Cine de mundos en peligro: «La habitación», de Lenny Abrahamson: La fuerza de la unión

Una madre y su hijo viviendo en una insalubre habitación por un forzado confinamiento. Ella es Joy, quien hace que la vida del niño Jack —que nació allí— sea agradable a pesar de su secuestro. Este es el punto de partida de la excelente obra dramática que el director y filósofo irlandés rodó en base a la exitosa novela «Room», de Enma Donhogue: el filme es una reflexión en torno a las relaciones paterno-filiares, a los lazos entre las personas amadas y al valor necesario para superar un pasado doloroso, donde destacan las extraordinarias interpretaciones de la pareja protagonista, Brie Larson (Joy) y Jacob Tremblay (Jack).

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 1.4.2020

«Todos nos ayudamos unos a otros a ser fuertes. Nadie es fuerte solo. Compartimos la misma fuerza».
Citado en la película

 

Preliminar

Para aquellos lectores que no hayan visto este filme y quieran hacerlo: quizás sea mejor leer este artículo tras su visionado dado que en él se explican detalles esenciales de su argumento (incluido el final).

 

Encerrados, un mundo pequeño

Se nos muestra al detalle esa habitación, ese pequeño mundo que para Jack es la única realidad. Joy así se lo ha hecho ver para ocultarle la dura verdad de su encierro, para hacerle sentir bien. La creatividad de Ma —así la llama su hijo— no parece tener límites, impresiona ver al niño feliz en esa celda inmune; Joy juega, canta, le cuenta cuentos… y lo manda a dormir al armario cuando llega su secuestrador/violador al que llama “el viejo Nick”. Gran entereza la suya para crear ese clima en esa vivencia tan angustiosa y dolorosa, entereza que a veces flaquea en “días malos” tal y como los denomina Jack.

La habitación tiene tres aberturas al gran mundo, la puerta que requiere de código para abrirse, un tragaluz alto que permite ver el cielo y ocasionalmente alguna hoja que el viento transporta, y un viejo televisor. Para Joy todo lo que ve en él es ficción, da igual que sean dibujos animados o personas. A veces los dos chillan por el respiradero de ventilación y hacia el tragaluz pero “los extraterrestres” nunca responden, la habitación está insonorizada.

Celebran que Jack cumple cinco años y Joy le convence de que ya es mayor, ella tiene un plan para liberarle/liberarse. En ese hacerle sentir mayor la madre va explicándole lo que es real y lo que es ficción, lo grande que es el mundo real fuera de su limitado/limitante cuarto. Jack reacciona de entrada mal y dice que quiere volver a tener cuatro años, pero acaba aceptando esa nueva realidad. Así, Joy le explica el plan para salir de su encierro: hacer ver que él tiene una enfermedad con fiebre para poder ser asistido por algún médico pero como “el viejo Nick” no se deja convencer decide simular su muerte por esa enfermedad desatendida, y esta vez sí funciona el plan.

 

«La habitación» (2015)

 

Fuera, el gran mundo

Jack sale enrollado en la alfombra de la habitación que Nick carga en su ranchera. El niño recuerda las instrucciones de su madre, así se desenrolla de la alfombra y sale, vemos su cara de asombro al ver el mundo exterior. Y en un stop logra bajarse pero Nick lo ve, Jack se escapa y consigue llamar la atención de un buen hombre, el secuestrador acaba marchando cuando este dice que llamará a la policía. Mientras esperan, Jack extenuado tumbado en el suelo recoge una hoja, al fin puede tocarla, está fuera, es libre.

En el coche patrulla, una mujer policía gracias a su empatía e intuición logra averiguar lo que le ocurre a Jack. Él no recuerda el nombre de su madre que estaba anotado en el papel que ella le confió y que Nick le quitó, pero si conserva un diente de Ma que muestra a la agente. Y le habla de la habitación, del tragaluz y de las tres paradas que ese hombre hizo, los tres stop; con esa información localizan el lugar y liberan a Joy.

En una de las mejores escenas del filme se nos muestra el primer despertar del Jack libre en su gran habitación de hospital limpia y muy luminosa, su extrañeza: huele la ropa, sus pies desnudos sienten los tejidos y el pavimento, le deslumbra tanta luz… Y mira al exterior alzando la vista al conocido cielo para seguidamente bajar su rostro y ver la inmensidad del paisaje, y la gran impresión que le produce la altura al mirar al suelo. Desconcertado por todo regresa a la cama compartida y pregunta a su madre si están en otro planeta: “es el mismo pero en otra parte”, responde ella.

Y conoce a los abuelos. El abuelo solo ve y abraza a su hija, en cambio la abuela lo primero que hace es agradecerle el que salvara a su “pequeña” Joy, Jack acurrucado auto-protegiéndose de tanta novedad la mira, los mira a los tres en su reencuentro. Perdido en ese extraño mundo desconocido, Jack sólo habla con Joy y en presencia de otros lo hace en voz baja, en la intimidad de toda una vida a solas.

Jack va descubriendo la inmensidad de la realidad: “El mundo es como todos los planetas de la televisión al mismo tiempo. Hay puertas y más puertas, y detrás de todas las puertas hay otra adentro y otra afuera. Y las cosas pasan y pasan. No para nunca. Cuando era pequeño sólo conocía cosas pequeñas y ahora lo conozco todo”, se dice y nos dice. Jack poco a poco va asimilando el cambio aunque en ocasiones quiere regresar a la seguridad de la habitación, su hogar conocido y controlable.

Estas ocasiones tendrán que ver con las tensiones en la familia que afectan a Joy, para ella es más difícil el liberarse de esa habitación, de ese pasado de dureza y violencia. Los dos van a vivir en la que fuera su casa, hogar que ahora la abuela divorciada —presumiblemente a consecuencia de todo el trauma de su desaparición— comparte con Leo, un hombre de gran corazón. Los vemos en su primera comida juntos a la que también acude el abuelo quien es incapaz de mirar a su nieto, anteponiendo así su sentir al de Joy quien estalla indignada.

En ese acogedor hogar, Jack conoce cómo era la vida de su madre. La habitación de Joy está intacta —reflejo de la esperanza de su madre, una madre nunca se da por vencida— llena de recuerdos. Y Leo pronto se hace suyo a Jack, él es un hombre que mantiene vivo a su niño interior con lo que sabe por naturaleza entrar en el mundo de ese niño asustado. Hablan de su perro Seamus y Jack le explica que: “una vez tuve un perro, se llamaba Lucky pero no era real”. Afortunadamente Jack se va abriendo a él y a la abuela, va saliendo de la relación exclusiva y dependiente con su madre.

No ocurre igual con Joy quien está cansada e irritable: “no sé qué me pasa, debería ser feliz”, confiesa a su madre quien le comenta que es normal porque está cansada, pero ella reacciona con la rabia acumulada en su cautiverio: “has estado muy bien sin mi”, le espeta y la culpa de lo ocurrido afirmando que por su educación del “sé amable” ella fue engañada y secuestrada por aquel hombre.

En ese estado de cansancio la entrevistan (por la presión de los medios y por la necesidad de dinero para costearse los necesarios abogados). Joy habla de que Jack no tiene padre: “un padre es un hombre que ama a su hijo”, sentencia. Y la inoportuna pregunta de la periodista sobre si se le ocurrió alguna vez pedirle a su secuestrador que se llevará a Jack de ahí, que lo dejara en algún lugar como un hospital (se lo pregunta y vemos detrás una fotografía de ella niña con el padre) para que el niño pudiera ser libre, cuestión que remata preguntando si creyó que quedarse allí con ella era lo mejor para él. Qué falta de sensibilidad, qué nula empatía la de esa “profesional” de la información, quien no tiene reparos en culpabilizar a una madre tocada, porque de haber estado bien Joy hubiera podido responder lo obvio: que no tenía garantías de lo qué haría en realidad aquel hombre con su hijo (era necesario que Jack tuviera edad para tener suficiente conciencia y autonomía).

La pregunta la descoloca y va a ser la gota que derrame el vaso de su malestar que le llevará a intentar suicidarse. Y será Jack —siempre a su lado, siempre pendiente de ella— quien la descubra tirada en el baño. Joy ingresa en un psiquiátrico, Jack en su primera llamada telefónica a casa le exige que vuelva con un contundente “yo decido por ambos” o la conciencia de que Ma está mal y que él —quizás más que nadie— puede ayudarla.

Jack es un niño excepcionalmente sensible y despierto que mucho entiende lo que sucede. Se nos muestra cómo rememora a Joy en la habitación mirando a través del tragaluz: “Ma tenía prisa por subir volando al cielo pero se olvidó de mi. Así que los extraterrestres la mandaron de regreso y la lastimaron”, explica en su sabiduría de niño. Jack añora entonces esa habitación porque: “Ma siempre estaba ahí”, así se lo confiesa a su abuela.

Y decide cortarse su larga melena que para él —cual Sansón bíblico— es su fuerza, quiere dárselo a su madre porque entiende que lo necesita más que él: “¿Mi fuerza también puede ser su fuerza?”, le pregunta a la abuela quien satisfecha dice que sí añadiendo unas sabias palabras: “Todos nos ayudamos unos a otros a ser fuertes. Nadie es fuerte solo. Compartimos la misma fuerza”. Y el bello cerrar de los ojos de Jack —del sentir, del imaginar, del desear— cuando la abuela empieza a cortarle, otra experiencia nueva para él. Y mientras le lava el pelo su sentido “te quiero abuela”, un amor de niño.

Jack ya ha salido del encierro: la abuela, Leo, Seamus y un niño vecino con el que empieza a jugar, su primer amigo. Y en ese primer juego con un amigo llega la madre, se abrazan; hablan, ella le dice: “lo siento”, él: “no importa, no vuelvas a hacerlo”, y la madre: “lo prometo”, y le comenta que cuando la abuela le trajo su mechón supo que podía mejorar: “tú me salvaste otra vez”, dice, y dice verdad, porque Joy es grande.

De nuevo juntos, los vemos tumbados en la simbólica gran hamaca del jardín familiar, la red familiar a la que pertenecen, la red que puede ser encierro o puede ser soporte. Jack se dice, nos dice: “Cuando tenía cuatro ni siquiera sabía que existía el mundo y ahora mamá y yo viviremos en él para siempre hasta que muramos. A veces da miedo, pero no pasa nada. Porque seguimos siendo sólo tú y yo”. Y le pide a Ma ir a ver la habitación, allí con una Joy muy incómoda —se queda en el vano de la puerta, no entra— él se da cuenta de que en realidad es pequeña y se despide de todos los elementos que conformaron su antiguo mundo. Jack ya ha dejado atrás todo aquello, y vuelve a echar una mano a su madre diciéndole: “Ma, dile adiós a cuarto”, y ahora es ella la que lo hace pero en voz muy baja. Parece que está dispuesta a cumplir su promesa, a sanarse dejando todo aquello atrás con conciencia.

 

Un fotograma de «La habitación»

 

Confinados nosotros

¿Dónde está la puerta?
En el ladrido de un perro
en una gota de lluvia
en el rostro de todo aquel
al que miras.
Hafiz

Si bien no es comparable —en cuanto a duración y dureza— sí que entiendo apropiado reflexionar en torno a la historia de Joy y Jack y sus paralelismos con este atípico periodo de confinamiento global en el que estamos sumidos.

De entrada, celebrar/valorar nuestra situación privilegiada. Demasiadas personas viven encerradas por larguísimos períodos en contra de su voluntad, estoy pensando en presos (muchos injustamente encerrados), en enfermos (especialmente los psiquiátricos, ese colectivo a menudo incomprendido), en gente mayor confinados en residencias que desafortunadamente suelen ser lugares de aparcamiento en espera de la muerte… Y también demasiada gente con pocos recursos que tienen que “vivir” en espacios tan o más insalubres que la habitación de la obra analizada, o tantos que han de abandonar sus hogares por absurdas guerras o situaciones insoportables. Por no hablar de los sin techo, una realidad que no debería darse en un mundo tildado como civilizado. Ya, el típico consuelo del “tonto”; tal vez, pero es así aunque a menudo no lo sepamos ponderar.

Y siguiendo en la comparativa: el confinamiento global como forma de parar de una vez tanta locura, tanta velocidad en la que nuestra especie occidental “vive”, tanta desconexión con la Naturaleza exterior e interior. Lo expresa claramente Jack en su sabia inocencia al observar nuestro mundo: “las cosas pasan y pasan, no paran nunca”. Pues ahora han parado casi totalmente, ahora se abre la posibilidad de dejar de escapar en la huida a no se sabe dónde del ajetreo en la que nos sume nuestra sociedad occidental/occidentalizada. Ahora podemos reflexionar sobre lo que ocurre en nuestro mundo, sobre lo que nos ocurre a nosotros como seres integrantes de él; ahora podemos darnos más cuenta de qué es lo realmente importante en nuestra vida, ahora podemos estrechar nuestros lazos con los seres queridos…

En definitiva, como suele ocurrir, el desastre trae consigo un regalo. De nosotros como individuos depende el abrir este regalo que contiene —a mi entender— un espejo en el que podemos mirarnos, en el que podemos vernos. El verse como forma de “darse cuenta” de la propia responsabilidad en el vivir, el verse como primer paso para encontrar la verdadera puerta a la salida, las puertas —que somos tod@s— a las que alude sabiamente Hafiz.

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: La habitación (2015), del realizador irlandés Lenny Abrahamson.