Cine y literatura: Novelas y cuentos convertidos en películas

Esta revisión no es un examen exhaustivo de todo lo que se podría encontrar, ni tampoco un tratado sobre este amplio campo donde se unen la palabra escrita y lo audiovisual. Persigue ser, en esencia, testimonio de los filmes más importantes que vi basados en textos dramáticos, habiendo a su vez leído estos, antes o después de ser trasladados a la pantalla.

Por Fernando Moure Rojas

Publicado el 29.5.2020

El cine se ha nutrido con profusión de la literatura, en particular de la novela, aunque también en menor proporción de la dramaturgia, la biografía y el cuento. Estos géneros literarios han servido para que avezados guionistas los adaptaran para el celuloide, con o sin ayuda de sus autores. Por lo general, los productores han elegido novelas populares, de alta circulación, aquellos libros llamados Best Sellers.

Un buen guion es condición necesaria, aunque no suficiente para filmar una buena película; uno malo, es improbable que logre un buen resultado, por mucho que lo levanten los actores o una eximia dirección. Con una novela (o cuento u obra teatral) adaptada para el cine, sucede algo similar, pero con una etapa más. En efecto, la buena novela, primero, debe dar origen a un buen guion adaptado; luego, será necesario que este caiga en manos de un buen director, quien a su vez deberá disponer de buenos actores. Cumplido dicho ciclo, estaremos ante posibilidades estupendas de éxito. Posibilidades, que no garantía, pues el público tendrá siempre la última palabra.

Hay quienes sostienen que una buena novela convertida en película pierde parte importante de su esencia, como hay también quienes piensan lo contrario. No quiero entrar en materia de preferencias, ya que como afirmaba mi querida abuela: “Para gustos se hicieron los colores”. Estoy convencido que en esto no hay verdades, sino diferentes realidades y distintas posibilidades creativas, propias de las características de cada expresión artística. Además, está el hecho de que somos seres subjetivos que interpretamos lo que percibimos y, a la vez, seres históricos, en el sentido de que aquello que interpretamos lo hacemos a través del filtro de nuestra experiencia pasada.

Una historia escrita dejará mayor espacio a nuestra imaginación de todo aquello que no se observa, sino que se describe por medio del lenguaje escrito; en ese sentido, trama y personajes podrían parecernos menos evidentes que en el cine, porque no vemos, sino que interpretamos la narración. Por otra parte, el texto suele ser mucho más rico para introducirnos en los pensamientos de los protagonistas, así como en exponernos el contexto de los acontecimientos, materias que el cine suele tratar con menor profundidad y recurriendo a representaciones breves y más simbólicas.

Debo confesar, a estas alturas, que me encantan por igual la literatura y el cine. Con la misma sinceridad, me corresponde decir que he leído un número significativo de novelas y visto sus adaptaciones al cine, lo cual he hecho en diverso orden; a veces, primero la novela y luego la película, y otras al revés, con mayor o menor intervalo entre ambas. Y tanto mis sensaciones emotivas como mis reflexiones analíticas sobre ambas experiencias nunca han resultado homogéneas, sino que han sido variadas o contrapuestas.

Es muy larga la lista de películas basadas en los diferentes géneros literarios y sus correspondientes subgéneros, como por ejemplo la novela histórica, o la obra de teatro musical, o la biografía (Biopic en cine), o el cuento policial, o los libros de cómics. Influye a su vez aquello que está de moda; como todo arte, la literatura y el cine son también expresión de su época.

Hecha esta breve aproximación, pasaré ahora a contarles algunas experiencias propias con productos afines de la literatura y el cine. Esta revisión no es un examen exhaustivo de todo lo que se podría encontrar, ni tampoco un tratado sobre este amplísimo campo donde se unen literatura y cine. Persigue ser, en esencia, testimonio de las películas más importantes que vi basadas en textos literarios, habiendo a su vez leído estos, antes o después de ser llevados a la pantalla. Debo aclarar, eso sí, que existe mucho material en sitios de internet (sobre todo rankings) acerca de este tópico.

De niño me impresionaron los libros clásicos, en particular con componentes históricos. Una de las primeras novelas leídas en mi infancia fue Ben-Hur, llevada más tarde a la pantalla en una sobresaliente adaptación y con su inolvidable carrera de cuadrigas. La novela Oliver Twist de Charles Dickens me conmovió profundamente y creo que la versión fílmica Oliver de Carol Reed, en formato de musical, le dio vida de forma más alegre y colorida a la novela, consiguiendo una formidable película; hay versiones anteriores (la primera de 1922 con Jackie Coogan; otra de 1948, dirigida por David Lean, quien también coescribió el guion) y posteriores (de Roman Polanski en 2005), que no he visto. Dickens ha sido un escritor regalón del cine y la televisión, e incluso parte de su biografía ha sido mostrada en la pantalla.

Por esos años vi varias películas de Drácula (se han realizado algo menos de setecientas sobre el personaje) dirigidas por Terence Fisher y protagonizada por Christopher Lee (como el vampiro humano) y Peter Cushing; diez o quince años después leí la novela de Bram Stoker, escrita en 1897, y la encontré insuperable; aun reconociendo que el filme de Coppola (1992) fue el mejor logrado y, en menor medida, Nosferatu (1979) de Werner Herzog, con Klaus Kinski en el rol principal. Atractiva e ingeniosa, en versión de comedia, destacaría El baile de los vampiros (1967) de Polanski, con actuación de él mismo y de Sharon Tate.

En la adolescencia leí todo de Agatha Christie y me convertí en fan de Hércules Poirot (tengo toda la serie británica y la mayoría de los largometrajes en que apareció). Entre sus muchas versiones, escojo Asesinato en el Orient Express (1974), dirigida por Sidney Lumet y con Albert Finney en el papel del detective belga, al que se unió una pléyade de grandes artistas; la más reciente es la versión dirigida y actuada por Kenneth Branagh (2017), sólo superior en efectos especiales.

Ya en mi juventud vendría mi mejor experiencia cinematográfica de una novela policial; me refiero a El Padrino (1972), cuya realización por Francis Ford Coppola superó por lejos a la novela escrita, que leí antes de ver los filmes. Me pareció un estupendo libro, pero su adaptación al cine en la primera y segunda película me parece inigualable (la tercera, de menor vuelo), recordando que el guion fue trabajo conjunto entre Coppola y Mario Puzo. Sin duda, lo más alto del género y uno de los mejores cinco filmes de la historia.

Así como El Padrino fue un éxito rotundo en todos los sentidos, la novela Papillon de Henri Charriére (un entretenido relato autobiográfico de prisión y aventuras), se convirtió en un fiasco cinematográfico (1973) por su pobre dirección, a pesar de sus dos actores principales: Steve McQueen y Dustin Hoffman.

Una excelente película que vi antes de leer el libro fue El paciente inglés (1996), producción británica dirigida por Anthony Minghella y reconocida por un significativo número de premios y nominaciones internacionales; como dijo un crítico: “una película en estado de gracia”. Un par de años después cayó en mis manos la novela homónima de Michael Ondaatje (ganadora el 2018 del Golden Man Booker Prize, otorgado en el aniversario 50° de dicho galardón). Si bien es innegable que se trata de una muy buena obra audiovisual, encontré superior la novela, porque aborda en mayor profundidad la historia de los cuatro personajes principales, en particular Kip, el rastreador de minas indio; me cautivó de principio a fin.

Y quiero terminar destacando dos cuentos magníficos que fueron adaptados para realizar extraordinarias películas. Me refiero a Las babas del diablo, cuento de Julio Cortázar que sirvió para el guion de Blow Up (1966), filme británico dirigido por Michelangelo Antonioni y protagonizado por David Hemmings y una sensual Vanessa Redgrave. El otro relato fue El festín de Babette de Isak Dinesen, seudónimo de Karen Blixen (la misma autora de Memorias de África), que se adaptó para la película homónima (1987), una producción franco–danesa dirigida por Gabriel Axel, con la actriz francesa Stéphane Audran de protagonista y que obtuvo los premios Oscar y BAFTA a Mejor Película de habla no inglesa. El cuento de Cortázar lo leí en el colegio y dos años más tarde vi la película; al revés fue con el cuento de Dinesen, que vine a leerlo muchos años después, cuando descubrí en una librería su colección de cuentos completos.

 

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Fernando Moure Rojas nació en Santiago en 1950 y creció siendo parte de una familia numerosa, donde la lectura era un culto. Su facilidad para escribir la derivó hacia la consultoría y una larga carrera ejecutiva en distintas empresas, por 46 años. Se define como escritor tardío, porque se volcó a la ficción y poesía después de los 60. Tiene a su haber: Septiembre sin primavera (novela, 2013), El camino del aprendizaje (reflexiones y fotografías, 2014), Amores y quebrantos (poemas, 2017) y Legado de familia (cuentos y relatos, 2019).

 

Fernando Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: Ralph Fiennes y Kristin Scott Thomas en The English Patient (1996).