«Al desierto»: Libertad condicional

El filme del realizador trasandino Ulises Rosell -el estreno cinematográfico de esta semana- termina por configurar un universo artístico sólido y potente debido a las soberbias actuaciones que no dan tregua (Valentina Bassi fue galardonada con El Cóndor de Plata a Mejor Actriz por su trabajo aquí), y por su gran y arriesgada puesta en escena, con entornos donde las dificultades de terreno y climáticas denotan una adversidad total para sus protagonistas.

Por Alejandra Boero Serra

Publicado el 17.10.2019

«…Descubrí que al igual que en la pampa del siglo XIX, aún existían los espacios infinitos, aquellos que posibilitaban los cautiverios al aire libre volviendo inútil todo intento de fuga…».
Ulises Rosell

Al desierto vuelve a ponernos frente a una nueva obra del ya reconocido director Ulises Rosell (Bonanza: En vías de extinción -2001-, Sofacama -2006- y El etnógrafo -2012-).

Thriller/ Western/ Road Movie «de a pie» en la aridez del desierto patagónico argentino. Un inquietante tour de force físico y psicológico en condiciones ambientales extremas.

Julia (Valentina Bassi) es empleada del casino de Comodoro Rivadavia. Como camarera sus ingresos y propinas por servir tragos no le alcanzan para hacer frente al alto costo de vida. Es por ello que acepta la propuesta de Armando (Jorge Sesán) -un asiduo y misterioso cliente de origen galés- para presentarse como postulante a un trabajo administrativo en una petrolera. Currículum en mano, Julia sube a la camioneta de Armando y juntos emprenden el viaje que los llevará hacia las oficinas de la empresa. Pero Armando tiene otros planes. La promesa de una nueva oportunidad laboral comienza con un accidente para continuar con un secuestro extraño. Secuestro en el cual el victimario no recurre a la violencia física y en el que la víctima no tiene modo de huir. La meseta patagónica como cárcel a cielo abierto. Una búsqueda policial en camioneta, caballo -rastreadores baqueanos de por medio- en que el comisario Hermes Prieto (Alejandro Goic) y su asistente Ahumada (Gastón Salgado) querrán encontrar y contar una historia más de un secuestro común y silvestre. Pero acá se juegan otras variantes. Y un enfrentamiento cuerpo a cuerpo social, cultural y sexual.

Reversión de las cautivas del siglo XIX y versión «Síndrome de Estocolmo» del siglo pasado, Al desierto se gesta en la ciudad, antes del «cruce de ruta» en que ambos protagonistas no sospechan las derivas de sus «elecciones». Dos maneras de acercarse a la libertad. Dos maneras de quedar atrapados en el encierro de una naturaleza hostil. Y de un sistema patriarcal y capitalista en que los modos de habitarlo cambian según la lógica de cada cual. Julia busca la libertad de una vida independiente dentro del sistema. Armando la quiere totalmente fuera. Julia se sabe insumisa. Armando no se plantea el conflicto de estar sometiendo, él sólo «propone» una vida más auténtica y libre.

Y es entre el verdadero cruce ciudad/naturaleza y civilización/barbarie donde Rosell como director y Sergio Bizzio (autor de grandes novelas como Rabia, Era el cielo, Borgestein) acompañando en el guión, van profundizando en las contradicciones que asolan a los personajes frente a un medio que no pueden más que acatar adaptándose para sobrevivir. Queda claro que quienes mejores conocen esas rispideces son los hombres. Las condiciones del desierto y del hombre parecieran ser una. La de las mujeres, tal como le sucede a Julia, es abandonarse a lo incierto o como dice el rastreador haciendo referencia a las cautivas de antaño mientras el comisario sigue las huellas: «¿qué iban a hacer?, los indios traían acá a las cautivas y no les hacían nada y ellas terminaban junto a ellos».

Valentina Bassi y Jorge Sesán, como los protagonistas, se mueven en el medio más hostil que se imagine. La violencia del paisaje camina a la par de la narración, irrespirable como el viento y el polvo en el desierto, que los y nos hace sentir, aún en la inmensidad sin horizonte ni rutas a la vista, inmersos en un clima de claustrofobia que roza el terror. El dramatismo se teje por contrarios: ante las tormentas del desierto, los encuentros sexuales y las escenas de ira y desesperación, el sosiego, el abatimiento y la entrega. Rosell, con un mínimo de recursos precisa en las contradicciones de los personajes: inseguridad, deseo, decepción y un manejo psicológico -preciso pas de deux– en que las relaciones de los protagonistas van mutando entre la atracción y la repulsión.

Al desierto termina siendo un universo sólido y potente gracias, además de las soberbias actuaciones que no dan tregua (Bassi fue galardonada con El Cóndor de Plata a Mejor Actriz por su trabajo), a una gran y arriesgada puesta en escena con entornos donde las dificultades de terreno y climáticas denotan una adversidad total -largos planos secuencia que asfixian y extravían a los personajes y a los espectadores-, un guión en donde los diálogos son pocos pero contundentes y donde la música de Miranda Tobar va puntuando y tensionando el derrotero de los protagonistas. El resultado: un filme inhóspito, inquietante que nos interpela todo el tiempo y nos deja, en el final, incómodos, pero no decepcionados.

 

Alejandra M. Boero Serra (1968). De Rafaela, Provincia de Santa Fe, Argentina, por causalidad. Peregrina y extranjera, por opción. Lectora hedónica por pasión y reflexión. De profesión comerciante, por mandato y comodidad. Profesora de lengua y de literatura por tozudez y masoquismo. Escribidora, de a ratos, por diversión (también por esa inimputabilidad en la que los argentinos nos posicionamos, tan infantiles a veces, tan y sin tanto, siempre).

 

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: La actriz Valentina Bassi en Al desierto (2017).