Chile, una historia de clasismo y matonaje: Las razones del estallido social

El exitoso escritor nacional radicado en Honduras y autor de la novela «Casino» y del personaje del detective Frank Decker analiza las causas políticas y culturales que se inflamaron en la explosión emocional y vital, experimentada por el país durante la última y trascendental semana.

Por Patricio Milad

Publicado el 24.10.2019

Después de diez años, volví a mi Chile querido. Quedé asombrado por su modernidad, carreteras, bares, cafés, vida cultural, tiendas, gente en bicicleta, etcétera. Pero también, algo me llamó la atención: la agresividad del chileno, manifestada al volante, al celular, en el supermercado, en el Metro, etcétera. Esta agresividad, desencadenó su furia, lamentablemente, esta última semana.

Este asunto no comenzó con el alza del pasaje del Metro como detonante. Comenzó en los albores de la patria, con la arbitraria distribución de las tierras y los abusos de poder y autoridad. Antaño, ya había una clara estratificación social (en la cúspide de la pirámide social estaban los españoles; luego, los criollos, después los mestizos y al final los indígenas). Toda esa dinámica e interrelación social, atada a las características culturales y económicas de cada grupo, fue evolucionando hasta un Chile marcadamente de clase media, pero con una oligarquía poderosa y celosa de sus prerrogativas. Un crisol social que ha devenido en un Chile racista, clasista y arribista.

Santiago Oriente no es Chile. Punto. Eso es algo que los políticos y empresarios de cuna acomodada no logran o no quieren entender. De colegios bilingües o católicos privilegiados, donde las amistades adolescentes se transforman al madurar en redes de contactos, crecen, la mayoría de ellos, ausentes del devenir del Chile real. Estudian en las mismas universidades, pero no se suben a un micro, no compran el pan en el emporio de la esquina ni hacen malabares para llegar con las cuentas a fin de mes. De apellidos extranjerizantes, rara vez aceptan entre sus iguales a un morenito (“chulo” o “roto”) de apellido autóctono. Son verdaderas sectas de clase, cuyos miembros fortalecen y perpetúan sus lazos de poder e influencia, tanto en la política como en los negocios.

Los coludidos del papel higiénico, farmacias o pollos, el grupo Penta, los narcos, los militares y los carabineros malversando descaradamente fondos, las protestas de los estudiantes en el Instituto Nacional (del cual fui alumno), la arrogancia de la ministra Cubillos, la estafa de las AFP (sistema creado por el hermano del presidente en ejercicio), el desprestigio de los poderes fácticos (Poder Judicial, Iglesia Católica, Congreso Nacional), un presidente que no paga contribuciones, maneja sus ahorros en paraísos fiscales y come pizza mientras su propio país está en llamas, los políticos haciendo de las suyas (llenándose los bolsillos de dinero), un sistema de salud fracasado, farmacias, isapres y clínicas privadas reventando a los pacientes con sus exigencias y precios, el estado financiando a la banca, la privatización de la educación, el agua, la salud y varios servicios más… todo eso y otros elementos adicionales, han ido produciendo un tremendo desencanto social.

La ciudadanía está cansada de los malhechores de cuello y corbata. Está aburrida de los políticos ganando sobre los nueve millones de pesos y ya no aguanta los abusos y malos tratos de empresarios, empleadores y jefes. Súmele el alto costo de la vida, escaso empleo, sueldos bajos y pensiones miserables. Los ministros, además, le faltan el respeto al pueblo con declaraciones estúpidas, como la de levantarse más temprano aún para aprovechar la tarifa baja del tren subterráneo o ducharse en cinco minutos. Burócratas carentes de empatía social.

Al no lograr sus objetivos, la gente se frustra. De la frustración, deviene la rabia. Con la rabia, se desencadena la violencia. Esta, ejecutada por hordas, carece de toda responsabilidad individual. Entonces, apoyadas por las redes sociales y las herramientas digitales, surgen las manifestaciones sociales, las que, aunque con lícitos argumentos, se pasan de la raya y queman, saquean y destruyen, por ejemplo, la maravillosa infraestructura del Metro (que no tiene seguros para estaciones ni trenes). ¿El perjudicado? Todo Chile, internamente (en lo humano, en lo social y en lo económico) e internacionalmente (imagen país, comercio exterior, inversión extranjera, etcétera).

Desde la Dictadura Militar que no se decretaba un Estado de Emergencia. El señor Piñera lo hizo. Él y su equipo, no supieron prevenir ni manejar la crisis país. Estos políticos y burócratas tuvieron que esperar que hubiera muertos, heridos, detenidos, incendios y destrucción para tomar medidas. Ello refleja ineptitud y reactividad. El anuncio dado por el gobernante, además, parece una medida de parche que no soluciona la raíz del problema. Ya van dieciocho muertos, decenas de heridos y miles de detenidos. Hay falta de visión y escaso patriotismo. Codicia y maquiavelismo. Egoísmo, prepotencia y tozudez. Con el señor Piñera y sus secuaces, la democracia ha fracasado.

El señor Chadwick, un pinochetista de vieja guardia, tiene muchísima responsabilidad política, tanto en el caso Catrillanca, como por las muertes durante las manifestaciones populares. Ha habido abusos, atropellos, homicidios, detenciones, torturas, golpes, violaciones y arbitrariedades. Carabineros y FF.AA. se han sobrepasado. Eso no se borra con una simple declaración de exculpación.

Urgente será convocar a todos los sectores y sentarse a dialogar. Una nueva constitución necesita Chile. El sistema neoliberal ha demostrado que ha fracasado, por lo que habrá de encontrarse nuevos modelos, más justos, más solidarios, más íntegros, diseñados para los más desvalidos, no para las élites, modelos inspirados, por ejemplo, en las economías escandinavas.

Me duele Chile. Me preocupa Chile. Los políticos corruptos pasarán, pero los muertos son un hecho. Los heridos deberán sufrir sus secuelas. Las pérdidas son millonarias. La buena imagen país costará recuperarse. Los DD.HH. han sido atropellados. La democracia está en un equilibrio precario.

Me duele, mi Chile querido.

 

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Patricio Milad (Santiago, Chile, 1968), vivió sus primeros 38 años en Chile. Es publicista de la Universidad del Pacífico (Chile), con estudios adicionales en comunicación audiovisual. Por ahora, vive en Honduras, con su esposa. Se ha dedicado a trabajar en marketing, arte, educación y comunicación, desarrollando varios proyectos emprendedores. Actualmente, es docente universitario y además, estudia psicología.

Ha escrito cinco obras de ficción. El libro Destino (2014), una novela psicológica, es su primer título. Oniris (2015), su segunda publicación, es un thriller con toques policiales. Casino (2016) es una novela negra (noir o criminal). Fuego (2017), es un relato posapocalíptico. Quimera (2018), es su segunda obra del género noir. En Némesis, la tercera novela negra de la saga (obra en redacción), el detective Frank Decker investiga otro peligro caso.

 

Patricio Milad

 

 

Crédito de la imagen destacada: América Digital.