Todos somos iguales bajo la piel: El Covid-19, la literatura y las pandemias

La columna de nuestra redactora aborda los imaginarios sociales y culturales que las catástrofes sanitarias han ejercido en la historia de la civilización, y la posterior elaboración simbólica de ese fenómeno traumático, en el campo de la creación artística y narrativa.

Por Jessenia Chamorro Salas

Publicado el 13.4.2020

Estamos experimentando actualmente una de las pandemias más graves de los últimos cien años. Tiempos de cuarentena, de precauciones y de contagio. Vivimos una época que ha puesto en jaque —una vez más— al sistema médico, y que tensiona nuestro modus vivendi, haciéndonos cuestionar el modo en que entablamos las relaciones interpersonales, la dignidad y el derecho laboral, así como también, la capacidad de las autoridades de controlar la emergencia. Además, de evidenciar la crisis del sistema socioeconómico que nos ha regido durante las últimas décadas.

Sin duda, la pandemia más grave de la que se tiene registro es la peste negra, la cual en un breve período de tiempo (1347-1351) mató a más del 30% de la población de Europa —200 millones de personas— afectando también a Asia, Rusia y Ucrania. Hasta el día de hoy, se la considera la mayor pandemia que ha asolado a la humanidad. Sin embargo, no ha sido la única a lo largo de la Historia. La llamada Peste Antonina (165-180 A.C) diezmó al Imperio Romano con más de 5 millones de muertes. La plaga de Justiniano (541-542) es considerada la cuarta más letal de la historia, dejando aproximadamente 40 millones de muertes, en la actual Estambul (ex Constantinopla, Bizancio) y alrededores. A su vez, la epidemia de viruela japonesa (735–737) dejó como saldo más de un millón de muertes, afectando a un tercio de la población de Japón y de Corea.

Durante el siglo XVII hubo distintos brotes de peste bubónica, los cuales dejaron el saldo de más de 3 millones de muertes, mayormente en Europa. Asimismo, en el siglo XVIII la peste rusa redujo a un tercio la población del país. Entrado el siglo XIX la situación no fue distinta pese a los avances científicos. El cólera entre 1817 y 1923 dejó más de un millón de muertos en Asia. La peste bubónica volvió a asolar a la población mundial a mediados del siglo XIX, afectando principalmente a India, con diez millones de muertos.

Ya a fines del siglo antepasado, la fiebre amarilla hizo su primera aparición, originada en África se expandió por Europa y América, dejando como consecuencia entre 100.000 y 150.000 muertes. En las primeras décadas del siglo XX surgió la apodada gripe española, conocida actualmente como el antepasado de la actual H1N1, y la cual en un par de años dejó aproximadamente 45 millones de muertes, en paralelo a la Primera Guerra Mundial. La gripe aviar tuvo tres brotes mortales, el primero en Rusia entre 1889-1890 con un millón de muertes; el segundo en Asia, entre 1957 y 1958; y el tercero en Hong Kong (1968-1970), ambas con la misma letalidad.

Si la peste negra ha sido la más mortífera de la que se tenga registro, el VIH/Sida, ha sido la pandemia que durante mayor tiempo ha afectado a la población mundial, pues desde su aparición a inicios de la década de los ochenta (1981), ha dejado un saldo de más de treinta millones de muertes alrededor del mundo, y habiendo en la actualidad millones de infectados, siendo el continente africano el más afectado tanto en mortandad como en contagio. Además del VIH, otras pandemias han afectado a la humanidad durante las últimas décadas, entre ellas el ébola, fiebre hemorrágica viral que hace pocos años (2014-2016) ocasionó 11.300 muertes.

Asimismo, el SARS, la gripe porcina y el MERS, tres enfermedades virales respiratorias, desde inicios del 2000 a la actualidad, han dejado en conjunto la cifra no menor de casi 202.000 muertes a nivel mundial [1]. Otras de las pandemias que no se han erradicado, y cuyas tasas de mortandad han sido graves para la población mundial, es el sarampión, enfermedad que se conoce desde hace más de tres mil años y aunque se ha controlado mediante vacunas, ha matado a más de 200 millones de personas. Al igual que el tifus, la cual usualmente afecta a poblaciones rurales y aisladas, y a pesar de que ha matado a más de cuatro millones de personas, se encuentra controlada debido a los avances en salubridad y sanitización, al igual que el cólera [2].

Actualmente nos afecta el llamado coronavirus  o Covid-19, con un saldo a nivel global de casi 1.400.000 contagiados, y aproximadamente 79 mil muertos al día de hoy, siendo los países más afectados Italia, España, Estados Unidos, Francia, China y Reino Unido. En Chile las últimas cifras oficiales arrojan 7.525 personas contagiadas y 82 muertes. Se pronostica que el peak de contagio y mortandad aun no llega en muchos países, los cuales han aplicado medidas como la cuarentena, con intención de “aplanar” la curva de contagio y evitar que sigan colapsando los sistemas de salud a nivel mundial.

La enfermedad es un modo de habitar el cuerpo, un modo de posicionarse ante la realidad, una condición que brinda una perspectiva alterna, que mira desde lejos la salud, como una nostalgia por lo ajeno, por aquello que ya no nos pertenece. Un cuerpo enfermo parece explicitar todo aquello que es inquietante, todo aquello que sugiere un peligro o que atemoriza el orden y la estabilidad social. Porque un cuerpo enfermo exhibe sus carencias y excesos al mundo, evidencia un desequilibrio, no encaja con las lógicas funcionales de un mundo regido por normas respecto a lo que es “normal” y “aceptable”. El cuerpo enfermo se haya en una zona liminal, a veces excluido o encerrado por considerársele una mácula que puede afectar la sociedad, porque les recuerda que la perfección, la salud, la belleza y el bienestar, son ilusiones que se quiebran por el nacimiento de un niño enfermo, el contagio de un virus, un accidente mutilante, la degeneración de los órganos, o la percepción alterada de la realidad. La enfermedad le recuerda al mundo su contracara, suscita precaución. Provoca alertas sanitarias, urgencias higienistas y una asepsia que aleje la posibilidad de su existencia. Ya Susan Sontag en su célebre libro La enfermedad y sus metáforas (1977) decía que a todos se nos entrega al nacer, una doble ciudadanía, la del reino de los sanos, y la del reino de los enfermos, y que al habitar dicho territorio cae sobre nuestros hombros la pesada carga de las metáforas con que algunas enfermedades son asociadas.

Una histórica animadversión se ha cernido sobre la enfermedad. Desde la antigüedad, ha estado asociada a lo negativo, lo no deseado. Se creía que las pestes eran castigos divinos que recaían sobre una sociedad a causa del pecado o la falta que algún integrante de la comunidad había cometido. Durante el Medioevo, la lepra se convirtió en el mal que simbolizaba el pecado, un mal mortuorio y contagioso que había que excluir de la sociedad. Posteriormente, cuando el cuerpo comenzó a ser estudiado independiente del alma, la medicina hizo del cuerpo y la biología su objeto de estudio, fuente de conocimiento que indaga sobre su correcto funcionamiento, el cual era homologado metafóricamente al “cuerpo social”, la ciudad y la civilización, tal como lo explica Richard Sennet en Carne y piedra (1994). Así, bajo una lógica positivista y cientificista, nació la medicina moderna, según refiere Michel Foucault en El nacimiento de la clínica (1963), en donde explica, entre otras cosas, que hubo un cambio en el modo de leer la enfermedad cuando se concibió que el cuerpo, como espacio material, podía generar patologías por sí mismo. Y como él mismo sostiene, y reafirma Daniela Giménez en su investigación, desde el siglo XVIII y principalmente el siglo XIX: “la medicina y el discurso clínico se vuelven una fuerza indisoluble en la consolidación del Estado-Nación” [3].

En cuanto a la relevancia que posee la literatura en tanto soporte por medio del cual se representa la enfermedad y se despliegan imaginarios patológicos, me parece sumamente atingente citar a la académica Andrea Kottow [4], cuyo planteamiento sintetiza, a mi modo de ver, la intrínseca relación que mantienen literatura y enfermedad: “Enfermedad y muerte en tanto situaciones limítrofes ponen en crisis nuestras maneras de entender el mundo y hablar de él: La literatura es un espacio privilegiado para dar cuenta de estas fisuras. Uno de los pocos espacios que logra hacer de lo inexpresable, algo inteligible”. Esta reflexión subraya la importancia de la literatura como plataforma en donde la enfermedad pasa de ser síntoma a signo —lingüístico—, y como la experiencia de ésta, ya sea íntima o colectiva, se transforma en material literario con el potencial de expresar visiones de mundo, contextos y circunstancias particulares de la existencia humana.

Algunas de las novelas que tematizan la enfermedad, problematizándolas cultural y socialmente son: La peste de Albert Camus; Ensayo sobre la ceguera de José Saramago; Diario de la peste, de Daniel Defoe; Peste y Cólera, de Patrocke Deville; Bajo el signo de Marte, de Fritz Zorn; La máscara de la muerte roja, de E.A. Poe; Siempre Alicia de Lisa Genovese; El salón de belleza de Mario Bellatín; Apocalipsis, de Stephen King; La peste escarlata, de Jack London; El último hombre, de Mary Shelley; El puente de los suspiros, de Elena Peroni; La nave de los locos, Cristina Peri Rosi; Fruta podrida y Sangre en el ojo de Lina Meruane; Óxido de Carmen de Ana María del Río; Verde en el borde de Andrea Maturana; El cuerpo en que nací de Guadalupe Nettel; Muérdele el corazón de Lidia Cacho; Morir de amor de Edmeé Pardo; Desarticulaciones de Sylvia Molloy; y Black Out de María Moreno, entre tantas otras.

Probablemente, en los años venideros las publicaciones literarias habrán de dar cuenta del contexto que hoy vivimos, en donde la enfermedad ha puesto en jaque, una vez más, a la humanidad, develando su fragilidad pero también su resiliencia, y desafiando a la literatura a ser parte del proceso de registro y cuestionamiento de las estructuras, que las patologías posibilitan.

 

Citas:

[1] “De la peste negra al coronavirus: cuáles fueron las pandemias más letales de la historia”. En Infobae: https://www.infobae.com/america/mundo/2020/03/18/de-la-peste-negra-al-coronavirus-cuales-fueron-las-pandemias-mas-letales-de-la-historia/

[2] “Coronavirus: las 10 pandemias más letales en la historia”. En El Clarín: https://www.clarin.com/mundo/coronavirus-10-pandemias-letales-historia_0_Hcd6yZrv.html

[3] Giménez, Daniela. “La mirada médica y el cuerpo subversivo”. En Cuerpos Presentes: Figuraciones de la muerte, la enfermedad, la anomalía y el sacrificio. Alicia Montes y María Cristina Ares (compiladoras). Argus – a. Buenos Aires. 2017.

[4] Kottow, Andrea. «Literaturas enfermas y enfermedades literarias: mapas posibles para la literatura chilena». Conferencia inaugural del año académico 2009 (marzo) del Instituto de Literatura y Ciencias del Lenguaje de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. En: http://www.discursospracticas.ucv.cl/pdf/numerotres/andrea_kottow.pdf

 

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Jessenia Chamorro Salas es licenciada en lengua y literatura hispánica de la Universidad de Chile, profesora de lenguaje y comunicación de la Pontificia Universidad Católica de Chile, magíster en literatura latinoamericana de la Universidad de Santiago de Chile, y doctora (c) en literatura de la Universidad de Chile. Igualmente es redactora estable del Diario Cine y Literatura.

 

«La enfermedad y sus metáforas» (1989) en la traducción al castellano de Mario Muchnik

 

 

Crédito de la imagen destacada: Peter Hujar (Susan Sontag en 1975).