los motivos visuales a los que Lynch recurre con frecuencia: las cortinas. Las cortinas ocultan a la vez que revelan (y, de manera casual, una de las cosas que ocultan y revelan, en forma de telón, es la propia pantalla del cine). No solo marcan un umbral, sino que lo constituyen: son una salida al exterior.

Al igual que en Lynch, en Arriagada-Zubieta hay una dialéctica entre lo que se muestra y lo que se cierra. Las películas del norteamericano se presentan como ficción de ficciones que se encajan, sueños dentro de sueños o alucinaciones erráticas, diciendo algo nuevo acerca de las obras como de la realidad que se intenta describir: «fomenta la aparición de mundos incrustados; películas dentro de películas (e incluso películas dentro de películas dentro de películas), castings, papeles, fantasías.

Cada incrustación contiene la posibilidad de ser desincrustada, como algo que, estando en un nivel ontológico supuestamente inferior, amenaza con trepar y dejar atrás su posición subordinada, y reclamar la misma condición que el nivel superior: fantasías que se cruzan con la vida real, castings que parecen tan convincentes como las conversaciones en las escenas que supuestamente tienen lugar en el mundo real que las rodea.

En el caso de Arriagada–Zubieta, dicho procedimiento lyncheano adquiere realidad mediante la fascinación metapoética y la despersonalización del hablante. Algunos poemas se escriben como monólogos dramáticos en que otras voces hablan por el poeta, como en el caso de «Hopper: Soir Bleu», donde el efecto metapoético es multiplicado como una serie de cajas chinas, sobre todo en el «poema VII» de la serie, llamado «El poeta».

Este recurso es similar al que usa Lynch en Inland Empire, película de la cual se ha recalcado su anarquitectura laberíntica, similar a la de una madriguera. Sin embargo, este espacio es ontológico más que meramente físico. Cada pasillo de la película —y los hay por montones, como marca lyncheana de la casa— es, potencialmente, el umbral a otro mundo.

Este conjunto de recursos que se arman con las imágenes da la sensación de un literal extravío y ocurre un efecto poético que puede relacionarse con lo espeluznante, ese «algo que no debería estar ahí», produciendo un efecto muy semejante a los relatos de Daphne Du Maurier, reunidos bajo el título No mires ahora (1971), donde muchas veces aparece «algo donde debería haber nada».

Efecto muy bien utilizado en la adaptación de Nic Roeg (1973), en la cual se aprovecha la manera en que Venecia funciona como un laberinto sonoro, ya que su arquitectura genera efectos «esquizofrénicos» al separar los sonidos de su fuente, cosa que produce un espacio sonoro tramposo.

En el caso que analizamos, el poeta chileno produce escenarios semejantes, principalmente en Sitges y su carnaval que es poetizado con tintes grotescos y obscenos, imágenes que se arrastran por contagio a otros poemas, a la irrealidad del castillo al lado del Moldova en Praga y, sobre todo, en el barrio Gótico en Barcelona, donde los espacios, retrocesos y confusiones, nos permiten pensar en la realidad del viaje frustrado, a través de la imagen fragmentada de un destino que solo se reconoce cuando ya es demasiado tarde:

Restrínjase de una vez

el irrestricto desplazamiento nocturno del forajido,

olvídese la aspiración a la epifanía,

a lo sublime,

al frío misterio.

Dios está en otra parte.

 

Nosotros ocupamos este no lugar

como los españoles se pervierten a solas en la selva.

 

«Zubieta» (2019)

 

El habitar de los fantasmas

Para concluir, y analizados algunos poemas, la realidad siniestra en la obra del viñamarino se hace aún más evidente al encontrar algunas declaraciones que Arriagada-Zubieta ofrece sobre su propia poesía, demostrando una autoreflexividad creciente sobre su propio trabajo en entrevistas otorgadas en Chile, Italia, Perú y Colombia, por mencionar algunas, y adquiriendo desde ya una notoriedad internacional que lo sitúa al nivel de los principales poetas latinoamericanos de su generación: “Me gustaría que mis poemas fueran imágenes mentales, en las que las personas y las cosas pasaran por ellos como fantasmas, hasta que la escritura los haga desaparecer y, de paso, también lo haga yo junto a ellos”.

Y si esto lo relacionamos con la lectura arquitectónica que he propuesto anteriormente, permite ensamblarlo con otras reflexiones de Fisher: «La tesis de Kneale es que los lugares encantados y los fantasmas son fenómenos particularmente intensos que están grabados en la materia de manera literal, en la piedra de las habitaciones.»

Si bien, Arriagada–Zubieta no nos presenta imágenes donde se describa detenidamente un fantasma, a ratos los menciona, por ejemplo, en «Yo sí salí del no tan horroroso Chile», donde el fantasma, ausente del cuerpo queda ejerciendo la actividad del flâneur en Santiago, separado del cuerpo real viviendo en Barcelona.

También en el poema del libro Zubieta, «El ciervo que se fugó de la selva», el poeta se retrata como un verdadero espíritu (ausente pero latente) del bosque. Pero siguiendo a Kneale, y para redondear la propuesta de lectura, cabe señalar que los fantasmas estarían escondidos en los objetos de cada una de esas habitaciones que acabo de describir como un algo latente que está ahí pero no se sabe qué es ni cómo está.

Los cuadros que observa el hablante lírico creado por el poeta chileno son en realidad espíritus, que se representan en una ékfrasis aún viva y orgánica, aunque la obra esté inerte o “muerta”. Si nos detenemos a observar una de estas habitaciones vacías que tienen solo un cuadro, estaremos inquietos observando —metapoéticamente— a los fantasmas aún vivos en las obras de arte.

Finalmente, según la voluntad del poeta, el lector pasa como un fantasma por la inminente muerte de la cabeza y el sentido del poema. Leer a Arriagada-Zubieta es, en definitiva, una experiencia en la que uno sale de esos “edificios” con una puntiaguda incertidumbre de si queda algo realmente vivo en nosotros lectores.

La Fundación Neruda tiene, ahora, el verbo, la palabra y el veredicto.

 

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Poeta Arriagada-Zubieta: “El interés por la poesía chilena en el mundo es menor del que pensamos».

 

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Mario Chávez Carmona (Viña del Mar, 1990) es un poeta, traductor, crítico y académico chileno. Estudió licenciatura en letras en la Universidad Andrés Bello y Culture Moderne Comparate en la Università degli Studi di Torino. Sus trabajos han sido realizados en Pisa, Turín y Milán.

Sus principales temas son la mitología, la fundación y la obra de Godofredo Iommi Marini. En 2019 publicó su primera obra poética, Mitomanías, por el sello argentino Buenos Aires Poetry.

 

Mario Chávez Carmona

 

 

Crédito de la imagen destacada: Rodrigo Arriagada–Zubieta.