«Una noche en la ópera»: La inmortalidad cinematográfica de los hermanos Marx

Estrenada en 1935 bajo la dirección de Sam Wood, este largometraje es una divertida historia de amor y crítica social en la cual los hermanos Marx se sumergen en el mundo del arte lírico. La obra está considerada como una de las mejores comedias de la historia del cine, y algunas de sus escenas forman parte de nuestra memoria colectiva.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 15.5.2019

 

Groucho y sus hermanos

Los hermanos Marx fueron unos artistas neoyorquinos que triunfaron en Broadway con sus espectáculos de vodevil humorístico. Inicialmente eran cinco hermanos los que formaron el grupo que al saltar a Hollywood se redujo a cuatro y finalmente a los tres que protagonizan este filme: Groucho, Harpo y Chico.

Me confieso (como tantos) admirador de Groucho, toda una leyenda del buen humor. Sus diálogos inteligentes a menudo surrealistas, su mirada de pillo amable, sus andares desmadrados… Groucho fue todo un adelantado en su tiempo, aunque ya ha pasado casi un siglo sus brillantes ocurrencias siguen haciendo reír a gente de todas las edades. El parlanchín de los Marx creó estilo, creó escuela; muchos humoristas han bebido y beben de él. En Groucho está la socarronería, la desfachatez, la rebeldía y también la mirada tierna del corazón. Sus gafas, su bigote y su inseparable puro son la imagen de uno de los genios del humor, un genio atemporal como sus coetáneos Charles Chaplin y Buster Keaton.

 

Más allá de la ópera

Una noche en la ópera fue la película más exitosa de los Marx y junto con Sopa de ganso (en la que interviene Zeppo) están consideradas sus mejores obras cinematográficas. En ella se nos relata las vicisitudes de un extravagante y oportunista hombre de negocios Ottis B. Driftwood (Groucho, claro) que entra en el mundo de la ópera de la mano de Claypool (Margaret Dumont, siempre ella) una mujer acaudalada a la que pretende.

Y contrata al joven tenor de coro Ricardo (Alian Jones) que está enamorado de la bella diva Rosa (Kitty Carlisle). Ricardo llegará a ser coprotagonista con su amada gracias a la intervención de Driftwood, Tomaso (Harpo) y Fiorello (Chico) quienes para lograrlo convierten una representación operística en un divertido caos.

La película muestra algunas de las muchas absurdidades del mundo en que vivimos, un mundo demasiado injusto donde muchos pasan con poco y pocos tienen mucho. Las funciones de ópera en los teatros centenarios especializados eran y son en parte aún hoy un buen escenario de la desigualdad social; en “el gallinero” algunos pocos de los muchos mientras que en la platea y los palcos están cómodamente los pocos.

Los pocos o “la gente bien” que suelen utilizar el ir a la ópera a modo de pasarela para exhibirse ostentosamente; algunos asisten absurdamente por convención social sin entender ni amar el arte operístico, lo cual es bien triste. Los Marx se posicionan como gente de los muchos y con su divertida rebeldía de lo absurdo ponen en evidencia la absurdidad de los pocos, la absurdidad de este a menudo grotesco mundo en el que vivimos. Así podemos afirmar medio en broma y medio en serio que en nuestra sociedad existen dos marxismos revolucionarios legendarios, el rojo de Karl y el multicolor de Groucho y sus hermanos (el multicolor de la risa que colorea el blanco y negro de la época, el blanco y negro de la tragedia de tantos de todos los tiempos).

De las hilarantes escenas del filme, hay tres que forman parte de lo mejor de la historia de la comedia. Tres escenas míticas que nunca cansan por mucho que se puedan conocer casi de memoria: La cita, El contrato y El camarote.

 

Groucho Marx, Allan Jones, Chico Marx y Harpo Marx en «Una noche en la ópera» (1935)

 

La cita

La película se inicia con la señora Claypool esperando a Driftwood en una mesa de restaurante. Está desesperada por su tardanza y pide que lo llamen por si está en la sala, y así es justo a su espalda, que lo vemos cenando con otra mujer. Responde al reclamo y cambia de mesa, ante la perplejidad de la dama le suelta una de sus verborreas: “para mí será siempre mi buena mujer porque yo la adoro, la amo a usted. ¿Sabe usted porque estaba con esa mujer? Justamente porque me recuerda a usted. Y por eso estoy cenando con usted porque usted me recuerda a usted. Todo cuanto hay en usted me recuerda a usted, excepto usted”. Surrealismo puro.

Groucho con su personaje ridiculiza-critica a los (o las) cazafortunas, a tanta gente que finge amar a alguien cuando en realidad sólo quieren su dinero o su posición social-fama. Y consigue que un impresentable de este tipo sea un bufón agradable al cual resulta difícil negarse. Todo un deleite su arte para seducir a la Dumont, su verborrea ocurrente, sus piruetas cómicas, la mirada pícara… Y un encanto la risa contenida de esa gran actriz que ha interpretado tantas veces a mujeres viudas millonarias a las que acude algún rufián entrañable siempre encarnado por Groucho.

 

El contrato

Fiorello y Driftwood leen el documento por el cual el estrafalario empresario contrata al joven tenor Ricardo. El contrato es de texto confuso como tantos contratos reales, leen y releen sus cláusulas sin entender lo que dicen: “La parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte”. Ante la confusión van recortando sus contratos hasta quedarse en pequeños trozos de papel de tamaño desigual. Driftwood afirma: “De todos modos estamos de acuerdo, ¿verdad? Entonces ponga usted su firma ahí y el contrato será legal”, y Fiorello le responde: “Me olvidé de decirle que no sé escribir”. “Ah, es igual la estilográfica no tiene tinta”, sentencia el empresario: más surrealismo Marx.

Tras la comicidad de la escena está, a mi entender, la denuncia de la absurdidad de tantos documentos y contratos que parecen redactarse para no ser entendidos. Cuantas entidades bancarias, compañías de seguros y empresas de todos los sectores nos hacen firmar documentos trampa donde se nos dice-promete algo que en realidad no queda reflejado o se nos deja de decir algo que de entenderlo-saberlo haría que no lo firmáramos. Cuanta gente humilde, cuanta gente mayor, cuanta gente de todo tipo ha sido engañada por personajes de tantas entidades “serias” cuyas únicas “buenas” cualidades son su vestimenta y sus aparentes modales. Triste realidad de este injusto mundo.

 

Groucho Marx en una escena de «Una noche en la ópera»

 

El camarote

Quizás la mejor escena de la película sea esta. La compañía viaja en barco rumbo a Europa para representar su espectáculo operístico.  A Driftwood le han asignado un camarote muy pequeño y al abrir su enorme baúl se encuentra a tres polizones: Ricardo, Fiorello y Tomaso a quienes alojará. La evidente falta de espacio será cada vez mayor por la continua desfilada de personas que entran en el camarote. Desde las mujeres que hacen la cama, los operarios que arreglan el radiador, el servicio de manicura, la joven que solicita llamar por el teléfono, la mujer que viene a barrer y los camareros que traen bandejas repletas de comida. Resaltar el hilarante pedido de esa abundante comida a un camarero que hace Driftwood para sus hambrientos polizones, en especial como el mudo Tomaso añade huevos a toques de bocina que el empresario interpreta a su manera.

El espacio también como imagen de desigualdad. Grandes espacios para unos pocos y pequeños espacios para los muchos. Tanto en la vivienda como en los vehículos el espacio está tristemente asociado al poder del dinero y de la posición social. Parece que ser humilde tiene que significar vivir apiñado en una vivienda pequeña, viajar en un automóvil repleto, volar en asientos que apuran el centímetro… Otra realidad aberrante de este mundo hecho en demasía a la medida de los pocos.

 

Humor

En este injusto mundo en el que vivimos, en este mundo que tanto duele, en este mundo donde todo se nos presenta cada vez más absurdo y grotesco, en este mundo a menudo aberrante, el humor es una dulce medicina de innegable valor. El buen humor nos ayuda a soportar y a relativizar todo lo que nos duele. Y el humor permite hacer una crítica-denuncia muy útil de esas injusticias, el humor tiene la capacidad de llegar a mucha gente, el humor retrata-desnuda a tantos personajes impresentables que buscan enredarnos… El humor ese bendito don que tanto necesitamos para vivir mejor “a pesar de” tantas cosas, el buen humor que entiendo como arte supremo en el que los Marx figuran como referentes indiscutibles. Gracias Groucho y hermanos por tanto.

 

Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

Una escena de «Una noche en la ópera» de lo hermanos Marx

 

 

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Groucho Marx, Chico Marx, y Harpo Marx en A Night at the Opera (1935).