«Amantes por un día», de Philippe Garrel: Las tonalidades de la profundidad

Esta es una obra audiovisual muy recomendable por todas las sutilezas estéticas, plásticas, el buen plano, la cuidada música, la coherencia y el detalle que posee. También porque como sociedad, nos hace falta empaparnos de belleza, y el gran cine nutre. Lo lamentable es que para poder acceder a este tipo de filmes, debamos hacer un esfuerzo y rebuscar las formas a fin de encontrar los espacios. Porque nos guste o no, en nuestra querida sociedad neoliberal prima la inmediatez, lo desechable, y prevalecen los largometrajes de extrema tontera y de «acción» en la cartelera.

Por Alejandra Coz Rosenfeld

Publicado el 10.5.2018

Amantes por un día (L’amant d’un jour, 2017) es una película francesa que se estrenó hace pocos días en Chile. Dirigida exquisitamente por Philippe Garrel (1948), quien lleva a cuestas una treintena de largometrajes, la mayoría con un leit motiv común: lo vincular, y digo esto no porque sea una experta en su obra cinematográfica, sino porque sólo con ver las carátulas y los títulos, se puede deducir que lo que apasiona a Garrel son las relaciones humanas y que claramente tiene una gran sensibilidad para llevar esos temas hacia un lenguaje audiovisual.

La música es de Jean-Louis Aubert, con quien ha trabajado anteriormente. Aubert posee la misma sutileza y sensibilidad para la creación de atmósferas, cargadas de realidad, la romántica, esa real, la que siempre fluctúa entre el amor y el desamor, sin esos escenarios de finales felices y de amores y príncipes azules, que escapan de lo realmente tangible.

Sin ningún tipo de pretensiones, ni sonidos ensordecedores, ni ritmos acelerados, el piano que acompaña cada tanto, abre lugares y posibilidades, variantes al flujo emocional, como un canto de agua. Incluso es de poco diálogo, cargada más bien a las sensaciones y a las imágenes.

Son tres los personajes principales que van desarrollando distintas maneras y formas de afectos, compromisos, relaciones y cortes. Y una voz femenina en off que cada tanto relata desde un otro, un afuera, una racionalidad y una explicación, quizás, todo lo que va sucediendo en el adentro de cada uno de ellos. Y esa voz femenina, está muy bien utilizada porque carga de sensibilidad a los personajes, sean femeninos o masculinos, la voz representa lo Yin, lo interno y contenedor.

El largometraje es en blanco y negro, con planos muy delicados y muy dentro del cotidiano. Y pienso, no hace falta el color, no se extraña, sino más bien la escala de grises, blancos y negros, hablan también de la forma que tenemos de relacionarnos, y de la manera en que las relaciones interpersonales se van moviendo, al igual que la vida misma. A veces vemos todo negro, o todo tan resplandecientemente blanco y brillante, otras tenues y grises, como las tonalidades de nuestros estados más profundos.

Basada únicamente en el ir y venir, en la marea voluble de sentimientos, en la racionalidad vendada por el corazón; el filme muestra la fragilidad y la fortaleza de los protagonistas. Es una película suave, rítmica, con paso tranquilo, como la mutabilidad de las lágrimas y del interior, la impotencia, el descontrol, lo instintivo, que cada tanto desbordada física y emocionalmente a los personajes, sin perder el tono pausado e interno.

El amor se encuentra en la delgada línea ubicada entre el placer y el dolor.

El jadeo, el placer, el jadeo, el dolor, el jadeo en sí, que se mece en su propio vaivén. La ambivalencia del amor, lo que hiere y descama la piel, el deseo, la carne que quema, lo animal, irrefrenable, la soledad que escuece y el amor no correspondido, a veces, mal interpretado. La medida de mi amor en tu amor que no encaja, por más que se intente.

El delgado límite placer y muerte, pequeñas muertes y renacimientos, las tantas veces que debemos ser Lázaro, para lograr recomponer lo que creemos, nos quita y nos da el aliento, y nos une, como un ser todo tuyo y un ser todo mío en un mundo que vamos co creando como nuestro.

El jadeo de acabar, de dejar ir, el jadeo del ritmo del encuentro amoroso, del encuentro que crea un tempo propio .

Tres historias entrelazadas por medio de secretos, lealtades invisibles, lealtades de género y debilidad.

La mentira utilizada como recurso de escape, el ahogo de las emociones, el dolor de decir que ya no más, el oído sordo al silencio de las palabras que ahogan y la distancia de las manos. La lejanía, ese sabor amargo y de despecho que todos conocemos.

La escena del baile, en los distintos planos y movimientos, es como la danza de las relaciones a lo largo de la vida, la pareja de baile, el cambio de pareja, los giros y vueltas, la necesaria y sana transformación en y de cada relación, transformación de cada uno de los participantes, los amantes de un día, lo efímero.

Ese instinto, que con soltura nos hace tropezar en los brazos de un ritmo que se atrae, dure lo que dure, se aprenda o no se aprenda lo que se tiene que aprender.

Se invierten los papeles, los jadeos, las ansias y el perdón. Y como eslabones vuelven a unirse para cerrar otros círculos y así abrir las posibilidades.

Es necesaria la muerte, aunque sea por un tiempo acotado, que distancie y tome nuevo aire, se reinicie, se desclasifique o se apriete el delete sin dar vuelta atrás.

El insondable y desconocido mundo de las emociones, donde muchas veces se ocultan, parecen inaccesibles, olvidadas y difíciles de escrutar. El miedo hacia el otro, miedo a la posible herida, a la duda, la sospecha, la exposición, la mala comprendida debilidad. Otras tantas, exaltadas, escupidas, apasionadas, desbordantes, incontrolables, dominantes y dominadas y otras tantas subyugadas, bajo el margen, recortadas y recatadas en la justa medida. Son parte del carácter y de la personalidad de cada cual, de cada quien, de cada ser y eso es con cada uno, un universo propio y paralelo. Porque yo sé lo que siento, aunque me confunda y zigzaguee, pero nunca sabré lo que siente a ciencia cierta el otro, por mucha empatía que podamos tener, nunca lo sabremos en cuerpo y alma, sino basado en suposiciones que están basadas en más suposiciones y ganas de.

Amantes por un día es una obra muy recomendable por todas las sutilezas estéticas, el buen plano, la buena música, la coherencia y el detalle. También porque como sociedad, nos hace bien empaparnos de belleza, y el buen cine nutre. Lo lamentable es, que para poder acceder a este tipo de filmes, debamos hacer un esfuerzo y rebuscar las formas para poder encontrar los espacios. Porque nos guste o no, en nuestra querida sociedad neoliberal prima la inmediatez, lo desechable; prevalecen los largometrajes de extrema tontera y acción. Y las únicas salas disponibles, son como la comida chatarra de la industria, marcadas con algún logo de estas grandes cadenas de mierda, que lo único que han hecho es uniformar y contaminar el antiguo rito de ir al cine.

No es fácil ver buen cine en el cine. Y sucede tanto con el cine latinoamericano, europeo como con el propio cine chileno, el bueno por supuesto. No hay espacio para ese cine, para el verdadero cine, y si lo hay, y de sobra para la seguidilla de patadas, violencia, disparos, carreras de auto, que lo único que fomentan es la adrenalina, la violencia y  la estrechez mental. Ni hablar de lo grotesco de la estética de ese tipo de lugares. Sólo mencionar lo horroroso para la vista, que puede llegar a ser un balde de cabritas o un vaso de alguna bebida derivada del imperialismo, XXXL de litro y medio, para que además de envenenar los sentidos, te envenenes la sangre. Miras y masticas mierda.

Esa evidente necesidad, cada vez más burda de emoción envasada, bien acotada y absolutamente desarraigada del sentir verdadero, películas con agregados y exagerados efectos especiales, con el extra, con el vale por, 3D, 4D, donde se mueven asientos, llueve y sale humo, hace de manera intencionada, que la indagación hacia el adentro sea imposible, y eso significa seguir cayendo en la oscura manipulación de información que está detrás de toda esta avalancha de información basura. Acá dentro de un mismo cine, se exhibe la misma película, hasta en cuatro salas. Quedando expuesta otra mafia más controlada por los poderes imperantes que parecen inofensivos, pero que van dejando resultados claros en nuestra sociedad.

En otros países, es muy diferente el acceso al buen cine, basta con cruzar la cordillera y ver cómo nuestros hermanos trasandinos sostienen y cuidan su memoria, a través del resguardo de la cultura hecha en casa. Porque a pesar de que tienen similares cadenas de cines, el contenido es muy alentador. En cartelera lo que más se ve es cine argentino, ciclos de cine experimentales, cine arte, etcétera, gran variedad. Y realmente lo que menos se ve son las películas de hiperacción. Y claramente es porque el público a su vez exige, y porque la cultura y el acceso a ella, está al alcance de todos. Aún existen locales donde puedes encontrar música por ejemplo, grandes disquerías, negocios de barrio, ventas de películas, de libros a precios justos. Acá eso lo encuentras a la mano sólo en ciertas cadenas de supermercados, y en los cada vez más escasos locales que siguen dando la pelea por la memoria, para no ser engullidos ni extinguidos. La única diferencia sustancial, es en Argentina, la educación gratuita y de calidad sí existe y es eso lo que cambia el panorama por completo, porque el acceso a la educación es el acceso al desarrollo de un pensamiento propio, no tan fácil de maniobrar.

Por algo en el documental La doctrina del shock, Naomi Klein dice que el gran experimento neoliberal se realizó y se continúa realizando en Chile.

Por lo tanto, sean bienvenidas todas la películas que bañen de inteligente belleza los contenidos.

 

 

Las actrices Louise Chevillotte y Esther Garrel en un fotograma de «L’amant d’un jour» (2017)

 

 

Tráiler: