Con aires centroeuropeos: La inauguración de la 79° Temporada de la Universidad Federico Santa María en Valparaíso

La Orquesta Sinfónica Nacional de Chile dio el inicio a una nuevo ciclo dedicado a la música docta en el Aula Magna de la tradicional Casa de Estudios de la Quinta Región, en una presentación que contempló interpretaciones del «Concierto para violín» de Johannes Brahms, el «Concierto para orquesta» de Béla Bartók y la obertura «Las ruinas de Atenas» de Ludwig van Beethoven. Acá, como lo escuchó y vivió el Diario «Cine y Literatura».

Por Ismael Gavilán

Publicado el 2.4.2019

Este año 2019 el otoño comenzó cobrando sus fueros sin esperar el inicio de abril: bajas temperaturas, cielos cubiertos y una incipiente llovizna. En Valparaíso, un mar de zinc y fuertes vientos, anunciaban el fin del periodo estival. Sin embargo, pocas veces se ha dado mejor escenario para el inicio de la tradicional Temporada Artística del Aula Magna de la UTFSM que, en esta septuagésima novena versión, ha sido abierta por el brillante concierto del sábado 30 de marzo que tuvo como protagonistas a la Orquesta Sinfónica Nacional, bajo la batuta del joven director Helmuth Reichel, junto al violinista alemán Tobías Feldmann.

El programa reunía tres obras en apariencia disímiles -la obertura Las ruinas de Atenas de Ludwig van Beethoven, el Concierto para violín y orquesta de Johannes Brahms y el Concierto para orquesta de Bela Bártok-, estableciendo un recorrido desde el clasicismo vienés, pasando por los aires románticos de Brahms, hasta las audaces armonías de la música del siglo XX. Pero una lectura más detallada nos permitía observar que el diseño del programa apuntaba a una tourné centroeuropea con cierto énfasis magiar: pocos saben que la música compuesta por Beethoven para Las ruinas de Atenas en 1811 para el drama homónimo de August von Kotzebue poco o nada tiene que ver con el mundo clásico griego, sino más bien era una pieza musical de ocasión en el contexto de la inauguración de un teatro en Budapest bajo el auspicio del gobierno imperial austriaco. Un gesto para establecer con el arte la hegemonía cultural germana en el mundo húngaro bajo la fachada de una supuesta armonía de “cultura clásica”. Ciertamente Beethoven no se tomó en serio esta composición por encargo: él mismo designaba, bromeando, esta obertura como una piececita de diversión («kleines Erholungsstück»). En la breve duración de esta pieza, la orquesta dirigida por Reichel estuvo correcta, clara y mesurada: las cuerdas y los vientos sin ninguna sobreexigencia, dieron forma a una música que cumplía con el rito de abrir el concierto sin conflicto y como breve antesala de lo que vendría después.

Sin duda, la obra medular de la primera parte de la velada, fue el Concierto para violín y orquesta de Johannes Brahms. Dentro de la literatura concertística para violín y orquesta, la obra de Brahms ocupa un sitial primordial. Nacida del intercambio de experiencias y pareceres musicales entre el compositor y el violinista húngaro Joseph Joachim, este concierto data de 1879. Es sabido que Brahms no dominaba la técnica del violín tanto como la del piano. Ello llevó a que el tratamiento del instrumento solista fuera severo en la técnica y un desafío para los intérpretes.

El joven violinista Tobías Feldmann pudo sortear los obstáculos de esta obra casi sin dificultad: en el primer movimiento luego de unos cien compases de introducción orquestal, Feldmann se hizo presente abordando con elegancia el diseño virtuosístico de la pieza que, contrariamente a lo que era de esperarse, no está basado en el tema principal. Posteriormente la manera en que su modo de interpretación acarició los contornos melódicos de los varios motivos cantables, posibilitaron instantes de intensidad remarcados por los tutti orquestales que, en esta obra no son un mero adorno, sino verdaderos comentarios a la reflexión apasionada que otorga el solista. La trémula melodía del oboe en el Adagio central, introduce un motivo lírico de sugestiva belleza que fue para Feldmann una notable oportunidad de sacar partido a un diseño musical que emerge de contrastes y que da la impresión de estar oyendo una única melodía ininterrumpida. El movimiento final es un tour de force virtuosístico basado en aires húngaros, donde Feldmann lució todo su vigor: el violín solista propone al principio el viable tema de rondó en terceras y se presentan luego dos motivos episódicos, uno bullicioso y el otro gentil y encantador y, además, ceñido al compás de 3/4. Aquí la cadenza está cuidadosamente escrita, más aún, es acompañada o intenta serlo ya que la orquesta insinúa al solista la impaciencia del tema principal por regresar, lo que éste hace bien pronto en una ardorosa peroración con apariencia de marcha. La ovación al final de la obra está justificada: Feldmann cumplió con creces las expectativas de una joven carrera en ascenso y como ha sucedido muchas otras veces en el Aula Magna de la UTFSM, un solista de su estatura, en ciernes con su carrera internacional, puede darnos la oportunidad de deleitarnos con su talento antes de ser “arrebatado” de nuestros escenarios por los compromisos internacionales futuros.

La segunda parte de la velada estuvo a cargo de manera íntegra a la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile que bajo la batuta de Helmuth Reichel interpretó del húngaro Bela Bártok su Concierto para orquesta. Esta pieza es una obra tardía del compositor. Escrita en 1943 cuando Bártok estaba en su exilio forzado en EE. UU. y a petición del legendario director ruso Sergei Kussevitzky, es una obra que permite a Bartok sintetizar, por decirlo así, una serie de premisas musicales que habían caracterizado todo su trabajo previo: por un lado, el uso indistinto de solistas diversos en el tejido de una obra orquestal mayor, una técnica compositiva moderna y audaz que tomaba de temas folclóricos húngaros su referencia formal y una apelación constante al “aire de danza” de los distintos movimientos. Todos estos elementos, Bartok los entrelaza con maestría en este Concierto para orquesta, donde apreciamos una y otra vez, contrastes dinámicos que descansan ya en el tono sombrío del primer movimiento, ya en el aire juguetón del segundo o cuarto movimientos, ya en la estructuración fugada de los diversos temas que aparecen en el cuerpo de la orquesta que se van sucediendo bajo el rostro de ritmos de danza que, estilizados, nos hacen una evocación a un gran juego con sus melodías y ritmos. En los cinco movimientos que posee esta obra, el oyente es arrastrado a una música sino difícil, sí, diferente: acá no hay “dulzura” ni melodías “románticas” de ensoñación. Hay más bien un permanente apelación a giros bruscos, alteraciones de ritmo sorprendentes, disonancias expresivas de claro sentido irónico y hasta burlesco. En otras palabras, una pieza musical característica del siglo XX, si bien no experimental, sí con desafíos tanto para los intérpretes como para el oyente. En este contexto, la interpretación de la Orquesta Sinfónica Nacional estuvo a las alturas de semejante exigencia. Su despliegue en la batuta de Reichel privilegió la concisión en aras del deslumbramiento, cosa que, de alguna forma, es pertinente cuando una obra así, escasamente interpretada en el repertorio de la rutina de conciertos, emerge como pieza fundamental de una velada.

El desafío de una pieza así, entre otros, consiste en hacer aparecer la obra como una estructura sonora que se rija bajo su propia elocuencia formal y no como un popurrí de cinco títulos independientes. Y si bien es cierto, para el oyente profano, aquello puede no ser advertido, el esfuerzo de Reichel estaba encaminado hacia una interpretación que mostrara la integridad de la pieza como un todo articulado. Salvo unos breves pasajes de los bronces que en el primer movimiento estuvieron a punto de desdibujar el diseño general, dado la enrevesada textura que solicita la pieza, el resultado fue airoso y la ovación final, justa.

La próxima presentación de la 79º Temporada Artística 2019 continuará el próximo sábado 6 de abril con la presentación del solista uruguayo Jorge Drexler, quien ofrecerá un concierto unipersonal para guitarra y voz, con el silencio como materia prima y marco para la comunicación, en el Aula Magna de la Casa Central de la Universidad Técnica Santa María, en Valparaíso, a las 19:30 horas de ese día.

 

Ismael Gavilán Muñoz (Valparaíso, 1973). Poeta, ensayista y crítico chileno. Entre sus últimas publicaciones están los libro de poemas Vendramin (2014) y Claro azar (2017) y el libro de crítica literaria Inscripcion de la deriva: Ensayos sobre poesía chilena contemporánea (2016). Ensayos, notas y reseñas suyas se han publicado en diversas revistas nacionales y extranjeras. Es colaborador de La Calle Passy 061 y de Latin American Literature Today. Ejerce como profesor en diversas universidades del país y es monitor del Taller de Poesia La Sebastiana de Valparaíso.

 

La Orquesta Sinfónica Nacional de Chile en la inauguración de la 79º Temporada Artística de la Universidad Técnica Santa María el reciente sábado 30 de marzo

 

 

El violinista alemán Tobías Feldmann junto al director nacional Helmuth Reichel, protagonistas del concierto inaugural de la 79º Temporada Artística

 

 

Ismael Gavilán Muñoz

 

 

Crédito de las fotografías utilizadas: Dirección de Difusión Cultural de la Universidad Técnica Santa María, Casa Central, Valparaíso.