«The Guilty», de Gustav Möller: El compromiso y la empatía como base en la ayuda social

Este thriller danés actualmente en la cartelera española («Den skyldigees», en el original) es un sobrio y tenso relato de un caso policial que un experimentado agente logra resolver desde su puesto de atención telefónica. A partir de un guión propio en colaboración con Emil Nygaard Albertsen, el realizador obtiene un excelente filme con un solo escenario (la centralita de la comisaría) y centrando el peso de la acción en un único actor, Jakob Cedergren, quien en una gran interpretación encarna al efectivo Asger Holm. Los demás protagonistas no se ven, sólo se oyen tal y como los escucha él: a través de cómo los vivencia Asger en su rostro.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 7.12.2018

 

Preliminar

Este artículo expone lo que sucede en la película desarrollando los aspectos humanos que trata. Aspectos como el maltrato a la mujer o la forma de atender a las personas con problemas. Y es inevitable que se desvele su imprevisto giro argumental, así para aquellos que no la hayan visto y quieran hacerlo quizás sea mejor leerlo tras su visionado.

 

Al otro lado, una persona

Asger es ante todo una buena persona, como le reconoce Iben la mujer del caso en el que se centra la obra. Ella le llama pidiendo auxilio porque la han secuestrado, se dirige a él como “cariño” y el policía entiende que le habla así para hacer creer a quien conduce el vehículo en el que se encuentra de que se comunica con su hija Mathilde. A partir de aquí Asger demuestra su habilidad para conseguir de ella información sin que el hombre sospeche que no es con su hija con quien habla y hace gala de su buen temple para calmarla.

El policía se implica mucho más allá de lo que tiene establecido como teleoperador de emergencias, moviliza a los compañeros de calle que tienen que intervenir, está pendiente constantemente de cómo va la operación policial y llama a todos los implicados en el caso. E incluso utiliza su móvil para comunicarse con Rashid, su compañero de patrulla, encargándole que entre en casa de Michael, el hombre que conduce el vehículo y que es el ex marido de Iben, para recalar información. El policía está conectado mediante el teléfono a las voces de todos, en este sentido resulta muy sugerente la imagen del destello de la luz de sus auriculares, como un faro en el oído donde navegan las ondas informativas que van a atracar al puerto de su cerebro que las procesa.

Asger vive el caso desde su experiencia como policía de calle, aunque está sentado en su silla de oficina parece que lo esté en su vehículo de patrulla. Lo vivencia a tal extremo que se pone en la piel de Iben y la acompaña como lo haría un amigo de toda la vida. Por eso ella le pregunta cómo se llama y al saberlo le dice con su dulce voz más de niña que de mujer “me gustas, Asger”; una bella manera de agradecer su entrega. Y el policía se implica tanto que alarga su jornada laboral hasta la resolución final aun sabiendo que al día siguiente tendrá lugar su decisivo juicio por la muerte de un detenido.

Como cualquier persona nuestro protagonista tiene sus sombras y cargas que le condicionan. Lo vemos disculpándose con un compañero por su comportamiento e incluso siendo algo desagradable en algunas llamadas absurdas. La carga principal de Asger es que ha matado a un joven malhechor por un impulso incontrolado e internamente no está en paz; se le va a juzgar por ello y seguirá mintiendo al afirmar que fue en defensa propia e implicará aún más en la mentira a su compañero Rashid quien lo confirmará para eximirlo ante la ley. Aunque no ante sí mismo, Asger es un policía íntegro que cometió un error por la rabia y la impotencia de ver que en demasiados casos en los que ha intervenido la justicia no está a la altura. Ese afán de justicia está en él y junto con la necesidad de redimirse del error explica en gran parte su forma de actuar en el caso de Isben.

Asger, muy a su pesar, comete errores también en este caso; errores que sabrá enmendar para que finalmente todo se resuelva de la mejor manera posible. Los errores que comete son los naturales e inevitables de quien no puede saber o conocer en un tiempo tan corto todo lo que hay detrás de una persona o unas personas. Y los derivados del dejarse llevar por las apariencias, por lo que suele ser más frecuente en una relación de pareja conflictiva. Asger habla con Isben, una mujer desesperada en un vehículo conducido por su ex marido con antecedentes penales, averigua que Michael ha perdido el derecho a ver a sus dos hijos pero aun así ha ido a su casa para llevarse a Isben amenazándola con un cuchillo y lo que es peor que han encontrado muerto por arma blanca a su bebé Oliver. Las apariencias parecen evidencias pero no lo son, y eso Asger lo descubrirá casi al final.

 

El actor Jakob Cedergren en «The Guilty» (2018)

 

Serpientes

El policía descubre la verdad en el momento que Isben le habla del gran dolor de estómago que tenía su bebé: “gritaba porque tenía serpientes en el estómago, pero ya se las saqué, está mucho mejor ahora, ya no grita, (vemos como él compungido cierra los ojos al oírlo) está bien ¿verdad Asger?”, se corta la llamada y en ese momento se nos ofrece una plano de largo silencio con la expresión del rostro de un descolocado Asger que hace valer el dicho “vale más una imagen que mil palabras”; silencio que se rompe al sonar el móvil con la llamada de su compañero Rashid, nuestro protagonista aún conmocionado tarda lo suyo en poder articular palabra, en poder volver a la atención en el ahora y aquí. Es una dura secuencia de la toma de conciencia de la realidad, Isben ha matado a su bebé sin ser consciente de ello porque tiene un trastorno mental.

Tras el shock inicial, decide llamar a Michael quien ya no sabe dónde está Iben porque se escapó al golpearle (lo hizo asesorada por Asger quien creía que era un asesino). Afectado, le pregunta por qué no avisó a la policía del estado de su ex mujer afirmándole que de haberlo hecho la hubieran ayudado. Michael cree que nadie puede ayudarla, le explica que lo intentó todo (médicos, abogados, servicios sociales…), el hombre está destrozado por la muerte de Oliver y los manda a todos a la mierda entre sollozos. A la vez le transmite lo que sintió al ver a su bebé muerto, que lo que quería era ayudar a Iben llevándola al psiquiátrico y que le dijo a su hija Mathide que no entrara a la habitación a ver a su hermanito (también fue el policía quien le animó a que lo hiciera para que estuvieran juntos los dos mientras llegaban sus compañeros) y la cara de Asger refleja el saberse responsable de ello. Por último al preguntarle si Iben podría autolesionarse, Michael responde que: “ni siquiera sabe lo que ha hecho, cree que ayudó a Oliver, no pude decirle”.

Al saber toda la verdad Asger intenta llamar a Isben, pero siempre sale el buzón de voz; en su desesperación y rabia golpea objetos cargándose la lámpara (como imagen de que no ha sabido ver), lo vemos deambular en penumbra con la luz roja de la centralita (una muestra del peligro que acecha, el peligro de que la mujer se auto lesione). Y en ese ambiente de luz tenue suena su móvil, vuelve a ser su compañero (el único que se comunica mediante ese teléfono), Asger le dice que no mienta si no le hace sentir bien (en realidad es él mismo quien no se siente bien mintiendo), Rashid afirma que seguirá con la historia que acordaron.

Y finalmente Isben llama al 112, ella cree que ha matado a Oliver y le pregunta a Asger si es verdad que lo ha hecho, que no le mienta. El policía contesta: “no tenías esa intención”, ella llorosa le dice que ve que tiene su sangre en las manos; Asger le pregunta dónde está, sabe que cerca de un lugar de mucho tráfico de coches por el sonido de fondo, ella confirma su temor con un: “están allá abajo, ahora voy a saltar, diles a Michael y Mathilde que no fue a propósito”, a lo que el policía contesta que todos lo saben. Vemos a Asger con su aplomo y saber hacer (a pesar de la tensión que refleja su sudoroso rostro) hablándole de cuanto le quieren Mathilde y Michael para así evitar que se suicide y dar tiempo a que acudan sus compañeros. Incluso se responsabiliza de la situación por haberse equivocado con su ex marido, por haberla incitado a golpearle y escapar; le dice que es su culpa que ella esté parada en un puente.

Al no obtener respuesta se entrega totalmente hablándole de él y le explica que mató a un joven que se llamaba Josef (el nombre, la expresión de entender que ha matado a una persona). Y consigue su atención, Ibsen le pregunta por qué lo hizo, él responde: “porque había hecho algo muy malo, pero yo no debería haber hecho eso, dije que fue en defensa propia, así que he mentido y he matado, lo hice porque estaba harto y podía eliminar algo malo”, ella le pregunta si eran serpientes y el policía responde que sí que eran serpientes pero que él sabía lo que hacía: “y tú no lo sabías, verdad?”, ella contesta que no, así Asger le asegura que fue un accidente. Vuelve a hablarle de los suyos, es bella su implicación personal: “tienes una hija que amas y que quiere mucho ver a su madre, y le prometí que irías a casa con ella, Mathilde y Michael te aman”. Se oyen las sirenas de la policía acercándose y ella le dice: “están llegando, eres una buena persona”, tras lo que se corta la llamada.

Asger cree que se ha tirado, pero una compañera de la central le comunica que ella bajó y está a salvo agradeciéndole su labor con un sincero “buen trabajo, Asger”, no obstante él aún le pregunta varias veces extenuado e incrédulo si de verdad la tienen. Y cuando se convence de ello se marcha ante la mirada de sus compañeros, antes de salir a la calle llama por su móvil (se entiende que a Rashid para confirmarle que no va a mentir más sobre la muerte del joven, se ha desnudado y no quiere volverse a vestir de falsedad). El desnudo del policía salva a Ibsen y le salva a él de seguir viviendo atormentado por la mentira.

Las serpientes han sido el nexo. Las serpientes como imagen de la dualidad cura/muerte, el veneno puede ser benéfico o no según la dosis. En el psicoanálisis se las asocia al psiquismo oscuro, lo raro, lo incomprensible, lo misterioso. La serpiente de rabia en Asgen que parece ha sido vencida gracias a Ibsen. Y las múltiples serpientes de ella que son su enfermedad, enfermedad que necesita ser entendida para poder ser curada.

 

Jakob Cedergren en una escena de «The Guilty»

 

La enfermedad mental

Cada vez más personas se ven afectadas por algún trastorno mental. A veces en una etapa de su vida y otras veces parece que de por vida. No hace tanto que cuando alguien presentaba síntomas de enfermedad mental se le internaba en centros psiquiátricos donde el objetivo era acabar lo más rápido posible con el «problema» mediante tratamientos agresivos que convertían al paciente en dócil vegetal.

Afortunadamente hoy en día la atención ha cambiado y los métodos también. Desde el psicoanálisis de Freud y Jung se ha ido entendiendo que la enfermedad mental (y en general toda enfermedad) es un forma de manifestación de una problemática personal y familiar. Pero existe una tendencia creciente a medicar en exceso y atender poco a lo que le ocurre a la persona. A mi entender, es necesario volcarse en el mundo de cada paciente para intentar entender qué le ha llevado a desarrollar su enfermedad, mas psicología humanista, menos relojes que limiten la expresión libre del sentir y sobre todo dimensionar a la baja los tratamientos farmacológicos. Es evidente que para ello se requiere un esfuerzo en número de recursos humanos y especialmente en calidad humana de los profesionales implicados. Pero entiendo que de seguir así cada vez más personas (niños incluidos) dependerán de psicofármacos y eso solo beneficia a la potente industria farmacéutica.

 

El maltrato a la mujer

El otro gran tema social del que trata la película es el maltrato a la mujer. Una vieja lacra de una sociedad donde desde hace demasiado tiempo la mujer, lo femenino se ha despreciado-relegado por el afán dominador del hombre, lo masculino. Afortunadamente esto está cambiando y cada vez se reconoce más a la mujer, a lo femenino; los hombres estamos aprendiendo a valorar la riqueza femenina encarnada en las mujeres y también en nosotros mismos. Va quedando atrás lo de “los hombres no lloran”. Pero siempre que se produce un cambio de gran calado hay fuerzas de resistencia, actualmente lo estamos vivenciando en muchos aspectos sociales. En el caso de las relaciones, demasiados hombres siguen utilizando la violencia física o psíquica para poseer-dominar a la mujer, demasiadas mujeres son víctimas en vida y demasiadas mujeres mueren por esa violencia cuya etiqueta es “de género”.

Pero no siempre el hombre aunque parezca culpable lo es en realidad, el filme así lo evidencia-denuncia. Socialmente tenemos tendencia a generalizar y el “todos los o todas las son iguales” hace mucho daño puesto que se carga a las ricas diferencias individuales. Hay hombres y hay hombres, como hay mujeres y hay mujeres. Hombres que tenemos una feminidad a flor de piel y mujeres que la han cerrado bajo llave. De ahí que siempre sea necesario conocer a las personas implicadas en un conflicto, y hacerlo desde la neutralidad. Si no corremos el peligro de volver a épocas de absurdas guillotinas.

 

El actor Jakob Cedergren en el rol de Asger Holm

 

La ayuda personal

A mi entender el camino para sanar a una sociedad enferma como la nuestra es el lento camino de la atención personal. La atención humana cercana, la atención que crea un ambiente tal que favorece el acercamiento real a la persona atendida, la atención que escucha, la atención que se pone en la piel diferente de cada persona, la atención que habla desde el amor, la atención que acompaña a cada persona, la atención que conoce el nombre de cada persona, la atención de persona a persona sin etiquetas.

El realizador nos muestra en Asger esa persona, nos muestra en él lo que significa atender de verdad. Lo que vemos es la antítesis del frío protocolo metodológico, nuestro protagonista encarna el volcarse desde la propia humanidad. Y entiendo que es así como se pueden solucionar las cosas, el camino de la gélida distancia que evita la implicación no soluciona ni a la persona atendida ni a la que le atiende. Las “pinzas” no pueden llegar a donde llega el abrazo.

 

Dedicado a Mari Cruz quien estuvo al otro lado de una línea de atención y soporte a personas con dificultades. A Mari Cruz, gran amiga, compañera de tertulias entre humos rubios y negros.

 

Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

 

 

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