«True Detective»: Un dosier arriesgado del género negro

A raíz del estreno de la tercera temporada de la serie de HBO -transmitida por la televisión pagada-, es posible afirmar que entre su trío de historias, hay un elemento medular en el argumento total de la obra dramática: el trabajar con sujetos quebrados, perseguidos por su pasado, puestos al límite y lanzados a la búsqueda de redención, lo cual empieza a delinear un universo de personajes, atmósferas y escenarios que ya pueden considerarse parte de un legado valioso en este formato audiovisual y a la mística existente detrás de un investigador policial.

Por Daniel Rojas Pachas

Publicado el 12.2.2019

Con el estreno de la tercera temporada de True Detective (2014 – 2019), los seguidores de la serie, incluso los más críticos, que lapidaron la segunda entrega, podemos tener una panorámica del trabajo de Nic Pizzolatto como guionista y su genuino interés por crear, para la televisión, una especie de dosier arriesgado del género policial. Digo arriesgado, pues la serie ha mostrado variaciones entre cada arco argumental, poniendo sobre la mesa diversos elementos, con el fin de matizar la atmósfera detectivesca.

No podemos ignorar las mecánicas narrativas y la estética que diferencia y para algunos, genera un abismo insalvable entre la primera (2014) y la segunda historia (2015), lo cual desde luego hizo considerar a muchos, cuál sería el rumbo de la tercera temporada. La serie volvería a sus orígenes o quizá tomaría un tramo más convencional, pues eso es lo que se señala como debilidad en la historia de Ray Velcoro, Ani Bezzerides y Frank Semyon.

Una parte del fandom, que la serie consiguió con su temporada inaugural, parecía esperar una continuación que ampliara el universo de Carcosa y el Rey Amarillo o quizá otra historia, pero en sintonía con esa mezcla perfecta entre género negro y terror.

El tono urbano de la segunda entrega, la historia de corrupción política, crimen organizado en Hollywood y Los Angeles, carteles y policías bordeando las fronteras de lo ilegal, son parte de una combinación que ya ha sido contada hasta el hartazgo en el cine y la literatura y que nos lleva a pensar en magníficos filmes de Michael Mann, la serie Shield, Sopranos o el trabajo de James Ellroy, sin embargo, sigo creyendo que Pizzolatto no sólo realizó en la segunda temporada un pastiche con elementos claves de lo que entendemos por novela negra o film noir. Hay que tener valor e inteligencia, para alejarse de una fórmula ganadora y no agotarla.

Esa búsqueda de nuevos horizontes, me lleva a valorar su interés por ahondar en múltiples ángulos y crear momentos que enriquezcan la experiencia del espectador, en lugar de cazar el éxito. Bajo esa lógica, puede dar vida a entrañables personajes, conflictos y pese a la divergencia que pueda existir entre sus tres historias, hay un elemento medular para el escritor norteamericano: el trabajar con sujetos quebrados, perseguidos por su pasado, puestos al límite y lanzados a la búsqueda de redención.

Creo que vale la pena detenerse en los ingredientes que cada temporada presenta y qué fortalezas puede el espectador encontrar en los contrastes.

La primera historia es sin duda un cruce ideal entre H.P. Lovecraft y Dashiell Hammett, con Thomas Ligotti de por medio, claro está.

Sin entrar en lo fantástico de lleno, el entramado de los hechos toma como dispositivo la sinestesia de uno de uno de sus protagonistas, a fin de enrarecer el ambiente. A esto debemos sumar todo el universo oscuro compuesto por the king in yellow, Carcosa y los metapsicóticos que confrontan Martin Hart y Rust Cohle.

 

El escritor estadounidense Howard Phillips Lovecraft (1890 – 1937)

Esa temporada además tiene como estructura un collage temporal, atravesado por las declaraciones de un presente que contradice o al menos distorsiona los hechos pasados y los reescribe. Resulta imposible ignorar aquellos pequeños momentos perturbadores, situados en lo cotidiano, como la escena en que el detective Hart entra a la habitación de sus hijas y observa a una muñeca, tirada sin ropa y rodeada de un grupo de muñecos dispuestos como si fuera la escena de un crimen o una especie de violación grupal. Ese momento, de no más de tres segundos, dio pié a muchas teorías.

La serie está llena de esos detalles, puestos con sutileza e inteligencia, buenos diálogos, introspecciones filosóficas y cosmológicas, y claro, acción muy bien lograda, como el plano secuencia del asalto a la casa de droga. True Detective se convirtió en el acto en un clásico que puedes volver a revisitar, sin agotar la trama. Además la química entre Woody Harrelson (Hart) y Matthew Mcconaughey (Cohle) es genial y la podemos apreciar en una historia que se desarrolla, a través de diecisiete años en la vida de estos personajes, orbitando en torno al asesinato de Dora Lange y el caso de los chicos del bosque, lo cual se vuelve una obsesión y centro de sus existencias.

La segunda temporada protagonizada por Ray Velcoro (Colin Farrell), Ani Bezzerides (Rachel McAdams), Paul Woodrugh (Taylor Kitsch) y Frank Semyon (Vince Vaughn) abarca otro derrotero. Me detendré con especial atención en esta entrega, por ser la más criticada.

La historia en primer lugar tiene un desarrollo lineal, ese cambio de estructura marca un giro importante en el tono de la serie y el arco de los personajes, pues no los vemos pasar por años que afecten su temple y carácter, sino tan sólo unos meses. Tampoco tenemos el contraste entre pasado y presente con el correspondiente choque de declaraciones, que ponen en entredicho la percepción de lo real (cómo pasaron las cosas frente a lo que se dijo o se pudo probar).

Considero que este cambio en la manera de plantear el relato, está condicionado por el caso que motiva la historia. En esta ocasión, no se trata de un asesino en serie o un misterio en el cual intervengan capas simbólicas, ritualistas, políticas y psicológicas.

El caso tampoco se oculta y emerge con los años, no está presente la sistematicidad de una mente criminal que sigue patrones y nutre determinadas filias, eligiendo a sus víctimas con escrutinio y bajo patrones específicos.

El asesinato de Ben Caspere, empleado público de Vinci (ciudad ficticia en la que se desarrolla la acción), pone en movimiento una gama de situaciones que deben resolverse con premura: hay cinco millones de dólares extraviados, negocios entre mafias por cerrarse y un disco duro perdido, que contiene videos de autoridades en situaciones comprometedoras.

El crimen también determina la relación entre los detectives que protagonizan la serie. Tres policías de distintas unidades, una sheriff estatal, un policía local y un patrulla de caminos se ven forzados a trabajar en equipo, de modo que tampoco estará esa relación de compañeros que se va formando con los diálogos en la patrulla y en los tiempos en el precinto. En la primera temporada, sin ir más lejos, la esposa de Marty Hart, interpretada por Michelle Monaghan, quiere saber quién está con su esposo todos los días trabajando, pues en esa relación de camaradería se marca la diferencia entre la vida y la muerte. La dinámica de la primera temporada pone atención a ese factor: la familiaridad y la necesidad de que el compañero vaya a cenar a casa, o sea que haya un acercamiento con el núcleo íntimo.

 

El actor Colin Farrell en la segunda temporada de «True Detective»

En la segunda entrega, la tensión es constante, en principio ninguno de los tres detectives involucrados pide esta situación y cada uno tiene su propia agenda. Todos juegan el rol de dobles agentes para su unidad, por ejemplo, mientras Velcoro trabaja para la policía y la mafia, Bezzerides como encargada del grupo está llamada a descubrir la red de corrupción e incluso apresar a sus compañeros eventualmente.

En la primera temporada, la espiral es el símbolo que permite sintetizar varias ideas fuertes de la historia, no sólo por ser parte del credo de los asesinos y sus nociones en torno al tiempo-espacio y sus rituales, sino también por la estructura de la historia que vuelve sobre sí misma con los años.

En la segunda temporada, por la naturaleza urbana del crimen, la velocidad de los hechos y el encuentro fortuito de los detectives, las vías laberínticas de Los Angeles, que aparecen en muchas de las transiciones, sin olvidar la magnífica intro con música de Leonard Cohen, son la alegoría perfecta para representar una encrucijada de vidas solitarias sumidas en un sistema, un circuito de cemento impersonal que define el nudo de las relaciones.

Volviendo a la naturaleza del crimen, hay que mencionar que en principio se busca dotar a este, con un halo de rareza, producto de las heridas infringidas a Caspere: quemadura de ácido en los ojos y mutilación de la entrepierna por un disparo, además de la forma en que el cuerpo del occiso es transportado por diversos puntos de la ciudad por un misterioso auto. El chofer, al cual no vemos, lleva consigo una máscara de ave, todo en un tono bastante lynchiano, a lo cual tenemos que sumar la atmósfera del bar en que se reúnen Semyen y Velcoro.

Este elemento, que está presente en los primeros episodios termina por diluirse y el crimen toma una connotación mundana y casual, pues al final resulta ser más bien una vendetta personal, casi circunstancial y escasamente vinculado a los fraudes corporativistas. La función del asesinato es sólo poner en movimiento a las piezas.

Aquí hay dos factores que se pueden criticar, uno es el cambio de directores en esta temporada, mientras la primera fue íntegramente dirigida por Cary Joji Fukunaga con guiones de Pizzolatto, la segunda temporada tiene siete directores distintos, lo cual marca altibajos en el estilo y el cambio de elementos narrativos entre episodios.

 

Cary Joji Fukunaga, director exclusivo de la primera temporada de «True Detective»

El factor supernatural e intrigante es también quizá una especie de guiño a la temporada anterior y un tipo de residuo que pudo pasarse por alto, pues a medida que la temporada alcanza su propio ritmo e identidad, se distancia totalmente de su predecesora. El asesinato de Caspere es sólo la punta del iceberg en una serie de complots que involucran el traspaso de poder y control de negocios turbios en la ciudad, casinos y clubes, concesiones millonarias de terrenos y una red de trata de blancas que sirve como escenario, para chantajear a altos funcionarios de gobierno y establecer conexiones entre altos mandos estatales, jefes de agencias policiales y aspirantes a la alcaldía, todos buscando catapultar sus carreras.

Las cúpulas intocables detrás del secuestro de personas y la satisfacción de parafilias vuelven a aparecer, pero lejos de los pantanos y espacios tipo Louisiana, trailer parks y el Bayou. Nos situamos más bien en Hollywood con el decadente glamour y el kitsch rosa y tornasol de las cirugías y los residuos de la revolución de las flores, todo devenido en un marco de abuso patriarcal. Máscaras para la maldad absoluta y el abuso a débiles y marginados.

Ahora creo que hay un factor que no podemos eludir, que es la autoparodia y la necesidad de distanciarse de la propia obra, creo que Pizzolatto como guionista toma una opción similar a la de Tobe Hooper con The Texas Chainsaw Massacre, pues frente a la oscuridad de la primera, la segunda parte de esa franquicia de terror, se erige como una comedia de horror pasada de revoluciones. Basta con remitirse a la escena de la pelea entre Leatherface y Dennis Hopper con motosierras.

Durante la marcha de la temporada, la serie resuelve el tema de los sobrenatural de la forma más distendida que puede, se llega a mencionar que la muerte de Caspere fue un arrebato y la forma en que el cuerpo era trasladado, una broma del perpetrador, un simple juego, por tanto el único remanente que pudiese quedar, en torno al misterioso hombre con la máscara de ave, termina aplastado por los elementos que hacen honor a toda una tradición del pulp, los antihéroes y el hard boiled.

Dicho esto, es injusto señalar que la segunda temporada de True Detective sea pésima, sin duda es auténtica en su propia medida, es un relato redondo que además presenta momentos grandiosos y buenas actuaciones, además sostiene en las relaciones padre-hijo de sus protagonistas, un trasfondo interesante, que puede generar múltiples lecturas.

El nudo padre-hijo lo vemos desde el primer episodio, Ani Bezzerides resulta ser hija de una especie de gurú de la época hippie, devenido en un maestro espiritual. El discurso del padre es una oda a la autoayuda y al lugar común de todo sujeto que quiere vender elevación y paz.

La detective en cambio, es fría, al parecer incapaz de sobrellevar una relación profunda e íntima con los demás, por si fuera poco debe desenvolverse en un medio de hombres y arrastra un pasado de abuso, pues en la comuna de sus padres fue violentada por un extraño.

Todos estos ingredientes van delimitando al personaje, distante de sus familiares, desconfiada y con una obsesión por los cuchillos. La historia de Bezzerides será un ancla en relación a toda la carga sexual que tiene este mundo del crimen, me refiero a los vasos comunicantes entre la industria del porno, la trata de personas, las fiestas orgiásticas con políticos, el chantaje, las redes de drogas y prostitución, es como si el personaje encarnara de algún modo, el giro que tomó el verano del amor y su desbocado final, una industria en torno al cuerpo femenino y su explotación.

 

La actriz Rachel McAdams (Ani Bezzeridesin) en la segunda temporada de «True Detective»

En cuanto al detective Ray Velcoro, este tiene una relación compleja con su hijo, debido a que es posible no sea el padre del niño. Chad (el supuesto hijo de Velcoro) es al parecer producto de la violación de un criminal. La conducta violenta del policía, sus adicciones y la relación que tiene con la mafia, son motivos suficientes, para motivar un juicio de custodia establecido por su ex pareja.

Este marco determina la relación entre Velcoro y Chad. El detective es un animal de la calle, un tipo duro que sabe desenvolverse en un mundo agresivo, capaz de realizar trabajos sucios. El niño por su parte es acosado por sus compañeros, tiene sobrepeso y a lo largo de la serie vemos que no guarda nada en común con su padre. La relación es tensa, pero no es la única de este tipo, hay un momento memorable en la serie, cuando otro de los protagonistas, Frank Semyon, el mafioso que busca legitimar sus pasos y convertirse en un magnate de la construcción, le cuenta a su esposa una escalofriante historia de niñez.

Semyon era encerrado en un sótano por su padre. El sujeto además de ser un abusivo bebedor, era adicto al juego, y al salir a sus acostumbradas juergas, lo dejaba bajo llave, según el padre, para protegerlo. En una oportunidad el tipo fue arrestado y tardó días en volver. El pequeño Frank queda sin alimento, el lugar oscuro y húmedo está infestado de ratas. El personaje confiesa a su mujer que a veces lo acosa la idea de seguir atrapado allí, de haber muerto en realidad y estar viviendo una especie de sueño.

Las circunstancias lo fuerzan a no agachar su cabeza ante nadie y abrirse camino a como de lugar. Es claro que Velcoro no llega al extremo del padre de Frank, sin embargo, en una oportunidad vemos como llama a su hijo gordo pusilánime. Este paralelo entre ambas historias tiende un puente extraño entre Frank Semyon y Ray Velcoro.

Semyon además, busca durante toda la historia tener un hijo con su pareja y en un momento, también muy bien logrado por el guión, tiene una conversación con el hijo de uno de sus matones, el cual fue brutalmente asesinado. Semyon pese a formar parte de un entorno cargado de traición, es un tipo sensible con cierta ética y límites. Un sujeto que no sólo arregla las situaciones con sus puños o con un arma, sino que tiene como principal fortaleza, su retórica.

Sin embargo, tanto Semyon como Velcoro, arrastran y a la vez perpetúan estas historias quebradas entre padres e hijos. Hay un momento en la serie en que Frank le dice a Ray que él quizá sea el único amigo que le queda, un policía que sirve de matón para su organización, a lo que Velcoro responde: «Esa es una situación jodida».

De algún modo la serie muestra como estas relaciones perturbadas se suceden y van formando el temple de los personajes.

La redención de ambos sujetos llega tarde, son antihéroes y han trazado una ruta hacia su propia autodestrucción. De algún modo Ray trata a cómo de lugar de hacerle entender a su hijo que lo ama, que el hombre corrupto en que se ha convertido fue por su debilidad, y es posible que una vez que sea eliminado, muchas cosas se dirán sobre su persona e incluso de la relación entre ellos. Toda la destrucción que Velcoro deja a su paso es por no atreverse a buscar otro modo, para lidiar con las cosas, que no fuese a través de la brutalidad.

Frank por su parte, tiene un orgullo condicionado por su capacidad para autodeterminarse, es como si constantemente buscara probarle al mundo que no les debe nada, que él se forjó a sí mismo. Esa condición, al final de la historia, nos revela a un personaje decidido y capaz de orquestar, sin ayuda, una serie de movimientos que destruyen a toda una organización criminal y ponen en jaque a una ciudad. De cualquier modo, esa misma actitud lo lleva a nublar su vista a un posible escape, a un punto de fuga de toda esa maquinaria de muerte que ha puesto a andar y que termina por alcanzarlo. La ciudad se revela como esa maquinaria y las calles están levantadas sobre los cuerpos y la sangre de muchas piezas que se van deponiendo. Nosotros vemos estas historias, podemos ingresar a ellas, pero queda claro que como estas, hay muchas más, apócrifas y olvidadas, pues el progreso y la jungla de asfalto se alimenta de ellas.

La tercera temporada (2019), parece devolvernos a una dinámica similar a la de la primera entrega. En esta temporada se reduce el número de directores, para los guiones de Pizzolatto. Tenemos a Jeremy Saulnier del filme Green Room, a cargo de los primeros episodios, el mismo Pizzolatto dirige unos episodios y Daniel Sackheim toma la batuta al cierre.

 

El novelista Nic Pizzolatto, guionista y creador literario de las tres temporadas de la serie «True Detective»

En cuanto al caso, la desaparición de los niños Purcell nos regresa al pequeño pueblo, se aleja de las grandes urbes y la intriga mezcla numerosos elementos, por un lado tenemos la relación con los círculos de poder, la gran empresa que controla la vida y economía de los pobladores y los aspirantes, en torno, esperando un lugar en los altos mandos. Un nuevo ingrediente es la segregación racial, en un lugar dominado por población blanca. Nuevamente estamos en el sur profundo, una versión ficticia de Arkansas. En la historia hay un predominio de red necks, comunidades religiosas y grandes carreteras con espacios vacíos entre las distintas paradas para camioneros.

El país por otra parte, viene saliendo de la guerra de Vietnam, somos testigos de un relato construido en torno a los despojos del sueño americano, la desintegración de la familia y crímenes ritualistas y simbólicos que nos llevan a pensar en toda una época marcada por la infamia y casos que alcanzaron tremenda notoriedad, por su desgarradora crueldad, acompañada de morbo ciudadano: David Berkowitz («El Hijo de Sam»), Ted Bundy y Charles Manson, los cuales abren paso hacia el fin de siglo. Como dice Alan Moore en su cómic From Hell, dedicado al caso de «Jack el destripador»: «Un día los hombres mirarán atrás y dirán que conmigo nació el siglo XX».

Toda la atmósfera parece atravesada por un tufillo de muerte y violencia implosiva, como si la desaparición de los chicos sólo fuera la mecha que inicia un ciclo trágico que espera emerger bajo toda esa falsa normalidad de provincia.

En cuanto a la estructura narrativa, la serie introduce una importante innovación que la comunica con la primera temporada. La percepción de los hechos y el hilado de la trama nos fuerza a recorrer tres tiempos, casi treinta años para el detective Wayne Hays, interpretado por Mahershala Ali. Primero los ochenta, periodo en Hays con su compañero Roland West (interpretado por Stephen Dorff), atienden la llamada que marcará sus vidas.

 

El actor Mahershala Ali (en el rol de Wayne Hays) durante la tercera temporada de «True Detective»

La pesquisa es retomada diez años después, cuando el caso busca reabrirse por nuevas pistas y finalmente somos transportados casi al presente, en el que vemos a un deteriorado Hays luchando con una enfermedad que parece arrastrarlo al olvido. El alzheimer que lo aqueja lo fuerza a reconstruir el caso que marcó su vida, a fin de no dejar que su identidad se descomponga por completo. Otro elemento importante es la función de los medios y la comercialización del dolor. Por un lado tenemos el libro de no ficción que escribe, a partir del caso, la pareja de Hays, interpretada por Carmen Ejogo y luego el programa True Criminal, una especie de show documental que indaga en este tipo de casos y que en el periodo correspondiente al 2000, entrevista al detective Hays, presentándole nuevos hallazgos y teorías realizadas por espectadores y aficionados, lo cual alude a esta época llena de personas con tribuna y deseos de cuestionar todo desde la comodidad de sus sillones y tras una pantalla.

Otro factor decisivo en esta temporada, es la memoria, en ese sentido, las transiciones entre los diversos tiempos que cruza el guión, son dignos de destacarse, pues parece como si al protagonista lo acosara una entidad, el pasado perdido en la bruma de su mente y que no le permite salir, haciéndolo habitar a la vez tres momentos cortados por un misterio irresoluto.

Es temprano para elaborar una visión total de la tercera entrega, no sólo porque falta cierto distanciamiento crítico, sino porque aún quedan dos episodios antes del cierre de la temporada, sin embargo, Pizzolatto logra construir una irresistible trama que suma nuevos elementos a esta antología compleja, la cual con tres relatos bien definidos empieza a delinear un universo de personajes, atmósferas y escenarios que ya pueden considerarse parte de un legado valioso al género negro y a la mística detrás del detective.

 

Daniel Rojas Pachas (Lima, 1983). Escritor y editor. Dirige el sello editorial Cinosargo. Ha publicado los poemarios Gramma, Carne, Soma, Cristo barroco y Allá fuera está ese lugar que le dio forma a mi habla, y las novelas RandomVideo killed the radio star y Rancor. Sus textos están incluidos en varias antologías –textuales y virtuales– de poesía, ensayo y narrativa chilena y latinoamericana. Más información en su weblog: www.danielrojaspachas.blogspot.com

 

Los actores Jodi Balfour y Stephen Dorff en una escena de la tercera temporada de «True Detective»

 

 

Daniel Rojas Pachas

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Una escena de la tercera temporada de la serie «True Detective».