«Carga»: La notable ópera prima del portugués Bruno Gascón

La erudita y poética mirada del redactor argentino del Diario «Cine y Literatura», analiza ahora el sensacional primer filme de un director que se enfrenta audiovisualmente a la tragedia de las mafias y de la corrupción que operan en forma poderosa y a través de las sombras en las sociedades del Viejo Continente, acá mediante la crítica total de una cinta insoslayable.

Por Horacio Ramírez

Publicado el 30.5.2019

¿Cuál es el fatal destino que tiene mi libertad? ¿Puedo ser libre encadenado a la existencia? Si lo que hago “libremente” lo hago porque quiero hacerlo, ¿no estoy atado a ese deseo, a mi voluntad, a mi necesidad?

¿Es acaso el Universo todo una gigantesca trampa? ¿Existe algún sitio -físico, místico o religioso, lo que sea- donde puedo estar libre de toda atadura? Éstas y un sinfín de otras preguntas alimentaron a la maquinaria filosófica de todos los tiempos.

Existen definiciones de Libertad en tanta cantidad como definiciones acerca de la Verdad o la Realidad. Esto es: casi una por persona… Son conceptos tan inmediatos y basales que hasta el más torpe ser humano se habrá hecho un mínimo planteo en tal sentido en algún momento de su vida.

Aunque la persona no se conforme un aparato filosófico completo acerca del tema de la Libertad, no deja de ser un problema a resolver en algún momento de la vida… aunque sabemos que, de puro complejo y abstracto, ya sea mediante concepciones mundanas o académicas, las especulaciones son una nebulosa oscura -o encandilante- de ideas que se contraponen, se promueven y anulan muchas veces con la misma validez de razonamiento inherente.

Pero también es cierto que esta matriz indefinible de ideas debe tener, seguramente, algún grado de sistematicidad… y es en la búsqueda de sistema en semejante vorágine en tiempo y espacio de ideas, donde hace falta la especulación filosófica. Pero, aún así no deja de ser un enredo, es decir que tampoco deja de ser especulación, es decir, una serie de juegos especulares, juegos de espejos… ideas que vienen y van en infinidad de respuestas, pero que resultan ineficaces a la hora de dar una solución al problema, extremadamente práctico, de la Libertad: estamos más dispuestos a asignarle libertad a las partículas subatómicas que a los Hombres.

De hecho -y aunque se enojen los filósofos-, la Filosofía es siempre un enorme manojo de respuestas que no alcanza a constituir ninguna solución práctica… y generalmente, cuando parece ofrecer una solución a un enigma del pensamiento y alcanzar la esfera de la praxis política, decanta como germen de tiranías. De hecho, no existe “verdad” filosófica acerca de la Libertad del Hombre que, al ser aplicada en alguna forma de gobierno, no haya terminado en alguna forma de esclavitud.

Una definición acabada del término parece una imposibilidad hasta, si se quiere, lógica, ya que quedamos atrapados entre las necesidades lógicas, amén de las lingüísticas y sociales, que Erich Fromm detectara como condicionamiento inevitable para cualquier proceso mental más o menos consciente… aún queriendo pensar “fuera de la lógica”, ésta sería la que definirá, en última instancia, el marco de la alienación.

Por lo tanto, la Idea de libertad sólo puede analizarse a través de esas concreciones que se establezcan en aquella “nebulosa” de ideas. Según esto, es la crítica de las determinaciones fenoménicas o conceptuales de la libertad el único punto de partida para una reflexión filosófica sobre el tema, que extraiga algo potable de la “nebulosa”… pero el triple condicionamiento signado por Fromm seguirá estando presente y la Libertad, como concepto aprehendible por la mente, no pasará de ser un oxímoron: la Libertad nunca sería, en tanto que conceptualizada, libre.

Ante esta situación en las que se ven comprometidas nuestras ideas acerca de la Libertad, uno se ve tentado a pensar en que ella es algo así como la primera víctima de cierta clase de esclavitud… en este caso, una esclavitud tripartita, entre los tres amos que mencionáramos: la lógica, la lingüística y la sociedad.

Aunque todavía podemos hacernos otra pregunta: ¿es la libertad una cosa, un sustantivo? Si fuera tal el caso, resulta inevitable que, como cosa, esté atada por lo menos al hecho de la existencia, y si es concebida como un estado, aporta condiciones, restringiendo, paradójicamente, la presunta libertad de las personas.

Pero… ¿qué pasa si decimos que la Libertad es un verbo? Si decimos, por ejemplo, que Libertad es un camino y que un camino es más que un accidente del terreno sólo cuando alguien camina por él… entonces, lo que llamamos “Libertad”, puede ser tomado como el acto (no el concepto) de desandar ese camino… camino que nos llevará desde las condicionantes presentes que nos definen hoy (que nos dan fines, límites y coartan nuestra “libertad”), hasta una plenitud existencial de la que poco podemos decir, pero que, con seguridad, se encuentra en el cuadrante futuro de nuestros tiempos individuales.

Por eso es que muy bien se puede aplicar la vieja idea de que para “fabricar” un esclavo desde una persona, sólo hace falta quitarle el futuro: a alguien que era libre porque estaba caminando por el sendero de su propia construcción física y psicológica, lo interceptamos a partir de alguna trampa que la detenga en su camino.

Y es ésta la historia del personaje de Victoriya (interpretada por la actriz Michalina Olszanska) que se narra en la cinta portuguesa Carga de Bruno Gascón del 2018: la historia de una persona que, presionada por la situación social que vive en su país de origen en la Europa Oriental, debe migrar -junto a otros que viajan con ella, otros que la antecedieron y muchos otros que la seguirán-, hasta Portugal.

 

El realizador portugués Bruno Gascón

 

Carga

En el filme, el trayecto personal de Viktoriya hacia la sumidad de su propio ser, comienza a ser interrumpido por las condiciones internacionales que vive la Europa Oriental tras la caída de la Unión Soviética y los profundos cambios socioeconómicos de algunas naciones occidentales, como en el caso de Portugal -hoy un “milagro”, pero en 1991, toda una tragedia económica y social.

Europa fue siempre una babilonia de culturas y lenguajes, aún antes de la llegada de las lejanas tribus indoarias. De una montaña alpina a otra, pasando por un valle, se pueden hablar varios idiomas y diferentes dialectos.

El filme, de hecho, está hablado en inglés, portugués y ruso. Pero esas diferencias ya dejaron de ser barreras: ahora son partes de un mismo mecanismo de destrucción de almas que transforma la evolución de las personas en pura esclavitud: lo sabían los soviéticos, por ejemplo, prohibiendo hablar transilvanés en Rumania.

Pero la historia de Carga es también una historia que gira alrededor de la vida y oscura psicología de los propios mercaderes involucrados en el tráfico de personas que son convertidas en cosas: la elemental carga de un camión.

Estos sórdidos personajes, siniestros, sucios a la vista, desprenden el hedor de un alma muerta. Es que ellos también son esclavos. Son, asimismo, desperdicios de la civilización… porque siempre el esclavizador es más esclavo que su víctima. El traficante -como cualquiera que obra el mal- es una persona que ha detenido su progreso personal hacia la plenitud de su ser. Ya no evoluciona: se transforma en un estanque cuyas aguas se vuelven tóxicas para los demás y -como se va viendo a lo largo de la película- también para sí mismos.

El líder de los traficantes de humanos no tiene un futuro, pero sí tiene un pasado y uno de sus cómplices -su hermana- lo descubre, y al develar ese pasado lo expone al espejo de su conciencia, al último reducto de su psique que permanecía lo suficientemente vivo como para poder invocar a la muerte. Perdido todo contacto con su futuro, su línea de vida hacía tiempo que se había transformado en una realidad liminal. Ni siquiera uno de esos cómplices que quiere ayudar a Viktoriya deja de enfrentarse con el truncamiento de la vida que supone la esclavitud.

En el guión, lleno de oscuridad y violencia, y a través de sus nombres, Viktoriya se convierte en la contraparte simbólica del jefe de la banda, Viktor -interpretado por el ruso, radicado en Portugal, Dmitry Bogomolov-. Víctima y victimario. La víctima aplastada por la carga. El victimario volatilizado por su vacío.

Ambos se enfrentan como extremos de una misma tragedia que los separa y supera… y donde el camión, conducido por un sombrío, casi anciano, António (Vítor Norte), será el encargado del traslado de esa carga de dolor, desde las nieves asiáticas hasta el lejano Portugal. El mismo António cerrará la historia de la película al sufrir por partida doble: por su conciencia y por la necesidad que lo llevó al límite de su vida misma…

Carga es la historia de seres humanos que ya han perdido, o están perdiendo, su libertad… y seguimos sin poder definirla de otra forma que no sea como un camino que debe ser caminado hacia alguna clase de excelencia final.

La libertad es un verbo que millones de personas -especialmente mujeres y niños destinados a la prostitución-, ya no pueden articular, y Carga se ocupa de mostrar una de las facetas posibles de este mal que envenena a la raza. Pero hay muchas otras.

Así, en todo el mundo, millones de refugiados son relevados socialmente como un problema, cuando en verdad son un síntoma de ambos lados de la herida. El síntoma de un mal que afecta tanto a quien vive holgada y honradamente de su trabajo como aquel que se ahoga en el Mediterráneo frente a una Italia que no lo quiere recibir en alguno de sus puertos; o que es detenido y repatriado en la frontera del Río Bravo, huyendo de los cárteles y sus mafias o que fuera baleado alguna vez tratando de cruzar el Muro de Berlín.

Es el ignoto campesino que debió someterse a las purgas romanas, a los sobrevivientes de las guerras en Siria o quienes afrontan el riesgo de morir con sus balsas entre Cuba y Miami o entre Marruecos y Gibraltar… Es llegar sin dinero, desconociendo el idioma, expuestos al maltrato. Es arriesgarse a males que nunca serán peores que los que deben afrontar en sus tierras de origen. Es el desarraigo y la oscuridad que los lleva hasta preferir el enfrentarse a la muerte a vivir como esclavos de la miseria económica y moral, la corrupción política o la síntesis de ambos: la guerra.

Sabemos que combatir un síntoma no es acabar con la enfermedad, y aunque Carga es sólo una de las tantas historias de ese gran síntoma, es siempre y en todas partes, la misma historia… desde la antigüedad hasta la actualidad.

La multitud silenciosa de una ciudad, en la escena final de la película, se exhibe indiferente al mal que cargamos como deuda histórica y que cierra como abre: con un texto… en este caso, un texto que nos advierte que nosotros podemos ser las próximas víctimas de esta deuda y que el mismo Fromm identificara, simplemente, como una infantil forma de miedo de nuestra cultura: el miedo de la Humanidad a avanzar por el luminoso camino de su propia Libertad.

 

El actor Miguel Borges en una escena de «Carga»

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

El poeta argentino Horacio Ramírez

 

Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años: “reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad -el Dr. Héctor Blas Lahitte- que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se autopromovían y autojustificaban”.

“La religión -el mal llamado ‘mormonismo’- terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba  sin retorno… La práctica de la pintura -realicé varias exposiciones colectivas e individuales- me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…”.

“He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…”.

Horacio Ramírez actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.

Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.

 

 

Imagen destacada: La actriz Michalina Olszanska en un fotograma de Carga (2018), del realizador portugués Bruno Gascón.