[Crítica] «Correspondencia»: Cuando la contingencia repudia al arte (y al cine)

El cortometraje documental de la realizadora nacional Dominga Sotomayor y de la directora catalana Carla Simón —disponible para su visionado en la exclusiva plataforma de streaming MUBI, a partir de esta semana— es un acertado ejercicio compartido, tanto de intimidad audiovisual como literaria, y el cual pierde fuerza artística, sin embargo, cuando indaga sin mayor reflexión dramática, en un personal registro sobre el estallido social chileno ocurrido en octubre de 2019.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 16.6.2021

Los veinte minutos de Correspondencia (2020), especialmente las dos cartas debidas a Carla Simón y la primera respuesta de Dominga Sotomayor hacia su interlocutora, expresan una lograda exhibición de estados emocionales, contextualizados por un relato fílmico y un montaje perfecto en su plasticidad, con el fin de manifestar sus dudas y certezas en torno a la muerte, el tiempo, y a la búsqueda de trascendencia mediante los hechos cotidianos de la vida misma.

Son pasajes de elevado sentimentalismo, y donde las cineastas incluso comparten su visión acerca de la maternidad, con Simón mas efusiva a ese respecto, y con Sotomayor enseñando un desconocido cortometraje grabado por su desaparecido tío pintor y escritor Adolfo Couve, a principios de la década de 1960, y con su abuela Carmen como protagonista, en una Estación Mapocho —la cual en aquel entonces funcionaba como andén de ferrocarriles venidos desde la costa y el norte de Chile— y el Parque Forestal, a modo de ambientaciones principales.

Es indudable que la calidad de las interpretaciones y de detalles analíticos que se obtienen de los veinte minutos de metraje de esta producción simbólica, expresan la calidad fílmica de Correspondencia, principalmente a raíz de los elementos con los cuales las autoras desplegaron su proyecto, y en secuencias que citan en su composición a los géneros del video arte y del cine experimental.

Y aunque se trate de dos autoras responsables del total, las secciones de la obra adjudicadas a cada una, se encuentran, no obstante, claramente definidas.

En ese balance, los logros globales de las cartas audiovisuales de la autoría de la realizadora catalana son relatos con una mayor coherencia dramática y temática, que las de su contraparte chilena: Simón se refiere a su abuela, a su familia, a sus traumas identitarios, y por último, a si va a poder ser capaz, ella misma, de establecer una descendencia, pese a la pasión por su trabajo como cineasta.

Sotomayor Castillo, en cambio, y en una prueba más de que su cinematografía responde a intuiciones artísticas, antes que a un plan fílmico elaborado en sus más mínimos detalles, inserta sus reflexiones acerca del estallido social, lejos de ese matiz íntimo, pese a sus esfuerzos en ese sentido.

Y los cuales están lejos de cuajar en su retórica plástica (y temática, finalmente) con ese rescate fílmico que efectúa de su recordable madre actriz (Francisca Castillo), y de la inédita y olvidada participación que tuvo la intérprete en la franja del plebiscito que terminaría por derrotar a Augusto Pinochet, en octubre de 1988.

Claramente, cuando se padece o se celebra una revolución, como afirma Sotomayor en su segunda misiva, no se viaja a la ciudad nórdica de Oslo por cualquier asunto laboral de emergencia, menos desde la mismísima zona cero de la hecatombe: en una verdadera fractura del poder político, de hecho, los aeropuertos principales se observan lejos de funcionar, y las fronteras de ese país roto y en crisis, se hayan herméticamente cerradas.

“Cada vez que hago una película es una captura de un estado emocional”, declaró hace unas semanas la realizadora chilena en una entrevista.

Y en efecto, desde De jueves a domingo, pasando por Mar y finalizando con Tarde para morir joven, es el inmenso talento natural de su directora, o la rescatable belleza estética de ciertas secuencias de esos filmes, su genio artístico, en suma, las variables que terminan por soslayar y ocultar los vacíos estructurales que presentan (especialmente en su construcción diegética), sus siempre motivantes créditos.

Esta no es la excepción, y la segunda carta de su lente y letra, semeja un autorreconocimiento gratuito y colectivo a esas acciones todavía de origen anónimo que se sucedieron entre el viernes 18 de octubre y el sábado 19 de octubre de 2019, en Chile (me refiero a la quema de las estaciones del Metro, en particular).

Situaciones traumáticas que si bien derivaron en una variación institucional de enorme gravitancia política para el país, distan de tener esa relevancia que hubiese tenido un verdadero cambio de actores en la tenencia real del poder público y estatal, e inclusive, en la cadena de mando de su propia fuerza militar organizada.

Correspondencia es una bella obra audiovisual, donde finalmente se despliegan y se resuelven una sororidad cinética y confidencial, e íntima, entre dos importantes autoras del nuevo cine iberoamericano, sojuzgado y cercenado en sus logros finales, que pudieron haber sido notables, para desgracia nuestra, a causa de las imposiciones restrictivas, de la salvaje e impiadosa contingencia.

 

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Tráiler:

 

 

Imagen destacada: Las realizadoras Dominga Sotomayor y Carla Simón.