Un adelanto de la novela «Asedios», el próximo libro de Eugenia Prado Bassi

La escritora chilena y cofundadora junto a Dauno Tótoro, de la independiente Ceibo Ediciones entrega a «Cine y Literatura» un fragmento del texto de su autoría, el cual lanzará prontamente para su circulación. Aquí, algunas páginas de la cautivante ficción, seleccionadas por ella misma.

Por Eugenia Prado Bassi

Publicado el 27.08.2017

RING… RING…

Sofía se despierta. Apaga el despertador. Se levanta de la cama. Sigue estrictas rutinas pero nunca en el mismo orden. Se conecta. Desliza los brazos sobre la superficie de la cubierta de vidrio y oprime los dedos sobre el teclado del Notebook. Antes de encender el computador fuma el primer cigarrillo y no al revés. Sabe que habría hecho lo imposible para que en el texto estuviera implícito el mismo placer que sentía al momento de las primeras bocanadas.

El humo se impregna en las paredes, el pelo, los dientes, la ropa. El humo está por todas partes. Las horas se confunden, se superponen. El cuerpo exige su parte.

Adicta. Soy una adicta adicta que cumple compromisos. Dice.

En forma sistemática, Sofía devora materiales que se irán almacenando en diversos soportes y formatos. Se ha vuelto una experta en rastrear contenidos y eliminar secuencias que no prosperarían de ninguna forma. El almacenamiento supone nuevas formas de entrenamiento. Contra el orden de lo natural, forzado el cuerpo empieza a pasarle la cuenta. El mecanismo se vuelve tedioso, los períodos cada vez más prolongados. Se detiene en una secuencia de archivos guardados hace más de una decena. Imágenes que, bien o mal, ha podido registrar.

Una bestia encerrada en su laberinto ruge, duele, sangra a veces puesta a contraluz de la pantalla, por los costados se entromete, por los rincones entra masterizando sus funciones indispensables. La piel se deshidrata y hasta los dientes se pudren. Su boca hiede.

Evaporada en su nomenclatura o líquida y espesa, Sofía se conecta a los flujos de mensajes, los afectos y las rabias. Las mínimas y máximas entre lo privado y lo público, los abusos. Su mente oscila entre esas conexiones.

Registros de lo extremo sobreviven a los descartes, a las incansables quejas cuando has dejado de ser la única referencia. Me dice. Una furia quiere salir, dicen, entregados a consignas cada vez más precisas en sus enunciados. Hasta que se sobrecarguen y revienten los escenarios. Otros, clamarán histéricos cuidándose muy bien de dónde poner la cola para articularse. Qué más nos queda que jugar un poco y armarnos con palabras intactas, ancladas a sonidos particulares.

Una criatura rebota por las paredes de la habitación. Simultáneamente otra circula por una historia idéntica y todo se despliega como en un mapa. Son enormes cantidades de otros, extendidos sus fragmentos los que transitan como diminuto enjambre a distancias imposibles. Emocionante se percibe el depurado más fino de sus aristas. Un magnífico montaje donde la criatura se configura a pedazos. Moverse a pequeños saltos es todo un espectáculo cuando las fibras y el cuerpo ya están en otro hemisferio. Incrustados de fechas y escrituras, amplificados los acontecimientos, lo múltiple es oferta. Al otro lado de la pantalla, en todas esas voces, una fuerza se acumula, algo nos impulsa. Se percibe en el ambiente la furia, el odio. Extrañamientos y amuralladas formas de protección certifican nuestras posteriores erratas. Las alertas agudizan los sentidos más allá de todas las formas, visuales hoy las palabras son nada cuando aparecidas y discretas laten como reacios objetos de impulsos precarios. Pero nada está perdido cuando el goce es materia, trastocados los ingredientes; extraviadas las partes íntimas; confundidos esos planos, nada funciona más que cuando se activan los deseos. Asediados por un organismo que todo lo devora cuando se divierte traficamos economías por espasmos, se necesita algo más que resistencia para acceder al universo concentrado. El miedo alimenta la gran máquina. Nos acontece la amenaza. Entonces, nos armamos de pesquisas y los deseos se descomponen enzimáticos, no de podridos enjambres sino de modificaciones eléctricas que extienden sus amenazas sobre los cuerpos. Historias de cuando el padre desataba sus furias en un manto bordado de azufre. Más atrás de todos esos ojos reflejados en millones de pantallas, nuestros cuerpos se despliegan en el circuito. Así la gran máquina de golpe encaja y se articula como puede. Traslúcidas sus diminutas fibras, repartidas nuestras ganas, furiosos de asfixias jugábamos a permitirnos de palabras todo y verlas crecer, porque es allí cuando solo algunas son más que cualquier caricia, cuando sumergidas y atentas nos susurran sus mínimos intercambios. Realidad-ficción una bestia se irá descomponiendo convencida que cuando cabeza y cuerpo no se hacen amigos la risa estalla. El cuerpo ya no está ahí.

«Dices miedo» (2011), otra de las novelas de la autora

El tiempo puede ser asfixiante.

Mercedes escribe. Cada día, de vuelta al mismo lugar, escribe. Escribe al padre y pronto se arrepiente. Escribe a la madre y enloquece, su mente se desordena. Su máximo terror es el colapso. Que todo en ella se apague.

La inercia nos adhiere a la máquina. El amor y la guerra en la pantalla. El acople es total. Cabalgando con la montura puesta en el ojo los cuerpos bordean el contrapunto. Un hilado fino de máquinas introduce el hambre en la zona de la usina maquinal. Los textos se desarman, convulsionan. Asediar en círculos cuando lo que se busca es compartir la letra. Me dice. No hay forma de desactivar tanta información.

Siguiendo algunas rutinas, Sofía actualiza y compone escenas que la mantienen encadenada a los archivos y carpetas durante el día.
Con movimientos sistemáticos, la máquina escribe.

Por momentos, Sofía no sabe qué es real y qué no. Reducida a digitar claves entra al sistema y manipula archivos. Probabilidades. copiar y pegar, digitar frases enteras. La mente se expande. El descontrol crece.

Mercedes oprime comando y guarda el documento.

Apaga el cigarrillo, luego vacía el cenicero repleto de colillas. Termina de modificar un párrafo; cambia el color; corrige y borra un par de palabras. Revisa en el cajón. Hay suficientes cigarrillos. Sería fatal que se le acabaran justo ahora que la salida está bloqueada. Se levanta y prepara la cuarta taza de café.

Vuelve al computador.

Doble click.

Ven, siéntate a mi lado. ÉL dice. ¿Sientes el peso de este cuerpo? ¿Aun te atreves cuando lo prometido avanza? Muy cerca de la arena, mi espuma quiere besarte. Cuánto duraría un beso que se extiende con desinterés. Cuántos mensajes propagados como estelas, explotados de distancias, fibras de luz extendidas de paisajes.

Me entumezco. ELLA dice.

Doble click.

Mercedes entra a otro archivo.

Entonces viajo, chupo mi dedo pulgar y tiemblo. Otros son los vértigos que nos sucumben allá afuera. Madre. ¡No! No me atrapes, aún no estoy preparada para salir. Un espacio blanco me devuelve a un limbo imposible de imaginar. Los recuerdos son como un sueño madre, no recuerdo en qué momento quise salir, pero necesité desesperadamente romper la bolsa que me asfixia. Madre, me siento terrible y agitada. No puedo soportar tu falta de luz. Desde entonces temo a la noche, los apagones de la noche. La luz artificial desaparece y me paraliza el miedo. ¡No! El miedo me paraliza. Cuando tengo miedo no actúo, no sé defenderme. El miedo paraliza mis latidos. Madre por miedo no amo, nunca amo, el miedo me obliga. No puedo correr a buscar las velas, no hay fósforos. No puedo cuando todo está tan oscuro. Cuántas vidas se apagaron esas noches, luego, por décadas crueldad y seguir avanzando en la locura. El que no juega será excluido. Recuerdo la fotografía. Una mujer desnuda, interna del hospital psiquiátrico. Su indignidad me desfallece. En el hastío de su desnudez la mujer inocente sonríe frente a la cámara. Como una más en una muestra de desquiciados y a escala natural sus gestos evidencian mi atadura. El cuerpo desnudo sobrecoge. Lloro. ¿Cuántas sutilezas nos separan? El ojo oculto en la fotografía desordena las cosas. Pervertir el orden de las cosas. Precisar la extraña fuerza que aun nos obliga en la atadura. Si tan solo tuviera un cuerpo. Un cuerpo para traspasar este infierno de electrones y accesos bloqueados. Un cuerpo para el agua o la flor que emerge por las noches para mí o para los peces, lo demás estupidez y una larga lista de bloqueos. ¡Visite departamento piloto! En todas partes se construyen nuevos edificios. Te obligan a esperar quienes no tienen una pizca de altura con tu fortaleza. Nuestras madres transitan por el instinto. Reforzar la crueldad. Así nos enseñan a satisfacer. Entre vidrios y reflejos hacia un mundo que narrarías para siempre porque en ello radica tu impaciencia. Te obligan a creer mientras ellos aprenden a mentir y tú para el servilismo. Aprendes a degradar y cultivar el engaño con palabras hechas para conquistar.

Las voces se pierden.

Mercedes se levanta oprime , guarda el archivo. La memoria del computador sigue operativa. Recorre la casa, verifica asuntos cotidianos y vuelve esta vez sobre la Underwood. Toma un par de hojas y pone un calco entre ellas. Se sienta frente a la máquina y oprime con fuerza sobre las pesadas teclas. Emociones y sentimientos vienen incluidos en el modelo original. Anclada a los recuerdos. Disfruta los instantes en que consigue los mejores textos. La Underwood demora.
Somos registro. Encajamos una misma certeza. ELLA dice.

Mercedes empieza a escribir.

¿Qué tal si un día nos besáramos? ¿Untar tus labios con los míos? Pero nos da tanto miedo porque todo esto no es otra cosa que un arrebato de amor en todos sus gestos. Un salto, esta vez sin nombres agita la máquina histérica del festín. Contra los bordes los tropiezos bruscos, los hurgeteos y una cabeza iniciada de intención. ¿Dónde encontrar el pulso y dejarse arrastrar a todo? Se oxigena mejor desde el mismísimo eje con la brutal necesidad de traer el cuerpo al frente y marcar finamente sus bordes. No sabes cómo duele verlos temblar forzados a esa estética asfixiante. Se pasean en manadas. Oscilantes van y vienen por los bordes zarandeando con orgullo sus grandes plumas. No sabes el terror, sus miedos cuando se desplazan. Nada es más exquisito que verlos pasear en estado de alerta, imaginarlos de varias formas, extendidos, abiertos, zigzagueantes o medio vueltos hacia atrás escondiendo más de algún secreto en los pliegues del vestido o dibujar espuma con las manos. De goces arden simultáneamente entre los enjambres. Algunos se revuelcan, otros palpitan su desesperación. Despojados de particularidades específicas pierden sus condiciones indispensables, sus inigualables materias. Nos gusta el pelo, el cuello y la frente. Nos gusta la boca y la risa pero sobre todo nos enloquece el escondite. Recojo las vocales de diez en diez y juro que no les creo. Avanzamos hacia un enorme cansancio y hasta parece que algo se moviera. Sin embargo, aquello permanece detenido en un mismo punto. No hay tiempo. El melodrama persiste, nos convoca como espectadores. Se detonan los estallidos y los cuerpos se derraman. Una criatura palpita su falta de fe. Su distancia en el espacio cerrado se vuelve enervante. Pura empecinación. Esto no tiene vuelta. Las ideas se esfuman cuando el contacto se pierde. Una y otra vez contra las palabras mi gesto insensato. Vínculos de cadenas y cruces ocultos, dormidos, casi imperceptibles donde las nuevas familias se congregan para repetir mismas formas de convivencia. Vivir entre el miedo y la rabia o vivir en presente sin auspiciar imágenes de futuro. Las ganancias, los proyectos. Sin una buena dosis de empatía, el respeto es la falta. Intercambios que se conjugan para el ordenamiento de las clases. Lujuriosas madres escupen sus placeres contra la cultura de los machos. Famélicos cuerpos segmentados contra el miedo retuercen sus aceitosas fibras rebotando contra una historia que los pierde. Intensidades de todo tipo circulan exponiendo sus verdades por los bordes. Niñas prendidas de libertad exhiben sus valientes atributos. Revivir el drama. Simulacros, convenciones, sabiendo que la vida tiene sus matices. Niños muertos condenados a vivir en agujeros negros son devueltos a la guerra y el hambre. Se respiran incertidumbres ancladas en la rabia. Ideaciones, simulacros. Los cuerpos inactivos son probabilidades que responden a una épica cuadrada a la estructura. Registros poco confiables que materializan extraños sujetos que desaparecen entre las sombras. El tiempo irá imprimiendo sus asuntos. Ello es devorado por aquello. El paisaje se modifica bajo la presión de las incesantes máquinas. Cartografiados cuerpos se desplazan torpes, yendo y viniendo por asertos, expandidos de posibilidades. Aun cuando solo sean instantes se retoman conversaciones y se establecen nuevos pleitos sobre temas que a todos nos conciernen. Los salidos a las calles se instalan de revueltas. En ese tumulto las palabras se reducen a nada. Una furia nos remece. Asistes con los ojos muy abiertos cuando la descomposición es inevitable. Animosas creatividades hormiguean. Y que los abandonos dancen sus mejores pieles, los demonios más hostiles, las malas ganas, los caídos sueños; donde nada luce con luz de nada y las cosas más horrendas existan. Una cursilería constatar la desproporcionada importancia que ocupan otros tan ajenos a nuestras vidas. No estamos hechas para el éxito.

Punto aparte. Mercedes deja de teclear. La máquina colapsa.

Siempre habrá una mujer. Una mujer sumergida y atada a esa otredad, tan lejos del mundo. Una mujer construye personajes dentro de personajes, indagando obsesivamente sobre los motivos literarios, convencida de que las historias se repiten. Una mujer arma y desarma el entramado de una historia donde lo que se teje es la propia vida.

(Fragmento de «Asedios». Agosto de 2017).

Crédito de la fotografía a Eugenia Prado Bassi: Paulina Cornejo.