«Territorio celeste»: La poesía de Pablo Guiñez (1926 – 2020) y toda la lluvia del sur de Chile

El autor de la emblemática generación del 50 —y compañero de ruta insigne de Enrique Lihn, Jorge Teillier y de Armando Uribe Arce, entre otros— acaba de partir, pocos días después de Efraín Barquero: falleció el jueves 2 de julio, a la edad de 91 años. Aquí, lo recuerda otro vate chileno inolvidable, a propósito de su último libro publicado en 2004.

Por Aristóteles España

Publicado el 4.7.2020

El autor de Fundación de las aguas (Ediciones del Grupo Fuego de la Poesía, 1973), uno de los principales libros de la poesía chilena contemporánea, acaba de editar Territorio celeste (Ediciones del Concolorcorvo, Colección Papel de Poesía, Santiago, 2004).

Se trata de un espacio lleno de rituales y sueños donde la soledad es la principal protagonista, como en una película. El poeta recorre los ríos de Heráclito, «río lentísimo dentro de la flecha», para conversar con el «Cuerpo de Dios». Es decir, poesía de la religiosidad vista desde un hablante desesperado por conocer su destino. Juegan los rayos, la voz de los ángeles se deslizan por un cielo lleno de fantasmas, hay un coro de hombres y de mujeres que cierra los ojos frente al cielo; es la sombra de Dios dicen los cánticos. Es un himno de gloria. La vida, la plenitud de un ser que ama sus temblores y su relación con la muerte. La idea es atrapar el tiempo, detener los instantes de magia.

Pablo Guíñez nos habla de días de piedra y de luna entre los árboles del rayo. Las paredes de sus círculos personales tiemblan en humos verdes, en territorios donde la religiosidad es un país sin fronteras. Por sus poemas atraviesan insectos, colibríes, pájaros de sus mundos de infancia, pétalos, árboles enormes que cobijan zorzales, jotes, toda la lluvia del sur de Chile.

El poeta nació a la vida literaria chilena en la década del 50 apadrinado nada menos que por Juvencio Valle y Nicomedes Guzmán. Este último dijo de su obra: «Pablo tiene un vigor conceptual único, ausencia de imágenes demasiado trabajadas, instinto lírico que trasciende en una expresión serena, transparente y cordial». Juvencio Valle lo situó de inmediato entre los grandes de su generación junto a Jorge Teillier, Rolando Cárdenas y Enrique Lihn Carrasco.

Otra de las particularidades de su propuesta lírica es el juego. En todos sus poemas se siente un aire de alegría por conversar con las palabras. Los adjetivos, los adverbios; todo está donde debe estar. La misma construcción de los escenarios del poema; es un artesano que conoce su oficio, lo domina, por lo tanto las lecturas de su vida aparecen nítidas y resplandecientes sin que se noten las influencias; al contrario, incorpora a su acervo, poesía nórdica, poesía lárica, pero sin el hálito teilleriano. Aparecen otras cosmogonías, otros refugios, otros pueblos perdidos, en otras latitudes.

Junto a Gonzalo Rojas y Neruda, es el único autor chileno que tiene uno de los mejores poemas a las piedras reales y metafísicas; las piedras rodeadas de hojas, de ancianas con ojos de pajaritos, piedras con cáscaras y manos que sostienen el aire del universo, dice en su poema «Transparencia».

Pablo Guíñez nació en Lumaco en 1926. Pertenece a la Generación del 50, término creado por Pedro Lastra y que comprende autores nacidos a partir de 1925 a 1939. Estudió en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile y ha ejercido la docencia en la capital chilena. Autor de Miraje solitario (Santiago, 1952), Ocho poemas para una ventana (Santiago, 1956), Afonía total (Santiago, 1967), Fundación de las aguas (Santiago, 1973), Territorio celeste (Santiago, 2004). Fue fundador del Grupo Literario «La Fraternidad del Agua», entre 1973 y 1973. Obtuvo el Premio de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Concepción en 1967 y ha sido un permanente animador de talleres de creación literaria en las universidades de su país y en la Sociedad de Escritores de Chile.

 

TRES POEMAS DE HOMENAJE A SU MEMORIA (de Pablo Guiñez)

de Afonía total (Ediciones Tebaida, Santiago Chile, 1967).

 

IDILIOS

I

A Therese.

 

De la tarde

acompasadamente acompañada de ramas cargadas de agua

por el sendero de tilos, aún húmedos, crujientes de hojas; aún lleno de charcas,

a lo mejor podría reencontrar el jardín y esa glorieta levemente apoyada

en aquellas glicinas, y ese desvanecido rumor de los cipreses

aplastados por la niebla,

sin que nadie pise la sombra de damascos,

sin que nadie abra las puertas ni deslice la mirada

hacia aquellos rincones, ni en la mesa de té

reposarán los dedos que alargaran budines;

ni de la mantequilla habrá de desprenderse

aquel sabor a trébol ni su dorado aroma

de crema que retoma del batidor el punto

exacto, en que se torna como una espesa yema.

Ni saldrán del estanque unos gansos que vuelven

a la ancha libertad del río, hasta ahogarse

en el cielo desnudo, por donde irán las alas

hasta ser lo salvaje de ese viento invisible.

Es que de aquel entonces, ni sueños ni palabras

serán y los que en bosques crecieran no podrían

ya encontrarse, ni ese sendero existe y sólo de las ruinas

procuraré extraer una música lejana:

abejorros que huyen y jilgueros que se asoman,

en tanto de los tilos el agua se deshace.

 

II

A mi Prima Elizabeth.

 

El gato lame, después de lengüetear,

el plato en que se le ha puesto la leche, cuyo sabor no le preocupa manchar,

mientras aspira, aunque prefiero decir, absorbe el olor de la grasa que,

a lo mejor, le evoca un resto de pan con mantequilla y que él saboreara en otro tiempo:

aquel de cuando las vacas andaban libres por el campo y los bueyes retozaban a la sombra de bandadas de tordos;

/cuando maitenes

a la sombra de los robles empapaban las hojas, sus hojas,

conservándolas húmedas, aunque el sol devoraba la tierra. En ese tiempo

de los trigos cortados a echona, por segadores inclinados,

cuyas manos hería la cizaña; de espaldas llenas de sudor;

provistos de chupallas y de un saco quintalero atado a la cintura, mientras el sol

giraba hacia quebradas, donde la gallareta

de rama en rama salta y el chucao, salido de escondrijos,

canta y echa a correr; como si se temiera; deseoso

de espantar a los superticiosos cortadores que cantan. Entonces

bosquecillos de boldos, arrayanes, de peumos borbotaban

agua, vertientes barriosas en que, cuando no un sapo, una culebra

suavemente se arrastra, dejándose entrever en las piedras. Entonces,

se lame los bigotes y emprende sus pasos

en busca de una estancia,

en la cual hará el sueño, justo en ese momento

en que los segadores se tienden en el pasto; mientras

echadas bajo boldos añoran los paisajes.

 

III

A Tí.

 

Por enésima vez ha cantado el gallo

Y tú, recién vuelas en busca del sueño

Afuera, el rosa de los cerezos

ha cuajado en gotas de rocío

Y, mientras la suavidad de tu cuerpo

se distiende y distrae calurosamente

corno si desafiara el frescor de la mañana,

se afana en desprender de una en una,

todas, toditas las estrellas.

 

 

***

Aristóteles España fue un poete chileno nacido en Castro el año 1955, hecho prisionero tras el golpe de Estado de 1973 en la isla Dawson, transformándose en el preso político más joven de ese campo de concentración. En 1983 obtuvo el Premio Gabriela Mistral de la Municipalidad de Santiago, en 1985 el Premio Especial Rubén Darío otorgado por el Ministerio de Cultura en Nicaragua, y en 1998 el Premio Alerce de la Sociedad de Escritores de Chile y el del Consejo Nacional del Libro. Falleció en julio de 2011.

 

Aristóteles España

 

 

Crédito de la imagen destacada: Biblioteca Nacional de Chile.