[Columna] «Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha»: Fascismo de mediana intensidad

Nunca se sabe cuándo pueden estar de vuelta los virus. «Ha vuelto» (2015), un filme alemán, es otra cinta que nos recuerda el poder del silencio y aunque ocupa otra tonalidad y contexto, la melodía es similar al humor negro de Elio Petri y de Ennio Morricone.

Por Víctor Ilich

Publicado el 16.6.2021

¡La represión es nuestra vacuna! Tremenda frase es la que escupe el protagonista del filme de 1970 Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha, de Elio Petri, con música de Ennio Morricone.

La película aludida me fue recomendada por un defensor penal público, quien siempre dice como un mantra “que prima la voluntad del imputado y no lo que quiera su defensor”. Aparentemente, es un defensor de la libertad a ultranza, a riesgo incluso de salir trasquilado. Pero es que creer en la libertad de las personas, sinceramente, excluye cualquier alternativa espuria o de negociación que la disminuya.

Esta película da cuenta de ese fascismo de baja intensidad al que alude Antonio Méndez Rubio, en su libro homónimo, cuya semilla es esa tendencia natural, para algunos, de imponer lo que bien les parece, ya sea por la fuerza o no. Sin importar, finalmente, el color de la bandera o incluso llegando a ser del partido de los enteros: cercenan.

Da igual el medio, si es una persona en particular o una institución (integrada por personas, obviamente), el fin puede llegar a ser el mismo: persuadir para instrumentalizar e instrumentalizar para manipular y manipular para conseguir lo que se quiera.

Es cierto lo que advierte usted, el bien común termina siendo un lugar común y puede terminar siendo un bien, pero solo para algunos, sean muchos o no.

Es necesario reconocer que la manipulación puede incluso ser ejercida mediante acciones ejecutadas al resguardo de la ley, como se advierte en la cinta en comento. La ley aún siendo buena puede ser instrumentalizada. Esa opresión —más sutil en principio que la violencia descarada— es la que se puede filtrar finalmente en los canales de la institucionalidad, cualquiera que sea ésta.

Por eso algunos sostienen que la peor violencia (uso ilegítimo de la fuerza física o moral) es la sostenida en el tiempo y que aparenta no dañar, aquella que logra disimular su afán (intencionalidad) por someter y lastimar; siendo suficiente para su ejecución un solo individuo, por ende, qué se podría decir de una colectividad, sea grande o no en ese espíritu de coacción.

¿Y si la opresión fuese otra vacuna? Retumba en mí como respuesta a esta pregunta otra frase: “o el asilo contra la opresión”. ¡Qué interesantes palabras se declaman en nuestro himno nacional!

 

Matices de humor negro

Quizás en el afán de querer cambiarlo todo, en estos tiempos de cambios, no falte quien también, en el ejercicio del poder otorgado, las quiera suprimir para olvidar la palabra opresión y así ocultar su vinculación con los vectores de la depresión; quizás también aquellos que en su afán de cumplir las estadísticas —siempre útiles y necesarias como herramientas de gestión— cuelan el mosquito o la pulga y se tragan al camello o al asno.

He escuchado muchas veces: ¡el poder corrompe! Es una frase simple y categórica que elude la responsabilidad personal. Otros también sostienen que la naturaleza humana nunca abandona su afán por responsabilizar a otro, sea algo o a alguien. Pero el poder por sí solo no corrompe, ya que es otra herramienta en la administración de los negocios de la vida: para servir (hacer el bien) u obrar mal.

Es cierto que también he visto personas cambiar con el poder. Quién no. Y recordé El elogio de la locura, de Erasmo de Rotterdam, y su contagio. Y una frase de Dostoievski que dice que: “no es encerrando al vecino como se convence uno del buen juicio propio”. Usted sabe que las sinapsis no son tan caprichosas.

Ante esto, me fue inevitable recordar el pronunciamiento de la Corte Suprema sobre la conducta idónea para no poner en peligro la salud pública, por infracción de las reglas de salubridad en contexto de catástrofe, epidemia o contagio, y a los detractores de sus lineamientos o a los indiferentes, ambos al parecer persuadidos de tener un legítimo llamado a controlar no tan solo el orden social, sino, además, el microbioma.

Quizás como parte del Estado —o fuera de él— sienten esa dopamina que da el poder —cualquiera que sea— o quizás solo estén cuidando su trabajo, o convencidos de que están sirviendo a intereses altruistas superiores en aras del bien común, o todas las alternativas anteriores. Quién podría saberlo, salvo ellos mismos. Mas hay libertad para disentir, y las tumbas esperan a los libres aquí en Chile.

Volviendo a la película, después de tanta disquisición, recordé cómo Claudio Acevedo Elgueta, académico de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile y miembro fundador del grupo Cántaro, me explicaba que, en el tema principal de la película, Morricone crea un discurso musical con “instrumentos, violines y fagot, piccolo y contrabajos —entre otros—, que se entrometen en el discurso musical, creando una partitura puntillista”, generando un diálogo lúdico con matices de humor negro.

Aquello me hizo pensar en que es una paradoja (o un mal chiste) hablar de cualquier cambio siendo reacios por naturaleza al cambio, ya que impera en nosotros la eficiencia de la zona de confort, cualquiera que sea aquella. Si no me cree, deténgase y piense: ¿cuántas veces ha intentado cambiar algo de su estilo de vida y de usted mismo sin lograrlo?

¿Quién no ha querido hacer alguna vez o habitualmente lo que bien le parece? Que levante su mano y se ponga de pie. ¿Quién no ha querido obedecer a ratos a su necio corazón (que es capaz de tropezar incontables veces con las mismas calorías o el mismo desnivel de siempre)? Que levante el corazón, dirán otros.

Aparentemente, también anida en la naturaleza humana ese impulso a rebelarnos no tan solo frente a la injusticia, sino también frente a todo cambio, a fin de hacer prevalecer nuestra propia y soberana voluntad. No se confunda, así como es inevitable el cambio, también lo es obedecer a algo (ideas) o a alguien (portador de las ideas).

Dentro de lo aprendido por experiencia durante esta pandemia está que obedecer por amor tiene un sabor distinto a ser esclavo por obligación. Y por amor no me refiero a nada romántico, ni etéreo, sino a hacer con el de más acá lo mismo que quisiera que hicieran conmigo. Con solo este objetivo en mente uno se puede entrenar toda una vida.

 

No tenga miedo

En tiempos de cambios paradigmáticos, no está de más recordar que la democracia no es solo el gobierno de los más, según la visión de Aristóteles. Hoy implica la aspiración de un grupo de personas a llegar a ser una mayoría, a fin de convencer sobre su visión del mundo —y en el peor de los casos imponer su sistema de valores—.

Es así como aún entre el pueblo o los ciudadanos —escoja usted el término que más prefiera— podría haber dictadores encubiertos, esperando el momento de lobo rapaz, para disfrazarse de perro ovejero. Estos afirman, según los estudiosos, que enfatizan el hablar de democracia, pero sin hacer hincapié o énfasis en la libertad de las personas. Por ello, defender la libertad ajena, sean minorías o no, es finalmente defender nuestra propia libertad de autodeterminación.

Es sabido que existen distintos modelos de liderazgo y que los liderazgos dinámicos son flexibles, conciliadores o autoritarios, dependiendo del contexto. Es cierto, entonces, que en una situación de emergencia no se puede hacer una encuesta.

Y si en este mundo se exalta el liderazgo como una meta, aspirar a ser líder llega a ser un signo de estatus. Y hoy sabemos que todo lo que genera estatus en la cultura del espectáculo sirve para la monetización: el dios dinero y sus tentáculos.

Por eso, no bastan las buenas intenciones de ningún líder, ni las palabras de buena crianza, para seguir a alguien. Si el árbol se conoce por sus frutos, suena prudente atender al sabor del fruto más que al color o follaje del árbol.

Sostienen que un modelo de liderazgo eficaz es la antítesis del capitán Araya… el que los embarca a todos y desde la orilla espera su tajada y da las gracias por amor al próximo trozo. El libro El liderazgo al estilo de los jesuitas, de Chris Lowney, puede dar cuenta de aquello, encandilando a otros, mas recurrir o no a su fuente de inspiración es otro acto de autogobierno: el meollo del asunto.

Algunos advierten que en estos tiempos violentos no faltará aquel líder que con tal de cuidar su imagen personal o la institucional sea capaz de sacrificar a sus propios colaboradores… pero esa es letra de otra canción: la balada del sinsabor.

Sacrificarlos con o sin espectáculo, con o sin cámaras de televisión, como ofrendas al clamor popular de la intachabilidad, otra palabra fácil de ensuciar… y si todo lo blanco que nos rodea se impregna de polvo y se vuelve a pintar, qué queda para nosotros que somos opacos por dentro y por fuera, una fachada que se puede retocar: si no lo cree, es cosa de mirar Instagram.

En fin, el defensor penal público que me recomendó el filme aludido suele remar contracorriente, como un salmón; lo hace aún sabiendo que si no nada con precaución, puede terminar en el plato de algún comensal. Su impulso ayudó a despertar esa necesidad por comprender y reflexionar sobre el servicio hacia las personas, incorporando incluso a ratos el incómodo ejercicio del autoexamen para desechar o desestimar no tan solo lo injusto en nosotros —cualquiera que sea el rincón en que se esconda—, sino también lo ineficaz: de cara a los resultados incluso.

Después de todo, hoy motivó la reflexión un defensor, mañana quizás sea un fiscal, mas siempre es la misma ecuación fundamental la que debemos resolver: quitar la X para reemplazarla por una Y, a fin de ponderar cómo restaurar XY, de ser necesario. Cuando la ecuación falla, la incógnita no se despeja.

Lo que hemos aprendido de esta pandemia es que los virus mutan, cambian, se adaptan para sobrevivir, por eso hay que estar alertas y prevenidos. Y flota una pregunta en la atmósfera: hoy es esta pandemia y, sin lugar a dudas, mañana será otra… podría ser el contagio de la locura, la sordera o la ceguera, u otra más letal, entonces, ¿cómo la controlarán?, ¿qué será necesario sacrificar? Quién sabe.

Nunca se sabe cuándo pueden estar de vuelta los virus. Ha vuelto, un filme alemán, es otra cinta que nos recuerda el poder del silencio y aunque ocupa otra tonalidad y contexto, la melodía es similar al humor negro de Petri y Morricone.

No tenga miedo. De tanto que va el cántaro al agua se puede romper, es cierto. Pero si se rompe, hay opciones: lo reemplazamos o lo restauramos, pero usted elige. Recuerde que prima su voluntad. Por ahora me callaré en un silencio de corchea sin punto, sin punto final…

 

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Víctor Ilich nació en Santiago de Chile en 1978. Egresado del Instituto Nacional y de la Escuela de Derecho de la Universidad Finis Terrae. Abogado y juez de garantía en la Región de O’Higgins.

Autor de más de una docena de obras literarias. Algunas de ellas han sido prologadas y comentadas por destacados académicos, escritores y críticos como Hugo Zepeda Coll, Thomas Harris, Andrés Morales, Alfredo Lewin, Juan Mihovilovich y Marcos Buvinic.

Entre sus obras se puede citar Infrarrojo, poemario presentado por el académico, escritor, poeta y miembro de la Academia Chilena de la Lengua, Juan Antonio Massone del Campo, quien le ha antologado, Réquiem para un hombre vivo, poemario dedicado al poeta Juan Guzmán Cruchaga (presentado por quien fuese ministro de la Corte Suprema y escritor Carlos Aránguiz Zúñiga y el exministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, Juan Guzmán Tapia).

Su bibliografía también incluye: La insurrección de la palabra, Arte de un ocaso vital, Baladas de un ruiseñor (poemario erótico romántico), Dragón, escorpiones y palomas, Hojas de té, La letra mata, y El silencio de los jueces, un volumen para sazonar el corazón, prologado, en su primera edición, entre otros, por Sergio Muñoz Gajardo, quien fuese presidente de la Excelentísima Corte Suprema de Justicia (2014-2015).

Asimismo, hizo circular Disparates, un poemario relativo a la libertad de expresión y a los prejuicios (2016), y Cada día tiene su afán (2017), que procura motivar en la lucha en contra del cáncer, presentado por Haroldo Brito Cruz, quien también fue presidente del máximo tribunal del país, con ocasión de la celebración del Día Internacional del Libro.

Además, ha lanzado el poemario titulado Toma de razón, en coautoría junto a Roberto Contreras Olivares, poeta y ministro de la Corte de Apelaciones de San Miguel, presentado en Hanga Roa, Isla de Pascua, en agosto de 2017.

En abril de 2018 junto a otros tres jueces penales publicó el libro Duda, texto fruto del taller literario que impartió, al cual luego de terminar denominó: “Ni tan exacto ni tan literal”.

También, en octubre de 2019, en pleno estallido social, público Venga tu reino, poemario prologado por Felipe Berríos, S..J. y Alfredo Pérez Alencart, poeta y docente de la Universidad de Salamanca.

En marzo de 2020, publicó el libro Al derecho y al revés, que recopila las columnas de opinión y crítica literaria escritas bajo el alero del diario El Heraldo de Linares, quien patrocinó su cuidada edición, en un libro prologado por Lamberto Cisternas Rocha, quien fuese vocero de la Corte Suprema.

En octubre de 2020 fue uno de los galardonados en el concurso literario Cuentos y Relatos en Pandemia de la Asociación Nacional de Magistradas y Magistrados del Poder Judicial de Chile con su relato «La billetera de Héctor».

Y en diciembre del mismo año, publicó junto al psicólogo clínico, escritor y editor Luis Cruz-Villalobos, el poemario A la otra orilla. Este último texto basado en los doce pasos de alcohólicos anónimos.

En marzo de 2021 publicó bajo el sello Independently Poetry, el poemario Ridículum Vitae, escrito en coautoría junto a Fidel Améstica y Marcelo Uribe L’Amour.

 

Víctor Ilich

 

 

 

 

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Crédito de la imagen destacada: Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha (1970).