[Crítica] «El imperio de la luz»: Soledades que se apaciguan

La nueva entrega del realizador inglés Sam Mendes se estrenará en exclusiva el próximo jueves 9 de marzo en la pantalla de la sala El Biógrafo de la ciudad de Santiago, y cuenta con la actuación protagónica de una sorprendente Olivia Colman.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 26.2.2023

Si un redactor de este medio, afirmaba que La isla de los espíritus era un filme donde las soledades abismales de sus protagonistas entraba en franco e irremediable conflicto, en este largometraje del multifacético Sam Mendes tal asunto deviene y se transforma en todo lo contrario.

Contextualizado a comienzos de la década de 1980 en el sur de Inglaterra (condado de Kent), El imperio de la luz, sin ser brillante, es una obra emotiva y de una gran factura técnica, y por eso se encuentra nominada en la categoría a la Mejor Fotografía para la definición de los cercanos y venideros premios Oscar.

Existe una crítica social y política a los años del conservadurismo de Margaret Thatcher (1979 – 1990), los cuales fueron días convulsos para los ingleses, en un sentido de estabilidad comunitaria, por lo menos, si consideramos que la violencia urbana tenía atenazada a la sociedad británica, con los temibles Hooligans y su vertiente skinhead, quienes barrían con las calles citadinas y los estadios de fútbol tanto isleños como europeos.

Quizás por eso, el periodismo especializado de su país le ha dado la espalda a este título, en su valoración artística (y el estadounidense, también), pese a sus variados atributos audiovisuales e interpretativos, pues enrostra y le recuerda a una nación que en su mayoría se presume multicultural y progresista, el reaccionarismo tribal y agresivo que prevalecía en muchos de ellos, hace tan solo 40 años atrás.

 

Un antigua sala frente al mar

En efecto, la actuación de Olivia Colman constituye uno de sus colosales roles dentro de su premiada trayectoria cinematográfica. Su personificación de esa mujer madura deseosa de amor y de poesía, pero también perturbada en sus capacidades mentales (inspirada según propia confesión, en la madre de Mendes), además de condensar una serie de contradictorios sentimientos, se aprecia lleno de matices y de continuas sorpresas compositivas en su manifestación ante la cámara.

Así, tal vez el homenaje al cine análogo que plantea su realizador en el presente metraje, ofusque un poco el juicio de sus detractores (por lo «manido»), aunque es justo decir que la trama de este filme se desliza por diferentes argumentos, más allá de esa relación obvia y evidente por el lugar y la locación donde se desarrolla su historia: una antigua sala frente al mar.

En esa línea de análisis, el núcleo dramático que con más fuerza prevalece se desarrolla a través de la necesidad de aceptación que buscan y padecen los personajes de Hilary (Colman) y de Stephen (Micheal Ward), que cuando se rozan y observan, establecen y atesoran por instantes, la respuesta que tanto anhelaban en sus sueños y pesadillas, pese a sus inabarcables diferencias.

La cita al poeta W. H. Auden en estos lances por la tolerancia y la diversidad son un clásico del audiovisual británico. El imperio de la luz, sin embargo, es una constatación que desde el visionado de la renovadora Belleza americana (1999), el prodigioso lente de Sam Mendes es capaz de enfrentar un sinnúmero de situaciones (tanto banales como profundas) con una confianza y seguridad artísticas, que deslumbran y producen envidia.

 

 

 

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Tráiler:

 

 

Imagen destacada: El imperio de la luz (2022).