«Taxi Driver», de Martin Scorsese: La autarquía de los sentimientos

El cine es más que una sucesión de imágenes unidas por la destreza de un montajista o de un editor de sonido, también representa radiografías de estados sociales puntuales, coyunturas históricas e hipérboles de significados éticos y trascendentales. Así, el análisis hermenéutico que ofrece el autor de este ensayo acerca de la obra maestra del director neoyorkino, se basa en la despiadada metáfora de la soledad radical a la que parecería estar condenado el hombre contemporáneo, de acuerdo al núcleo dramático (y audiovisual) planteado por el filme.

Por Carlos Pavez

Publicado el 11.6.2019

El saxófono que da comienzo y envuelve a la película es un elemento crucial para crear un ambiente aprensivo. Desde los primeros minutos se percibe el temor infundado; previo a la experiencia. La música de Herrmann –de, por ejemplo, Psicosis (1960)–, es esencial para construir un “recital de emociones vehementes” que expresa algo sin oblaciones [1]. El personaje principal está solo. Es un incomprendido. Se mueve dentro de la gran máquina en la que vive, sufre de insomnio. Lo único que puede darle el sentido son, primero, las emociones; luego, el auxilio. La condición de posibilidad para la superación de sus sensaciones es seguir al instinto propio. Es una percepción que, sin embargo, parece no tener un salto posible. Es un obstáculo generado por lo externo, pero pensado por naturaleza.

Travis Bickle es una entidad autárquica rodeada de interpretaciones. Es un ser vuelto autónomo, pero enfrascado en un mundo de existencias inauténticas. Los demás seres, en estado de interpretado, como pensó Heidegger, lo alejan de la comunidad y lo vuelven un otro. El alejamiento o, la alteridad, se acrecenta mucho más con el sistema en que se existe. Una civilización, una metrópolis que genera lo que se puede ver entre medio del ritmo blues, la noche, la ventana y las luces. El taxi no es solamente un trabajo necesario; es el móvil o, mejor dicho, el catalizador de sus incomprensiones. A medida que el filme avanza se va configurando la búsqueda de una solución o una comprensión de sus sentidos. Una pesquisa que no encuentra respuestas en lo común se ve obligada a buscar en el exterior.

La primera conversación de la película nos entrega un ambiente significativo. Travis solicita un trabajo en la empresa de taxis producto de su insomnio. Se nos entrega un dato importante: es un ex-militar. Esto no se suele interpretar como un mensaje valioso, pero, en realidad, podría ser la razón de su temperamento. Vietnam, o cualquier golpe lo suficientemente importante para afectar a un individuo, puede convertirse en el inicio de las observaciones. Miradas que irán dirigidas al movimiento, al silencio, al pasar del tiempo, a las contracciones. Suele suceder la preferencia por el camino correcto. Es decir, sumarse al sistema, hacer vista gorda de lo reconocido. Esta es la opción de la mayoría de la gente que podemos llegar a conocer; pero no la de Travis, a pesar de sus intentos.

A lo largo de la película podemos ver una especie de desarrollo. El nuevo taxista, ahora, realiza sus paseos. Observa, mira alrededor de las luces rojas, amarillas y azules. La civilización está decayendo y él está siendo el testigo, está sentado en primera fila y espera y espera. Pero la cosa sigue. De noche pasa eso, en realidad, salen los que no puede ocultarse a la luz del día. Los perseguidos, los marginados, los decentes, los justos, los injustos. Todos menos la institución que, dentro de la lógica, debería mantener un orden establecido. El primer intento de Travis para alejarse de lo que es, para él, lo sucio y lo banal, ocurre en un cine porno. Rechazo que, sumado a la conversación posterior con sus colegas, acrecienta sus sensaciones. Por eso decide jugársela por la política.

Los personajes que se relacionan con el ámbito político son una entrada perfecta para las consideraciones. Son aquellos que, se supone, buscan mejorar la situación en todo sentido. Pero la relación no funciona. La escena del teléfono, para mí, es la mejor de la película. Resume el conflicto, la sensación o el incidente interior que vive el protagonista. Llama a la mujer para pedirle perdón. No sabía lo que iba a provocar con ese comportamiento. La representación de Scorsese es genialísima: la cámara, en el momento del rechazo, se aleja y mira al pasillo. Un corredor que muestra la calle, la noche, la soledad, las luces, la mierda, la violencia. La desazón. El intento por distraerse mediante el amor está destruido. El amarillo con negro, en cambio, ahí sigue.

Vencido el instinto primario queda, finalmente, la soledad sin el sentido. La reencarnación dejó de ser un mero pensamiento y ahora es acción totalizadora; canalizadora de un sentimiento que no se contentó con el análisis pasivo. Su vida da un giro completo. Cambian los hábitos, el enfoque, la percepción e, incluso, los valores. Su primer asesinato, al parecer –en el momento y el tiempo perfecto– le da coraje para emprender su camino. Las mujeres a las que había estado siguiendo, y de las que no se da ninguna pista, están relacionadas con la prostitución de menores. Eso es algo que Travis decide no tolerar. Es algo que lo empuja a prestar auxilio. Esa ayuda, como todo en la película, no estará exenta de conflictos. La carta del padre de Iris nos revela que, en ese caso, tuvo sus frutos.

 

El instinto y el auxilio

Al final del filme se puede observar a un Travis más relajado. La búsqueda del sentido, de un algo que lo distrajera de la civilización, está finalizada. Conversa con los colegas que lo hacían sentir solo. Se encuentra con las preocupaciones anteriores. Pero no cae, no se involucra. En la lejanía de la sociedad encontró lo que, parece, es la solución al sentimiento de soledad, de lo incomprendido. El final pareciera decirnos que no hay otra ruta. No hay un desvío. El enfrentamiento personal por el instinto fracasa, pero la lejanía que provoca el rechazo de la enfermedad, finalmente, te deja tranquilo. Se puede siempre, eso sí, ayudar, auxiliar a los más afectados. No hay duda de ello.

 

La soledad y la reencarnación

Lo que parece ser una actitud incambiable termina por dejarlo satisfecho. La sensación que produce la soledad golpea, produce, reproduce y cambia a él/la individuo. Hay diversos motivos por los cuales se van acrecentando sus emociones. Lo que ve en la calle, los que se suben al taxi, los rechazos amorosos, la nula compañía, la falta de acción de los representantes, los malos policías y los malos políticos. En fin, todo conlleva a un hostigamiento del espíritu de Travis Bickle. Un estado que no nos es ajeno, en realidad, pero no tan doloroso. La reencarnación que decide el personaje es para generar un cambio; él mismo lo dice. Ya sean los marginados o los políticos –porque, para él, son la misma mierda–. Ambos, junto al sistema hegemónico, abruman un sueño de conexión, de paz y de tranquilidad para la condición humana, para el vivir cotidiano. Una situación de la que, como todos sabemos, no estamos tan lejos.

 

Citas:

[1] Comillas de Pablo Kurt, en FilmAffinity.

 

Carlos Pavez (1997) es, en la actualidad, un estudiante de licenciatura en literatura hispánica en la Universidad de Chile. Sus intereses están relacionados con ella, utilizándola como una herramienta de constante destrucción y reconstrucción; por la reflexión que, el arte en general, provoca en los individuos.

 

Jodie Foster en «Taxi Driver» (1976)

 

 

 

 

Carlos Pavez

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: El actor Robert de Niro en un fotograma del filme Taxi Driver (1976), del realizador estadounidense Martin Scorsese.