SANFIC 14: «El ángel», de Luis Ortega: La forma ante todo

El filme argentino que marcó la inauguración del Santiago Festival Internacional de Cine 2018 es una obra que permite acercarse a la temática de los asesinos sin remordimientos, pero con un personaje que se sale de los márgenes esperados, con elementos sensuales y de la mano de un cinismo que llega a caer simpático. Pero faltó conocerlo más profundamente: finalmente sólo apreciamos una sucesión de escenas bonitas sin que exista claridad en cuanto a lo que se quiere decir, y cuyo argumento termina siendo «algo» que se deja apreciar, pero que se diluye volando, liviano como un globo de helio. Se estrena en salas chilenas el próximo jueves 30 de agosto.

Por Juan José Jordán Colzani

Publicado el 22.8.2018

La película trata sobre Carlos Robledo Puch, emblemático criminal argentino condenado a cadena perpetua a la temprana edad de 20 años, luego de once asesinatos y otros crímenes cometidos a mediados de los ’70. Fue apodado “El Ángel” por su particular look que lo asemejaba más a un actor de renombre que a otra cosa.

Trabajar con la materia viva es un desafío porque permite establecer una conexión con el público a partir de un caso que haya causado revuelo. Sin ir más lejos, eso fue lo que hicieron películas de gran calidad como El clan (Pablo Trapero, 2015) o, un poco más lejana en el tiempo, El Chacal de Nahueltoro (Miguel Littin, 1969). Pero claro: lo principal es tener algo decir. Que esté o no basado en un hecho real no asegura nada.

Lo que pasa con el largometraje de Ortega es que lo que predomina es la forma: vemos al púber delincuente en moto por la carretera, con su compañero de banda a su derecha y sus respectivas parejas adheridas a sus cinturas, con un cielo maravilloso y el encuadre preciso, o bailando con gran plasticidad sobre la alfombra roja de esa casa potentada a la que se habían pasado a robar, por nombrar algunas escenas.

Perfecto, pero ¿y, qué más?

Ese es el problema. Lo que hay es un intento por mostrar a un personaje aparentemente sin móviles, que tiene una inclinación instintiva para transitar por los bordes y la vida peligrosa, pero a quien no hay que comprender porque es libre y, por lo tanto, no tiene porqué dar cuenta de nada. Como le dice un artista conceptual cuando están en su casa: Carlos quiere decir hombre libre. Y hace gala de eso. Un ser sin ningún tipo de ligazón que se puede meter a la casa de un millonario y robarle su moto para después dejarla tirada por ahí, de puro libre que es. La pesadilla de cualquier hombre no libre, eso está claro. ¿Y quienes son los no libres? Básicamente todo el resto, pero principalmente sus padres: su madre, interpretada por Cecilia Roth y su padre, por Luis Gnecco. Ellos son unos tipos que expelen represión y el vivir más apegado a la regla, a diferencia de lo que ocurre con la familia de su compañero de curso (interpretado por Chino Darín), quienes desde hace tiempo han establecido el delito como parte central de sus vidas y que, en cuanto se dan cuenta del enorme potencial de El Ángel, lo incorporan a la banda.

Pero no es tan claro que no tenga móviles. Hay una serie de cosas que se insinúan pero no se desarrollan, como el hecho de ser el responsable de estrellar el auto en el que van con su compañero: ¿celos a causa del otro miembro de la banda que se incorporó después?, ¿dolido a raíz del deseo de su compañero de cantar en televisión? Sea lo que sea, algo está claro: su libertad a ultranza no parece ser combatible con esa forma de relacionarse con las emociones. Hubiera sido más coherente un dejar pasar.  Lo que sucede es que la película no se decide y termina creando una nebulosa que no es nada: a pesar de las apariencias, no es un personaje del tipo sin interioridad que actúa obedeciendo nada más que a su instinto y los deseos del aquí y el ahora pero, por otro lado, el retrato que se hace de él es pobrísimo y no sirve para conectarse más profundamente. A lo mejor si se hubiera mantenido la voz en off del comienzo, el espectador podría haber contado con más información para conocerlo, pero después de esa primera secuencia no se la vuelve a usar. Podría haber sido interesante establecer un contraste entre su versión de los hechos y lo que vamos viendo.

Como es de esperar esto se traduce en una visión parcelada y adolescente. Y no es que la adolescencia no pueda ser un aporte: ahí está Nirvana y todo esa fuerza del desparpajo. Pero lo que hay acá es una mirada idealizada, un poco como cuando los niños se emocionan con los superhéroes de Marvel. Porque todo ese discurso, de un interés discreto, olvida algo básico, que a estas alturas es una especie de lugar común: la libertad de uno termina cuando comienza la del resto. Por lo mismo, no hay que extrañarse que se haya decidido retratarlo de esa forma, como ícono cool de blue jean o algo por el estilo; pero sin hablar, por ejemplo, de las violaciones en las que estuvo involucrado Carlos Robledo, alias El Ángel. Se puede hablar de personajes viles y es cierto que el director no tiene porqué andar poniendo avisos para que no nos quepa duda quienes son los malos. Pero es curioso que se haya optado por prácticamente no acercarse al dolor que generaban las acciones del Ángel.

Donde la película gana es en la ambientación de los espacios y cómo los personajes se desenvuelven en ellos. Esto se ve de forma clara cuando se meten a las diferentes propiedades, pudiendo ver en detalle esas ambientaciones. La casa del artista conceptual que se mencionó anteriormente saca aplausos. O el local donde habían estado esa misma noche y al que regresan cuando todos se han ido. Produce un deleite en el espectador poder habitar visualmente esos lugares, como ocurría en Hierro 3 con el hombre que se metía a casas vacías y la cámara lo acompañaba en su deambular. Esto también permite que muchas veces la situación del robo, que perfectamente podría ser una escena tipo vista miles de veces, adquiera indiscutida personalidad. Como cuando están desvalijando la joyería y Carlos se pone unos aros de gruesos brillantes. Su compañero no se burla, sino que se pone a su lado, al frente del espejo y le dice que se ve bien. El rubio le contesta que parecen Evita y Perón. Es cómico y ambiguo al mismo tiempo, dotando a la escena y a su relación de un interesante componente de imprecisión.

La banda sonora merece mención aparte: permite acercarse a ese rock argentino que no es Charly García ni Spinetta: un rock and roll similar a Los Gatos (la banda de “La Balsa”), teniendo espacio también para temas más pesados, como los de Pappo. Pero no está bien utilizado: escenas interminables para poner el tema del gusto del director que terminan siendo tediosas por el desproporcionado protagonismo que adquieren (Nota: En Spotify hay una lista de reproducción con el soundtrack, con el nombre de El Ángel (banda de sonido)

Una película que permite acercarse a una temática vista con frecuencia como es el caso de los asesinos sin remordimientos, pero con un personaje que se sale de los márgenes esperados, con elementos sensuales de la mano de un cinismo que llega a caer simpático. Pero faltó conocerlo más profundamente. Una sucesión de escenas bonitas sin que exista claridad en cuanto a lo que se quiere decir. Así, el tema de la película termina siendo algo que se deja ver, pero que se va volando, liviano como globo de helio.

 

 

 

 

 

Tráiler: