Cine trascendental: «Billy Elliot», de Stephen Daldry: Bailar libertad

El director británico dirigió en el año 2000 este drama con toques de comedia donde un preadolescente encuentra en el ballet su modo de expresión. Billy (soberbio Jamie Bell) siente la pasión por el baile en un entorno familiar y social (clase obrera) en el que no se entiende que un muchacho quiera ser bailarín. La película enfatiza el valor del chico para conseguir ser lo que él quiere y la capacidad del padre (Gary Lewis, en una gran interpretación) para acabar aceptándolo y apoyándolo.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 2.9.2019

«Baila en medio de la lucha, baila en tu sangre, baila y sé libre».
Rumi

Luchar

Transcurre la obra en el Reino Unido gobernado por “la dama de hierro” Margaret Thatcher, en una población minera cuyos trabajadores están en huelga. Mucha policía para una pequeña aldea de gente mayoritariamente humilde, están allí para proteger a los pocos obreros que quieren trabajar y para apresar a los cabecillas. Tony, el hermano de Billy es uno de ellos.

Es simbólica la escena en la que Debbie -una niña bailarina- juega distraída con un palo en la calle repasando la pared de ladrillos mientras habla con Billy, para seguir haciéndolo con la “pared” de los escudos policiales. Al despedirse ambos, ella desaparece de escena tras pasar un furgón de las fuerzas del orden. O la dureza de la situación que viven en la población invadida donde la policía es un ente no humano reflejo de un gobierno que prefiere reprimir a dialogar.

 

Bailar

Ya al inicio de la película se nos muestra a Billy bailando libre en el aire saltando sobre su cama al son de una canción de letra: “Yo bailaba a los ocho años. Yo bailaba al despertar. Yo bailé al salir del vientre”, o el llevar en la sangre la música, la pulsión por la danza.

Consciente de que los hombres que se sueltan bailando cualquier baile –y más aún el ballet- son considerados “maricas” por el ambiente en el cual él vive, Billy acude a las clases de la señora Wilkinson sin que su familia lo sepa. En la pasión por la música del chico hay mucho de conexión con la madre muerta, lo vemos a menudo tocando notas en su viejo piano. Así, cuando consigue realizar el giro de danza sin perder el equilibrio, se siente tan feliz que toca entusiasmado el instrumento materno.

Pero su padre se entera por un amigo de que no asiste a las clases de boxeo a las que le apuntó. Ambos están increpando tras el cordón policial a los trabajadores que se saltan la huelga, Daldry confronta simbólicamente esa imagen de brazos masculinos amenazantes con la de la clase de ballet de Billy entre féminas extendiendo sus brazos.

En su incapacidad de entender lo que significa para su hijo el bailar, el buen hombre prohíbe a Billy que siga con las clases de la señora Wilkinson. El chico lo habla con ella quien le incita a enfrentársele y le propone clases particulares sin coste para que se pueda presentar a la Real Academia de Ballet, él dice que poco sabe y ella consciente de su potencial afirma: “lo importante es cómo te mueves, cómo te expresas”.

Esa dedicación desinteresada de Wilkinson abre una relación íntima entre ambos, ella le evoca a la madre. Vemos a Billy con sus cosas junto a la maestra, entre ellas una carta que le dejó su madre ya enferma antes de morir. Se la dejó para que la leyera al alcanzar la mayoría de edad pero él ya la ha leído y se la sabe de memoria (bello sabérselo, bello recordarlo-a, bello nexo que trasciende la muerte). En esa intimidad cómplice Billy se la deja leer, Wilkinson lo hace en voz alta, ambos unen sus voces -se unen en el honrarla con el llegar a ser de Billy-  evocando las palabras de la madre que tanto le ama. La madre con mayúsculas le habla de todo lo que se habrá perdido de él: el verlo crecer, llorar, reír, gritar… “Quiero que sepas que siempre estuve ahí contigo, en todo momento. Siempre estaré contigo”. Y le transmite que está orgullosa de él: “Sé siempre tú mismo. Te amaré por siempre”. Nada mejor que el amor de una madre que se sabe madre, nada mejor para un hijo o una hija aunque desafortunadamente ella esté muerta ese amor perdura.

En este sentido es bella la escena de una noche en la que vemos a Billy en la humilde cocina del hogar pendiente de su abuela, él –siempre cuidando de ella como haría su madre- la tranquiliza y cierra la puerta de su dormitorio cuyo vidrio opaco la difumina tal y como está ella en su demencia senil; tras lo que ve a su madre en un luminoso vestido azul recordándole cariñosamente que no beba a morro y guarde la botella de leche en la nevera, y su cara de desconcierto-vacío al comprobar que ella no está allí.

Llega el día en que Billy ha de presentarse a la audición de la Academia pero no puede acudir porque su hermano ha sido detenido. Wilkinson va a su casa y les explica la verdad. Tony reacciona muy mal, acaba de pasar la noche en una celda. A la profesora le dice que su hermano: “no andará por ahí como una niña para su satisfacción personal” y furioso lo pone sobre la mesa para que le demuestre que sabe bailar: “¡Baila, niña!”, le espeta. Maestra y hermano se enzarzan en una acalorada discusión, mientras se nos muestra a Billy frente a un muro de su pequeño patio -así se siente él- en tensión por la rabia de la indeseada confrontación. Y empieza a moverse, empieza a  bailar de maravilla, todo el vecindario lo ve, también Tony, hasta que simbólicamente llega a una valla de una calle sin salida, allí descarga ya toda su rabia golpeándola. Todo como imagen de las limitaciones que le impiden ser libre, ser quien es: el muro familiar y la calle sin salida del pequeño mundo en que vive.

 

Un fotograma de «Billy Elliot» (2000)

 

El apoyo del padre

Llega otra Navidad sin el calor de hogar que era la madre y sigue la trágica huelga. Es duro para Billy ver a su padre haciendo añicos el piano para obtener la necesaria leña; él se lo mira y le pregunta que si cree que ella se enfadará, él también con el corazón roto lo manda callar.

Tras la triste cena familiar, Billy habla con Michael su único amigo: “qué Navidad más jodida hemos tenido”, él acaba confesándole que es homosexual y Billy le aclara que no es su caso. Van juntos al club y le enseña pasos de baile, momento en el que el padre los sorprende; antes de que diga nada, Billy se luce bailando, él queda impresionado y acepta que se prepare.

El padre lo va a dar todo por Billy. Así, se apunta a trabajar por su hijo, se convierte en “rompe huelga” por él. En una emotiva escena Tony lo ve tras los cristales plagados de huevos y lo alcanza ya en la mina donde discuten: “Es por nuestro Billy, quizás sea un condenado genio”, aclara el padre y acaban abrazándose. Tony tranquiliza a su padre, ahora si está a su lado por el hermano al que también apoya y le promete que conseguirán el dinero para él. Los vemos juntos en casa contando monedas con un amigo; todos pensando formas de conseguir el dinero mientras Billy sonríe satisfecho. O la unión de la gente humilde que en su humildad lo dan todo por alguien o por algo que se lo merezca (es conocido que en general cuanto menos se tiene, más se da).

Llega la esperada y temida audición. En el tribunal de la Academia le preguntan a Billy qué siente al bailar: “Me olvido de todo, es como desaparecer, como sentir un cambio en todo mi cuerpo, como si hubiera un fuego en mi cuerpo, como electricidad. Allá estoy volando como una ave”. La liberación total que es bailar para Billy; cuando baila se eleva sobre la pérdida, el dolor, la dureza… que él siente. En su decir tan hondo está claro, el chico ha nacido para bailar, naturalmente lo aceptan.

Billy va a la capital a iniciar su formación, Baldry nos ofrece una escena del contraste entre la vida que se le abre al chico y la vida de su padre y de su hermano: Billy sentado en el bus con pájaros volando en el cielo y los hombres que lo han hecho posible en el ascensor de la mina tras la doble reja descendiendo devuelta al trabajo. La esclavitud indeseada de ellos versus la libertad sentida y conquistada de él. Libertad la de Billy que da algo de alas a la esclavitud de ellos, su esfuerzo ha servido para que él llegue a donde llega. Billy es como el “enxaneta” de los castellers o torres humanas de Catalunya, llega a la cima por sus méritos pero también gracias a los de ellos, a los de la madre cuya carta tanto le ha ayudado, los amigos…

En la emotiva escena final, padre y hermano acuden al teatro de la capital. A su lado se sienta Michael quien ya no esconde su condición (ha volado libre como su amigo). El padre llorando, Billy concentrándose y saliendo a escena en un salto que es vuelo. O el salto-vuelo en el aire libre del Billy niño que inició el filme y que se nos vuelve a mostrar como bello cierre de círculo de una vida realizada.

 

Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

Una escena de «Billy Elliot»

 

 

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Tráiler:

 

 

 

Imagen destacada: Billy Elliot (2000), del realizador inglés Stephen Daldry.