«Carta de las mujeres de este país», de Fredy Yezzed: Una carta es un país en el aire

Un análisis al galardonado poemario del autor colombiano, el cual se presenta en Chile este jueves 21 de noviembre en la librería Ulises del barrio Lastarria de Santiago: la sensibilidad de una estética literaria que busca experimentar el transcurso de esa intrahistoria (la de los desaparecidos en las guerras civiles de su país), bajo la espera y el anhelo de una pronta respuesta.

Por Pedro Ignacio Tapia León

Publicado el 19.11.2019

Carta de las mujeres de este país (mención Poesía, Premio Casa de Las Américas, 2017), en una especie de sincronía coincide con lo que estamos viviendo en estos días; este texto está dedicado a las mujeres de los desaparecidos en las guerras colombianas, pero podría representar a los desaparecidos de todos los países latinoamericanos oprimidos por siglos. Hoy en Chile vemos ese conflicto generado por una oligarquía que busca una forma de justificar sus privilegios.

Un aspecto relevante es desde dónde se narra la Historia; este libro abre con un epígrafe de Svetlana Alexiévich que muestra esa parte no narrada: «Las mujeres sufrimos y recordamos la guerra de otra manera, las mujeres narramos la historia de nuestros sentimientos». A su vez, el primer instante del poemario, se refiere a un país vacío, que puede ser el reflejo de la situación de los pueblos latinoamericanos asolados por las injusticias, un país vacío sería un escenario que significa la pérdida.

A medida en que se avanza en la lectura, se percibe no sólo el reflejo de los sentimientos, pues estos van abriendo espacio a reconocer silencios abruptos que deja la infamia de la guerra.

En la primera carta se cuestiona la utilidad de la reescritura: «¿Que para qué estas cartas?/ Para nacer, Antonio, para renacer./ Una carta es un país en el aire.» (Página 17); esta sería el mensaje que permite nacer de nuevo, volver a decir, volver a nombrar el desastre; representando ese tránsito que se lee en el transcurso, como si fueran mensajes que tienen una urgencia, una rapidez de ser entregados.

En paralelo a esa desgracia, esa tristeza propia de nuestra historia, se muestra también en «Carta con kilómetros de tierra fértil» ese rostro rozagante de Colombia, su lado selvático y frondoso, donde está también el renacer y transformación propia de la existencia; su condición biológica innegable e inherente que posibilita la luz o el eros que proviene de una noción que incluso se relaciona con una condición primitiva, cito: «Pero también hay amor, hay sol, hay río en este abono hechizado./ Sus brazos no dejan de abrazar,/ y las palabras no se resignan a ser estiércol.// Cuánta salud tiene nuestros campos gracias a este abono singular,/ todo cuanto crece en esta tierra es asombro,/ es dulce y susurra voces.»(Página 20); el concepto de luz lo iguala o lo une con las palabras, dice: «las palabras no se resignan a ser estiércol», que implica la mutabilidad de estas en ese abono singular, ese ámbito asombroso y dulce desde donde surgen las voces de los muertos, de nuestros ancestros que nos acompañan.

La carta es también ese hilo bordado que permite el poder de la imaginación, de recrear ese país a través de ese tejido que se traspasa de generación en generación, donde también los nombres que aparecen en el poema «Carta con un paisaje bordado», como Macarena, Sergio, Carlos, son personas; existencias que se van cruzando en este tramado, que al parecer a veces se pierden y están a punto de naufragar en el océano o en ese muro insoslayable de los hechos.

Por otra parte, se alude al símbolo del retorno, a través del concepto heraclitiano del río, cito: «Lo que el hombre dividió, los peces del río/ -en su humilde hambre- reconcilian.» (Página 26); y ese retorno, esa reconciliación tiene que ver con hallar esa lengua, ese rehabitar el pasado, la historia que es el seno, el origen, un pecho en donde habitar, el regazo donde vuelve en silencio el lenguaje.

En «Carta con tigre» es interesante la imagen de este animal salvaje, como un ser que representa un espejo de nuestra especie. El que ataca y el que se esconde, el que inflige dolor y el que recibe. No queda claro si alude a una imagen divina, pero sí reproduce el relato de Caín que mató a su hermano Abel. Lo que muestra a su vez que en las guerras corre la sangre de quiénes son nuestros hermanos y que hay una mano negra que quiere vernos enfrentados desde el instinto.

En este libro, hay una perspectiva múltiple de quién observa, de quien es el testigo de la guerra o sus consecuencias; en “Carta donde pasta una vaca”, son estas quienes observan el cuerpo de un moribundo desangrándose en la cordillera, son testigos y a la vez protectoras del cuerpo de este hombre, acechado por aves carroñeras y moscas. Acá el hablante introduce además un carácter o un gesto sagrado en la muerte ausente de este guerrero, para quizá entregarle esa trascendencia al acto de morir.

Mientras escribo, se me viene a la mente la imagen de las más de 200 personas a quienes la policía chilena mutiló sus ojos; y encuentro un símil en los siguientes versos: “Decenas de botellas flotando por el río;/ bajan sin brazos y con la boca abierta./ Cada una lleva una vocal que sangra, el gesto/ de un animal fulminado de cansancio,/ los ojos de la rabia y el llanto.” (Página 32); esas botellas viajando pueden asociarse a estos ojos arrancados, esa ceguera de la guerra, ese acto represivo intraducible en el lamento, el dolor de los combates, ese “quedarnos” ciegos ante los actos miserables y condenatorios, donde estas instituciones se han dedicado a ser instrumentos del pragmatismo de un Estado chileno que nos obliga e incita a volcar más voces y gritos para acusar sus crímenes.

Es inevitable, frente a esta cruda realidad, que quien escribe se cuestione el contexto de su oficio, esto se muestra en los versos: “No te perdono, Poesía, que frente a este horror/ des un paso al costado.” (Página 35), lo que da cuenta de una declaratoria del autor que reproduce su visión y su compromiso poético y político, y es esta entrega la relevante y contingente ante los hechos de horror manifiestos estos días, que a su vez representan acontecimientos de generaciones anteriores enfrentados una y otra vez a estas tragedias, y frente a ese desastre, ni la poesía, ni los poetas, ni los artistas podemos dar un paso al costado.

En este texto, hablan o susurran mayormente las voces de las mujeres en forma individual, pero también vemos esa voz, ese mensaje del colectivo, que se refiere a esa imagen del descontento, a esa herida comunitaria, cito: “En cada herida, el bramido amargo de nuestros animales,/ el dominó de los amigos, la lengua cortada bajo las estrellas implacables./ Íbamos con nuestro veneno, suplicando un plato de amor, mendigando un país./ Éramos las serpientes humilladas, abrazadas, con los huevos de la esperanza en su vientre.” (Página 39).

Así, paralelamente, en “Icebergs bajan por los ríos de la carta”, éstos representan a los muertos que descienden por los ríos, reflejan a su vez ese contraste entre la vida y la muerte, el calor y el frío, que podría simbolizar desde el ámbito físico, esos elementos que observamos en lo cotidiano, pero donde el hablante además se adentra en su significado, por esa urgencia de sobrevivir, como un testigo de algo que parece una caída inevitable.

En el texto se asume que los muertos son nuestra ancestralidad, nuestra historia, se ve a un muerto que regresa y habita debajo de la mesa, quien vuelve a reclamar su puesto, quizá un poco de cariño, abstraído en el peso de la ausencia y la búsqueda del encuentro. Se hace cada vez más necesario oír y respetar a nuestros muertos, escuchar los mensajes que nos susurran mientras construimos el hogar futuro.

Una y otra vez estas cartas buscan resignificar y representar la desaparición, y no sólo de los caídos en la guerra o batallas, sino de toda la expresión de vida, mostrando una devastación, un exterminio crudo y férreo. Este desaparecer, a su vez, llega más allá e interpela a la materia del texto y del lector.

En algunos instantes de lectura, aparecen “luminosidades”, pequeños espacios de luz, como en “Carta y mandarinas”, que retrata los gestos de lo cotidiano, la transformación armónica de la naturaleza, reflejando cierta ternura dentro de la tragedia, cierta bondad en la miseria. En este poema aparece el rostro de un anciano que ilumina el pueblo con la venta de mandarinas, este retrato de lo sencillo permite palpar la dulzura y viveza de un encuentro, instantes que ni la guerra más cruenta puede borrar del recuerdo.

Un gesto paradójico y tal vez premeditado, es que el libro cierra con el poema homónimo “Carta de las mujeres de este país”, quizá aludiendo a la experiencia del lector, quien así como las/ los protagonistas de estas voces vivieron el dolor que marca el camino, este lo experimentará en la lectura. A su vez, se relaciona con ese acto de amor que posee la escritura epistolar; las cartas tienen esa cercanía del mensaje, esa sensibilidad manifiesta e implícita de quien escribe y recibe estas palabras, y es esa perspectiva la que el hablante busca transmitir: experimentar el transcurso de esa intrahistoria, con el anhelo de una pronta respuesta.

 

*Texto leído en la presentación de Carta de las mujeres de este país (New York Poetry Press, 2019) de Fredy Yezzed. Librería Qué Leo, Valdivia, 16 de noviembre 2019.

 

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Carta de las mujeres de este país, de Fredy Yezzed: Los oídos que se negaron a oír sus gritos.

 

Pedro Ignacio Tapia León (Santiago, 1983). Escritor, docente, editor y gestor cultural. Licenciado en Literatura Creativa y Bachiller en Humanidades de la Universidad Diego Portales. Docente de NarraciónyEstilo en los talleres de Narrativa, que concluyó en la publicación de la antología de cuentos Ciudad de Fuego (NarraciónyEstilo Eds.). Es autor del libro Itinerario del olvido (autoedición, 2014), con ilustraciones de Raúl Salvestrini. Forma parte de la antología Poetas del Nuevo Milenio, proyecto encabezado por el poeta e investigador colombiano Fredy Yezzed. Participó del taller “Poetizar y Pensar” de la poeta Nadia Prado.  Obtuvo la Beca a la Creación, Fondo del Libro y la Lectura, 2019. Actualmente es director de la Corporación Chilena de Cultura y Gestión, editor en Komorebi Ediciones y director creativo de la plataforma web www.escenariocultural.com, que obtuvo el patrocinio de UNESCO Chile (2015), por su aporte a la salvaguarda del patrimonio cultural de la humanidad.

 

 

 

 

«Carta de las mujeres de este país» (New York Poetry Press, 2019), de Fredy Yezzed

 

 

 

Crédito de la imagen destacada: New York Poetry Press.