Poemario «Tengo una deuda» (2018), de Ángela Neira-Muñoz: Un compromiso entre la lengua y el estilo

Lo que hace la poesía de la autora es ocupar el enunciante sujeto como borradura del yo y de la carga de significaciones que éste tiene y apoyándose en la reversa, se apropia de la máscara y se ocupa del no- yo, de la otra, esa de la cual Occidente ha constituido en el reverso del yo, la otra. Y la nombra, la nombra para dejarla allí inscrita en este texto, que se abre como gesto que quiere dar existencia y posición a la subalterna que ella y todas sus otras configura, en una intensa y dura pluralidad. Pero la historia no cesa y la violencia inserta en la biopolítica de los cuerpos como signo de dominio no ha terminado en cuanto no se haya democratizado la cultura.

Por Eugenia Brito

Publicado el 14.1.2018

Ángela Neira-Muñoz nació en Tomé en 1980. En la Universidad de Concepción, estudió pedagogía en español y luego, en el mismo lugar, hizo un máster en literaturas hispánicas. En España, en Universidad de La Mancha, Castilla cursó un máster en igualdad de género y transformación social.

Activista feminista, ha escrito «Tres escenas en la vida de Alicia» ( dramaturgia), publicado el 2009 y se reedita el 2010. Ahora presenta «Tengo una deuda» (2018), con Editorial Cuarto Propio mientras prepara un libro de narrativa.

«Tengo una deuda» habla centralmente de la responsabilidad histórica con el otro de la cultura occidental, en la que los poderes hegemónicos han invisibilizado al y a la subalterna del margen, a la que se agrede y mata literalmente para así privarla de todo territorio. A lo que apunta la escritura de Neira es a recuperar el lugar de la letra para la inscripción histórica de la mujer.

Lo que eso significa como inscripción histórica es la generación de un simbólico otro, diferente al del pensamiento eurocéntrico. Otro, es decir, capaz de contener en su enrejado material el compromiso de la huella sensible con la experiencia humana, y sus memorias, atraídas como un acervo arcaico al fugaz presente de su ethos y a la lengua, en la que pausa y pausa, grafo a grafo, se anidan los significantes precisos de naciones del Tercer Mundo, sometidas por el poder político y cultural de los estados que configuran lo que Gayatri Spivak llamara el teatro comprador de Occidente.

¿Qué significa entonces ser una escribiente, una escribidora?

Un escribiente; una escribidora pone su cuerpo en las páginas que produce; sus articulaciones psíquicas llegan a coincidir con las capas geológicas de una historia que diferentes conquistas y manipulaciones han borrado o deseado borrar, pero que son las vértebras de ese ensayo que es la escritura, como ha señalado Roland Barthes, un compromiso entre la lengua y el estilo, entendiendo por éste la particular manera de organizar una escritura.

En el caso de Ángela Neira-Muñoz este particular estilo se centra en el acto de enunciación, que borrando la lírica, alejándose de las diferentes historias que ésta porta, se centra en la borradura de los enunciados, en la reiteración acumulativa de las primeras oraciones, en los desplazamientos sucesivos del yo hacia la otra, la mujer afgana, la mujer palestina, la mujer mapuche, la mujer de Birmania.

Para señalar que no tiene rostro; lo que nos sitúa en un grave problema, no somos percibidas, somos menos que una y dobles, como lo indica la filósofa india Gayatri Spivak, incapaces de habla y esa negativa sigue con el borrón, es decir , llegando hasta el grado cero de un rostro para convertirlo en una mancha, la mancha de la identidad de la mujer y su inexistencia, su invisibilidad. para el mundo cultural occidental. Para señalar que no tiene lengua, ésta se va perdiendo en la página, quedando en blanco.

Ángela Neira-muñoz hace de la deixis, del apuntar el acto fundamental de su poesía, que más que testimonial, es autobiográfica, la deixis la señala a ella como máscara de esas subordinadas, de esas carentes y sin huellas, de las que ella ocupa el nombre de su nacionalidad. En la medida en que ellas materializan el significante de la carencia, de la huella que la palabra de Neira-Muñoz insiste en buscar trazo, para lo cual quiebra el formato clásico de la palabra poética, devolviéndola al blanco desde donde ésta surgiera, al espesor de la tumba donde yace la mujer contemporánea desde hace siglos.

En ese sentido, lo que hace la poesía de Ángela Neira-Muñoz es ocupar el enunciante sujeto como borradura del yo y de la carga de significaciones que éste tiene y apoyándose en la reversa, se apropia de la máscara y se ocupa del no- yo, de la otra, esa de la cual Occidente ha constituido en el reverso del yo, la otra.

Y la nombra, la nombra para dejarla allí inscrita en este texto, que se abre como gesto que quiere dar existencia y posición a la subalterna que ella y todas sus otras configura, en una intensa y dura pluralidad. Pero la historia no cesa y la violencia inserta en la biopolítica de los cuerpos como signo de dominio no ha terminado en cuanto no se haya democratizado la cultura.

Es por ello que el texto trata de acercarse al concepto de escritura derrideriana, es decir, deconstructiva en la medida en que pone entre paréntesis las sagas culturales en una apuesta por la otredad cultural, elaborando una jugada de dados en el sentido mallarmeano del término.

Lo que logra es el desplazamiento del formato, la cancelación de la estrofa y la formulación de una práctica política, la de la poesía cercana a la proclama, a la saga épica, al gesto enfático de la militancia que adviene con el gesto desplazante de los límites del verso y del poema tradicional.

 

La poeta chilena Ángela Neira-Muñoz (Tomé, 1980)

 

La portada del poemario recientemente publicado por la Editorial Cuarto Propio