«Ars disyecta. Figuras para una corpo-política», de Alejandra Castillo: La construcción de una teoría feminista post-humanista

El presente ensayo (lanzado originalmente en 2014, y que ahora se reedita luego de ser inencontrable) lleva a cabo un cuestionamiento de las metáforas que han descrito lo femenino y que se han trazado -tanto en el plano de la política como de la estética- sobre una argumentación retórica instalada más allá de la distinción entre cuerpo y naturaleza, con la finalidad creativa de tramar formas públicas y prácticas artísticas, que dialoguen en cuestión del adentro y del afuera, acerca de la intimidad y de la exterioridad, en torno a las gramáticas íntimas de la sexualidad (y de su inserción global), pero en el contexto de una anónima e hipertecnologizada sociedad capitalista.

Por Natalia Taccetta

Publicado el 4.1.2019

Ars disyecta. Figuras para una corpo-política [1]de Alejandra Castillo se propone una serie de operaciones fundamentales sobre la escena artístico-política contemporánea a fin de desarmar diversos fundamentos del sentido común alrededor de dispositivos como “identidad” o “género”, con el objetivo primordial de pensar en profundidad la relación entre imagen y feminismo. En este sentido, confía en que el terreno del arte es una matriz insoslayable en el marco de la cual criticar la heteronormatividad, los binarismos y la biopolítica.

El libro de Castillo parte de la necesidad de pensar la figurabilidad tanto del cuerpo como de la política, es decir, la posibilidad de describir lo disyecto que pueda desarmar desde la vulnerabilidad como patrón definitorio hasta las tramas del cuidado. La referencia al Anti-Edipo (Gilles Deleuze, Félix Guattari, 1972) le permite a la autora inscribirse en el terreno inestable de flujos y de fragmentaciones que, precisamente, podrían interpretarse como las dos direcciones que encauzan la escritura del libro. Este se halla en ese límite, en una frontera siempre en disputa para situar las prácticas feministas actuales que cuestionan el signo masculino/femenino a través de operaciones poético-políticas ligadas a la transgresión, la parodia y la perturbación, entre otros procedimientos. En efecto, las prácticas feministas abyectas que comenta Castillo le permiten “deshacer el género”, esto es, la “producción y la normalización de lo masculino y lo femenino” (p. 43), para desnudar asunciones ligadas a discursos que obliteran el hecho de que el problema no es solo el binarismo, sino la textura eminentemente masculina que configura la subjetividad contemporánea y el entramado liberal.

El arte feminista que Castillo estudia avanza sobre estos problemas “sin el interés de la simple incorporación o de la sublimación, sino buscando precisamente la mutación del signo de lo masculino/femenino” (pp. 12-13). Esa mutación, esa ars disyecta, desnuda el tempus horribilis que acaeció tradicionalmente sobre las mujeres, donde la autora busca las pistas para un nuevo relato, convencida de que el arte que le interesa se instala en un no lugar donde se combate el cuerpo afirmativo y productivo y se componen subjetividades monstruosas y cuerpos post-genéricos.

Aun inscribiéndose en el legado de interrogantes clásicos –como aquel de Linda Nochlin sobre por qué no ha habido grandes artistas mujeres- y abrevando en publicaciones fundacionales -como Heresies [2]-, los capítulos-conceptos de Castillo construyen una teoría feminista post-humanista que piensa a la mujer como límite y como figura del exceso. Un exceso del que la teoría disponible no logra dar cuenta y que las artistas contemporáneas discuten sin cansancio: Mary Kelly archivando y negándose a definir el arte feminista o Cindy Sherman asumiendo la indeterminación como lugar de enunciación, entre tantas otras. Castillo propone el cuerpo alrededor de lo femenino como alteridad a partir de los filmes de Chantal Akerman pero también de las performances de Shigeko Kubota, Judy Chicago o Carolee Shceemann. Las obras de Louise Bourgeois le permiten pensar lo deforme, las de Shirin Neshat la mudez o las de Ana Mendieta la fiereza como única alternativa para madurar el cuerpo. En la línea teórica de Donna Haraway, la cyborgización del cuerpo es marca de múltiples instalaciones o performances como también lo es la exploración del cuerpo-fetiche que circula por las obras de Nicola Constantino.

Entre Pandora y la Gorgona, Castillo piensa lo femenino como fármaco y fórmula, como inscripción obligatoria para pensar la voz de la subalternidad. Siguiendo estas premisas es que construye un archivo post-humanista sobre las mujeres, incluso partiendo del viejo problema de su inscripción en el espacio público. Indaga sobre estos dictum clásicos para volver evidente sus fundamentos patriarcales rechazando compromisos del arte femenino o feminista de las mujeres qua mujeres, cuestionando las retóricas del cuidado y los reveses del discurso de la inclusión social en un ámbito conservador como el del Chile actual (aun después de haber tenido una presidente mujer y una presencia fuerte de mujeres en ministerios, tal como se ocupa de aclarar). Sin embargo, al revisar estas inquietudes conocidas se convence de la importancia de pensar la estética combatiendo la domesticación de lo sensible, con una mirada insumisa frente al cuerpo heteronormado y la política masculina –más que binaria. En este sentido, Castillo asegura la necesidad de abordar estas cuestiones desde un punto de vista de los modos de afección no-humanos que permitan desmontar el lenguaje y las ficciones humanistas heridas de muerte.

Ars disyecta analiza también las mitologías que se configuran alrededor de la relación entre la mujer y el amor, lo que implica revisar la preeminencia del género como norma, como lógica de conocimiento y reconocimiento, que incurre hasta en la homologación entre género y mujer. Al revisar una importante cantidad de muestras de artes visuales, reconoce este examen en el guión de curadoras chilenas que –precisamente contra la idea de “género” como concepto uniforme- prefieren pensar a partir de tránsitos, construcciones, flujos, búsquedas, exploraciones. El feminismo post-humano de Castillo reivindica la alteridad radical como terreno de pensamiento haciendo confluir lo queer de Judith Butler, lo cyborg de la mencionada Haraway, lo fronterizo de Gloria Anzaldúa, lo contrasexual de Paul B. Preciado y lo monstruoso de Rosi Braidotti. Estas teorías trazan un mapa en el cual Castillo se instala para escapar a la identidad unitaria y pensar modos de la subjetividad que realmente –y no solo discursivamente- abandonen los binarismos.

En los bordes de lo político, aparece su reflexión sobre lo post-pornográfico, auténtico ars disyecta, que introyecta el discurso de la violencia para volverlo evidente, para desmenuzarlo y torcerlo en su contra. Entre los 72 objetos de Rhythm 0 (1974) de Marina Abramović y el espéculo de Annie Sprinkle, el cuerpo de las mujeres deviene objeto pornográfico y superficie de inscripción de lo post-pornográfico contra el higienismo o formas domesticadas de la visceralidad. Entre la satisfacción como construcción y la sensibilidad femenina como acusada, aparece el “pánico genital”[3], que no se resuelve ni en el doblez del placer ni en el miedo a la violencia patriarcal, sino entre ambos. Castillo busca la síntesis disyuntiva del monstruo en los cuerpos azotados por las retóricas del feminismo o los contratos sado-masoquistas siempre disruptivos. “Materia y forma” que configura un archivo –dispositivo inexorable del arte actual- que subraya siempre la incompletitud, el exceso imposible de encorsetar de lo femenino, su carácter de apariencia cambiante y potencia.

Entre la reproductibilidad técnica y el régimen biopolítico, Ars disyecta se preocupa por la prótesis y el artefacto que puedan interrumpir la máquina de productividad, asumiendo una descripción post-pornográfica de la belleza y de la sexualidad. Castillo parece implicar que lo tecnológico configura identidades tanto como el arte valores que discuten políticamente sobre la precariedad de la vida. Entre las estéticas radicantes y las relacionales –discutiendo con estetas como Nicolas Bourriaud-, la autora piensa estéticas corpo-políticas que “buscan interrumpir el círculo de la producción con lo que la vida tiene de desobramiento” (p. 94). En este sentido, Castillo propone la desobra, la im-producción, lo im-político como el tipo de acción-interrupción que repolitiza la vida y desvela violencias cotidianas. Esas que apareciendo en la performance vuelven manifiesto que la imagen “hace algo” (toca, afecta, hiere), tal como afirma Ars disyecta. El cuerpo político que disecciona Castillo en el arte (el representado, el performado, el biotecnologizado) está inmerso en el campo de las relaciones de poder-saber que operan sobre él cercamientos, marcaciones, sometimientos, suplicios, ceremonias y trabajos. El cuerpo producido por la biopolítica se convierte en superficie de sublimación y gesto. No se vacía ni se evacúa en las performances o instalaciones, ni se reduce a una dimensión puramente orgánica, sino que es sujeto-objeto fluido, excesivo, problemático. Las experiencias abyectas del arte contemporáneo resitúan el locus de lo humano en el escenario biotecnológico conformando una plataforma de subjetivación que expone el cuerpo viviente de la biopolítica en el cruce de su condición de vida desnuda, producción digital y deriva artística, fusiones que desafían las concepciones hegemónicas en torno al quehacer artístico y la territorialización disciplinar.

El libro de Castillo cuestiona todas las metáforas operantes incluso en los discursos aparentemente progresistas promoviendo imaginar formas post-humanas –de algún modo neo-humanas- que organizan nuevas reparticiones de lo sensible y nuevos modos de lo común. Frente a la profilaxis de esas propuestas más o menos teóricas, Ars disyecta piensa filosóficamente la imagen. La heterogénesis y la heterocronía son las marcas que la autora le atribuye para relevar su potencia. Afuera del tiempo pero en el tiempo, la imagen marca el límite y exhorta a entrar; expulsa y plasma lo íntimo. Se trata de ese espacio-tiempo éxtimo que vuelve extraño lo cercano, ajeno lo más propio. He allí el monstruo, el mapa sobre las metamorfosis y la perturbación; la superficie que al figurar –a la mujer, al género- lo des-figura. Entre lo artefactual, lo animal, lo vegetal, lo sexual, Castillo propone explorar el trasvestimiento permanente que pliega los matices del deseo y habilita formas de vida que, entre bíos y zoé, se las ingenian para resistir y atravesar.

 

 

Citas:

[1] Alejandra Castillo, Ars disyecta. Figuras para una corpo-política, Santiago, Editorial Palinodia, segunda edición, 2018.

[2] Heresies: A feminist Publication on Art and Politics fue una revista feminista estadounidense sobre arte y política producida entre 1977 y 1993 por el Heresies Collective de Nueva York. Actualmente, es posible consultar online los números en: http://www.metamute.org/community/your-posts/heresies-feminist-publication-art-and-politics-no-1-27-1977-1993

[3] Referencia a Genital Panic (1969), de Valie Export.

 

Natalia Taccetta (1978) es doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires y doctora en Filosofía por la Universidad de París 8. Se especializó en la filosofía de Walter Benjamin desde una perspectiva que cruza la filosofía de la historia y la estética. Actualmente es auxiliar de la materia de Filosofía de la carrera de sociología, en la Facultad de Ciencias Sociales, de la UBA y jefa de trabajos prácticos de la Carrera de Artes Audiovisuales de la Universidad Nacional de las Artes (UNA). Es magíster en Sociología de la Cultura por el Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES-Universidad Nacional de San Martín) y profesora y licenciada en Filosofía por la UBA. Ha sido becaria doctoral de CONICET. Integra proyectos de investigación sobre temas de filosofía y dirige un proyecto de estética en la Facultad de Filosofía y Letras, de la UBA. Publicó Agamben y lo político (Prometeo, 2012), Representaciones y subjetividad. Figuras de dominación en el cine argentino reciente (Editorial Académica Española, Berlín, 2011) y dirige la colección Historia e Imagen, de próxima aparición (Ed. Prometeo).

 

 

«Ars disyecta. Figuras para una corpo-política», de Alejandra Castillo, en su segunda edición de 2018, por Editorial Palinodia (Santiago, Chile)

 

 

La teórica feminista chilena Alejandra Castillo

 

 

Crédito de la imagen destacada: Editorial Palinodia.