«Y desperté en la Población Pinochet»: La batalla por el relato del octubre chileno

Lo que está ocurriendo desde hace un mes en el país es un proceso de re-fundación nacional, ciclo que implica una lucha por nominar la realidad, la cual en el fondo es una batalla por bautizar los significados unívocos que conforman la trascendencia de nuestra cotidianidad.

Por Marcelo Gatica Bravo

Publicado el 20.11.2019

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La última vez que fui a Chile visité Cauquenes, la pequeña ciudad de la VII Región del Maule, donde viví hasta los 17 años. Con nuestra familia luego de un gran temporal llegamos al Barrio Estación, lugar del que sólo queda el nombre. Pues el año 74 dejó de funcionar el ramal que nos conectaba con Parral. En los 80 cuando jugábamos por los durmientes de las líneas del tren, junto a mis compañeros de la Escuela 8 nos imaginábamos aquellos trenes entrando a la ciudad, como en la películas de vaquero. En ese tiempo sólo quedaba el edificio de la estación,  y unos galpones gigantes, que lo usábamos como cancha para jugar nuestras pichangas de fútbol.

De todo ese pasado, en la actualidad solamente queda una calle de nombre Ferrocaril, pero nada que hablé de la memoria del lugar, salvo un mural situado en una pequeña plaza. El edificio de la estación es utilizado por un instituto técnico de educación privada. El Barrio Estación era una de las zonas marginales de Cauquenes, y yo vivía en el margen del margen, en la llamada Población Augusto Pinochet Ugarte. Lea bien. Repito. Población Augusto Pinochet Ugarte. Los que vivíamos allí éramos identificados como los de la Pinocho.

 

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La Población Augusto Pinochet Ugarte nació como parte del llamado proceso de Refundación Nacional organizado por la Dictadura cívico-militar con el objetivo de borrar la memoria popular construida a partir de las luchas sociales llevadas a cabo por la ciudadanía durante todo el siglo XX. Lo primero era el borramiento de un ícono cultural y el reemplazo por una figura autoritaria o un militar. Por ejemplo se despoja el pensamiento político de Gabriela Mistral, y el Centro Cultural que lleva su nombre es reemplazado por el de Diego Portales. Y nuestra poeta se reduce a un humilde profesora creyente, y ocupa el nombre de fantasía de una universidad privada. Tristemente se borra el mural titulado “El primer gol de Chile”, ubicado en La Granja, otra comuna popular, en el que había participado el reconocido pintor chileno Roberto Matta.

 

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Si bien existía una política de carácter fundación nacional donde el Orden era el paradigma, y los nombres de escuelas, calles y plazas eran reemplazados por personajes del mundo militar de la Historia de Chile, vivir en una población que llevaba el nombre del tirano en vida era un hecho que a la distancia lo veo de manera surrealista pero que en ese momento era de una normalidad pasmosa y que incluso representaba cierto orgullo. Recuerdo que en la escuela se cantaba el himno nacional con la estrofa de los militares, celebrábamos todas las fechas de la historia del ejército y de las otras ramas de las FF.AA. Hasta un día me creía un soldado de la batalla de la Concepción, y con orgullo de cabro chico participábamos como actividad escolar en el grupo de encargados del tránsito de los alumnos. Cuando salíamos de clases nos peleábamos para dirigir el tránsito, emulando a carabineros en las esquinas de la escuela. Un día cuando regresábamos a casa por los durmientes de la línea del tren, había un montón de camiones y casi todos los pelaos del regimiento de Cauquenes. Nunca había visto tantos uniformados (mano de obra barata). Mi viejo me dijo alguien está haciendo el tremendo negocio. – Esos durmientes son de roble, y con esa cantidad de fierro podrías construir un estadio. En pocos días había desaparecido la línea de tren de 35 kilómetros de Cauquenes a Parral.

 

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La última vez que fui a Cauquenes di una conferencia sobre la importancia de la poesía en la memoria histórica local, en el Liceo Claudina Urrutia (actividad auspiciada por el Ministerio de las Artes y las Culturas). Con sorpresa ningún estudiante de cuarto medio sabía que había pasado la Caravana de la Muerte por la ciudad; muy pocos sabían del pasado del Barrio Estación, y se produjo un silencio abismal al preguntar si se había cambiado el nombre de la Población Augusto Pinochet. El nombre seguía usándose como piloto automático. Esa misma tarde me fui al Barrio Estación, busqué si en algún lugar existía una placa con el nombre del tirano. En esa época en las poblaciones se instalaban monolitos donde se izaba la bandera y se ponía una placa con su nombre. Recorrí los 5 monolitos y sólo en uno que estaba ruinoso, desgastado por el tiempo, se podía leer: “Población Augusto Pinochet U. Octubre, 1981”.

 

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Lo que está ocurriendo desde octubre en Chile es un proceso de re-fundación nacional, que implica una lucha por nominar la realidad. Es una batalla por los significados. La lucha post-golpe fue en cámara lenta, y en blanco y negro. Se instaló el horror (detenidos desaparecidos) la manipulación mediática a través de montajes (Los 119 exterminados como ratas de La Segunda, el caso del cometa Halley y un largo etcétera) falsos enemigos (comunismo internacional, Plan Z). Técnicas caducas en en plena modernidad líquida. A Piñera no le funcionó la instalación del horror (Estado de sitio y criminalizar el movimiento), ni la creación de un enemigo interno (vándalos) externo (cubanos-venezolanos),  y virtuales (ecoterroristas, anarkos argentinos), ni la manipulación mediática (montajes, y tongos por decenas), ni el falso acuerdo por la paz (Nueva Constitución, es decir, todo cambia para que no cambie nada) ni el perdón apócrifo sin responsabilidad penal. Nada les funciona porque los medios van atrasados en días con la información del presente instantáneo.

 

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Nuestro Nerón posmoderno, sin querer queriendo, con su ceguera y falta total de empatía ha logrado empoderar al pueblo chileno, que está en un proceso refundacional mayúsculo. La memoria ha despertado y está revisando su historia. La bandera mapuche-mestiza flamea a sus anchas por todo Chile. Destaco la aparición de una bandera chilena que lleva la estrella de la cultura mapuche que simboliza el planeta Venus. En Chile se está buceando en la historia a tal nivel, que se ha decapitado a Colón, Valdivia, y Saavedra. Y nos hemos reconocido en Lautaro, Caupolicán y Galvarino. A las plazas se les está cambiando el nombre. En esta coordenada sería bello nominar a la Novena Región como la Región de Wallmapu, y qué decir de la emblemática Plaza de la Dignidad que ha esta altura es una postal que debe ir en los libros de Historia. En Antofagasta y Linares se han quitado placas dedicadas a Pinochet. Nunca imaginé que vería una marcha y protesta en Cauquenes, un pueblo de carácter sumiso, al cual le instalaron una cárcel sin preguntarle, y con una población respetuosa de la autoridad del patrón y en sumo jerárquica por su historia latifundista. Los cánticos de los jóvenes se llevaron a cabo en el puente Sebastián Piñera. Leyó bien. Causalidad o casualidad de este binomio simbólico autoritario (Pinochet- Piñera) en mi pueblo.

 

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El poder de las palabras es brutal. Las palabras son realidades con una densidad y una física que trastoca lo que palpamos y respiramos. El mal no se ha nombrado en los medios, pero ha recorrido las calles de Chile, se ha metido en nuestras poblaciones. ¿Qué hace que un ser humano se transforme en bestia y dispare a los ojos a otro ser humano? El mal se viste como ángel de luz, en los discursos y en ciertos montajes discursivos. La paz nunca será paz sin justicia. Ni menos la perfomance de los manteles blancos en la mañana post acuerdo de una nueva constitución. Una paz sin volumen ni densidad de espíritu. Una paz reducida a un comercial de un detergente marca chancho. Paños blancos como una venda que no cura las heridas de los muertos, torturados, violados, apaleados y detenidos de este mes de octubre.

Pareciera que todavía no hemos salido de un documental perdido del Pato Guzmán haciendo museo de un pasado apócrifo que nos persigue para asumir lo presente. Hay un silencio que es lo más parecido a un cuarto sin ventanas ni puertas ni techo ni suelo. Vamos en caída libre resucitados para instalar palabras como bombas nucleares en el lenguaje normativo. Los cuerpos y sus fragmentos son las auténticas letras vivas del nuevo poema Chile. Se devela la lucha desplazada entre las cosas y las palabras. Ese espacio gobernado por el cinismo, y minada por montajes discursivos del miedo que son lo más parecido a retornar a una sala de una lista de espera interminable vigilados por una cámara que no detecta las extensiones de un corazón en estallido, en fin, si la palabra reflejará lo que realmente pienso todo estallaría. Pero que más da si de los fragmentos nacen nuevas palabras.

 

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Marcelo Gatica Bravo (Cauquenes, 1976) es profesor de castellano egresado del Pedagógico, poeta, y doctor de literatura en Vanguardia y postvanguardia en España e Hispanoamérica (Universidad de Salamanca, España). Ha publicado los poemarios El extramuro (Väljaspool-müüre, Estonia, 2018), Anclado al pescador de mares (2016), Crucial (con Pablo Gutiérrez, 2014), Portafolio. Poemas a pie de página (Con Camilo Cantillana, 2014) y Poemas identificados en el libro de pintura Los Nadies de Antonio Soto (Córdoba, España, 2013).

Como investigador literario ha publicado Buelos Barios: boladas boludas, del chileno Rodrigo Lira Canguilhem (Piélago Casa Editorial, Santiago de Chile, 2016), y en Estonia Vientos del sur (Lounatuuled, antología de poesía chilena, Editorial Toledo, Tallin, 2015) y Vientos del sur (Lounatuuled’II, Editorial Toledo, Tallin, 2018). Ha participado en ponencias, recitales, presentaciones de libros en Chile, España, Francia y Estonia.

 

Marcelo Gatica Bravo

 

 

Crédito de la imagen destacada: Marcelo Gatica Bravo.