«1945», de Ferenc Török: Todo acto tiene consecuencias

En su sexto largometraje el realizador húngaro nos confronta con heridas abiertas y un conflicto que no cesa: la culpabilidad y el remordimiento de toda una sociedad que vive de los despojos de las víctimas que ellos mismos entregaron, sabiendo que nunca volverían.

Por Alejandra Boero Serra

Publicado el 31.5.2019

«Los polacos nunca van a perdonarles a los judíos el Holocausto».
Laura Klein

Agosto de 1945. La Segunda Guerra Mundial terminó. Un hombre se rasura nervioso mientras escucha sobre la bomba en Nagasaki y el avance soviético. El pueblo se prepara para celebrar la boda de su hijo con una campesina. Él es el hombre fuerte, el que manda en el ayuntamiento. El tren llega a la estación como todos los días. Pero hoy bajan dos cajas y dos judíos ortodoxos. Todo se detiene. Todo comienza.

Ferenc Török (Budapest, 1971) en su sexto largometraje nos confronta con heridas abiertas y un conflicto que no cesa: la culpabilidad y el remordimiento de toda una sociedad que vive de los despojos de las víctimas que ellos mismos entregaron, sabiendo que nunca volverían.

Török es el director y co-guionista de la cinta junto a Gábor T. Szántó -novelista y ensayista que mantuvo vivo el debate sobre el Holocausto y sus secuelas en la sociedad húngara y autor del relato corto en el que se basa el filme («El regreso a casa»)-, registra aquí un «cuento moral»: la necesidad de memoria, de verdad y de justicia.

1945: un número, como el que portan en sus brazos quienes pasaron por los campos de exterminio.

Un tren que llega con dos cajas/ataúdes. Dos hombres: un padre, un hijo. Un tren que parte dejando tras de sí una humareda que persistirá mientras la memoria siga actuando. Muchos simbolismos aparecen en esta narración, tantos como los temas que van a pivotear en la historia que cada habitante lleva tatuada en su mente y, si cabe, en su alma.

Es más liviano el peso de los que llegan con el horror y el dolor a cuestas que esa permanencia sabiendo de la propia responsabilidad, un remordimiento horroroso, inenarrable. Como el camino que lleva de la estación al cementerio deteniéndose -cual vía crucis acusatorio- en cada rincón ante el silencio y las miradas secas de unos y aterrorizadas de otros.

Miedo a tener que devolver lo robado. Miedo a una venganza ojo por ojo. Y más silencios. Y la memoria que no perdona. La delación. El egoísmo. La banalidad del mal. La reparación de los humillados y de los ofendidos. Con todo este arsenal se miden director, guionistas y actores.

En un blanco/negro que se torna gris y sin concesiones la metáfora del hoy xenófoba y nac(z)ionalista.

Es verano y la fiesta del día se transforma en funeral.

Török abre un abanico de temas y de tramas en puntos de vistas que no se pueden fugar. Con una cámara que quiere atrapar «el tiempo real» a través de encuadres precisos, cuidados y un blanco y negro sin concesiones, detona -entre neorrealismo y espaguetti western- el drama de toda una época.

También de la nuestra. Con diálogos lacónicos, urgentes, descarnados, toda la emoción y la hondonada del que el ser humano es capaz de inferir y soportar. El miedo y el horror se huelen, infectan lo que dura la película. Permanece en el especatador la reparación en una autocrítica sincera y sentida.

Acá no hay asesinatos, no hay campo de batalla literal, no hay cámaras de gas. Sí un pueblo que se enfrenta a sus pecados, a sus miserias. Sí artistas que revuelven en el polvo y devuelven una historia que nunca debe morir.

Además de la dirección y el guión hay que destacar la fotografía de Elemér Ragályi, la música de Tibor Szemzö y las actuaciones de Péter Rudolf, Tamás Szabó Kimmel, Dóra Sztarenki, Bence Tasnádi, Ági Szirtes, József Szarvas, Eszter Nagy-Kálózy e Iván Angelus. Más que un equipo, un coro que supo dar en la tecla del cómo a lo innombrable.

Parábola del horror y la fragilidad humana -en una hora y media- 1945 es un símbolo de resistencia. Necesaria. Ineludible.

 

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Alejandra M. Boero Serra (1968). De Rafaela, Provincia de Santa Fe, Argentina, por causalidad. Peregrina y extranjera, por opción. Lectora hedónica por pasión y reflexión. De profesión comerciante, por mandato y comodidad. Profesora de lengua y de literatura por tozudez y masoquismo. Escribidora, de a ratos, por diversión (también por esa inimputabilidad en la que los argentinos nos posicionamos, tan infantiles a veces, tan y sin tanto, siempre).

 

Una escena del largometraje «1945» (2017)

 

 

 

Alejandra Boero Serra

 

 

Tráiler:

 

 

Crédito de la imagen destacada: Una escena del largometraje de ficción 1945 (2017).