«Alice ou la dernière fugue» («Alicia en el país de las maravillas»), de Claude Chabrol: De lo onírico y lo real

El emblemático realizador de la Nouvelle Vague dirigió en 1977 esta película de tintes surrealistas inspirada en el famoso relato de Lewis Caroll. La protagoniza Sylvia Kristel -todo un mito erótico gracias a la saga Emmanuelle– quien encarna brillantemente con la convicción de su mirar y porte a Alice Caroll (una valerosa mujer atrapada en un juego onírico). Le acompañan en el reparto excelentes actores como André Dussollier o Charles Vanel. La obra invita a reflexionar sobre lo que consideramos como real, acerca del ancestral conflicto entre sexos y otros temas inherentes a la condición humana.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 16.10.2019

«¿Era un sueño, o era más vida que la vida?»
Antonio Gala, en El imposible olvido

«No cedas, no bajes el tono, no trates de hacerlo lógico, no edites tu Alma de acuerdo a la moda».
Franz Kafka

 

Preliminar

Para aquellos lectores que no hayan visto este filme y quieran hacerlo: quizás sea mejor leer este artículo tras su visionado dado que en él se explican detalles esenciales de su argumento (incluido el final).

 

La historia

Alice está harta de su insatisfactoria relación con Bernard y decide abandonarlo una noche tormentosa. Ya en su coche recibe un impacto en el parabrisas que la obliga a buscar ayuda en una antigua finca donde la reciben atentamente un anciano y su mayordomo, ella acepta la invitación y pasa la noche allí. A la mañana siguiente no hay nadie en la casa y el parabrisas está intacto. Alice intenta salir de la propiedad con su coche y andando pero aparentemente no hay salida, todo ese lugar es un bucle que le devuelve al mismo punto. Permanecerá allí unos días en los que se encontrará con otros hombres quienes le hablarán de que está momentáneamente atrapada en una especie de juego en el que no se aceptan preguntas…

 

El conflicto entre sexos

En la primera escena vemos a Alice de pie en el vano de la puerta observando a Bernard en el suelo muy pendiente de la televisión. Hablan, él le explica sus problemas laborales sin apenas mirarla, ella nada dice hasta que el hombre se interesa por su visita médica, Alice asegura que está bien y él le suelta: “Mujeres, siempre preocupándose por nada”, tras lo que ella le comunica que lo deja. Chabrol nos muestra a continuación un plano en dominante negro con la única luz de los huecos de las dos puertas en las que ellos se sitúan mirándose frente a frente, un brillante “toque” a lo cine negro, género que el realizador cultivó en su admiración a los clásicos como Fritz Lang a quien dedica este filme.

Este inicio refleja uno de los temas que trata la obra, la relación o el conflicto entre sexos, entre mujeres y hombres. La escena inicial donde Alice está de pie observando a Bernard en el suelo la entiendo como la imagen de su empoderamiento para abandonar a un hombre que no la mira-entiende. Y tras el saber de su abandono el plano en negro de su desacuerdo, de su duelo -del enfrentamiento y del dolor- y de la gran oscuridad que los separa y que no han sabido-querido ni saben-quieren iluminar.

En su huida del hombre que detesta, Alice acaba sumergiéndose en un extraño mundo de hombres del que no puede salir. Allí la abandonan a su suerte en un juego que la pone a prueba y en el que se muestra como la mujer inteligente y valerosa que es. Ella sorprende a sus captores por sus cualidades y por el aplomo con el que afronta la incómoda situación en la que la han abocado. Alice evidencia algo que esos hombres –y demasiados hombres aún hoy en día- no quieren ver: que la mujer es tan valerosa e inteligente como el hombre.

Y cuando logra salir de la finca -pero no del mundo onírico en el que se encuentra- llega a una gasolinera donde un empleado le atiende. Allí ve a una niña con una muñeca pero el hombre le aclara que en realidad es un niño: “La guarra de su madre parió un niño que parece una niña” y le explica que la mujer al darse cuenta de eso se fue. Se despide de ella con amabilidad aunque al alejarse le hace un buen corte de mangas. Todo, entiendo, como modo de mostrar el conflicto-guerra de sexos que transmite la obra, un mostrar teñido de surrealismo pero que deja en claro la ancestral tensión entre la condición masculina y la femenina en nosotros los humanos.

 

La actriz Sylvia Kristel en «Alice ou la dernière fugue» (1977)

 

El juego espacio-temporal

Como se ha comentado, en el momento en que Alice entra en la finca penetra en un mundo onírico que es un espacio-tiempo distinto al que ella conocía. La imagen que Chabrol utiliza para mostrar la entrada de Alice en él es la mordedura de la manzana -cual Blancanieves- en su primera cena en ese intrigante lugar.

Pronto advierte y advertimos que el tiempo -por decirlo de alguna manera- tiene vida propia, el reloj del dormitorio de Alice da fe de ello: funciona cuando le apetece como indicador de cambios. Ese protagonismo temporal se nos muestra también a través de los hombres que Alice conocerá en su encierro. Hombres de cuatro edades-etapas vitales que aparecen y desaparecen pero que nunca coinciden juntos, quizás queriendo mostrar a un mismo hombre o al concepto hombre en sus distintas edades más allá de personalismos. El primer contacto se produce con el binomio del anciano y su mayordomo, después es el joven, a los que siguen el adulto y el niño.

El anciano y su mayordomo son el origen y el final de ese extraño sueño-juego, ellos la acogen y ellos le darán las explicaciones que Alice espera. El joven aparece cuando ella toma conciencia de su encierro tras bordear infructuosamente un muro, él vestido de blanco le habla a ella vestida de negro, una alusión a los opuestos que también se remarca en los pavimentos de dámeros de la casa y de un restaurante que ella visitará más adelante. Los opuestos característicos de nuestro mundo y también marcadamente presentes en ese mundo onírico, los opuestos luz-oscuridad que posibilitan iluminar lo desconocido-escondido, los opuestos masculino-femenino que posibilitan el reconocer la complementariedad de los géneros…

Alice busca ayuda y respuestas pero encuentra en ese joven otro muro, él le sugiere que deje de usar las argumentaciones lógicas y sentimentales a las que está habituada y le transmite una de las reglas básicas del juego: no preguntar. Ella lo acepta con aplomo y valor, decide trepar sola por el muro e incluso consigue la ayuda de ese hombre, entre hiedras ve otro bosque parecido al otro lado: “no hay otro lado, Alice”, le comenta él. Ella extrañada de que conozca su nombre se dice que saltará sobre el muro aunque acaba dudando de sí misma creyéndolo a él.

Alice esta presa en un mundo onírico de hombres, siente en sí misma que a pesar de su propio valor está condicionado a la valoración de ellos, sensación que aumentará al saberse observada permanentemente. La escena en la que creyendo estar sola y sintiéndose cansada decide darse un baño lo transmite claramente. Alice en su desnudez oye una voz –masculina, claro- que le dice: “No trate de salir. No trate de entender, no todavía. Tendrá que vivir en la ignorancia por un tiempo. Confíe en nosotros (momento en que se tapa con sus manos). Confíe en sí misma”. Pero Alice no puede confiar en ellos (por eso tapa su desnudez), no hay confianza cuando se está preso y se desconocen las causas, no hay confianza cuando se siente la dependencia de la valoración-aprobación del otro para obtener el reconocimiento liberador.

Reconocimiento que pronto le expresa un hombre adulto de mediana edad que aparece por la noche mientras ella lee un libro con el simbólico título de Ficciones, en eso –en la ficción, en el ensueño de alguien que cree desconocer- está inmersa ella desde que entró en esa finca. El hombre le comenta: “Es usted un caso muy interesante. Valiente pero flexible. Lo aceptó, hizo lo que era necesario. Y está muy bien”, y le habla de que la mayoría de los “otros” que estuvieron en su situación no lo llevaron tan bien: “usted es realmente extraordinaria”. Alice permanece imperturbable sin levantar la mirada del libro y siguiendo su juego esquiva sus preguntas con un empoderado: “yo tampoco respondo preguntas”, sí ella verdaderamente es extraordinaria.

Al día siguiente encuentra un chaval que tiene una gran jaula con pájaros que libera uno a uno. Le habla de la estupidez de los pájaros enjaulados: “No se dan cuenta de que podrían salir a penas la puerta se abre”, y le comenta que los hombres que la tienen presa la conocen.

Y suena el teléfono de la casa –antes sin línea- al que contesta Alice dándose cuenta de que habla consigo misma, mientras el chaval suelta un pájaro que –como ella- no encuentra por donde salir. Señales que despiertan en Alice la confianza para volver a intentar escapar del ensueño. En una de las escenas más logradas del filme Chabrol nos muestra como al salir de su habitación observa un velo espacio-temporal a modo de película oscilante de agua-espejo, Alice lo atraviesa con valor quedando aturdida sobre el suelo, se arrastra con dificultad por él observando un pájaro muerto. Y logra salir al exterior donde hay más pájaros muertos, pero a pesar del mal presagio consigue escapar de allí en su coche. Aunque no escapa del ensueño, tan sólo cambia de escenario y tal como indicaron los pájaros el juego huele a muerte…

 

 

Tanatos y Eros

Alice llega a un restaurant donde se celebra un funeral por una mujer. Se celebra de forma festiva, solo el dominante negro de las vestiduras recuerda una reunión fúnebre. Los comensales –hay alguna mujer, pocas- se lanzan a bailar por parejas con un frenesí de tintes eróticos, la camarera con un llamativo vestido rojo baila con ellos. Alice -estupefacta- rechaza participar en la fiesta y sale en su coche. Nuevamente se rompe el parabrisas y vuelve a estar frente a la finca.

La historia se repite, ahora Alice encuentra respuestas a su situación. El anciano le explica que todos ellos y todo lo que ve son apariencias destinadas a ella que pueden ser modificadas si lo desea. Y dando a entender que son seres infernales –al inicio Chabrol ya nos da la pista al mostrar que el péndulo tiene una cara demoníaca sonriente- le propone que al día siguiente descienda al sótano donde experimentará una transformación moral y física tras la cual acabará su tormento. Antes le inyectan una substancia roja pasión mientras una enfermera le susurra y besa sensualmente. Por la mañana va hacia la puerta y desciende a la oscuridad. Tras lo que se nos muestra el parabrisas roto, el coche empotrado en un árbol y Alice muerta. Un ciclista se acerca, la ve y sigue su camino como si nada. La muerta era ella.

 

Mundos

La obra en su surrealismo deja mucho lugar a la interpretación personal. Plantea grandes temas que -como el ambiente onírico en el que se tratan- se desvanecen con facilidad. Todo es un juego en el que Chabrol nos sumerge entiendo que con la intención –al igual que hace con Alice en el filme- de desconcertarnos, de romper nuestros esquemas lógicos y morales. De alguna manera se da la vuelta, se invierte ese mundo reglado al que denominamos realidad para mostrarnos otro mundo sin reglas conocidas o reconocidas.

Me viene a la mente El discreto encanto de la burguesía del maestro Buñuel en la que nos muestra a unos comensales sentados en la mesa en sus inodoros compartiendo lo escatológico y disculpándose para ir al excusado a comer en privado, todo entiendo como forma de plasmar la absurda tendencia en nuestras sociedades “civilizadas” de esconder lo que nos desagrada por catalogarlo como “sucio” cuando es natural. Lo mismo suele ocurrir con el exhibir el cuerpo desnudo, el besar pasionalmente a alguien sea del sexo que sea o el celebrar con desenfreno la muerte de un ser querido, situaciones que se muestran en Alice ou la dernière fugue.

El mundo onírico en el cual transcurre la película es pues un mundo invertido, un mundo transgresor cuyo objetivo estaría en la liberación de las ataduras lógicas y emocionales propias de lo que denominamos mundo real.  Y esos hombres atrapan a Alice en su juego onírico cuales luciferes o portadores de la luz a otras posibilidades de ser que en el mundo real se niegan-reprimen-demonizan. Tras las pruebas de valor que ella supera en su encierro, afronta la final en el descenso al oscuro sótano de la finca como la oportunidad de ver-vivenciar todo ese universo. Un vivenciar del que nada sabemos que está totalmente fuera de lo real donde se nos muestra ya muerta; un mundo –el real- que quizás sea muchas veces más inhumano que lo que podríamos imaginar como infierno, así parece quererlo indicar el realizador con la no ayuda del ciclista.

Dos mundos diferentes o quizás no tanto. Me llama la atención lo que el anciano le explica a Alice sobre ese mundo onírico (lugares y personajes) en el que se encuentra: que existe para y por ella, y que puede modificarse a su voluntad. Sabemos que la psicología aborda los sueños como construcciones para entender y entenderse, y que esos sueños son muy nuestros, en ellos a menudo aparecen personajes y lugares con los que nos identificamos. Pero la obra propone que esto puede ocurrir más allá del sueño lo que me lleva a preguntar: ¿nuestras vidas reales con sus personajes y lugares también existen para y por nosotros? Uno tiene la sensación de que la respuesta es que sí.

 

Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Sylvia Kristel en Alice ou la dernière fugue (1977).