«Uz, el pueblo»: Un montaje provocador, no apto para puritanos

Esta es una obra que escarba las verdades de cada personaje y lo desquiciados que pueden llegar a ser. Ese fanatismo religioso y cegado de la protagonista, el absurdo e irracional cambio de sexo del marido, la pedofilia del sacerdote, la angustiosa y desesperante carencia sexual de la vecina, el lesbianismo oculto de la hija del carnicero, el desamparo del hijo y el aparente letargo de la niña autista, que explota en su mundo de incomunicación para engañar a su madre y producir un verdadero desequilibrio en esa localidad simbólica, la cual desencadena una tragedia burlesca, y donde no hay culpables y todos finalmente son víctimas de una sociedad que relativiza la verdad.

Por Miguel Alvarado Natali

Publicado el 21.2.2018

Uz, es un pueblo tranquilo y religioso, donde Grace es una madre dueña de casa y muy devota que de pronto y mientras limpiaba los cuadros de la Virgen María colgados en el living y oía música en una radio-cassette, escucha una voz, que es nada menos que la del mismísimo Dios, quien le pide como demostración de su fe y de su amor, que mate a uno de sus dos hijos –Dorothy o Tomy- , al igual que lo escrito en el Antiguo Testamento, cuando el Creador le ordena a Abraham asesinar a su hijo Isaac.

Dorothy tiene un trastorno neorológico, que la lleva a ser incomprendida por el resto de la familia, escucha música y deambula por toda la casa. Entretanto su hermano Tomy es un estudiante normal, que asiste a los boy scout y es el preferido de su madre (Grace). Completa la escena un enamorado marido que llega del trabajo inspirado para hacer el amor, pero ya su mujer tiene en mente ese incoherente llamado de Dios, que sin ningún cuestionamiento, ni raciocinio lógico la llevará a  insinuarle a su esposo -a modo de un juego perverso-, que  cuál de sus dos hijos preferiría que muriera. Con tanta confusión el marido piensa que su esposa lo engaña con el dueño de la carnicería y luego cree que es lesbiana. Aquí, la seguidilla de malos entendidos e incoherencias con la realidad lo llevan a convertirse en homosexual y así, volver a enamorar a Grace.

“Uz, el pueblo” del joven dramaturgo, director y actor uruguayo Gabriel Calderón (36), quien ha sumado dieciséis montajes, escribiendo la presente pieza cuando tenía 22 años y con una serie de reconocimientos y premios, nos presentó una comedia delirante, donde la risa es dolorosa y extrema. A cargo de la compañía Ratonera Teatro y con la dirección de Belén Zambeat, en el Teatro Mori de Bellavista.

La escenografía es sugerente y pese a su simpleza es funcional, con un arrimo para la radio, un florero, una mesa de centro, un par de sillones y las puertas donde los actores entran y salen a escena, pero también de la casa, todo para ocupar un espacio escénico que es bien aprovechado por estos, cuyos movimientos están bien calzados y precisos, eso sí, son escasos los silencios. Con escenas de diálogos ágiles, claros y perturbadores, que en el transcurso de un solo acto poco a poco va cautivando al público, ya sea por lo hilarante de las actuaciones en sí, o por lo que va trazando la obra al límite de lo absurdo. Pero por sobre todo, por lo inesperado del proceder de cada personaje, los cuales son totalmente vulnerables a su realidad, a su verdad y creencias. En alguno de los pasajes incluso el público ríe, a la vez que también se incomoda cuando el esposo queda con sus genitales colgando, se sorprende de las cachetadas reales y salta de susto por el ruido de un disparo. Notable es el efecto de la sangre, pero no por hacer una actuación realista, sino por todo lo contrario: es como ver una viñeta de cómic.

No hay dudas que estamos ante un montaje provocador, que escarba las verdades de cada personaje y lo desquiciados que pueden llegar a ser. Ese fanatismo religioso y cegado de la protagonista, el absurdo e irracional cambio de sexo del marido, la pedofilia del sacerdote, la angustiosa y desesperante carencia sexual de la vecina, el lesbianismo oculto de la hija del carnicero, el desamparo del hijo y el aparente letargo de la niña autista, que explota en su mundo de incomunicación para engañar  a su madre y producir un verdadero desequilibrio en el pueblo de Uz, que desencadena una tragedia burlesca, donde no hay culpables y todos finalmente son víctimas de una sociedad que relativiza la verdad.

El clímax no podía ser de otra manera, los errores de los personajes dan paso al horror de un final trágico, pero no comparable a una tragedia griega, ya que en este mundo que se recrea, no hay un auto cuestionamiento del proceder de estos habitantes y los personajes son aturdidos por la consecuencia de sus propios actos. En fin, “Uz, el pueblo”, es de estas obras que hay que ver, pero no apta para puritanos.

 

“Uz, el pueblo”, del dramaturgo uruguayo Gabriel Calderón, se estrenó a fines del año pasado y se exhibió nuevamente en la sala Mori Bellavista con una segunda temporada de sólo cuatro funciones entre los días 15 y 18 de febrero de 2018, en el contexto del reciente «VIII Encuentro de Comedias de Teatro Mori».

 

Crédito de la fotografía: Centro Mori Bellavista