«Un viejo que leía novelas de amor», de Luis Sepúlveda: Con sed infinita de humanismo

La novela que lanzó a la fama internacional, a inicios de la década de 1990 —al célebre narrador chileno recientemente fallecido a causa del Covid-19— es una historia hermosa, muy bien escrita y sencillamente conmovedora.

Por Juan Mihovilovich

Publicado el 17.4.2020

Un hombre rubio es encontrado muerto en la Amazonía ecuatorial. Un alcalde culpa a los indios shuar. Pero, Antonio José Bolívar Proaño, el viejo que leía novelas de amor, que vivió 40 años con los shuar señala que la autora de la muerte ha sido una tigrilla. Al lado del “gringo” unas pieles diminutas son un señuelo: el hombre blanco ha matado a los cachorros de la tigrilla para lucrarse. Luego, el animal solo ha ejercido un acto de justicia amparado en su propio dolor.

Estas pocas líneas pretenden sintetizar un argumento relativamente simple, pero cuya hondura temática atraviesa el drama de nuestro tiempo. Se trata de una historia contrapuesta: los últimos vestigios de un mundo natural, donde los indígenas todavía matan para sobrevivir y hacen el amor sin besarse. Donde la jungla entrega aún sus mil colores cotidianos y donde hombre y animal “conviven” ocupando cada uno su lugar.

En ese marco Antonio José Bolívar no es indio, pero lo es. Y no lo es, porque cuando mata a un hombre lo hace a la manera del blanco, es decir, olvida que matar es un acto que puede llegar a ser benigno y que al hacerlo no debe recurrirse al artificio de una escopeta, sino a la eficacia natural de una cerbatana. Por eso abandona a los shuar y los shuar lloran con su partida.

Y por lo mismo Antonio José Bolívar Proaño se estaciona en una choza del pueblo: Idilio, y desde allí espera que el dentista le lleve, de vez en cuando, novelas de amor para saciar su sed infinita de humanismo, porque solo allí los seres sufren y se doblegan por amor mientras suelen besarse “ardorosamente”.

En el pueblo hay una autoridad —como en todo sitio—: un alcalde seboso y esperpéntico que domina el espacio y su gente. Llegó desde lejos, con su chapa de hombre público y el poder de una ley que nadie conoce y que irremediablemente se acepta. En ese mundo virgen protege al foráneo, al “gringo” que llega a horadar un espacio nativo. Y el extranjero mata por codicia. Y mata a los cachorros de tigrillo que aún no se destetan de su madre. Y el tigrillo padre yace herido en algún perdido sitio de la selva mientras la hembra acecha en las sombras y ataca, mimetiza a todos los hombres como a uno solo: todos han destruido su espacio, todos resumidos en ese hombre rubio que asesinó el mundo del instinto.

Antonio Bolívar Proaño, el viejo que lee novelas de amor, encabezará la búsqueda del animal, en un diálogo sordo, mundo, invisible, que únicamente hombre y animal entienden.

Detrás quedará la autoridad, más allá se olfatea ese otro vasto mundo del progreso que avanza hacia la selva y la destruye. Entre la tupida vegetación, entonces, se desencadenará un doloroso drama primitivo, un triste alarido inaudible que recupera el antiguo llamado de la selva.

En el ámbito de la deshumanización esta novela marca un hito: superpuesta al manido enfoque de realismos mágicos devela lo esencial: si el hombre llega a ser siquiera parecido a ese selvático animal todavía la esperanza resultaría posible.

Pero la pregunta nace inevitable, ¿de qué hombre, en verdad, nos habla esta novela? ¿Del que fuimos? ¿Del que a duras penas sobrevive aferrado a su inevitable extinción?

Una historia hermosa, muy bien escrita y sencillamente conmovedora, y la cual fue trasladada a un lenguaje audiovisual en 2001 por el realizador holandés Rolf de Heer, en un filme bautizado con idéntico título a la novela que lo inspira.

 

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Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante autor chileno de la generación literaria de los 80, nacido en la zona austral de Magallanes. Entre sus obras destacan las novelas Yo mi hermano (Lom, 2015), Grados de referencia (Lom, 2011) y El contagio de la locura (Lom, 2006, y finalista del prestigioso Premio Herralde en España, el año anterior).

De profesión abogado, se desempeña también como juez de la República en la localidad de Puerto Cisnes, en la Región de Aysén. Asimismo, es miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua y redactor estable del Diario Cine y Literatura.

 

«Un viejo que leía novelas de amor», de Luis Sepúlveda (Editorial Tusquets, 1993)

 

 

Juan Mihovilovich

 

 

Imagen destacada: El escritor chileno Luis Sepúlveda (1949-2020).