«Toda la soledad del centro de la Tierra»: Las voces de la marginalidad latinoamericana

La novela del escritor mexicano Luis Jorge Boone es uno de los mejores libros publicados este año en lengua castellana, y su calidad tanto artística como literaria, remiten su forja creativa a la tradición azteca e hispana, redactada por nombres de la magnitud de Juan Rulfo, Sergio Pitol y de ese argentino padre de nuestra cultura, un tal Jorge Francisco Isidoro Luis Borges.

Por Carlos Pavez Montt

Publicado el 21.8.2020

El testimonio en primera persona le da, a la comunicación narrativa, una especie de sinceridad (in)cuestionable en el sentido discursivo. Es diferente que una historia se cuente desde un él/ella o desde un yo. La relación de la recepción con la figura protagónica se vuelve más estrecha de pronto.

E incluso el propio acontecer ficcional parece estar equilibrado por las palabras de quien protagonice la narración. El individuo, pequeño por lo que sabemos después, explaya su conciencia en la escritura de sus recuerdos y de su existir pensante y decisivo en el tiempo.

“Y antes de ir a hacer lo que te están diciendo que no hagas, piénsalo: nadie, nunca”. Porque asociarse a lo desconocido, caer en una oscuridad que reina la subjetividad propia y ajena es un conflicto que se da a lo largo de toda la obra del escritor mexicano.

La nada constituye, en el texto, ese espacio en el cual la individualidad se hace consciente de su propio ser en el mundo. La exterioridad y la materialidad no desaparecen del todo, pero la conciencia de la espiritualidad o de lo que se almacene en el interior reluce, en dicho momento, con mucho brillo.

Es el escondite, donde la oscuridad domina por sobre el niño, el lugar donde tienen lugar las más profundas reflexiones. Es en la noche estrellada cuando el Chaparro piensa en sus experiencias, en los vasos de tequila de su Güela y a los recuerdos que lo ligan con su origen fraterno.

Es en este mismo juego dicotómico el autor introduce las distintas voces que tienen lugar en la experiencia del niño. El Chaparro piensa y recuerda a las distintas arquetipidades que construyeron su sentido del mundo. Intenta, con la inocencia que lo caracteriza, explicar lo que sucede a su alrededor.

A través de distintos personajes, como la abuela o el primo que no quiere ser un esclavo más de los gringos, se establece un panorama existencial complejo. Las condiciones de vida en un pueblo olvidado por el Estado mexicano son tensionadas por otras formas de represión.

Así, la oscuridad que genera el relato del protagonista es retóricamente iluminada por muchísimos interludios poéticos. Las condiciones y el hábitat en el que se desarrolla el Chaparro es explicado, argumentado, fundamentado desde la expresión de las voces de un pueblo entero:

De tanto que llegaban las camionetas

no iba a quedar nadie en el pueblo.

Eso llegamos a pensar.

Por vida de dios.

 

Por la vida de quienes sufrieron y sufren de manera injusta por la violencia que aterroriza a sus estados. Por los pueblos abandonados nada más que en las vías del tren del progreso moderno. Por la marginalidad construida debida a la exclusión inherente a la implantación de ideas provenientes del exterior.

Y por el silencio. El silencio o la nada, la inacción y la ausencia consciente respecto a lo que acontece en el terreno fáctico es una realidad con la cual tiene que lidiar la gente de Los Arroyos. La policía, los narcos, los militares, la oscuridad de la muerte que llega solamente a los ojos de unos pocos.

“En un mismo viaje te podías topar con gente de los tres bandos. Hay quien te puede decir que sabe distinguirlos, con disfraz o sin disfraz. Para mí todos son iguales, la misma gata pero de colores”. Lo que se intenta es reflexionar sobre la perspectiva, sobre las consecuencias de la marginalidad sobre los cuerpos.

En las corporalidades negadas, excluidas, marginalizadas, tensionadas, obligadas a optar por la inmigración forzada, por el abandono del terreno colectivo, el autor encuentra un punto de vista que ha sido escondido por los grandes medios de comunicación.

El foso sin fondo, la casa de Susana, la niña que acompaña al niño en medio de la violencia y la confusión. Los huesos rotos, las ventanas quebradas, los electrodomésticos tirados a un costado del desierto. Los cadáveres que se acumulaban en esa nada desconocida, pero consciente para todos.

De una manera notable, el escritor mexicano logra reunir la narrativa y la poesía en una estética que propone un punto de vista olvidado por nuestra percepción. La niñez, la inocencia, y no la impotencia respecto al mundo es el motor que le entrega el arranque a la puesta en escena de una realidad excluida del progreso.

En la concepción del miedo, la oscuridad y la muerte, Boone encuentra los acontecimientos precisos. Construye, poética y narrativamente, una expresión que se internaliza en nuestros sentidos. En una denuncia camuflada, el escritor critica las estructuras que reinan y disimulan lo establecido.

La soledad de: “un niño al que nadie nunca iba a querer, nacido de lo peor de la tierra, de las sobras, de la mierda, de unos que no podían llamarse personas”. La exclusión y el olvido, la hiper–alienación vital: “hasta que el rojo que es sangre y es vicio y es la marca de nuestra mortalidad se borra y se va”.

 

 

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Carlos Pavez Montt (1997) es licenciado en literatura hispánica de la Universidad de Chile, y sus intereses están relacionados con ella (con la literatura en lengua romance), utilizándola como una herramienta de constante destrucción y reconstrucción, por la reflexión que, el arte en general, provoca entre los individuos.

 

«Toda la soledad del centro de la Tierra», de Luis Jorge Boone (Editorial Alfaguara, 2020)

 

 

Carlos Pavez Montt

 

 

Imagen destacada: Luis Jorge Boone (Monclova, Coahuila, 1977).