[Columna] El arquetipo de Gabriel Boric: Un tigre en un ciprés

Un hombre lleno de aire sueña con ser leyenda y lee poesía en un ciprés, con un abrigo que le llega hasta los zapatos. Imagina una contracultura magallánica mística, vital y enérgica. Dios envió a la contracultura a Punta Arenas en un joven felino.

Por Omar Pérez Santiago

Publicado el 29.12.2021

«Dios hizo el gato para ofrecer al hombre el placer de acariciar un tigre».
Víctor Hugo

Gabriel Boric Font nació en Punta Arenas, el martes 11 de febrero de 1986. Tigre de Fuego, según el Horóscopo Chino.

Ese día estuvo templado en Punta Arenas, entre 7 y 15 grados.

El viento, sin embargo, el tenaz viento magallánico era el mismo de siempre.

Verano o invierno, las casas soportan el azote de la fuerza eólica. Nunca, el viento nunca se calmará.

El viento es un país que se fue (novela del sagaz escritor magallánico, Oscar Barrientos Bradasic).

Cuando nació Gabriel Boric, el célebre ciprés ya estaba allí en Colón, la avenida que desemboca en el agua, en el Estrecho de Magallanes, que une el océano Pacífico y el Atlántico, esa agua multi oceánica, símbolo de energía y comunicación, paso marítimo de navegación dramática, aguas marinas emblema de aventura.

El viejo Ciprés tenía quizá más de 80 años cuando Boric nació.

Los cipreses de eterno verde son longevos y viven 300 años o más. Los inmigrantes a fines de siglo XIX introdujeron los cipreses en una conquista bioética, desplazando a los árboles nativos.

Esos cipreses fueron plantados el 1902, por don Esteban Navarrete, administrador del cementerio (el cementerio más hermoso de Chile, según el poeta Christian Formoso). La densidad de las hojas de los cipreses es una barrera o cortinas de vientos, y su forma globosa responde al viento como un fuselaje.

Allí creció su adolescencia el Presidente electo de Chile, Gabriel Boric.

Tenía el buen humor y la cara redonda de los que les gusta comer. Su cabello enmarañado inspiraba simpatía y no bostezo en sus amigos. Las alegrías sencillas que otorga el viento le daban un aire manso.

Le gustaba subirse a la cabina de los cipreses, como un ingrávido capitán que vuela en su nave sobre el estrecho, la Patagonia hasta el Faro del Fin del Mundo. Quizá a veces gritaba nombres de dioses eólicos, para intentar calmar al viento.

He escuchado varias veces que no hay nada como ser adolescente en Punta Arenas. Se lo reconocí a veces a memorables amigos magallánicos. Gozan de la vida, gustan de la naturaleza. Sueñan.

En su provincia la libertad es gratis.

Cuando un joven magallánico llega a Santiago se le produce, en cambio, una afable tristeza.

¿Les falta el viento?

Eso lo noté, por ejemplo, cuando mi estimado amigo, el escritor Ramón Díaz Eterovic, llegó joven a estudiar a la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad de Chile.

Eso también le pasó a Boric.

En el atardecer del 19 de diciembre de 2021, llegué a La Alameda con Santa Rosa a celebrar la victoria electoral de Gabriel Boric.

Alguien vendía banderas de Magallanes.

—¡Tres lucas, sacar a tres lucas!

Impulsivamente compré una bandera de Magallanes.

Bonitas, pensé. Exótico, pensé.

Una bandera de Magallanes flamea en La Alameda.

La parte inferior son seis cumbres doradas con un borde blanco. Arriba y sobre fondo azul, la constelación de la Cruz del Sur. Un símbolo del estado del universo, una parte del cosmos.

De pronto, Boric cruza entre la multitud que lo aclama.

—¡Se siente, se siente, Boric Presidente!

Mi hija está subida en una barrera de cemento, enarbola su bandera de la diversidad y grita:

—¡Un rockstar! ¡Es un rockstar!

Gabriel Boric creció con la memoria y el viento, (como diría el poeta Pavel Oyarzún). La memoria de antes de la colonización, de antes de los buscadores de oro, la memoria de los pueblos libres.

Un joven lleno de aire sueña con ser leyenda y lee poesía en un ciprés, con un abrigo que le llega a los zapatos. Imagina una contracultura magallánica mística, vital y enérgica. Dios envió a la contracultura a Punta Arenas en un joven tigre.

La naturaleza (el viento, el mar, los cipreses) gravitan y orientan, pero no generan la cultura.

La cultura es un vivo proceso de creación. La crea la originalidad de una persona, su decisión de iniciar un curso de acción. Su capacidad creadora y flexibilidad adaptativa.

“¡Tigre! ¡Tigre!, reluciente incendio / En las selvas de la noche” (William Blake).

«El Otro tigre», de Borges:

él irá por su selva y su mañana

y marcará su rastro en la limosa
margen de un río cuyo nombre ignora.

Así entonces, los estados de Boric son cuatro: líquido, sólido, gaseoso y gato.

(Con el poema de Darío Jaramillo Agudelo).

El tigre arquetipo de William Blake y Víctor Hugo. El Shere Khan, el señor tigre del Libro de la Selva de Rudyard Kipling.

El símbolo del tigre en Borges —se dice— es la infancia sensorial.

Pero, el gran Borges, al final, en su unánime noche, la noche que todo lo incluye, no recordaba a ningún amigo de infancia.

Boric, en cambio, va al Palacio La Moneda rodeado de sus amigos de la inocencia.

 

***

Omár Perez Santiago es un escritor y cronista chileno que egresó de la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad de Chile, y quien luego estudió historia económica en la Universidad de Lund (Suecia).

Sus últimos libros publicados son: Julia, la belleza y el sentido de la vida (novela); El pezón de Sei Shonagon (novela); Caricias, poemas de amor de Michael Strunge (traducción); Allende, el retorno (novela); Introducción para inquietos, de Tomas Tranströmer (traducción, 2011); Nefilim en Alhué y otros relatos sobre la muerte (cuentos, 2011); Breve historia del cómic en Chile (2007) y Escritores de la guerra. Vigencia de una generación de narradores chilenos (ensayo, 2007).

 

Omar Pérez Santiago

 

 

Crédito de la imagen destacada: Mario Téllez.