[Columna] Jake Gyllenhaal: Un reflejo de nuestra masculinidad rota

El actor estadounidense nacido en 1980 es el reflejo de la decadencia en cuanto a los proyectos de vida de una generación se refiere:  es a veces un fleto escondido, el cuñado patas negras, un detective obsesivo, y hasta un boxeador alcohólico.

Por Alberto Cecereu

Publicado el 18.5.2021

La primera vez que vi a Jake Gyllenhaal fue en Donnie Darko. Con sus ojos azules y preciosos, interpretaba a un joven que yo hubiese querido de mejor amigo o quizás ser él. A esa edad soñaba con viajes a otras dimensiones, máquinas del tiempo y fantasmas multicolores.

Ya había pensado en matarme un par de veces, y al igual que el personaje de la película, me creaba miles de historias para poder salvar de la desesperación del mundo. Bueno, el mundo estaba llegando a su fin, según la película. Pero Jake lo era todo. Como para enamorarse.

En Jimmy Burbuja, también sentí que estaba con él. Frágil. Cómico. Con sus pelos saltarines y sus imperturbables ojos azules y su quijada dura. Todas sus películas las fui viendo. Todas. Pero no fue hasta esa inesperada cinta — Secreto en la montaña— que Gyllenhaal ya no sólo era traído del olimpo, sino además se involucraba en un amor fleto como ningún otro: prohibido, inmoral e insaciable.

Los jeans ajustados, el sombrero de cowboy, nos trajo a un actor hecho un hombre, machote, pero con una debilidad entre sus piernas y sus manos. Se deleitaba con otro machote. Su mirada caída y su sonrisa como una mueca. La montaña como otro personaje. Las mujeres engañadas. Los estereotipos folclóricos hechos mierda. Maravilla. La vi decenas de veces. No me interesaba el rucio, sino él.

Aunque representaba en la segunda mitad de la película la decadencia viril en todo su esplendor, verlo, era para compadecerse. Pedirle al oído que descansara en mi pecho y lo acariciara. Venga para acá mi niño, arruruú, mi guagua, duérmase mi amor.

Tobey Maguire, va a la guerra y muere. Natalie Portman queda viuda y con dos hijos. Y su cuñado, no es otro que el chico malo, y lo interpreta nuestro Jake en la película Brothers. Pasa lo que tenía que pasar. Se fuman un porro, se vuelan y se calientan. Se comen. Ahí está, Jake mostrando su humanidad encima de la viuda de su hermano. Es el hombre perfecto que ama a sus sobrinas como sus hijas.

Pero el hermano milico, vuelve vivo y más loco que nunca. Lleno de pesadillas y traumas y etcétera. Enterado de la traición sucede el quiebre total. Y nuestro Jake, de nuevo sufre, con sus ojos azules transformados en dos almendras de piscina que nos mira a través de la pantalla pidiendo de nuevo la salvación.

Imposible no enamorarse una y otra vez de él. En Prisioners, hace el papel de un detective lleno de obsesiones y tics nerviosos. Pero de todas formas, nuestro machito de oro, se aproxima a la redención de ser siempre el maravilloso. Acá es inteligente. Tiene vocación de héroe. Habla poco. Se enoja y excita hasta el gato del techo. Igual que en la película donde hace de un boxeador decadente. Porque lo de él es la decadencia siempre. Nuestro actor, es reflejo de nuestra masculinidad rota. Es fleto escondido, cuñado patas negras, detective obsesivo, boxeador alcohólico.

En Velvet Buzzsaw, hace de siútico crítico de arte con tal de mostrarse desnudo con cuanto hombre o mujer le apetece. Muestra la tontería de la elite artística de Yankeeland y proyecta los miedos de toda una generación. Pero de nuevo, él interpreta al que cae, a la brutalidad de los varones, a la simpatía de los hipócritas. No hay nada mejor, que un bello como él, represente a lo peor de nosotros.

A Jake Gyllenhaal, podríamos llevarlo a un callejón santiaguino para un festival de sobajeos y para llevarlo a comer quequitos mágicos al Metro UC. Mariposear por el GAM mientras lo veo correr hacia los escalones de esas explanadas de cemento que hicieron los progres. Y agarrarlo del cuello para situarlo en una heladería posera del Lastarria.

De seguro, la gente lo reconocería de una, por la chucha. Me sacarían la exclusiva y todos querrían tocarlo. Me miraría con sus óvalos azules y su sonrisa que es una mueca, con el solo fin de decirme sácame de aquí pelaito, y llévame al hotel.

Ahí, le pediría que se transformara en el Príncipe de Persia y que me hiciera volar por los desiertos de arena y las montañas de oro.

 

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Alberto Cecereu (1986) es poeta y escritor, licenciado en historia, licenciado en educación, y magíster en gerencia educacional, además de redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

Alberto Cecereu

 

 

Imagen destacada: Jake Gyllenhaal, en Hermanos (2010).