«Un día muy particular»: La sabia forma de manejar los elementos

Ettore Scola estructura una historia que no necesita ponerse zancadillas a sí misma, logrando un guión de una naturalidad tal que pareciera respirar. Una clase acerca del correcto uso de la forma. Al parecer, cuando existe claridad en cuanto a lo que se quiere contar, lo demás sale por añadidura y sí, se puede relatar una historia con pocos ingredientes y lograr un retrato humano muy complejo. Pero lograr la simpleza narrativa no es precisamente algo sencillo, ahí está la letra chica del asunto.

Por Juan José Jordán

Publicado el 19.4.2018

Por las ventanas abiertas las mujeres sacuden el mantel con las sobras del desayuno mientras cuelgan banderas rojas. Toda Roma se ve plagada rápidamente de esvásticas que se mueven con el viento. De inmediato suponemos que algo pasa, y en efecto, la población se prepara para recibir a un ilustre invitado: Don Adolfo H., Adolfito, para su mamá. Desde muy temprano, un considerable número de personas se ha agrupado en la estación de trenes para ver descender de los vagones al gran, al incomparable.

Sin embargo, Scola no narró este hecho deteniéndose en los detalles del desfile, con planos cerrados para ver de cerca las caras de los soldados, de los tanques, de las estatuas de águilas, dando cuenta de esta forma de toda la siútica grandilocuencia impostada de los nazis. Todo lo contrario: el foco de atención de la película está centrado en una mujer de clase media que se queda sola mientras toda su familia va al desfile: los despierta, les hace el desayuno y les hace chao con la mano cuando ya están en la calle. Feliz de la vida los hubiera acompañado, no hay nada en su adhesión al partido que permita réplicas. Tiene un álbum en donde se encuentra esta particular sentencia: “Un hombre no es hombre si no es esposo, padre y soldado”, por lo que no es falta de compromiso o una desatinada rebelión lo que la motiva a quedarse en casa: alguien tiene que ordenar todo el desastre en que se ha convertido la cocina después del desayuno.

Rosamunda, la pájara de la casa, se escapa mientras ordena. Se da cuenta que en el departameto de al lado de donde la llevó su vuelo hay alguien; debe ser el único vecino junto a ella que se quedó en el edificio, lo que de inmediato nos habla de algún tipo de marginalidad. Hace señas, grita, pero no hay caso: el tipo está concentrado intentado suicidarse, información de la que solo dispone el espectador. De modo que cruza, toca la puerta y, avergonzada, pide que por favor le deje sacar desde ahí al animal, regresando rápidamente con el objetivo plénamente logrado. Luego él mismo tocará la puerta bajo alguna excusa sin importancia y se generará una relación en donde se irán dando a conocer de a poco, hasta alcanzar niveles profundos de conocimiento mutuo.

Pero para para llegar al centro hay que atravesar la superficie y entonces ésta se triza y quiebra; no resulta extraño entonces que la devoción de la mujer sea testimonio de algo esencialmente superficial que no tiene nada que ver con lo que subyace, en su ser más profundo. Y es que es muy importante en una doctrina que se rige en ideas de una intransigencia tal, que sus practicantes exhiban su convencimiento con la pretensión, absurda, que la forma se convierta en contenido.

Ellos dos están, se encuentran en el mismo borde social; un locutor de radio expulsado de su trabajo por su orientación sexual, y una mujer, cuya función se limita a ordenar la casa y permitir que su esposo la siga embarazando. La cotidianeidad con que se desarrolla la historia pareciera ser el modo preciso para desarticular la impostación nacionalsocialista; es una obra de clara oposición, pero en toda la película no vemos a ningún soldado, y son muy pocas las manos que se ven alzándose rígidas como flecha al frente, a la romana.

A los únicos que vemos son a los integrantes de la familia mientras se levantan y toman desayuno. Pero se trata de un momento íntimo y familiar, que en nada tiene que ver con el lugar común del nazi malo come judíos. El ataque consiste justamente en esa indiferencia, en esa preferencia por narrar lo que sucede en un departamento cualquiera, con personas que se situan en los márgenes, secundarias.

Scola estructura una historia que no necesita ponerse zancadillas a sí misma, logrando un guión de una naturalidad tal que pareciera respirar. Una clase acerca del correcto uso de la forma; al parecer, cuando existe claridad en cuanto a lo que se quiere contar, lo demás sale por añadidura y sí, se puede contar una historia con pocos elementos y lograr un retrato humano muy complejo. Pero lograr la simpleza narrativa no es precisamente algo sencillo, ahí está la letra chica del asunto.

 

El afiche propagandístico original de «Un día muy particular» (1977), de Ettore Scola

 

 

Ficha técnica:

Título original: Una giornata particolare

Año Realización: 1977

Guión y Dirección: Ettore Scola

Protagonistas: Sophia Loren y Marcello Mastroianni

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Los actores Marcello Mastroianni y Sophia Loren en un fotograma de «Un día muy particular», de Ettore Scola