[Crítica] «Entre Hermes y la reina de los cuervos»: Una íntima partitura del dolor

Dividido en cinco partes más un iluminador epílogo, el texto del poeta chileno Luis Cruz-Villalobos se ofrece como un vasto espacio que alberga otras geografías literarias, en general disímiles entre sí, pero que tienen en común la escenificación de una nocturnidad estética y creativa.

Por Paulina Merino

Publicado el 27.2.2023

Entre Hermes y la reina de los cuervos (ÆÐ Ediciones, 2023, 700 pp.) es un poema extenso. De entrada, este libro se presenta como una invitación, opuesta a la demanda de inmediatez que domina la actualidad, para participar de un acto paciente, prolongado y contemplativo. Una lectura verdadera en tanto propicia encuentros y diálogos, es decir, un contacto creador con el otro.

Dividido en cinco partes más un iluminador epílogo, el texto del poeta chileno Luis Cruz-Villalobos se ofrece como un vasto espacio que alberga otros espacios, en general disímiles entre sí, pero que tienen en común la escenificación poética de un agón.

Fascinados y movidos por el entusiasmo ante este poetizar sostenido, los lectores presenciamos la lucha entre la melancolía, manto que enmudece el sentido, y la palabra poética, su antítesis radical.

Por fortuna, el poetizar prima. La palabra musical prevalece ayudada de fuerzas benefactoras. Ante la constatación angustiosa de la fugacidad de la vida y de la inutilidad de los esfuerzos humanos, acuden las hadas, guardianas del misterio del mundo vegetal, para dar forma y domar un canto que podría devenir fiero vacío.

Así: «Mientras mueren por todas partes / de alguna forma / los poetas», se erigen en respuesta a esta amenaza de silencio luctuoso, imágenes que evocan el gozo de la naturaleza viva y que dan cuenta de un Eros sensible, pero con resuelta potencia proliferante: «Como esperando derrotar el abandono / con cuatro pétalos —leves y frágiles— / multiplicados por millón».

Llega asimismo en auxilio de la palabra poética, la mirada limpia, amable y maravillada ante el carácter transitorio del mundo que signa al haiku y al tanka. El paisaje andino se nos ofrece como un prodigio que se despide; afectos como la amistad y la necesidad de compañía aparecen dentro de un halo de nostalgia que despierta el anhelo de reunión; la poesía celebra la transfiguración y el deseo: «soy un mirlo que te busca», dice la reina de los cuervos.

 

La sensibilidad para leer la vida

Herida por la pérdida de lo amado, y afligida por la conciencia de la propia mortalidad, la voz que alumbra a Entre Hermes y la reina de los cuervos elige la interrogación existencial en lugar de la mortífera clausura del flujo verbal que conllevan la pena y el sentimiento del absurdo.

De ahí que para sostener a la palabra y al canto, la voz lírica de la segunda parte del poemario se arme con aliados versados en las gestas del pensamiento. Aparece la palabra filosófica a guisa de epígrafe y se torna apertura para la disquisición poética.

Las palabras de Nietzsche, Derrida y Heidegger se vuelven núcleos vibrantes que agitan sentidos, evocan sonidos y engendran poemas. De esta forma, el mundo de las ideas es abrazado, pero a la vez renovado en la singularidad de la emoción y de la música de la poesía de Luis Cruz-Villalobos: una «íntima interpretación / de la partitura del dolor».

Si hay una fuerza crucial en la prevalencia de la voluntad de poetizar por sobre el mutismo melancólico en el agón que informa a Entre Hermes y la reina de los muertos, es la del amor.

Amor a la palabra, a la naturaleza, a los «difuntos y sobrevivientes», a las ideas que nos han legado filósofos, teólogos y psicoanalistas, a la música, al misticismo de Oriente, pero también amor a unos artistas y a unas obras de arte concretas.

Bach, Piazzolla, Eliot motivan poemas, se constituyen en inspiración; por ello todos reciben el homenaje de la cita o de la referencia. Sin embargo, es en la obra de Chantal Maillard y Chad Lawson donde la voz del poeta chileno encuentra a sus compañeras más afines en la sensibilidad para leer la vida.

Luis Cruz-Villalobos reconoce la tesitura y la melodía de la originalidad con la que Maillard redescribe el mundo, se alimenta de ella y, generoso, nos devuelve imágenes visionarias que profetizan nuestra venturosa transformación en lo más frágil, en el viaje de «la espora».

Resulta, sin embargo, todavía más conmovedor atestiguar cómo el diálogo artístico logra la preeminencia de la palabra poética al tornarse vínculo amoroso.

En la riesgosa contienda contra la asolación del sentido que se erige en Entre Hermes y la reina de los muertos, la obra del pianista Chad Lawson, y la poesía de Luis Cruz-Villalobos se encuentran y caminan por los parajes de la muerte protegidas, no obstante, por la luz del deseo de la creación. El encuentro, el camino y el deseo son, una y otra vez, el poema.

«Hermes vivía junto a la luz / y no se quemaba». La poesía de Luis Cruz-Villalobos mira de frente a la muerte y la verdad centelleante de ésta no la destruye. Es la devoción del canto, mandato de la reina de los cuervos.

 

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Paulina Merino Salazar (Quito, 1976), poeta ecuatoriana, cursó estudios de literatura en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y en la Universidad de Bergen, Noruega.

Se desempeña como docente universitaria. Cuenta con dos libros de poesía publicados: Bildung (2020) y Horas frío (2022).

 

«Entre Hermes y la reina de los cuervos», de Luis Cruz-Villalobos (ÆÐ Ediciones, 2023)

 

 

 

Paulina Merino

 

 

Imagen destacada: ÆÐ Ediciones.