«Útero»: El habla dislocada de Juan Mihovilovich

La más reciente ficción de largo aliento —de uno de los escritores chilenos que representan por excelencia a la golpeada generación literaria de los 80—, viene a ser una especie de maremágnum metafísico ambientada, como la mayoría de sus singulares novelas, en esa región austral del país, que colinda con el vacío y el dramatismo existencial, y el cual también, es el suyo.

Por Lilian Elphick

Publicado el 3.7.2020

«Navegadores antigos tinham uma frase gloriosa: ‘Navegar é preciso; viver não é preciso'».
Fernando Pessoa

Publicado en mayo de 2020 por la Editorial Zuramérica y en el ojo del huracán Covid-19, este conmovedor texto del escritor magallánico Juan Mihovilovich siembra una disyuntiva existencialista que se traspasa del narrador a los ojos de quien lo lee. Estructurado como un diario de vida y de impermanencia, la esencia del tiempo se diluye como una cáscara a la deriva en el mar de las incertidumbres.

Estas líneas narrativas fugaces tienen asidero en referentes literarios complejos: de modo explícito están, entre otras, las voces de Kavafis, Kafka, Shakespeare, Dostoiesvki, Camus; implícitamente, se sitúa, de forma oblicua, Alejo Carpentier y su notable cuento «Viaje a la semilla», que deshilvana los entramados narrativos de la época en que fue publicado (1944).

El narrador entregado a un habla dislocada y salvaje, profundamente reflexiva, se cuestiona:

«Pronto paso a otro segmento de esta parodia de existir y que pomposamente llamamos realidad». (p.13)

«[…] nuestra catatonia es permanente. Da pánico sentirse al borde del precipicio. Intuir que caeremos en él, pero a pocos importa. Mientras seguimos anclados a la necesidad de no ser nadie ni nada».  (p.13)

Y se seguirá cuestionando hasta el final de la materia narrada, repleto de dos pasiones: el amor y el odio.

Como en la novela Desencierro (1), del mismo autor, se percibe la voz dislocada, fuera de sitio y de tiempo, una confesión hecha de otras voces, en este caso, la propia, que se sale de su eje, y las voces fantasmas de una familia en proceso de disolución total. Sólo quedan retazos de recuerdos que conforman la épica familiar, en aquellos fiordos del final del mundo. «Este vástago de las desolaciones patagónicas, el príncipe de las tinieblas hecho luz y fisonomía momentánea…» (p.21), se asemeja al Príncipe de Dinamarca, Hamlet, aquel que tiene temor de tomar la decisión correcta: «Ser o no ser», «Dormir, morir»(2). La disquisición obtiene sus frutos en otro aspecto de doble haz: la permanencia versus la impermanencia. El personaje que narra se diluye frente al acaecer de la memoria. ¿Quién habla, entonces? ¿Quién es capaz de sortear el espejismo de su propia voz? ¿Quién es el que se limpia de tanta excrecencia monstruosa?

En Útero no hay certezas; predomina la técnica de la corriente de conciencia donde no fluye una sola voz, sino varias. Y en la elisión, está el silencio, aquel que crece en una matriz metatextual.

El diario de vida–muerte se establece en lo que Wladimir Krisinsky (3) llamó el ‘metatexto’:

«La evolución de la novela está marcada por Cervantes, pues es a partir de Don Quijote que el género novela comienza un proceso digresivo que desestabilizará el relato, revelando al mismo tiempo la inestabilidad funcional de la narración. El metatexto es pues una estructura digresiva que hace patente el carácter de la novela en cuanto relato que corre a cargo de una instancia narrativa y discursiva rectora. Esta instancia puede permitirse manipular las formas de la novela hasta su fragmentación según modalidades diversas, las cuales van determinadas por las ideologías, o más bien, por los sistemas axiológicos del autor. (…)

«Los sinónimos del metatexto podrían ser el comentario, la interpretación o la reflexión crítica. (Éste) (…) se define por dos hacer (es) principales: el hacer interpretativo y el hacer autorreflexivo». (Ibíd..: 30-31).

La escritura vacilante es reforzada con la exposición de architextos canonizados (Calderón de la Barca, por ejemplo), en un intento de asegurar su vida posterior, pero este artilugio no es suficiente; el tiempo es el gran enemigo de esta obra literaria finita:

Y el tiempo se escurre entre los dedos, se me va, se nos va, se escabulle como un ladrón, como ese mismo ratero que se hartó de vivir con su trabajo y que ahora acuchilla corderitos para llenarse el vientre de materia fecal, de descompuestos, de basura y desechos… de miseria, de nada, de trayectos, de esperas, de difuntos. (p.24)

En el ¿capítulo? LIV, el narrador estalla en múltiples significados, aprendida la lección de la existencia:

«El astro rey surge ante mí con su poder abrasador. Mi interior grita que estoy vivo y sueño y lloro. Mis ojos se esmeran en desafiar su potestad. No es posible: bajo los párpados y me quedo mudo. Su tibieza me inunda. Su calidez anula mi viejo narcisismo, mis ansias de poder, de reconocimiento, de dominio, de estúpido orgullo. Soy, sencillamente, un transitorio habitante de esta última ciudad, que en silenciosa reverencia acepta el origen del mundo». (p. 197)

Y así termina Útero, con esta aceptación humilde. El protagonista de su propia tragedia deviene semilla. Y aunque no desea dejar huellas (pienso en el Tao Te Ching, de Lao Tzu), la escritura está, es. Es su única libertad.

 

Notas:

1. «Trompo. Embudo. Agujero. Desencierro nos ofrece estas tres posibilidades existenciales, y trae a la memoria la zona o territorio desde donde Julio Cortázar escribía: el intersticio. Es aquí donde la realidad se amplía y se libera el monstruo, o estalla la burbuja o algo se quiebra en el fondo de nosotros mismos. La vida ata de pies y manos al narrador de Desencierro,  donde hasta sus actos más cotidianos pasan a formar parte de un sentimiento de extrañeza, de un dolor que no es tal si no es excéntrico, fuera del centro. Toda la novela está cruzada por esta descolocación, como si el personaje no supiera cómo (o desde dónde) vivir. De ahí, el silencio, el mutismo, esa mirada que insiste en el detalle microscópico de la existencia  unheimlich u ominosa, que está destinada a estar oculta y de repente aflora. (Ver texto de Freud: Das Unheimliche, 1919).» Comentario de Lilian Elphick, aquí.

2. «To die, to sleep – to sleep, perchance to dream – ay, there’s the rub, for in this sleep of death what dreams may come…» (Hamlet)

3. Wladimir Krisinsky. La novela en sus modernidades. A favor y en contra de Bajtin. Madrid: Iberoamericana, 1998.

 

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Lilian Elphick Latorre (Santiago de Chile, 1 de diciembre de 1959) es una escritora chilena, licenciada en literatura de la Universidad de Chile, y con estudios completos de magíster en literatura hispanoamericana y chilena en aquella misma institución.

 

«Útero», de Juan Mihovilovich (Zuramerica, 2020)

 

 

Lilian Elphick Latorre

 

 

Crédito de la imagen destacada: Zuramerica Ediciones.